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Los qom, las Madres de Plaza de Mayo y las reivindicaciones; solidaridad o narcisismo
Por Luis E. Sabini Fernández - Thursday, Jun. 13, 2013 at 11:48 PM
luigi14@gmail.com

Examen de ciertas solidaridades que más parecen atenderse a sí mismas que a la causa que invocan. Sin querer, nadie duda de sinceridades, pero la política es también pensar, no sólo sentir.

No sé si es que la modalidad expresiva del peronismo se ha impuesto como única, permeando todo el espectro de la cultura política callejera argentina o si existen otras causas y razones, pero es llamativo lo que llamaría cierto sordera, autismo o narcisismo aplicado a muy diversas expresiones de la política de masas, de las manifestaciones en las calles argentinas.
Por cierto que el fenómeno que al menos trataré de ejemplificar dista de agotar, afortunadamente, todo el espectro político del país; Argentina tiene una alta tonicidad política, al menos comparada con muchas otras sociedades; la crisis del 2001 ha dado lugar a un ensanche de la actividad política, sobre todo espontánea o desde abajo; lo prueba la existencia, en los primeros años del siglo XXI, de una intensa red de organizaciones de base, y todavía lo muestra, mal que bien en pie, una larga y compleja ristra de organizaciones y agrupamientos, de redes sociales, de empresas de las llamadas “recuperadas”, de redes alternativas de información.
Asimismo, si tomamos una cuestión clave como son los desechos de las sociedades humanas, “la basura” cotidiana (y la industrial, la hospitalaria, etcétera), Argentina alberga dos posiciones, por cierto enfrentadas entre los que han “descubierto” el uso energético de tales restos para convertir un problema en un negocio y quienes advierten que la incineración de desechos es una actividad ambientalmente nefasta, reproductora del consumismo que está haciendo estragos en la biosfera y acabando con muchísimos bienes naturales, sin los cuales, como muy bien nos recordara el cacique Seattle hace 150 años, nosotros tampoco podremos sobrevivir. Un conflicto ideológicamente rico, puesto que cierta izquierda y la derecha más tradicional hacen causa común con la primera posición, y probablemente pase lo mismo con la segunda.
Pero no vamos a hablar de tales círculos, más bien virtuosos, sino de “los otros”.

Hay una manifestación para condenar un atropello, policial, judicial, gremial… la gente se reúne, protesta, se hace barullo y se toca el bombo.
Hay otra manifestación para recordar los tantos años de la muerte de un querido compañero… la gente se reúne, se hace barullo y se toca el bombo.
Hay un encuentro contra la megaminería que está devastando un territorio enorme sobre la frontera chilena, con una empresa que ha generado una especie de tercera territorialidad en medio de los Andes… la gente hace sus cantos muy críticos… y se toca el bombo.
Festejos por el ingreso a la CELAC o a la UNASUR…. se canta… y se toca el bombo.
Y el bombo se toca siempre igual.

Ante todas las cuestiones, lo primero parece ser siempre, las banderas propias. Hay manifestaciones donde he podido contar casi tantos manifestantes de una agrupación, como banderas de esa misma agrupación. De pronto, los participantes no eran muchos, apenas alguna veintena, pero las banderas…. también veinte.
En la década de los ’80, ahora parece prehistoria, en las rondas de la Plaza de Mayo que las Madres con los pañales por pañuelos habían generado, donde se expresa-ba algo indudablemente nuevo y valioso como era la búsqueda de los desaparecidos y/o la rendición de cuentas de sus desaparecedores, donde la bandera única era precisamente ésa, y había sido generada desde las primeras catorce Madres históricas, a puro pañuelo, nadie enarbolaba si era radical o comunista, o cristiana o peronista.
Algunas Madres se afanaban por evitar que las diversas agrupaciones “istas”, casi todas ellas rojas, obreras, revolucionarias, proletarias, marxistas leninistas, “nutrieran” la ronda las banderas… se daban cuenta que tal vez nutrieran, tal vez no, pero indudablemente cosechaban para sí con esa presencia. Recuerdo que estas Madres, organizadoras, les proponían que rondaran con sus cuerpos y mantuvieran sus banderas enhiestas a la vera de la ronda… Con dispar resultado… la intrusión de banderas, cada uno con la suya, se fue imponiendo y torciendo aquella coloratura original de las rondas…

