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Incorporación de profesionales europeos al proceso modernizador argentino (1852-1914)
Por Eduardo R. Saguier - Friday, Mar. 21, 2014 at 10:45 AM
saguiere@ssdnet.com.ar

Esta investigación ha posibilitado vislumbrar que las contribuciones al desarrollo e innovación desplegadas por los profesionales de las colectividades extranjeras en la segunda mitad del siglo XIX fueron una plataforma donde lo exógeno se mezcló con el aporte nacional alimentando una extraordinaria fragua multicultural. La apertura al mundo de Argentina capitalizó a la sociedad y la colocó a la cabeza del continente latinoamericano por las virtudes intrínsecas de un modelo virtuoso, a pesar de la existencia de un mercado de profesionales que en ciertas áreas se encontraba oligopolizado y en manos de un mandarinato aristocratizante.

Incorporación de profesionales europeos al proceso modernizador argentino (1852-1914)

es parte integrante del capítulo XII de la obra titulada ARQUEOLOGÍA del MANDARINATO y de la NOMENKLATURA ACADÉMICA. Absolutismo, Ilustración, Reforma y Contra-Ilustración en el Río de la Plata y en Argentina (1600-2012), por Eduardo R. Saguier y Joaquín E. Meabe y la contribución en materia médica de Mario Slatopolsky, en http://www.er-saguier.org

por Eduardo R. Saguier
Museo Roca-CONICET
saguiere@ssdnet.com.ar

La presencia de profesionales europeos en América Latina en la segunda mitad del siglo XIX y hasta el desencadenamiento de la Gran Guerra (1914) estuvo directamente vinculada con el proceso de modernización, con los impactos en la periferia mundial de la primera Revolución Industrial --consistente en los derivados de la aplicación del motor a vapor-- y con la consiguiente gestación de una incipiente clase media, proceso al que también contribuyó la producción local de numerosos diplomados universitarios, pese a la existencia de una dirección académica aristocratizante, que estudiaremos en detalle en otro capítulo.

Dicha presencia migratoria modernizadora se manifestó en diversos grados tanto en México durante el Porfiriato (1877-1911), como en Brasil luego de la caída del Imperio y la abolición de la esclavitud (1889), como en Colombia, Perú, y Chile, y en grado extraordinario en Argentina durante su edad dorada (1880-1914), cuya relevancia histórica viene siendo pertinazmente anatematizada desde las más altas esferas oficiales. Estos profesionales europeos comprendían todo el espectro de las ocupaciones calificadas y diplomadas de entonces, incluyendo a agrimensores, abogados, artistas (arquitectos, músicos, escultores, pintores, dibujantes, actores, titiriteros), científicos (geólogos, químicos), educadores, periodistas, fotógrafos, ingenieros, constructores, médicos, farmacéuticos, y odontólogos. Entre los calificados también se encontraban muchos que no eran diplomados, tales como los empresarios, los industriales, y los periodistas, a quienes se les debía el empleo de centenares y miles de obreros y artesanos, incluidos lamentablemente menores de edad, numerosas innovaciones tecnológicas, la conflictividad social (huelgas), y el mecenazgo de artistas y científicos, e indirectamente de las profesiones médica, docente y teatral, a través de las diferentes instituciones de las respectivas colectividades (hospitales, periódicos, escuelas, colegios, teatros, orquestas y bandas de música). Para las colectividades y las profesiones registradas fue preciso diseñar un cuadro de categorizaciones, las que asimismo debieron ser normalizadas, estandardizadas y codificadas.

Esta diáspora migratoria calificada comprendía la mayor parte de las nacionalidades europeas, en especial la italiana y la española, y en menor medida las nacionalidades alemana, inglesa, francesa, belga, polaca, dinamarquesa, y holandesa, y también la norteamericana; diáspora que en muchos casos obedecía a la persecución política, ideológica y/o racial. Si bien todos ellos, salvo los norteamericanos, eran nacidos en Europa, muchos gestaron su educación en América. Ciertos médicos de origen europeo se iniciaron como aprendices en farmacias de barrio, como fue el paradigmático caso de Juan A. Boeri; y otros muchos que comenzaron como peones y albañiles, ascendieron a capataces y maestros de obra, y luego culminaron como constructores y en algunos casos estudiaron para ingenieros.

En efecto, en el espacio argentino se incorporaron una multitud de profesionales, egresados de universidades, institutos, y talleres educativos y culturales europeos, para quienes existía una gran demanda por parte de diversas instituciones de las respectivas colectividades extranjeras y por parte de las cabeceras provinciales del interior del país. El par de millares de profesionales registrados en nuestro padrón están tomados y calculados a partir del diccionario biográfico histórico de Vicente Osvaldo Cutolo, y del de Dionisio Petriella y Sara Sosa Miatello. De ese padrón de profesionales destacamos los industriales, de los que una treintena están registrados por Chueco (1886), otro centenar está listado en Dorfman (1970), y otros más fueron provistos por Marzocco (1995), Frigerio (1999), y Pérez Romagnoli (2004), todos los cuales están empadronados en nuestros Apéndices I, II, y III. El padrón de industriales confeccionado por Dorfman está compuesto por el Padrón provisto por Chueco (1886), y por la nómina de los industriales que peticionan excepciones y exenciones al Poder Legislativo.

Sin embargo, estas identidades y cantidades de profesionales e industriales deben ser relativizadas por cuanto se carece de diccionarios biográficos semejantes al que cuenta la colectividad italiana, que ciertamente está sobrerepresentada en nuestros guarismos. Para equilibrar estos números con los de las colectividades extranjeras no italianas habría que relevar la información existente en las guías comerciales como el Handbook of the River Plate (1875) de Mulhall o el Almanaque Kunz (1878). De ese arduo cotejo llegaríamos a cifras semejantes a las provistas por Valle Iberlucea (1909), cifras que treinta años después fueron transcriptas por Dorfman (1942), y que otros cuarenta años más tarde fueron recreadas en materia demográfica por Nascimbene (1988). Por otra parte, una gran cantidad de estos profesionales que se radicaron en el interior no han dejado rastro biográfico alguno, y deben ser detectados mediante otras fuentes, como las toponimias, los diccionarios biográficos locales o la información que puedan proveer los archivos de los Consejos de Higiene y las Secretarías de Obras Públicas provinciales. Incluyendo estos últimos muy probablemente la cifra de profesionales procedentes de Europa superen ampliamente el par de millares detectado.

