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Matemáticas inexactas
Por Diego Cazorla Artieda - Tuesday, Aug. 06, 2013 at 7:00 PM
diegocazorla@hotmail.com

Y concluyó nomás el 5º juicio de lesa humanidad de Corrientes, con condenas de 25 años para dos de los imputados: Faraldo y Filippo y 6 años para Ledesma por sus actos aberrantes en perjuicio de 3 víctimas. El párrafo precedente tiene datos correctos, pero tan incuestionables como imprecisos, ineficaces.

Matemáticas inexacta...
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Ni Carlos o Lilián Lossada, ni Noemí Cotto, ni las miles de víctimas sobrevivientes del horror (otra vez los números) volvieron a ser los mismos, y esa es una precisión que no se borra con años más o menos de condenas, ni con cifras de condenados y /o procesados. No se trata de eso.
Entonces qué … ¿no sirve acaso intentar fuertes condenas a los genocidas? dirá algún incauto. Claro que sí! pero el horror de un genocidio es inconmensurable, no puede medirse por ningún dato numérico ni porcentual, intentar una reparación histórica tampoco pasa por los números.
De hecho, desde que las leyes de impunidad (del perdón dirían los piadosos bendecidores de picanas) han sido declaradas nulas de nulidad absoluta por colisionar con los Tratados Internacionales que suscribió nuestro país, y con el sentido común, solo un puñado de genocidas tienen condenas, menos de 500.
Si se tiene en cuenta que precisamente 500 es el número de Centros Clandestinos de Detención (CCD) y en cada uno de ellos actuó un promedio de 10 a 20 genocidas como “elenco estable”, y sin contar los que participaban aleatoriamente de detenciones ilegales, solo un 10% (en el mejor de los casos) no quedó impune hasta ahora.
Es innegable sin embargo todo lo que hemos avanzado en términos de reconstrucción de la memoria histórica, todos los mitos que hemos derribado uno tras otro, tras la nefasta construcción del relato radical que dio en llamarse “teoría de los dos demonios”.
Por cierto era muy cómodo suscribir a ella para el mediopelo argentino: si la violencia de los 60 y los 70 era un enfrentamiento entre dos grupos antagónicos igualmente repudiables, yo que no hice nada, que permanecí impávido ante el llamado de la historia, que tuve miedo, que permanecí alienado, colonizado cultural e ideológicamente o que simplemente miré solo mi ombligo como centro del universo, ya no me sentía tan mal.
La “culpa”, ese concepto religioso que reemplaza en las buenas conciencias a la “responsabilidad”, ya no estaba, me había dado un baño en las aguas del Jordán, de la mano de la construcción de un relato que elaboró el sector político que me representaba como mediopelo, aquel que supo tener un origen revolucionario.
Uno de los mitos precisamente tiene datos numéricos, y es el que pretendía reducir la cifra de víctimas de la dictadura a 5000 o 7000 según estaban dispuestos a reconocer los genocidas, o a lo sumo alrededor de 9000, tomando en cuenta datos parciales de la CONADEP, que siguió trabajando y hoy se eleva a 12.000.
Pero son los mismos represores los que, en base a sus bases de datos elevan esa cifra a 22.000, ya en el año 1978, cuando Enrique Arancibia Clavel (funcionario de inteligencia chileno) le solicita a instancias de sus superiores, esta información a sus pares del Batallón 601 con el alias o nombre de guerra de " Luis Felipe Alemparte Díaz”.
Bien sabido es que la dictadura duró muchos años más y la cifra puede incluso superar la de 30.000, pero sería irrelevante, ya que no se puede agregar ni quitar nada de lo sufrido por el pueblo argentino si sumamos o restamos números. Como dije al principio: el horror genocida es inconmensurable.
Otro de los mitos es el que pretendía explicar tanta locura como “excesos”, cometidos en el marco de una respuesta excesiva a una agresión previa. La reducción de un proceso complejo a la lucha entre dos males: la famosa “teoría de los dos demonios” de la que hablé antes.
