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Así se mata a un qom
Por Fuente: La Voz - Friday, Jun. 28, 2013 at 9:58 AM

Una grave sequía agrava la situación de dos comunidades que llevan décadas castigadas por la miseria y el más alto índice de cáncer de cuello de útero que se tenga registrado en el mundo. Postales de una Argentina que no aparece en los avisos.

Así se mata a un qom...
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Sergio Carreras y Sergio Cejas (Enviados especiales al Chaco). Cada año, el otoño se las arregla para pasar de largo y ni siquiera tocar las calles desangeladas de Juan José Castelli, la ciudad chaqueña que se vende en guías de turismo como “Portal del Impenetrable”, el bosque mítico que sigue de pie sobre las tierras duras del nordeste argentino. Es junio y hace mucho calor en Castelli, la ciudad que también es –aunque esto no lo dicen los folletos de las agencias de viaje– el portal de ingreso al territorio qom.

Invisibles. Los qom, antes llamados tobas, no son fáciles de encontrar si uno se queda caminando por las zonas céntricas de esta ciudad de casi 50 mil habitantes. Hay un aborigen fornido, vestido apenas con un taparrabos y con los abdominales pintados de verde cemento sobre la avenida principal, junto a un gaucho y a un inmigrante igual de verdes, pero más abrigados; todos componiendo un acrisolado monumento a la raza.

También hay tres placas, dos de hierro y una de mármol, que destacan “el profundo reconocimiento al aborigen chaqueño”. Las placas están adheridas a una copia miniaturizada del obelisco porteño que, supuestamente por error del correo o del ferrocarril, llegó a esta ciudad en 1936. La otra Castelli, a la que habría ido dirigido el obelisco, en provincia de Buenos Aires, se quedó esperando el regalo. También hay una aborigen, con sus pechos grandes al aire y un jarrón cerámico en la cabeza, que no tuvo más opción que permanecer parada todos los días, exhibiendo su piel de madera en la entrada del municipio.

Pero, los qom de verdad, ¿dónde están? No se los ve piloteando los centenares de motitos que avanzan en cardúmenes por las calles de la ciudad. No se los ve administrando locales comerciales, vendiendo ropa o comidas en la calle, o trabajando de mozos en los bares.

Llegar hasta donde están sus comunidades originales no es sencillo. Están a sólo media hora en auto desde la ciudad, pero encontrarlos es un desafío porque no existe ningún cartel de Vialidad que indique cómo llegar, o las distancias hasta ellos. No hay una sola mención rutera que indique que las comunidades están ahí, que existen. Los mapas instalados en los sistemas de GPS se ponen en blanco al entrar en la zona, que tampoco está cubierta por alguna empresa de telefonía celular. Y los mapas políticos de la provincia dibujan los ríos, las ciudades, pero ninguno visibiliza estas comunidades.

Un río que se fue. Las dos comunidades qom cercanas a Castelli son El Salado y Pampa Argentina. Ambas crecieron junto al río Salado, un brazo ancho y generoso en peces que integra el sistema fluvial del Impenetrable y que ha sido el principal sustento para los qom de esta zona.

Pero, ayudado por la sequía general que castiga la zona y sin previo aviso, el río comenzó a secarse a mediados del año pasado. Para fin de año, los qom vieron cómo el cauce, de unos 100 metros de ancho y de cinco metros de profundidad en algunas zonas, se fue convirtiendo en un arroyo primero, en una serie de charcos después y, al final, en un paisaje de tierra resquebrajada, como se lo puede apreciar en la actualidad.

Los qom de estas comunidades del Chaco, silenciosos como son y encerrados en el monte como viven, llevan medio año muriendo lentamente sin que alguien, todavía, se haya enterado. Los que aparecen habitualmente por televisión, acampando en Plaza de Mayo y pidiendo entrevistas con la Presidenta, son sus parientes de la provincia de Formosa, no son estos.