La información de la nacionalidad europea viene enriquecida en la Tabla XXXIIa con el origen regional, provincial, y de localidad, verdadera identidad de los inmigrantes, en especial de los italianos, cuya nacionalidad recién se estaba formando y carecía hasta de una lengua común. Pero no todos los integrantes de una colectividad tienen identificada la región, provincia y/o ciudad de origen. La nacionalidad italiana se especifica aclarando el origen abruzo, apuliano, calabrés, friulano, lígur (genovés), lombardo (milanés), napolitano, piamontés (turinés), romano, siciliano, toscano (florentino), o véneto (veneciano); la española particularizando si se trata de andaluz, aragonés, asturiano, burgueño, castellano, catalán, gallego, gaditano, vasco, malagueño, riojense, salmantino, o santanderino; la inglesa especificando el origen irlandés, galés, escocés, o londinense; la francesa diferenciando si es corso, bretón, marsellés, lorenés, occitano, provenzal, vasco, vandeano, rosellés, o parisino; la alemana detallando si es alsaciano, bávaro, berlinés, prusiano, renano, o sajón; y la norteamericana, distinguiendo si es de Nueva York, Massachussets, New Hampshire, Pennsylvania, Ohio, o Michigan.

En cuanto a la ocupación, esta información viene completada en la Tabla XXXIIb, detallando la naturaleza de cada profesión, desagregada por especialidad. Necesariamente la categorización de las distintas ocupaciones no sigue patrones estrictos, pues muchas de ellas se enciman y solapan entre sí, y en muchos casos el biografiado experimentó en vida, sucesiva o simultáneamente, dos o más actividades profesionales. Ambos diccionarios biográficos, el de Cutolo y el de Petriella y Sosa Miatello (este último Online desde 2007), encabezan cada biografía con un epígrafe que identifica la profesión correspondiente al biografiado. En muchísimos casos de militares, políticos, marinos, sacerdotes, escribanos, funcionarios, y comerciantes, procedentes de Europa, categorías no incluidas en nuestra investigación, se ocultan vidas que corresponden a la de verdaderos profesionales modernos. Su identificación y relevamiento deberá ser tarea insoslayable de otra investigación más pormenorizada. Para más detalle, Petriella y Sosa Miatello combinan su trabajo con un listado final ordenado por profesiones que nosotros hemos enriquecido con la información que trae Cutolo y con más detalle procedente de otras fuentes.

En nuestro relevamiento hemos respetado la categorización asignada en los epígrafes por los autores de dichos diccionarios, y las hemos desagregado en multitud de especialidades. La profesión de ingeniero la desasgregamos en ingenieros agrónomos, civiles, electrecistas, ferroviarios, mecánicos, topógrafos, geógrafos, y de minas. La profesión de médico se subdividía en médicos bacteriólogos, cirujanos, dermatólogos, farmacéuticos, higienistas, infectólogos, odontólogos, oftalmólogos, pediatras, y traumatólogos. La profesión de músico se desmembraba en arpistas, cantores, compositores, concertistas, organistas, directores de orquesta, pianistas, violinistas, y violoncelistas. La profesión de pintor se fragmentaba en pintores paisajistas, retratistas, acuarelistas, miniaturistas, y costumbristas. La profesión de arquitecto se deslindaba en proyectistas, y urbanistas. La de escultor, en ornamental, monumental y funeraria. La profesión de periodista se fraccionaba en periodistas gráficos (tipógrafos, imprenteros), periodistas de prensa diaria (redactores, editores, cronistas), periodistas parlamentarios (taquígrafos), críticos teatrales y periodistas políticos, étnicos, intelectuales y viajeros. Entre los educadores la profesión se fragmentaba en educadores alfabetizadores (maestros primarios), normalistas, secundarios, y universitarios. Y las profesiones de industrial y/o empresario se desagregaba en las diferentes especialidades de las industrias derivadas de la agricultura (oleaginosa, molinera, azucarera, tabacalera, algodonera, vitivinícola, forrajera, fideera, maderera y textil), de la ganadería (láctea, frigorífica, chacinado, peletera, curtiembre), de la minería (metalurgia, metal-mecánica, construcción), y de las industrias gráfica (imprenteros, tipógrafos, papeleros), cristalería, destilería, y talabartería.

Esta colosal variedad cualitativa de la oferta de profesionales calificados procedentes de Europa y en mucho menor grado de los Estados Unidos (reducida especialmente al cuerpo docente) garantizaba satisfacer la demanda ocupacional interna, así como un alto grado de competitividad y en muchos casos de solidaria colaboración mutua. Esta última condición era alimentada por la pertenencia a distintas logias masónicas (Luz y Verdad), por la afinidad ideológica con diversas agrupaciones políticas locales, y por la afiliación a diversas asociaciones de socorros mutuos y enseñanza.
No obstante, hubo ciertas especialidades que contribuyeron más que otras al proceso modernizador e industrializante. Ciertamente, los rubros de los profesionales que más contribuyeron al despegue argentino en la segunda mitad del siglo XIX fueron los artistas, los científicos, los industriales, los empresarios y los periodistas. Para el proceso innovador, indudablemente contribuyó un numeroso conjunto de mecanismos, tales como la enseñanza o instrucción que proveían las asociaciones de socorros mutuos; las compañías de teatro y baile europeas que periódicamente visitaban el país; las exposiciones europeas de maquinaria moderna que enviaban a la periferia muestras y prototipos de sus hallazgos (ver el caso de Eduardo Carú); las cátedras ambulantes o itinerantes que visitaban las colonias agrícolas; la información publicitaria que proveía el propio periodismo, en especial el periodismo étnico; y los numerosos técnicos que importaban los establecimientos consolidados, tales como las grandes bodegas e ingenios azucareros, las distintas empresas ferroviarias, y empresas oligopólicas específicas, tales como la Fábrica Argentina de Alpargatas, la Cervecería Quilmes, la Anónima en la Patagonia y La Forestal en el Chaco.