Aquí nomás, enfrente, cada 20 de mayo en Montevideo se lleva a cabo una manifestación contra el abandono de “la pretensión punitiva” como con lenguaje tan leguleyo se refiere a los “acuerdos del Club Naval” mediante los cuales los militares han eludido toda responsabilidad penal por sus abusos, delitos y asesinatos cometidos en tiempos de la última dictadura en Uruguay (1973-1984) (“acuerdos” firmados por el Partido Colorado y el Frente Amplio). Se hace en silencio. Y atestiguo que se trata de un impacto. Puede ser sobrecogedor. No se necesita un bombo para protestar. Doy fe.

Hace pocos días, por enésima vez representaciones de pueblos originarios, particu-larmente de la etnia qom, emplazada en Formosa, que viene siendo muy hostigada por el poder político y policial formoseño, al punto que registran varios muertos, decenas, en sendos “accidentes” de tránsito, mantuvo una vigilia de 24 horas ante la Casa Rosada para pedir una vez más, audiencia en Presidencia.
El acto, con el crudo frío otoñal que ya parece invernal se cerró al atardecer del segundo día y tuvieron palabras de apoyo muchos luchadores que vienen acompañando como se puede, como podemos, los reclamos de las siempre negadas alteridades que parecen perturbar el sueño de la Argentina blanca, europea, moderna que para muchos parece ser la única existente o al menos la única que merece ser.
Una Madre de Plaza de Mayo cierra el encuentro recordando la lucha histórica de 36 años por la justicia ante las atrocidades de los desaparecedores de 1976. Bien po-dríamos saber que la lucha de los originarios data de bastante más que 36 años, que hay mojones de atrocidades y persecuciones hasta con el primer peronismo, en los ’40, pero que también los hubo en pleno siglo XIX, como la cómodamente llamada “Con--quista del Desierto”, que en realidad la falta total de reconocimiento y justicia tiene, para los originarios, unos 500 años (al menos, la referida a los invasores europeos).
Y el acto se cierra, entonces, recordando a los 30 000 desaparecidos por los cuales se demanda y se afirman vigorosos “presentes”.
Es indudable que la pesadilla vivida a partir de 1976 merece nuestra recordación. Como las MPM insisten, y no solo ellas, en recordárnoslo.
Pero para cerrar un acto de lucha y resistencia de pueblos originarios, tenemos que recordar, y respetar, que entre ellos han sido mucho más de 30 mil los desaparecidos. Tantos, si hablamos de América, que buena parte de los historiadores lo finca como el genocidio más grande y extenso de la historia de la humanidad (vale decir, decenas de millones de seres humanos aniquilados).
Y aun restringiéndonos al actual territorio argentino, el exterminio de nativoamericanos sobrepasó largamente ese triste y trágico guarismo de la Argentina moderna, el que “vivimos” nosotros, en nuestro presente, de los 30000.
Si cerramos un acto de las etnias con tantas dificultades para vivir con dignidad en Argentina y hasta para sobrevivir, recordando a las víctimas de 1976, no expresamos la hondura de la discriminación, el abuso, el genocidio, el racismo sobre el cual se hizo este país (y en general, todos los llamados “latinoamericanos”), más bien los ponemos al servicio de esa atrocidad mayúscula que le tocó vivir al país, y a sus habitantes, desde mediados de los ’70 hasta su final más o menos abrupto con el descalabro malvinense.
Pero los hermanos nativoamericanos no sufrieron su primer castigo hace 36 años. Sino mucho, mucho antes.
Hay que aprender a estar en la piel del otro y no siempre reclamar que otros estén en la piel de uno.

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