Luego de perdernos en dos ocasiones, tratamos de comunicarnos con alguien que nos orientara. Para eso, nos acercamos a árboles y lomadas donde, según nos dijeron algunas personas que pasaron en moto, a veces suele haber unas ráfagas de cobertura telefónica. No tuvimos suerte. Luego de varias vueltas, pasamos por una tranquera con un cartel pequeño, escrito con letra vacilante, que decía “comunidad qom”. Era aquí.

Casas de avisos. La comunidad qom de El Salado ha quedado reducida a nueve familias, de las 22 que eran hasta que el río seguía con agua. Un anexo escolar funciona en el centro, que consiste en una pieza construida con ladrillo, apuntalada por un mástil con la bandera argentina y una multicolar wiphala. Las pocas casas alrededor, donde se amontonan varios grupos familiares, son plásticos de publicidades comerciales y políticas envueltos alrededor de cuatro palos clavados que fungen como viviendas.

Uno de los hombres, Eusebio Canducho, se ofrece a mostrarnos cómo hacen ahora para conseguir agua. Salimos hacia el río seguidos por 10 chicos sonrientes y 6 perros flacos. Bajamos la barranca que da al lecho del río. Es como estar parados en el centro de un estadio vacío, rodeados por tribunas llenas de quebrachos colorados, itines, palos santos. Y en el centro, nada. Apenas queda un solo charco verde, putrefacto, donde dan sus últimas boqueadas dos o tres viejas del agua, rodeadas por una multitud de esqueletos y pescados panza arriba, a medio pudrir. Serán quizá los últimos peces con vida que quedan en el Salado. Con unas horas de vida.

Subimos la barranca de la vera contraria. Caminamos 200 metros entre una vegetación cerrada. Llegamos a una perforación, de 13 metros de profundidad, en donde colocaron un caño que termina en un pedazo de neumático que sirve como batea. Al lado, están cavando un pozo que recién va por los dos metros y medio. “No podemos cavar todo el día, como quisiéramos. No comemos bien hace mucho y no hay tanta fuerza”, dice Eusebio. Los chicos persiguen al fotógrafo y luego se cuelgan de una liana desde la cual, en días más felices, se arrojaban a la profundidad del río.

“Ese rastrón lo hicimos tirando de la cola de un yacaré, que se nos metió en la batea”, cuenta Eusebio. Un chico de unos 14 años dice que, con otro amigo, hicieron que el yacaré mordiera un palo y, tirando del palo, lo arrastraron como 50 metros para que no les rompiera la perforación. Unos minutos después, los más chiquitos encuentran otro yacaré, pequeño. Con una horquilla le sujetan la cabeza y otro, de 6 años, lo arrastra de la cola. El yacaré está seco como un pergamino, parece un palo. “Sin pescados, no tienen comida. Se están muriendo”, nos explica uno de los chicos.

El agua no llega más por el río. Nadie sabe por qué. Si por la falta de lluvias o porque construyeron alguna obra río arriba que la detuvo. Tampoco llega el agua que debería enviar el municipio de Castelli para que los qom no se mueran. Un camión tanque debería ir una vez por mes a llenarles un aljibe y algunos piletones. Pero a veces no va. Como ahora, que lleva más de cinco semanas sin aparecer.

Las cosas están peor todavía en la otra comunidad, Pampa Argentina, que también está reduciendo su tamaño a pasos rápidos por la falta de agua. Y por un enemigo más feroz que la sequía: las condiciones de vida han hecho de esta zona de la Argentina la región del mundo con más alto índice de cáncer de cuello uterino. Las mujeres se mueren a puñados. Mueren jóvenes y dejando muchos hijos.

Pero los qom chaqueños mueren como viven. En silencio. Encerrados en un bosque impenetrable e infinito. Ningún grito de agonía alcanza a escucharse, ni siquiera en Castelli, la ciudad más cercana y que rinde un extraño tributo a sus “valientes pueblos originarios”.

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