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Aprender a comer lentejas
Por Jorge Eduardo Simonetti - Sunday, Jul. 14, 2013 at 4:33 AM

Vivir en este mundo sin creencias es como vivir sin valores, sin herramientas de navegación, a ciegas, lo cual hace muy difícil nuestro avance, casi imposible. Es por ello que las posiciones negativas no pasan de constituir arquetipos filosóficos que no pueden replicarse en la conducta humana de todos los días.Pasa lo mismo con la política. Muchos de los que no creen en ella, quedaron atrapados por el desencanto que las malas experiencias les han producido, muchas veces en forma repetida, para llegar a forjar un ánimo de desazón, de incredulidad, finalmente un nihilista práctico o un anarquista militante.

Al ser humano, en su finitud, le ha sido dada la fatigosa tarea de vivir en este mundo luchando contra sí mismo y sus limitaciones, contra el medio y sus fatalidades, contra la sociedad y sus condicionalidades.

Pero, a la par, ha sido dotado de la más extraordinarias cualidades físicas, intelectuales y espirituales, para cambiar lo que deba cambiar, transformar a sí mismo, al medio, a la propia comunidad, de manera tal de forjarse una vida que merezca ser vivida, sobreponiéndose a los más rudos golpes que la realidad propina a diario, renaciendo de sus cenizas.

También es consciente que la soledad es mala consejera, que el aislamiento debilita, que sin ayuda los caminos se estrechan, por lo que su personalidad ha sido completada con el instinto gregario, para buscar el entrelazamiento con otros seres humanos, y así conquistar los propósitos de una vida plena. La cooperación mutua es un dato clave para la marcha de la civilización, de allí que, la necesidad de organizarse, fijar objetivos, establecer límites, obligaciones y derechos, resulta esencial para alcanzar los objetivos individuales y comunitarios.

Organizarse en la propia casa, en el vecindario, en el club, en una comunidad, en toda una nación, es labor ineludible. Existe una escala superior en la tarea organizativa, en la que muchos encargan a pocos la misión de hacerlo, eso es la política.

Según una acertada definición encontrada en Wilkipedia, es “una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva, como un quehacer ordenado al bien común”. La libertad debe ser el componente esencial de la política, sin aquélla en su plenitud, ésta se debilita o desaparece.

Así vistas las cosas, la política es parte de nuestras vidas, está allí, siempre, por acción u omisión, por voluntad positiva o por omisión negatoria. Los problemas comunes se resuelven sólo a través de la política, y si con ella no se logra resolverlos o se agravan, hay que comenzar de nuevo, con los cambios que sean necesarios.

La pregunta es, entonces, ¿por qué la política está tan desacreditada ante el ciudadano común? ¿Por qué vuelve una y otra vez a la mente el “que se vayan todos”? No somos niños, sabemos que fatalmente el lugar volverá a ser ocupado, y ya sean los antiguos o los nuevos, siempre serán personas las que ocuparán los sillones de la política.

Filosóficamente, hay muchos que han optado por colocar un signo negativo a las creencias. Los ateos no creen en una entidad superior, no creen en Dios, los agnósticos no creen en nada que no pueda ser probado por la experiencia o la razón (para ellos el verbo no es creer sino conocer), los escépticos afirman que la verdad no existe, los nihilistas simplemente no creen en nada, los anarquistas no creen en la autoridad y en el estado, y así, continúan las categorías de los incrédulos, que sin dudas también forman parte de la jungla existencial.

Ahora bien, siguiendo el razonamiento que hace Daniel Eskibel, el psicólogo uruguayo experto en procesos electorales, la pregunta es: ¿en qué creen los que no creen en nada?, o más específicamente: ¿en qué creen los que no creen en la política?

Vivir en este mundo sin creencias es como vivir sin valores, sin herramientas de navegación, a ciegas, lo cual hace muy difícil nuestro avance, casi imposible. Es por ello que las posiciones negativas no pasan de constituir arquetipos filosóficos que no pueden replicarse en la conducta humana de todos los días.Pasa lo mismo con la política. Muchos de los que no creen en ella, quedaron atrapados por el desencanto que las malas experiencias les han producido, muchas veces en forma repetida, para llegar a forjar un ánimo de desazón, de incredulidad, finalmente un nihilista práctico o un anarquista militante.

Los “caceroleros” o los “indignados” son, tal vez, ramas de un mismo árbol, pero ni uno ni otros completan el ciclo, pues quedan entrampados en la protesta y la frustración ante un gobierno sin respuestas, porque sus energías muchas veces no tienen el cauce aliviador de la propuesta y la esperanza.

La democracia tiene un valor inconmensurable, poco apreciada cuando está y añorada cuando se ausenta. Tanto tiene que ver con la libertad, que la historia del mundo es la historia de la lucha por la libertad, siempre, en todo lugar, en todo tiempo.

Entonces, a comenzar desde el principio, desde las cuestiones básicas del ser humano. Empezar a creer en lo más cercano, en lo más entrañable, en la familia, en la solidaridad, en una alimentación sana, en el vecino, en el ambiente equilibrado, en la convivencia pacífica, en el derecho a una vida digna, en los valores religiosos, en los derechos humanos, para finalmente transcurrir a otros estadíos que son los que inexorablemente están a continuación: en la democracia, en la justicia, en la política.

Porque creer no significa creer a ciegas, sino creer que se puede cambiar lo que no funciona, que el presente se cambia creyendo y no descreyendo, actuando positivamente y no encerrándose en el escepticismo, el aislamiento, la desesperanza.

Está claro que somos nosotros los únicos protagonistas y hacedores del destino propio, que la magia está en las películas y no en la vida real, y que ello vale inclusive para la política.

Obviamente, los que mandan no son infalibles, y por tal circunstancia no debemos abonar con incredulidad el campo orégano para sus trapisondas, tampoco entregarnos mansamente a sus designios. Creer y actuar es la consigna. Ni carta blanca a los políticos ni descreimiento en la política, ni adulones ni renegados, sí participativos.

“Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando lo vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Aristipo: “Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas”. A lo que replicó Diógenes: “Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey” (El canto del pájaro, Antonhy de Mello).

Aprender a comer lentejas es la cuestión.

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