Julio López
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Revista Etcétera. Correspondencia de la guerra social nº51
Por (reenvio) Etcétera - Friday, Nov. 01, 2013 at 9:57 AM
etcetera@sindominio.net

ETCETERA, andadura peculiar iniciada a finales de los 70 y principios de los 80, a la vez como edición de libros, grupo de afinidad, lugar de encuentro y de debate, y revista: correspondencia de la guerra social. En la página web podréis encontrar los últimos números de la revista así como su sumario general, un catálogo de los libros y correspondencia que nos va llegando.

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Revista Etcétera nº 51, marzo de 2013

- Edición
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- Salir del capitalismo
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- El dinero
http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/dinero51.htm

- Indignación, incredubilidad, estupor...
http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/indigna51.htm

- En esta época de guerra
http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/guerra51.htm

- Las guerras del dinero
http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/lasguerras51.htm

- Mali
http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/mali51.htm

- Hemos recibido...
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- Correpondencia
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- In memoriam
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Todos los números de la revista
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Las guerras del dinero
Por (reenvio) Etcétera - Friday, Nov. 01, 2013 at 12:23 PM

Desde 1945 no se ha dado en Europa una guerra convencional generalizada. Repasando los grandes despropósitos cometidos durante los dos últimos siglos, recordamos el intento napoleónico de constituir un imperio mundial, el cual fracasó en 1815 [3.000.000 de muertos]; la breve pero cruel guerra de Crimea en 1854-56 [400.000 muertos]; siguen las guerras de los imperios centrales europeos por la hegemonía del continente; más la Triple Alianza de 1871 entre Francia, Rusia y Gran Bretaña, reforzada en 1904 con el pacto franco-británico y los acuerdos anglorusos de 1907, todo ello para afrontar con supuestas garantías un conflicto bélico que sospechaban se cernía sobre Europa, tal como efectivamente sucedió con la Gran Guerra de 1914-1918. La Entente prefiguró el bando aliado de esta guerra. No se habían dado más de tres décadas sin una gran contienda con sus secuelas de devastación, miseria y muerte. Cuando las vidas de tantos seres fueron segadas, antes ya habían sido atravesadas por las ansias expoliadoras y acumulativas de las grandes Casas europeas.

La primera guerra mundial [ocho millones de muertos y seis millones de inválidos] dejó el legado de la crisis desatada en 1929. Los aliados europeos, ganadores en esta contienda mundial, no pudieron sacar tanto partido de sus beneficios como los Estados Unidos; muy posiblemente ello les ahorró entrar en un atolladero tan abismal como aquel en el que se precipitaron los americanos con la crisis. Tras la catástrofe bélica, la población sobreviviente quedó arruinada y exhausta. Para la reanimación del continente, Europa se endeudó con EE.UU. hasta hipotecarse, los préstamos se agigantaron; además de la necesidad de la reconstrucción, para pasar de una economía de guerra a una de paz se requirieron enormes inversiones. La deuda pública de Francia se multiplicó por 6.5, la de Gran Bretaña por 11 y la de Alemania por 27. Al empezar la guerra en 1914, Estados Unidos debía a Europa 3.000 millones de dólares, mientras que en 1918, el viejo continente le debía 14.000 millones de dólares al nuevo. Sin embargo fue época de grandes negocios, de concentración empresarial y de capital. En los años 20 se fraguaron los cárteles internacionales que controlarían por mucho tiempo los precios mundiales del acero y el petróleo.

A partir de 1925 Europa y Estados Unidos, coincidiendo los mercados con la satisfacción de las necesidades básicas de la guerra, empiezan a ver saturados por encima de sus capacidades de consumo; la obligada disminución de la producción conllevó el paro y el endeudamiento; sin embargo, en los peores momentos, el paro en EE.UU. no sobrepasó el 25%, ni el 30% en Alemania. La fiebre de EE.UU. en la compra de valores hizo subir las acciones a niveles irracionales, y pronto la cotización en bolsa fue pura especulación, alejada del valor real de los bienes. Se jugaba —hoy cosa habitual— con dinero prestado. Ya sabemos la historia: burbuja, quiebra de cuatro mil bancos, suicidios, etc.