Hoy sabemos, gracias a un excelente trabajo periodístico de una de las testigos de la “Causa RI9”, la periodista francesa Marie Monique Robin, que mucho antes de que existieran las organizaciones “Montoneros” y “PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores)”, es decir, a fines de la década del “50, unos generales franceses se instalaban en una oficina en la sede de la Escuela de Guerra de Campo de Mayo.
Los países centrales habían determinado que la Argentina tenía un nuevo rol en la “división internacional del trabajo” el de agro -exportador primario.
Sabían que esto no iba a ser aceptado pacíficamente por el pueblo argentino, y venían a preparar a las FFAA a hacer frente a lo que todavía, objetivamente aún no existía. Las FFAA (salvo honrosas excepciones) asumieron como propios los intereses de éstos países centrales y la doctrina del “enemigo interno”, justificada por el conflicto “este-oeste” que en términos geopolíticos nos era ajeno.
Por último, me referiré a otro mito que, pese a los denodados esfuerzos de sus impulsores, no tiene el menor correlato con la realidad, y es el que plantea la necesidad de la “memoria completa”, y que hay que dejar de “mirar con un solo ojo”.
Lo que está detrás de estos clichés, es la teoría de que se debe juzgar a los militares, pero también a quienes “del otro lado” cometieron crímenes contra personas inocentes.
La pregunta ¿porqué a unos si y a otros no? parece incontestable, y seguramente lo es para muchos jóvenes que nacieron en democracia y muchos adultos que no saben con detalle que pasó con hechos como el asesinato de la hija del Capitán Viola por ejemplo, o la toma del Regimiento de Formosa.
Voy pues, seguidamente, a referirme a estos dos hechos puntuales. No lo hago en forma antojadiza, es que el primero es uno de los más usados como “argumento” para solicitar la reapertura de este tipo de causas. El segundo es de nuestra zona del país y sus protagonistas conocidos en la región.
La causa por la muerte de Viola y su hija se instruyó en Tucumán inmediatamente, y tuvo sentencia condenatoria cuyos responsables cumplieron de manera efectiva.
En relación al Regimiento de Formosa, la dictadura instruyó sendas parodias de juicios en tribunales militares, donde los acusados no tenían las más mínimas garantías y sus “defensores” los tenían que elegir de un menú de subtenientes y tenientes que desconocían las nociones más elementales de las leyes vigentes y los Códigos Procesales. Muchos fueron condenados en esas parodias de juicios y cumplieron penas en condiciones infrahumanas de detención, sometidos a torturas y en algunos casos sin que se les lea de qué se les acusaba.
Otros, ya no están con nosotros y continúan desaparecidos, fueron ejecutados y sus cuerpos continúan siendo ocultos, lo que constituye un delito que actualmente se está cometiendo. Nunca sabremos si fueron culpables o inocentes, porque la dictadura eligió vengarse en lugar del camino de la Justicia.
La mayoría ni siquiera fue “beneficiaria” de esas parodias de juicios y, como en el caso de mi tío Rómulo Artieda, ultimados sin piedad.
Hay que decir también, que aquellos que se sintieron damnificados por los delitos cometidos por las organizaciones guerrilleras nunca fueron limitados por ninguna ley.
No hubo “obediencia debida” ni “punto final” que lesionara sus derechos, y nada impedía que querellen a los responsables, de hecho algunos lo hicieron y lograron condenas como los familiares del Capitán Viola, los mismos que hoy pretenden reabrirla pese a no desconocer que ya es “cosa juzgada”.
Otros se sintieron cómodos con la venganza promovida por la dictadura, a tal punto que no querellaron a nadie.
No estamos abriendo un solo ojo, apenas si nos atrevemos a entreabrir el único que teníamos cerrado, para de una vez por todas mirarnos a la cara con nuestra historia reciente, y lamer las heridas, para que la imagen que nos devuelva el espejo ahora que tenemos ambos ojos abiertos, sea la de ciudadanos libres, dignos y dispuestos a gritar NUNCA MÁS las veces que sea necesario. Honduras nos muestra que el horror genocida, cuando no es juzgado ni recordado, deja de ser “cosa del pasado”.


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