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Perú: Chimbote, crónicas de una bahía
Por Zully Pinchi Ramírez - Monday, Jan. 06, 2014 at 8:14 PM
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Nunca amé tanto un lugar en mi vida, al pasar los años, en la adolescencia y en la adultez pude conocer los 5 continentes, muchos países y culturas pero dentro de mi corazón estaba el imborrable recuerdo de mi querida playa: "Tortugas", aquel mar fue testigo de tantas alegrías de mi corazón y el sol de la bahía siempre bronceaba mi piel con sutil tranquilidad.

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7-1-2014

¿Qué pasa por la cabeza de una chiquilla de doce años?, es una de las preguntas que en los noventas, no dejé de cuestionarme jamás.

"Alista tus maletas, nos vamos a vivir a Lima, la próxima semana, tranquila mi reina, todo va a estar bien", fueron las escuetas y estrictas palabras de mi padre.

Despertar viendo los tristes cielos oscuros de Lima, fue casi deprimente, aun en aquel lujoso y reconfortante pent-house en una céntrica zona de Miraflores, a lo lejos se divisaba el legendario Parque Kennedy que en aquellas épocas estaba muy oscuro, era centro de alojamiento de niños pobres que tristemente, por un puñado de arroz, se vendían a pedófilos inmisericordes, y era además centro de operaciones de los vendedores de drogas, la apariencia de aquel parque era oscura y escalofriante, parecía un bosque sin vida con árboles moribundos y sin podar.

Todos los días, las noticias eran alarmantes, con suerte había agua y con demasiada bendición, luz, algo muy raro para un exclusivo barrio de Lima, sin embargo muy pronto se me hizo costumbre escuchar los estentóreos ruidos de atentados terroristas.

Fue mejor que la oscuridad imperara, me servía para meditar y evitar ver las patéticas noticias de muertes y coche bombas que salían del televisor de mi cuarto.

El frío y largo invierno, me hacía extrañar con todas mis fuerzas a mi Chimbote querido, allí nos llevó a vivir mi padre con pocos años de nacida, un puerto pesquero ubicado geográficamente a unas 8 horas de Lima, conocido en el mundo porque alguna vez fue un vasto y fértil primer puerto pesquero por sus exorbitantes exportaciones .

Nunca amé tanto un lugar en mi vida, al pasar los años, en la adolescencia y en la adultez pude conocer los 5 continentes, muchos países y culturas pero dentro de mi corazón estaba el imborrable recuerdo de mi querida playa: "Tortugas", aquel mar fue testigo de tantas alegrías de mi corazón y el sol de la bahía siempre bronceaba mi piel con sutil tranquilidad.

Los olores de aquel puerto, nunca me resultaron incómodos, para mí era como respirar fragancias cítricas que junto a los vientos hacían danzar mis cabellos libres como lo es la infancia.

El sonar de la alarma de recreo en el colegio era lo más emocionante, Eliana y yo, éramos como hermanas, ella era una hermosa niña que por cierto me hacía recordar a Laura Ingalls por algunas pecas que llevaba en la nariz, era mi amiga inseparable, mi uña y mugre, mi gran mejor amiga, juntas compartimos tantos momentos cándidos y dulces soñando con cosas grandes, muy grandes, no subestimes a mi pequeña amiga, hoy en día es una hermosa mujer, emprendedora y exitosa profesional que recorre el mundo sin miedos, te llevo en mi baúl de recuerdos querida amiga y ¿quien dijo que no?, cuando decías: "saldremos a volar de Chimbote para el mundo", sonrió con ternura y me alegra ver que llegaste a tu meta con medallas incluidas.

Los veranos eran de película, armando castillos de arena, imaginando una princesa dentro y anhelando en mi corazón de niña: "un día quisiera vivir así".

Caminar de regreso del colegio a mi casa, era una fiesta, me había rebelado contra mis padres, exigiendo que no pensaba subir a aquella camioneta con un hombre que parecía algo rudo, era el chofer que me llevaba, porque también había hecho huelga de hambre para no pisar más la movilidad, puesto que ya tenía 12 años y además mi casa quedaba a solo 5 cuadras del colegio, a diferencia de Lima, Buenos Aires el distrito, donde yo vivía en Chimbote, era tranquilo, pausado e inquietante, cada esquina tenía heladeros, gente vendiendo dulces y pasteles, manzanas acarameladas, algodón de azúcar, la popular canchita o pop corn y como no es de extrañarse en las ciudades costeñas y puertos pesqueros, vendían también pequeños platos de ceviche con yuyo, una verdadera delicia, y claro no podían faltar cancioneros y afiches, entre ellos los de un joven y musculoso hombre, llamado Luis Miguel mostrando todo el esplendor de su porte en aquellas fotos, ¿cuánto cuestan?, preguntábamos todas las chiquillas de primaria que íbamos corriendo detrás de aquel hombre apuesto, yo era una niña y quedé encapsulada con Luis Miguel, coleccioné cerca de 50 afiches de él a full color y de tamaño extra grande y, como era de esperarse, aquel mozo fue infaltable en mis cosas de mudanza.

Intiraymi B_9 200 era una bella y hermosa casa donde pasé casi toda mi infancia, tenía espléndidos jardines y una bella y enorme piscina que calentaba mis primaverales tardes de sol, fui muy feliz en aquel e inmenso palacio, uno de mis hermanos tenía una especie de acuario gigante en una de las salas del segundo piso que francamente aquellos vidrios con agua, oxigeno, algas y peces, no tenía nada que envidiar al mismísimo Sea World.