En materia del desarrollo artístico, parte esencial del proceso modernizador producido en Buenos Aires en ese período, se destacaron las instituciones que cultivaron los géneros arquitectónico, escultórico, plástico, teatral y musical. En el rubro arquitectónico, aparte de las innumerables construcciones civiles, tuvo lugar una gran expansión de las obras públicas, y entre ellas la innovadora construcción de bancos oficiales. La llegada de los arquitectos europeos era asimilada mediante vínculos de parentesco y paisanaje, al extremo de constituir verdaderas cadenas de aprendizaje. El joven arquitecto de Ancona Gino Aloisi, apenas desembarcado se incorporó a los talleres del industrial lombardo Pablo Spinola, quien a su vez cuando había llegado unos años antes, se había alistado en los talleres metalúrgicos del industrial genovés José Solari. El arquitecto italiano Bruno Avenati se incorporó al estudio del arquitecto de Ancona Francisco Tamburini. El arquitecto toscano Andrés Marraccini se sumó al taller de su suegro José Cabanna. Y los arquitectos Nicolás y José Canale, padre e hijo, se destacaron por haber introducido el uso del hormigón armado en la edilicia argentina.

En materia escultórica, abundaron talleres y escuelas, donde se enseñaba escultura ornamental, monumental y funeraria. De esta última quedaron como testimonio las bóvedas del cementerio de la Recoleta. En el rubro plástico, pulularon en Buenos Aires --como en Milán con la Academia de Brera y en Turín con la Academia Albertina-- toda suerte de galerías, talleres, ateliers, y centros decoradores. Amén de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes (nombre inicial de la Academia Nacional de Bellas Artes), famosa por exponer la producción pictórica local, el pintor napolitano Eugenio Limarzi acordó en Buenos Aires en 1901, con su colega gallego José Bouchet, una Academia de Bellas Artes para Señoritas. Y el dibujante toscano Adolfo Mors en connivencia con su colega correntina Josefina Contte dio nacimiento en 1908 en Corrientes a la Academia de Bellas Artes e Idiomas. Y en el rubro musical proliferaron academias, conservatorios, cuartetos, institutos musicales, escuelas pianísticas, y sociedades corales y orquestales. Entre las academias musicales se destacaron las de Ponchietti y la Escuela Pianística de Benjamín Cesi, fundada por el pianista napolitano Genaro D´Andrea. Entre las sociedades o asociaciones musicales, descollaron la Sociedad Coral Alemana iniciada por el violinista napolitano Pedro Melani en 1854, la Deutsche Singakademie (Academia Alemana de Canto) fundada en 1862, la Sociedad Musical Buenos Aires, inaugurada por el pianista piamontés Manuel Novara en 1867; la Sociedad La Lira (1875); la Sociedad del Cuarteto de Buenos Aires, fundada por el músico lombardo Nicolás Bassi y que funcionó ofreciendo casi medio centenar de conciertos de música clásica entre 1875 y 1886; la Asociación Beethoven, formada por el director de orquesta parmesano Ricardo Furlotti en 1888, y la Sociedad Orquestal Bonaerense establecida en 1896 por el violinista parmesano Ferruccio Cattelani. Entre los conservatorios, los que más descollaron fueron el de Santa Cecilia fundado en 1894 por el violoncelista romano Luis Forino; el Almagro fundado seis años después, en 1900, por el pianista calabrés Cayetano Bagnati; el del pianista francés Alonso Thibaud asociado al pianista lombardo Edmundo Piazzini, establecido en 1904 y que funcionó primero en los altos del Café Tortoni; el Clementi formado por el concertista napolitano Lorenzo Spena en 1907; el Fracassi del pianista Genaro D´Andrea; el de Vicente Scaramuzza, el del violinista genovés Darío Grassi fundado en 1910; y los conservatorios Mozart en Moreno, el Mascagni en Morón, y el Conservatorio Fomento de las Bellas Artes, sito en Rosario. Y entre los cuartetos, los más reconocidos fueron los de los concertistas Dickman, Pedro Melani, La Rosa, y Ferruccio Cattelani.

Entre los periodistas de la prensa étnica (Argentinisches Tageblatt, Nazione Italiana, La Plata Monatschrift, L´Operaio Italiana, The Standard, El Correo Español, La Patria Italiana, La Patria degli Italiani), los que llevaban la delantera eran los críticos teatrales y aquellos que ponían énfasis en la denominada mala vida. A propósito de la colectividad italiana en Argentina, Bertagna (2009) elogia el rol del periodismo étnico en la construcción de una colectividad en el país receptor del proceso inmigratorio. En cuanto a los científicos, cabe destacar el rol de los químicos, los geólogos y los estadígrafos. Y entre los médicos europeos, los que más contribuyeron al proceso modernizador fueron los bacteriólogos, oftalmólogos y dermatólogos (especialistas en combatir las enfermedades provocadas por el trabajo en las industrias de la curtiembre, del fósforo, del vidrio y del cartón). Algunos de estos galenos eran procedentes de institutos vieneses, y varios de ellos como el otorrinolaringólogo nacido en Túnez Eugenio Cassanello, los cirujanos de la Apulia César Milone, y de Potenza Salvador Marino; el médico bacteriólogo de la Apulia Pedro Simeone, el médico obstetra, arqueólogo y paleontólogo de Ancona Rodolfo Faggioli, y el clínico veterinario Lorenzo Masciotra dejaron una prolífica saga innovadora. Cassanello divulgó en 1902 la traqueotomía y fue el primero en practicar la intubación de la laringe y la laringectomía total. Milone introdujo desde 1880 nuevos métodos para la conservación de cadáveres y para el embalsamamiento. Simeone instaló en la década del ochenta un laboratorio de análisis químicos y microscópicos y logró aplicar el descubrimiento de la electricidad a la terapia médica. Marino fue el primero en emplear a comienzos del siglo la anestesia raquídea. Faggioli ideó aparatos ginecológicos. Y Masciotra inventó instrumentos aptos para el caso de fracturas o anomalías en las extremidades y en las articulaciones.