La segunda guerra mundial entre otros efectos, [sesenta y cinco millones de muertos] puso fin a la llamada Gran Depresión. Al terminarse aquélla, con 40 millones menos de jóvenes, medio mundo estaba por reconstruir. Para los ávidos capitales había valido la pena. Al fin y al cabo, no hay rosa sin espinas. Al igual que ahora en Irak y en menor proporción Libia, todas las infraestructuras, (comunicaciones, aguas, centrales eléctricas, puertos, pozos y refinerías) la parte más costosa técnica y económicamente, serían reconstruidas por quienes las habían destruido. Con seguridad nos quedamos cortos al decir que fueron cien millones los muertos en Europa de resultas de las guerras en el siglo XX.

La situación actual, ya en pleno siglo XXI, nos lleva a pensar que quizás no convenía lanzar una guerra convencional —‘convención’ entre los pocos que deciden— por no poder prever todas sus consecuencias; quizá podría aquélla convertirse en un boomerang; pero sí son posibles guerras periféricas, de altas plusvalías económicas. Irak [bajo el Régimen Baasista, de 1979 a 2003, 1.393.000 muertos], Agfanistán [de 1979 a 2007, 1.800.000 muertos], Libia… lejos de las metrópolis.

La teoría de la necesidad de la Guerra, o bien la teoría del Conflicto en nuestras sociedades regidas por el capital no es ninguna banalidad; estructuradas éstas en forma piramidal, poseen en sus cúspides todos los poderes, en tanto que enormes bases, voluntarias o no —otro tema—, las sustentan. Estas teorías postulan el conflicto social como un mecanismo —al menos potencialmente positivo— de innovación y cambio social. En sintonía con esa corriente, John Dewey afirma que «el conflicto es el tábano del pensamiento».

En defensa del sistema actual, que ha alejado de nuestras sociedades las guerras tradicionales, se nos ha machacado hasta el tuétano que jamás nuestro mundo había gozado de tanto bienestar como en estos últimos años. Si para evaluarlo usamos términos equívocos editados por la pedagogía del mismo sistema, como ‘calidad de vida’, ‘bienestar social’, ‘expectativas de vida’, ‘índices de consumo’, etc., hay motivos para pensar que sí. Si atendemos al precio pagado por este bienestar, las cosas son muy diferentes. Y si además examinamos la jerga empleada para hacer apreciaciones sobre el sentido y la experiencia del vivir, y ponemos en uso otra terminología más adecuada, los derroteros son otros. ¿No hablaríamos de solidaridad versus competitividad, ocio frente a vacaciones, justicia social frente a libertad del individuo, comunidad frente a Estado…?

En esta época de guerra, la ética utilitarista, que prima la felicidad de un grupo social que ha tomado la iniciativa o que dispone de medios privilegiados por encima de otros, va adquiriendo consenso en la sociedad; también ha conseguido la absoluta primacía de lo económico en el llamado progreso humano. Conceptos como ética empresarial son enseñados en los centros en los que se estudian las artes de la dirección de la economía; lo mismo la asignatura educación para la ciudadanía en la enseñanza de los adolescentes. Sin embargo encontramos un fuerte sustrato ideológico en el que aparecen una serie de variables que calan todas las páginas de los textos usados, ideología solidaria con el sistema neoliberal: los individuos al asociarse (pacto social) configuran la sociedad, se valora mucho más la acción del individuo que la del grupo —como señala Bourdieu, la ideología económico-social de nuestra época es un programa de destrucción sistemático de los colectivos; o la del grupo supliendo lo que no cumple la justicia social (ONGs). Esta enseñanza llama al concurso de toda la ciudadanía para elegir a sus representantes, elementos constitucionales del Estado como la única forma posible de organización social; el rechazo a la violencia, siempre ajena a las instituciones estatales y al mismo sistema, etc. Implícitamente quedan justificadas algunas guerras, incluidas las preventivas, cuando el Estado, con su sistema y sus aparatos, se supone que están amenazados, así como la necesidad del ejército y las cárceles.

No son para obviar algunas causas que han mejorado nuestras condiciones de vida: la sobreexplotación de grandes masas de la población, las guerras y las políticas en las antiguas colonias [sólo en el Congo, durante el reinado de Leopoldo II, entre seis y ocho millones de nativos fueron exterminados]. Respecto a esto último, cabe recordar como las potencias industriales europeas rivalizaron en la conquista de los mejores territorios coloniales para apropiarse de sus bienes. Terminado el reparto, se desató una guerra de aranceles en la que el proteccionismo desembocó a menudo en fuertes tensiones mundiales. También, sin duda, tenemos que decir que es por esta senda por donde transitaron muchos de los pertrechos del reciente bienestar social.