Los pequeños ponis, fresitas, peloncitos, las Barbies y, por supuesto los Ken también fueron los primeros en llenar la maleta, Barbie y Ken eran novios y tenían que ir juntos con sus respectivos carros y casas, ¿eso era lo correcto no?.

Al instalarme en Lima lo primero que hice fue adornar las paredes de mi habitación con los posters del "Sol", lo único interesante en Lima en esa temporada fue que la publicidad televisiva anunciaba que: "Luis Miguel llegaba al Perú", no podía creerlo, iba a ser posible al menos "ver" a mi gran y primer amor platónico, no faltaron las discusiones entre mis padres para decidir si me dejaban ir al concierto, hasta que mi padre no tuvo mejor idea que mandarme con uno de sus hermanos menores, mi tío Armando, que al saber que debía ser mi obligado y remunerado acompañante no puso su mejor sonrisa.

El gran, estelar y esperado día llegó, tuve la bendición de estar en la primera fila y sencillamente quedé más enamorada que nunca cuando él cantaba: "te voy a olvidar, palabra de honor", no tenía ni idea de lo que significa besar a alguien y gritaba a viva voz: "es tu cara, es tu pelo, son tus besos, me estremezco", nunca me puse a examinar si aquel hombre cantaba o no, o si soltaba algunos o muchos gallos o quizás daba desentonados cánticos, nada de eso, por muchos minutos rogaba que cantara: "Si tú y yo los dos sin nada que ocultar, si tú y yo lanzamos el amor si tú y yo el pájaro y la flor, si tú y yo directo al corazón, al corazón, cariño mío solo tú y yo", pero creo que en esos tiempos ya el "Sol "estaba bastante grandecito como para deleitarme con su voz de ex niño, de igual manera, ese fue uno de los tiernos y locos momentos de mi infancia, mi felicidad fue plena hasta que un día por alguna travesura mía, mi padre entró enojado a mi habitación y me rompió todos y cada uno de mis posters con mucho desdén, yo era su única hija mujer y además la última, así que comienzo a creer que disfrazó sus celos con supuestos castigos, se me cayó el mundo, ya no era divertido ni pasear por Camino Real e al cine y tomar un helado de limón o ir de compras a Chacarilla y comer un Bembos o un Burger King.

En Chimbote, nada se comparaba al cine Chimú, Bahía y Premier, al chifa Tin Tin, el Venecia, al chifa Hugos o al legendario casino español, o a los famosos bocadillos que ofrecían por todas las calles del puerto, llamados: "cachanga", "máchica", "chocho" acompañados por supuesto del infaltable "emoliente con alfalfa", a mis doce años sin esos ricos potajes y sin el "Sol" naciente en mis paredes se me derrumbó la vida, fue muy trágico.

Pronto traté de reponerme, era apasionada con el baile, y reemplacé a mi amor platónico por abdominales y aeróbicos, tenía sólo 12 años pero físicamente aparentaba 18 ó 20, no por la estatura sino por mi desarrollo corporal un tanto prematuro, aun así amé las Barbies hasta los 16 años.

No crean que olvidé el perfume natural de mi Chimbote querido, cada vez que puedo vuelvo a pasar por los lugares bellos donde viví y siento como si el tiempo se hubiera detenido.

No puedo olvidar a todas mis amigas, nos reuníamos siempre y solíamos hacer locuras de niñas, ya saben: hacer tortas, pizzas, imitar, cantar o hacer play back y sobre todo recuerdo esas tardes bailando como locas pero sin olvidar las coreografías de la maestra de danza, una muy delgada e histérica mujer pero extraordinaria en lo que hacía.

Las clases particulares de ingles junto con mis hermanos eran infaltables en cada lunes, miércoles y viernes con un legendario y setentero profesor londinense quien fumaba como quien pensaba que se le acababa la vida en ese instante, a quien por cierto conquisté invitando galletas con mermelada de fresa y sacando ventaja en mis notas sobre mis hermanos mayores.

Blaki me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja, sabía que cuando su "dueña" llegaba iba a hacer beneficiario del más gratificante spa, bañaba a mi perro con todo el lujo posible y disfrutaba secando sus pelos con mi pequeña secadora, creo que hasta mi perfume le echaba a mi pequeño fiel amigo.

Nunca me acostumbré a Lima, nunca me acostumbré a ningún otro país, ni a ningún lugar sobre la faz de la Tierra, en mis diarios escribía cuánto deseaba volver a mi: "Buenos Aires querido", tampoco puedo olvidar a toda esa generación de dulces niños que tuve el privilegio de conocer y que salieron al mundo y lo conquistaron, siendo hoy grandes hombres y mujeres, mucho menos olvidaré al pequeño niño pecoso de 8 años de nombre Pablo, que vivía al frente de mi casa, tenía ascendencia argentina, era todo un caballero y se había convertido en mi pequeño héroe de la infancia.

Hoy han pasado veinte años ya y sigo amando y extrañando volver a cantar el emblemático himno: "Amanece el sol radiante en la bahía, un navío se divisa en altamar, es mi pueblo comenzando un nuevo día, es Chimbote que ya empieza a despertar."
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