Amén de los académicos alemanes que fueron introducidos en la Universidad de Córdoba por Sarmiento y Avellaneda, otro número de profesionales europeos de distintas especialidades colaboraron con docentes de colegios y universidades, recalando finalmente en la docencia superior de las dos universidades locales. Tales fueron los casos del cirujano genovés Pablo Marengo en 1859; del agrónomo boloñés Moldo Montanari en 1886; del técnico industrial Nicolás De Rossi; del jurista piamontés Clemente Pinoli; del electrotécnico italiano Jerónimo Pistonato, del fisiólogo Valentín De Grandis, y del arquitecto inglés Paul Chambers. Pinoli fue contratado para la cátedra de economía política en 1854. De Rossi elaboró en 1889, en hornos por él inventados en Tandil, un cemento hidráulico que fue analizado por el profesor de química del Colegio Nacional Buenos Aires Atanasio Quiroga, que dio lugar a un célebre Informe ante la Sociedad Científica Argentina. Pistonato inventó en la Universidad de Córdoba un aparato para las demostraciones de corrientes trifásicas. Chambers dictó cátedra de arquitectura en la Facultad de Ciencias Exactas; y el arquitecto francés René Villeminot, ejerció las cátedras de dibujo y composición decorativa en la reciente Escuela de Arquitectura. Se dio también el caso de algunos profesionales que prestaban sus establecimientos para fomento de las artes y las ciencias. El ferretero lombardo Fernando Fusoni se adelantó cuarenta años a la galería del Dr. Honorio F. Luque, y a la del romano Franz Van Riel, pues prestó gratuitamente desde 1855 su Salón de Espejos, sito en su sede ubicada a media cuadra de la calle Florida, para la exposición de obras de arte, habiendo expuesto en el mismo Pueyrredón, Blanes, Pallière, Manzoni, Dumesnil, etc. El empresario colonizador aleman Elías H. Braun y el inglés Thomas Bridges colaboraron con la expedición a la Patagonia Austral del científico piamontés Giacomo Bove, organizada por la Sociedad Geográfica de Roma. Y el empresario inglés Enrique L. Reynard, al haber importado de las Islas Malvinas planteles de ovejas, haber fundado la primera grasería, y haber importado la primera máquina de esquila, se convirtió a fines de siglo en el primer estanciero patagónico.

En materia de desarrollo industrial, en su fase manufacturera, anterior al taylorismo (condición esencial para la II Revolución Industrial), se destacaron los ingenieros, especializados en la aplicación del motor a vapor, elemento vital que estaba a la vanguardia del proceso modernizador. Amén de los ingenieros, se destacaron los empresarios de las industrias derivadas de la agricultura (oleaginosa, molinera, azucarera, tabacalera, algodonera, vitivinícola, forrajera, fideera, maderera y textil), de la ganadería (láctea, frigorífica, chacinado, peletera, curtiembre, lavadería de lana), y de la minería (metalurgia, metal-mecánica, construcción), y los empresarios de la imprenta, el fósforo, y la farmacia, la mayoría sin diploma universitario alguno, que arrostraban la difícil tarea de transferir tecnología innovadora procedente de Europa (como la del motor a vapor que ahorraba mano de obra, destruyendo empleos pero simultáneamente creando nuevos empleos), la que modificaban y adaptaban en sus propias plantas fabriles. Este empresariado simultáneamente empleaba y capacitaba una masa obrera y jornalera no calificada de origen local y extranjero, que comprendía incluso a la mano de obra infantil, y que se expresaba en distintas lenguas y dialectos.

Los casos paradigmáticos fueron numerosos, tales como los del empresario agrícola genovés Andrés Vaccarezza radicado en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, el bodeguero piamontés radicado en San Juan Vicente Cereseto, el algodonero italiano radicado en el Chaco Marcos Briolini, el agro-industrial piamontés radicado en la provincia de Buenos Aires Carlos M. Nolasco, los industriales italianos y franceses de maquinaria agrícola Primo Marchesi y Juan B. Istilart, el curtidor de baquetas francés Félix Duart, los industriales papeleros piamonteses de apellido Olivetti y el del ingeniero químico lombardo Vittorio Valdano; el del comerciante italiano en panificadoras Eduardo Carú, el del industrial piamontés de la construcción Luis Cerrano; el industrial italiano de la cal Marcelo Bonaria; el constructor piamontés Calixto Rosazza; el cerrajero calabrés Nicolás F. Vetere, los imprenteros alemanes Curt Stiller y Rodolfo Laas, el industrial lombardo Antonio Rezzonico; el cigarrero extremeño Manuel Durán y el italiano Andrés Giúdice; los industriales vascos del fósforo José María Goenaga, y José Lopeteguy, y el francés Jean Maurice Lavigne; y los industriales farmacéuticos: un milanés de apellido Erba y el lombardo Antonio Vercesi; y el del industrial alimenticio de la Apulia radicado en Tucumán Miguel Delisi.

En materia agrícola, el químico milanés Vicente Brusa innovó en el tipo de irrigación, al construir en Tucumán en 1864 un canal que llevaba agua a su establecimiento productor de añil o índigo (leguminosa de propiedades tintóreas), pero de un diseño hidráulico tan errado que lo llevó posteriormente a la quiebra y finalmente al suicidio. Paralelamente, en Chivilcoy, el empresario Vaccarezza inauguró en 1870 una colonia agrícola e industrial complementada con un molino harinero, para el cual adquirió una caldera con una máquina de veinte caballos de fuerza que había pertenecido a un barco fondeado en el puerto de Buenos Aires. En cuanto a la docencia agraria, el ingeniero italiano Antonio B. Passi desarrolló en las colonias de Santa Fé a fines de siglo una cátedra itinerante en un vagón especial fletado por las compañías ferroviarias. Y más tarde, en el procesamiento de granos, Marchesi inventó en 1910 la máquina separadora a discos alveolados de marca Sirio, para la limpieza y clasificación de todo tipo de granos y semillas; e Istilart diseñó el embocador giratorio para trilladoras, rodillos desterronadotes, y pulverizadoras y emparvadotas de malacate.

En la industria vitivinícola, Cereseto introdujo en 1880 cepas de importación excluyendo la uva criolla, lo que le permitió obtener un vino capaz de ser transportado sin deterioro a grandes distancias. Paralelamente, la industria vitivinícola de Cuyo se vio complementada desde 1886 en adelante por una industria subalterna integrada primero por los catalanes Antonio Baldé y Gil Miret, y los ingenieros italianos Carlos y Hector Berri, y más luego por el francés Julio Oscar Rousselle, el austríaco Antonio Fabian, y el ruso Julio Marienhoff, que consistió en la construcción de equipos para bodegas, piezas para la destilación e insumos para el riego, compuestas por calderería, fundición y fábricas de balanzas, básculas, moledoras, prensas, alambiques, compuertas para el riego artificial, cohetes para granizo, y filtros y bombas para trasiego de vino.

