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La demanda de pastillas. Discusión sobre la literatura y los libros
Por (reenvio) Gonzalo Garces - Thursday, May. 30, 2013 at 5:13 PM

¿Se puede todavía hablar de terapia psicológica en la Argentina? A la hora en que escribo, hay en este país unos 58.000 psicólogos en actividad, un 50% más por habitante que Dinamarca, así que supongo que se puede.

Empezando por cómo llamamos al asunto. Hasta los noventa decíamos, con naturalidad y orgullo, mi analista. Después, como si algo nos hubiera susurrado al oído que convenía ser más cautos, empezamos a decir mi terapeuta. Ahora hasta eso resulta sospechoso. “Hoy veo a Pedro”, anunciamos, “Hoy hablo con Sonia”. Como quien se toma un café con un amigo. Lo que todo esto deja en claro es que nadie está muy seguro ya de lo que es la terapia psicológica.

Pocos se animan a reivindicar el psicoanálisis, al menos no sin ponerle tantos peros que Freud termina por ser una especie de metáfora o de folclore. Los jueguitos de palabras y los silencios de Lacan nunca fueron terapia, por lo menos no para los pacientes, aunque seguramente sí para los terapeutas. La terapia conductista nunca supimos bien qué era, es uno de esos deportes incomprensibles que juegan los estadounidenses, como el béisbol. Así que por las dudas preferimos poner una ficha en cada número: un poquito de Freud, unas coplas de Lacan, un par de consejos de fierro y, cada vez más, las confiables pastillas.

Una palabra, entonces, sobre pastillas. Dos libros recientes, Anatomía de una epidemia , de Robert Whitaker, y Unhinged , de Daniel Carlat, desnudan los manejos de la industria de los psicofármacos. Señalan la colusión de intereses entre la industria y los psiquiatras: desacreditado el psicoanálisis, y en una cultura que demanda soluciones en grageas para cada bache de la vida, los psiquiatras aprovechan el aire de seriedad científica que les presta sacar el recetario y, como los doctores en medicina, prescribir medicamentos. La industria los premia con becas y viajes a congresos, financia publicaciones y otorga premios. Todos ganan. Salvo los pacientes.

En la Argentina cada año aumenta el consumo de psicofármacos. ¿Qué sucede? ¿Estamos cada vez más locos? No: la industria tiene interés en ampliar, al precio que sea, el espectro de lo que se considera como enfermedad mental. “Sí, estamos tratando a Santino con Celexa por su trastorno bipolar.” Lo cual en muchos casos significa que Santino, como cualquier chico de su edad, tiene momentos de excitación y otras veces hace pataletas. De nuevo: patologizar la vida corriente, pensar que la inquietud o la distracción o la tristeza se combaten con pastillas y no, digamos, pasando tiempo con tus amigos, jugando con tus hijos, trabajando más, saliendo a correr, luchando por un sistema impositivo más justo o acordándote de darle de comer a tu perro, es parte de la cultura de supermercado que elegimos. La cosa se complica porque el Celexa reduce los niveles de dopamina en el cerebro, lo que causa efectos secundarios semejantes al mal de Parkinson. Para compensar esos efectos se receta otro medicamento, que a su vez produce insomnio, de modo que se recetan también somníferos... No está de más recordar el caso de Rebecca Riley, una nena de Boston a quien, para combatir su “síndrome de atención deficiente” (a los dos años de edad) se trató con un cóctel que incluía la Clonidina, el Depakote y el Seroquel, tres psicofármacos que también se recetan con regularidad en la Argentina. Después de dos años, Rebecca murió.

¿Seriedad científica? A diferencia de los protocolos que regulan la aprobación de antibióticos o antihistamínicos, los psicofármacos carecen de base empírica. Se crean por inferencia. Un ejemplo: como el Prozac parece atenuar la depresión, y como el laboratorio mostró que elevaba los niveles de serotonina, se concluyó que la depresión es causada por la falta de serotonina. En vez de buscar un medicamento para una dolencia, se postula una dolencia que explique el medicamento. Con esa lógica podríamos decir que el dolor de cabeza es causado por la falta de aspirina. El razonamiento es medieval, pero la industria es de las más poderosas del siglo XXI.

Abuso de poder, medicina aproximativa, tergiversación, colusión de intereses. No estoy abogando por la abolición de los psicofármacos. Digo que es hora de abandonar el respeto supersticioso que sentimos por una industria que mueve millones, pero que como terapia, en el mejor de los casos, está en la cuna.

fuente http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/La-demanda-de-pastillas_0_921507868.html

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