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En las usinas de la infelicidad
Por (reenvio) Diego Mate - Thursday, May. 30, 2013 at 5:15 PM

“Planetario”, de Baltazar Tokman, sigue los pasos de varias familias Del mundo que filmaron la infancia de sus hijos con cámaras hogareñas.

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(Foto: Rostros múltiples. Las familias que el filme elige para desnudar en su intimidad viven en Estados Unidos, India, Polonia, Rusia, Argentina o Egipto).

En una época en la que las imágenes no conocen límites, cuando las cámaras pueden trasladarse y filmar cualquier rincón del globo y la animación digital permite crear mundos artificiales que antes sólo eran soñados, la frontera del cine se encuentra ahora en la intimidad de la vida privada. En buena medida, así se explica el aluvión de documentales en los que la materia de observación es la biografía de los entrevistados o incluso de los propios directores; en nuestro país, La televisión y yo o Fotografías son casos emblemáticos. Sin embargo, no suele ocurrir que el cine se introduzca de lleno en el núcleo de una familia común, sin ningún atractivo particular; mucho menos suele ocurrir que una película esté construida exclusivamente con retazos de esa vida familiar filmados por sus propios integrantes.

“Cuando mi hija cumplió cuatro años miré las filmaciones que atesoraba desde que nació, nunca antes lo había hecho. Comencé entonces a buscar imágenes caseras que padres orgullosos suben a diversos sitios de Internet. En cada rincón del planeta, cuando un niño nace, sus padres coleccionan las imágenes de los pasos de sus bebés hacia el desarrollo como adultos”, dice Baltazar Tokman, director de Planetario , un documental que sigue a seis familias a lo largo de varios años a partir del nacimiento de sus hijos y narra el crecimiento y la educación de los chicos desde la perspectiva de sus padres.

Puertas adentro

Youtube estaba en sus inicios y Tokman se encontró allí con un gran caudal de videos caseros; después de ese primer relevo de material, se comunicó con muchas familias de todo el mundo para pedirles no sólo más videos sino también para invitarlos a filmar a sus hijos en la actualidad con la intención de incluirlos en su película. “Todo lo que se ve y se escucha fue generado por ellos, pero al mismo tiempo siento míos cada uno de esos planos, porque en algún punto los busqué o los pedí, es la película que imaginé”. Estados Unidos, India, Polonia, Rusia, Argentina, Egipto; las filmaciones que recopila Planetario ponen en relación no sólo el interés de los padres por registrar a sus hijos, además proponen un diálogo impensado entre las diferentes culturas y tradiciones.

Los momentos más potentes surgen, antes que de las diferencias, en las similitudes que se descubren lentamente y que la película se encarga de sugerir sin subrayar. Por ejemplo, está el tema de la violencia y la manera en que circulan las armas por las manos y por la voz de los chicos. Heather, la chiquita norteamericana que sigue a rajatabla el mandato católico materno, demuestra tener un discurso muy estudiado acerca de la partida de su hermano mayor a Irak (está triste pero se muestra orgullosa porque cree que él está cumpliendo con su deber). A su vez, en varias escenas, las armas, ya sean reales o de juguete, son empuñadas inocentemente por los chicos: Fatwa, la pequeña de Egipto que ya a su edad opina sobre política y defiende la mano dura, juega a dispararle a su padre y este simula morir; Anton, de Rusia, es filmado mientras su papá, con un rifle de aire comprimido, le enseña los primeros rudimentos de la caza. Lejos de elaborar un discurso acerca de la banalidad de la violencia y la percepción de la muerte por parte de los chicos, Planetario tiende unas líneas de contacto entre las imágenes que funcionan justamente gracias al misterio que el director les permite conservar, siempre dispuesto a respetar su densidad antes que a agotarlas mediante explicaciones sociológicas.

El arte del montaje

Suele olvidarse con demasiada frecuencia que el cine, además de registro, de puesta en escena, de narración es también, siempre, montaje.

Planetario , que trabaja sólo con materiales filmados por otros y no produce por sus propios medios ningún registro, continúa siendo cine e incluso reflexiona sobre el cine gracias al montaje. La disposición de las grabaciones no es inocente, Tokman se sirve a conciencia de las imágenes que tiene a su alcance para trabajar una serie de relaciones y diferencias que es fruto de la edición: antes de Planetario las familias existían por separado, es la película la que las hace convivir y polemizar compartiendo el mismo espacio conflictivo de la pantalla.

Cuenta el director sobre esa elección: “En algunos casos tuve que guardar material y no ponerlo para cuidar a mis personajes, si no alguno podía quedar muy ridículo o muy expuesto con una ideología y la película pasaba por otro lado. Me detuve en los momentos donde las familias parecen una fábrica de infelicidad, frustración y locura”. No se trata, entonces, de creer inocentemente que el cine reproduce la vida tal cual es sino de aceptar que un documental es un recorte producto de la manipulación como cualquier obra de arte. Entonces, las imágenes de Planetario son atrapantes justo por lo que ponen en evidencia más allá de cualquier cálculo cinematográfico: el momento en que Ignacio, ya grande, abraza a su papá llorando, adentro del auto y en medio de un plano algo descuidado que los encuadra de manera defectuosa, es de una emoción y una autenticidad enormes.

fuente http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/Planetario-Baltazar_Tokman_0_921507890.html

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