En la industria forrajera, Nolasco innovó en materia de enfardado, pues financió en 1894 al técnico boloñés Dante Cicognani para que inventara una prensa mecánica capaz de sacar cada diez minutos cuatro fardos de 200 kg., sustituyendo de ese modo las prensas a mano. En la industria algodonera, Briolini instaló en Resistencia (Chaco), en 1902, la primera cardadora y varias desmotadoras marca Continental Eagle con sesenta sierras a vapor, que superaba tecnológicamente a la inventada un siglo antes, en 1793, por el norteamericano Eli Whitney. En la industria papelera, que había sido iniciada en Santa Fé por los hermanos Olivetti en 1875 proveyendo la Refinería Argentina de Azúcares de Rosario (la cual traía el azúcar de Tucumán merced a la organización ideada por Ernesto Tornquist), se modernizó cuando el ingeniero Valdano inauguró treinta años después, en 1908, en Bernal, Barracas y Avellaneda un triángulo industrial gráfico, papelero y de fósforo, para el cual instaló una línea de tranvía eléctrico que complementaba entre sí los tres establecimientos. En la industria gráfica, los imprenteros Stiller y Laas incorporaron un motor a vapor de 8 caballos sistema Ruston & Proctor (Lincoln, Inglaterra), que ponía en movimiento una veintena de máquinas de imprimir. En el ramo de la panificación, Bagley importó en 1875 numerosas máquinas malaxadoras, amasadoras, batidoras, y cernidoras, y un transportador Vaucanson para conducir y enfriar rejillas, y construyó en el pabellón de los hornos una comunicación subterránea que comunicaba con las carboneras y la caldera. Veinte años después, en 1894, Carú presenció en la Casa Pensotti, de Busto Arcizio (Varese, Lombardía), el funcionamiento de un horno que fundía amasadoras, trinchadoras, y cortadoras, y luego con la representación de dicha firma italiana vendió millares de amasadoras mecánicas Pensotti en Argentina, Brasil y Chile. En el rubro de las pastas alimenticias el industrial de la Apulia radicado en Tucumán Miguel Delisi inventó una máquina para desecar pastas. Y en la curtiembre, industria derivada de la ganadería (frigorífico, chacinado, tambo), Duart incorporó en su planta de Almagro el motor sistema Bréval de 30 caballos de fuerza para fabricar baquetas charoladas.

En el rubro de la cigarrería, un derivado de la industria tabacalera, el extremeño Durán trajo en 1883 tres máquinas de picar tabaco, y un aparato belga que separaba del tabaco habano toda la arenilla y la nicotina. Y una década más tarde, en 1894, el italiano Giúdice, en la Fábrica Nacional de Tabacos, incorporó la cigarrillera a vapor de marca norteamericana Bonsack, que enrollaba quince mil cigarrillos por hora contra los seiscientos por hora que tradicionalmente se fabricaban a mano. En la industria del fósforo, la fábrica de los vascos Goenaga y Lopeteguy en 1860, y luego la de Bolondo y Lavigne en la década del ochenta, hicieron venir de Marsella una docena de máquinas sistema Perrier para cortar cerillas donde trabajaban numerosos menores de 7 a 15 años de edad.

En el género metalúrgico y metal-mecánico, Rezzonico inventó en 1889 una máquina para hacer cadenas de hilos de acero premiada en la Exposición Nacional de Buenos Aires de 1898. En la rama metalúrgica del rubro ferroviario, Rosazza construyó en 1893 un nuevo sistema de vagonetas volcadoras que llevan su nombre, y que se aplicó incluso en Inglaterra, al extremo de ser premiado por la Sociedad de Artes y Oficios de Londres. Entre los talleres de cerrajería, Vetere en sociedad con su paisano J. Raimondi inventó en 1884 una cerradura a prueba de fuego, que poseía 42 resortes y 84 combinaciones, las que no podían ser forzadas pues lo imposibilitaba una descarga eléctrica combinada con la campanilla de un panteléfono. Y en la industria farmacéutica, Erba se caracterizó en la década de 1850 por introducir en la farmacia Demarchi la “caldera de doble fondo” y por hacer preparaciones de extractos y pulverizaciones, y Vercesi inventó el linimento Belgrano contra el reumatismo.

En el ramo de la construcción, derivado de las industrias extractivas de origen mineral (yeso, ladrillos, mosaicos, mármol), y en especial en la fabricación de cal para la producción de ladrillos, Cerrano incorporó en 1874 los hornos de caldeo continuo o ininterrumpido o túnel de horno, que habían sido inventados quince años antes, en 1858, por el alemán Friedrich Hoffmann, desplazando a los hornos discontínuos. Y Bonaria inventó un sistema especial para extraer la cal de las calizas que se traían de Córdoba, del Paraná y del Azul (provincia de Buenos Aires). En materia de infraestructura urbana, en la industria de la construcción de pavimentos o adoquinado, pero derivada no de la piedra sino de la extracción de madera, el industrial alemán Tomás Fuhr inventó en 1885 el afirmado doble de madera que patentó denominándolo “Pavimento Argentino”. Y entre las actividades extractivas de origen vegetal más relevantes existió en el Chaco la industria forestal o del tanino, conocida como la del oro rojo, que para su explotación requirió de un grado de concentración de capital, de indiferencia y negligencia para con la ecología del lugar, y de explotación de la mano de obra desconocidos hasta ese entonces.

Los primeros que intentaron hacer un cálculo estimativo, de las profesiones ligadas a la manufactura moderna, fundados sólo en fuentes censales, para 1895, 1904 y 1908 fueron del Valle Iberlucea en 1909, y treinta años después Dorfman (1942), y luego otros treinta años más tarde otra vez Dorfman (1970) y Villanuev a (1972), confesando Dorfman que no tuvo la posibilidad de cotejar las cifras provistas por Valle Iberlucea, y que la información cuantitativa de los censos de 1908 y 1913 “…no son estrictamente comparables”. El cotejo de esas cifras se podría practicar hoy en día contrastando las guías comerciales de Kunz y de los hermanos Mulhall, que se ofrecen online. Dichas cifras correspondían al número de talleres existentes y no se compadecen con la estadística de los biografiados como profesionales en nuestra Tabla-XXXIIb.