En esta época de guerra, el encarecimiento del precio de las guerras ha aumentado su importancia en la economía, de tal manera que su determinación pasa por encima de otras consideraciones como podrían ser las de tipo ético tradicional. Una guerra es una inversión, y en términos mercantiles debe obedecer a criterios de rentabilidad. Cuando se inició la primera guerra del Golfo en 1991 se produjo de inmediato una explosión en la Bolsa que llevó al mercado norteamericano a alcanzar récords en las cotizaciones.

El coste humano de las guerras no ha sido lo que más ha preocupado a los que las deciden y gestionan, con tal de que las bajas en las propias filas no hayan tenido un balance negativo en la contabilidad. De todas maneras, en estos últimos años los costes tienden a ir a la baja, al menos en las guerras con fuertes desigualdades de desarrollo económico y técnico entre los contendientes. La eficacia tecnológica está llevando a unos resultados más efectivos con menos esfuerzos, como lo señalan el uso de los drones o aviones no tripulados, el de robots, satélites para vigilancia y teledirección de misiles, etc. Son los casos de Libia, y Agfanistán en esta segunda etapa.

La situación de la crisis actual nos remite, en algunos aspectos, a épocas de economía de guerra: restricción del consumo interno; acaparamiento del dinero privado para ser destinado a los fines superiores de la nación; aumento de los gastos de defensa, seguridad y armamento. Los tres datos se dan en nuestras sociedades; solo incidimos en el tercer apartado por ser harto conocidos los otros dos: EE.UU. invirtió en sus ejércitos en el año 2000, 301.697 millones de dólares, y para el 2011 la cifra fue de 711.421, el 4.7% de su PIB. Hoy el gasto militar de los Estados Unidos representa el 50% del gasto militar del mundo. Es difícil dar cabida a la imaginación lo que se puede fabricar con tales cantidades, para destruir con lo fabricado. Es evidente que hay que dar salida a este material. Salvando las distancias, España ya es el séptimo país exportador de armas, cuando como potencia económica es la 13ª.
Las ventas crecieron un 115% el 2011 respecto al año anterior.

Las guerras no desaparecen en la historia, están concatenadas al formar parte de la economía del capital; tras breves pausas, de nuevo son provocadas y reanudadas saltando de un lugar a otro, a la conquista de mercados y bienes. Para ello algo siempre está presente: la represión a través de la autoridad y del absolutismo de las armas; una vez ‘pacificado’ el país, se intenta justificar la necesidad de la existencia de la guerra, con toda su parafernalia de destrucción y muerte.

La guerra es la absoluta expropiación. Ningún sometido deja de ser su víctima; desde la expropiación de todos los bienes hasta la de la vida misma. Punto cero. Humillación de los que han sobrevivido, los cuales tendrán que mendigar, exiliarse, buscar a los suyos, enterrar a los que han perdido. Olvidar los recuerdos, el pasado, para poder sobrellevar el presente. Detrás quedan los Estados, como entes execrables.

Las guerras como súmmum del desprecio a la vida de aquellos que conformamos la base de la pirámide humana, de unos muy pocos hacia muchos. Las pasiones humanas pueden también ser ideologizadas, disfrazadas de razón y convicciones, incluso de virtudes altruistas.

En esta época de guerra, la miopía y el estrabismo del sistema económico-social imperante está rozando —como algunos bolsistas en 1929— la parte baja de la ventana que los puede precipitar al suicidio. El poco consenso social en seguir las indicaciones y recomendaciones que la máquina indica, incrementa, como mínimo, el escepticismo hacia unos engranajes que todos hemos visto como trituran para producir, reconocen al que desahucia, premian al evasor, multiplican los bienes del que ha saqueado y absuelven al más responsable, el político. La creencia en la posibilidad del crecimiento infinito convierte en mito la dogmática razón del sistema de producción, reproducción y acumulación de beneficios.

fuente Revista Etcétera nº 51 http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_51/lasguerras51.htm

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