Los autores Grande Cobián (2002), Rocchi (2006) y Pineda (2009), cultivadores del género historiográfico vinculado con los orígenes de la industria argentina, se sumaron al debate inaugurado por Dorfman y Villanueva, y continuado por los estructuralistas rostowianos Di Tella y Zymelman (1967), los neoclasicistas Cortés Conde (1967) y Gallo (1970), y el heterodoxo Díaz Alejandro (1975). Pero lo inconducente de este debate, para desentrañar los orígenes de la industria argentina, habría sido su desconocimiento de las fuentes cualitativas como la biográfica y el excesivo énfasis puesto en las estadísticas macro como las de producción, empleo y consumo de energía. Como es obvio, las fuentes estadísticas no ofrecen explicación alguna para desentrañar el origen de la innovación. Más específicamente, ni Grande Cobián, ni Rocchi ni Pineda incorporaron una fuente documental estratégica para elucidar ese primer período cultivado por Chueco, Moorne, Valle Iberlucea y Dorfman, pues extrañamente no conocieron ni trabajaron el Diccionario de Petriella y Sosa Miatello, pese a que la publicación de éste último los había precedido en treinta años. La omisión de esa fuente los privó de fortalecer su propia caracterización de ese período fundacional. Últimamente, Azzi y de Titto (2008), con prólogo de Eduardo Zimmermann, abundan en la misma tesitura de Grande Cobián, Rocchi y Pineda, pero se reducen --como en los libros de Chueco (1886) y de Moorne (1893)-- a la recopilación de una docena de biografías de los más renombrados pioneros de la industria argentina en los siglos XIX y XX (Noël, Bemberg, Devoto, Tornquist, Bonafide, Di Tella, Pagani, Rocca).

La vinculación que tuvo este desarrollo manufacturero y/o industrial –previo a las leyes sociales condenatorias del trabajo infantil (1906) y a la II Revolución Industrial (cuando se sustituyeron el hierro y el carbón por el acero y el vapor por la electricidad)-- con la docencia y la producción científica y artística habrá que explorar a través de diversas fuentes: analizando los lazos gestados con la circulación internacional de los graduados y la revalidación de sus títulos, estudiando la inserción efectiva de los profesionales europeos en el mercado ocupacional local a través de las mutuales étnicas, e investigando la producción artística y científica crítica de la realidad laboral de entonces.

Referido a la moderna circulación internacional del conocimiento, el proceso de certificación y revalidación de los títulos y diplomas procedentes de los institutos y universidades europeos presentaba casos que se derramaron a todo el interior del país. En el ejemplo de los médicos, farmacéuticos y químicos, una gran porción de los profesionales europeos se radicaban en las provincias y ejercían la profesión mediante una mera autorización expedida por el Consejo de Higiene del distrito respectivo. En un principio, se creó en Santa Fé en 1858 el Protomedicato, cuya función consistía en registrar diplomas de médicos y farmacéuticos en actividad, sometiendo a examen probatorio a aquél cuyo diploma arrojaba dudas. Mientras no se organizó el Protomedicato, en Rosario se constituyó interinamente una comisión médica compuesta de tres facultativos, con los deberes y facultades que competían al Protomedicato. Los Consejos de Higiene Pública se crearon en Santa Fé en 1868, en San Juan en 1887, en Mendoza en 1891, y bajo la denominación de Tribunal de Medicina, en Tucumán en 1868 y en Corrientes en 1890. Estos eran órganos colegiados, constituidos por un presidente y dos o tres vocales médicos y un farmacéutico, y en algunos casos un abogado, un veterinario o un químico. Entre sus facultades estaba la de llevar un libro de registro en el que se anotaban todos los "médicos, farmacéuticos, parterías, dietistas y flebotomistas recibidos". Otra porción importante de profesionales gestionaron en la universidad la reválida al momento del arribo de Europa. Entre los que revalidaron sus títulos más de un centenar lo hicieron en la Universidad de Buenos Aires y otro número más pequeño en la Universidad de Córdoba. De ellos más de setenta fueron médicos, que constituían la tercera parte de los galenos que vinieron de Italia. El resto de los revalidados consignados por Petriella y Sosa Miatello fueron siete abogados, cuatro ingenieros, cuatro químicos, tres agrimensores, un arquitecto y una profesora de piano (ver Apéndice-III).

Si bien este proceso de revalidación dinamizó la importación y circulación de profesionales europeos, no dejó por ello de ser una práctica discriminatoria. La mayoría de los médicos europeos que aprobaron dichos exámenes llenaron vacantes en el interior del país y muy pocos lograron establecerse en hospitales de la capital que no fueran de la colectividad respectiva, lo que probaría que el mandarinato (regimen elitista vitalicio) instalado en los medios académicos argentinos pudo sobrevivir al aluvión profesional europeo. La competencia por las vacantes solía ser apabullante. Ese fue el caso del médico calabrés Battista Vaccaro, quien a fines de 1900 pasó a Rosario y luego de un examen ante el Consejo de Higiene obtuvo el permiso para ejercer la medicina primero en Elortondo y luego en Arequito, ambas localidades santafesinas. Pero con la llegada al pueblo de un médico porteño con título habilitante se vió precisado a ir a Buenos Aires en 1908, donde en un año obtuvo la reválida y pudo así volver y afrontar con éxito la competencia. La reválida era un trámite formal que llevaba como mínimo un año calendario, y que tenía ciertos requisitos que se solían salvar según cual fuere la calidad del candidato. Cuando se trataba de un extranjero con dificultades idiomáticas la reválida era practicada en latín, tal fue el caso del médico sueco Ernesto Aberg.

El proceso de modernización estuvo entonces estrechamente ligado con la inserción de los profesionales europeos en el ramo de los hospitales étnicos, es decir en los hospitales de la colectividad respectiva. Casi medio centenar de galenos italianos fueron médicos internos de los hospitales italianos de Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mendoza, de los cuales la mitad fueron cirujanos; tres lo fueron del Hospital Español; uno del Hospital Francés y otro del Hospital Británico (el listado de los mismos se los identifica con la sigla Mdc-HI en el Apéndice III). La construcción del Hospital Italiano, en el barrio de Almagro, en un predio cercano a la nueva Facultad de Medicina, ubicada en el barrio de Balvanera (barrio donde también funcionaban el Hospital Español y a cinco cuadras en la calle Rioja desde el año 1887 el Hospital Francés), concitó la filantropía de la totalidad de la colectividad y de sus distintas profesiones, incluido el periodismo. Amén de sucesivos conciertos con grandes figuras de la música universal en beneficio del Hospital Italiano, cuando en 1876 tuvo lugar el nacimiento del periódico humorístico Il Maldicente, fundado por socios pertenecientes al Circolo Italiano, resolvieron que las ganancias del mismo irían para la construcción del hospital. La conducción del Hospital Italiano también estuvo estrechamente vinculada con la dirigencia empresaria de la colectividad, pues sus Presidentes entre 1894 y 1914 fueron Cayetano y José Devoto, directores del Banco de Italia y Río de la Plata, y los integrantes de su Comisión Directiva también fueron reconocidos empresarios, como Nicolás Botta, Manilo Castiglioni, Ángel Daneri y Félix Lora. Fueron estos mismos mecenas quienes conjuntamente con Antonio Devoto organizaron, y financiaron la erección y emplazamiento del monumento a Cristóbal Colón, hoy a punto de desaparecer motivado por una concepción ideológica perversa, anacrónica y sobre todo reaccionaria.

Es preciso señalar también las vinculaciones del desarrollo manufacturero con aquella producción artística y científica que era crítica acerva de esta realidad. A propósito de la conflictividad social engendrada por el abuso del capital en temas como la jornada laboral, la explotación infantil, y el empleo exclusivo de mano de obra célibe, amén de los conocidos trabajos del alemán Ave-Lallement y del catalán Bialet Masé, vale citar el caso protagonizado en Rosario a fines de siglo por el dramaturgo oriental Florencio Sánchez. Desatada una huelga en el diario "La República" donde Sánchez trabajaba como crítico teatral, la situación se agravó a raíz del estreno y posterior censura policial de su sainete "La gente honesta", luego retitulado Los curdas, en El Politeama de Rosario, el 25 de junio de 1902. En esa obra se retrataba la personalidad rastacuera del industrial húngaro de origen alemán Emilio Schiffner, a quien el dramaturgo ácrata representaba como la viva encarnación de un capitalismo salvaje y despiadado. Schiffner se paseaba ostentosamente por la costanera de Rosario con costosas prostitutas, lo que dio material al periodista español Eduardo López Bago para su novela de naturalismo radical, titulada La trata de blancas. Carne importada.

Asimismo, debemos puntualizar la íntima conexión entre la crisis del empresariado rural y la producción jurídica de periodistas y jurisconsultos comprometidos con la causa de la clase campesina, como fue el caso del napolitano Francisco Netri, apóstol y mártir del Grito de Alcorta (Santa Fé, 1912); y también con la causa indígena (tobas, matacos, araucanos). Luego de revalidar su título de abogado, Netri se inició en el periodismo nacional publicando trabajos literarios – “Notas sobre el delito en el arte”– y “El problema agrario en Argentina”, y redactando diversos artículos de carácter científico que fueron publicados en la revista porteña Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría. Pero donde más se destacó y que fue el motivo de su desaparición en Rosario cuatro años después, en 1916, a manos de un sicario, fue su defensa de los chacareros santafesinos contra los leoninos contratos de aparcería o tanterismo (por un tanto) donde la remuneración era abonada a destajo fijo. Esta misma situación se replicó más tarde trágicamente, en territorios más alejados e incomunicados. Por cierto, los ingentes costos de la actividad empresaria en territorios geográficamente marginales, y escasamente colonizables al mismo estilo que lo había sido la pampa húmeda, como lo fueron la Patagonia y el Chaco, exigieron una escala de producción e inusuales empresas de capital intensivo, que lamentablemente le hicieron al proceso de modernización un daño grave e irreparable.

En materia de estadísticas, en el mundo de la industria, de acuerdo con la Tabla XXXII-b, el rubro agropecuario de origen vegetal (azucareros, molineros, tabacaleros, vitivinicultores, bodegueros), encabezó los guarismos, seguido por el rubro agropecuario de origen animal (carne, curtiembre, chacinado, destilería, láctea), por la industria de la alimentación (confituras, pastas, fideeros, panificación), luego por la industria gráfica (con una veintena repartidos en partes iguales por los imprenteros, los papeleros y los tipógrafos), la textil, la metalurgia y la construcción (aserraderos, carpintería, cerrajeros, herrería, madereros, marmoleros, mosaicos, vidrieros), y seguidos muy luego por los industriales del mueble.

En cuanto a las nacionalidades o colectividades, de acuerdo con la Tabla XXXII-a, y salvando la sobre-representación producida por la información del diccionario de Petriella y Sosa Miatello, del par de millares de profesionales europeos, casi la mitad fueron italianos (867), un par de centenares o una décima parte fueron españoles (185), un centenar y medio fueron franceses (146) o el 8%, más de un centenar ingleses (114), un centenar fueron alemanes (100), una veintena fueron norteamericanos, una veintena (23) suizos, una decena belgas, media docena (6) polacos, y otra media docena (6) suecos. Del centenar y medio de ingenieros, la mitad fueron italianos (70), una veintena ingleses, trece (13) franceses, una decena alemanes, cuatro (4) belgas, tres (3) suecos, y dos (2) polacos. A su vez, cada nacionalidad prorrateó su participación en la ola migratoria entre sus provincias o regiones de origen. Entre la migración italiana, de aquellos a los que se les pudo identificar el origen provincial y/o regional, un centenar y medio o la sexta parte correspondió a los piamonteses (155), ciento cuarenta a los lombardos, un centenar a los genoveses (115), y casi otro centenar a los napolitanos (86) o una novena parte a cada una de esas regiones, medio centenar a la Emilia-Romaña (Parma, Módena y Bolonia), casi medio centenar a los toscanos (38), más de una treintena a los romanos (35), y otra veintena a los friulanos. Entre la migración española, una treintena correspondió a los catalanes (28), una veintena y media a los gallegos (25), y a los vascos (25) respectivamente, y una docena a los madrileños (12). Y en la migración procedente de Gran Bretaña, una quincena correspondió a los irlandeses (16) y otra quincena a los escoceses (14).

A medida que ajustamos la procedencia geográfica reduciéndonos a las provincias, departamentos y/o ciudades, es más probable que en estas últimas hayan jugado un rol determinante las redes de parentesco y de vecindario. En ese sentido, la comunidad gallega en España tiene provincias que han contribuído más que otras en el proceso emigratorio. La Coruña y El Ferrol igualaron a Orense y Pontevedra en materia migratoria. Por ejemplo, los colegas periodistas coruñeses Eduardo Caamaño, Francisco Dávila Ugarte, y Francisco Mañach Cruceiro emigraron a la Argentina en los años 1870, 1879, y 1884 respectivamente, sin que conozcamos a ciencia cierta cuáles fueron las hipotéticas relaciones de vecindario o de parentesco que pudieran haber cultivado. Del mismo modo, la región piamontesa en Italia tiene provincias, ciudades o aldeas que han producido más emigración que otras, y hay también una treintena de piamonteses de los que no consta la población o aldea de origen. Por ejemplo, los profesionales turineses (ciudad donde se encontraba la universidad más famosa) que emigraron a la Argentina fueron sesenta y cinco o la mitad de los piamonteses. De la región de Campania, los napolitanos (donde se encontraba enclavada la universidad más numerosa de todas) superaron ampliamente a los de Salerno. En la Emilia Romaña los de Parma superaron a los de Bolonia. En el Friule los de Trieste superaron a los de Udine. Y en la Lombardía los milaneses (donde también se hallaba radicada la universidad más importante) doblaron a los de Pavia y Lago di Como.

En materia de ocupaciones calificadas, sobre el par de millares de profesionales detectados, la sexta parte fueron músicos (239 o 15%), otra sexta parte fueron industriales (240 o el 15%), otra sexta parte fueron médicos (230 o el 15%), décimas partes fueron ingenieros (150 o el 10 %), empresarios (144 o el 10 %), y pintores (105 u 8%), seguidos luego por periodistas (106 o el 8%), educadores (96 o 6%), constructores (90 o 6%), arquitectos (ochenta o el 5%), escultores (35), farmacéuticos (una treintena), agrimensores (una veintena), y actores incluidos los tititriteros (una media docena). A su vez las profesiones vienen desagregadas por la especialidad. Del cuarto millar de empresarios corresponde medio centenar a empresarios ganaderos (41), otro medio centenar a colonizadores (53), y una quincena a empresarios teatrales (15) y otra quincena a empresarios navieros (13). Gori (1964) nos señala que de las cuatrocientas (400) concesiones de tierras otorgadas a empresarios colonizadores para instalar colonias agrícolas solicitadas entre 1886 y 1887, se otorgaron solo la mitad y que comprendieron diez millones de hectáreas (o cinco mil leguas cuadradas). Y de estas doscientas (200) concesiones o empresas colonizadoras, dentro de las cuales se encuentra nuestro medio centenar detectado, una décima parte que ocupaban un millar de leguas cuadradas, o la quinta parte del territorio distribuído, perdieron sus derechos sólo por por no cumplir con la ley de sellos. Y del cuarto millar de industriales, ochenta correspondieron a los industriales agrarios de origen vegetal (azucareros, molineros, algodoneros, tabacaleros, vitivinicultores, fideeros, lácteos, panaderos), medio centenar a la metalurgia, otro medio centenar a la industria de la construcción (45) repartidos entre carpinteros, cerrajeros, madereros, marmoleros, sanitarios, y ebanistería, una treintena (30) o su quinta parte correspondió a la industria agraria de origen animal (frigorífica, chacinado, láctea, curtiembre), y una treintena a la industria gráfica (imprenteros, papeleros, tipógrafos).

Entre los ingenieros, la proporción de las especialidades también variaban. Los ingenieros ferroviarios fueron una treintena o el 20% (subrepresentada debido a la ausencia de un diccionario biográfico de británicos), así como los ingenieros hidráulicos, los ingenieros civiles, y los ingenieros agrónomos, los ingenieros topógrafos fueron una decena, los ingenieros de minas fueron siete, y los ingenieros navales una decena, y siguen los ingenieros geógrafos, electrecistas y químicos. Y hubo el caso de ingenieros que también fueron periodistas como Víctor Bareau y Carlos Doynel. Y entre los médicos, la proporción de las especialidades también variaban intensamente. Los cirujanos alcanzaron el medio centenar, los farmacéuticos una quincena, y con menores cifras siguen los médicos bacteriólogos, epidemiólogos y químicos, y una porción considerable de médicos con especialidad no definida. Y hubo también el caso de médicos que ejercieron el periodismo médico como Severino Lorente y Alejandro Pesce.

En el caso de los educadores, sobre el total de ochenta, una decena o el 15% fueron normalistas, una quincena o el 16% fueron educadores alfabetizadores (maestros de escuela primaria), y una docena fueron profesores secundarios. En el caso del periodismo, sobre el centenar de periodistas, una decena o el 10% fueron periodistas políticos, media docena periodistas intelectuales, otra media docena editores, y cuatro gráficos (imprenteros). Y en el caso de la música, sobre casi tres centenares de músicos, medio centenar fueron compositores, otro medio centenar pianistas, unos cuarenta violinistas, una decena concertistas, una veintena cantores, una quincena violoncelistas, cuatro flautistas, y siguen los músicos guitarristas, organistas y cultores del fagot. Cabe destacar que los músicos se caracterizaban por ser cultores de más de un instrumento.

Ahora bien, la proporción de los profesionales europeos respecto a los profesionales graduados en nuestro país variaba según a que tipo de profesión se hace referencia. Aquellas profesiones como la ingeniería y más aún la arquitectura, que eran aquí muy escasas, y por tanto su liderazgo académico más abierto, necesariamente su presencia era más demandada y por tanto porcentualmente más alta. El centenar y medio de ingenieros europeos radicados en Argentina, sobre los quinientos ingenieros graduados en Buenos Aires entre 1880 y 1914, alcanzaron la proporción del 30%. Por el contrario, las profesiones como la medicina, que eran aquí muy abundantes, y consecuentemente su liderazgo académico más cerrado, necesariamente su presencia era menos demandada y por tanto porcentualmente más baja. Los dos centenares y medio de médicos europeos arribados a nuestras playas sobre los tres millares de médicos graduados en Buenos Aires entre 1852 y 1914, apenas alcanzaron la proporción del 8%. La presencia de letrados o jurisconsultos europeos, en especial italianos, era aún más baja.

Aparte del origen nacional y la ocupación profesional, los Apéndices I, II, y III –en que están fundadas las Tablas precedentes-- detallan el destino provincial, el hospital de la colectividad respectiva, la universidad europea donde se graduó, la existencia de la reválida, la provincia donde se radicó y las fechas de nacimiento, arribo a Buenos Aires, y muerte de cada profesional (identificados con los dos últimos dígitos separados por un guión). En materia de género, la participación de las mujeres en la masa migratoria profesional fue muy escasa, registrándose la mayor parte en el campo de las artes, en especial el canto y el ballet. Restaría aún identificar el estado civil de cada biografiado y conocer si los mismos vinieron de Europa casados, solteros, viudos o divorciados. Más aún, en los casos en que llegaron solteros o viudos, habría que identificar con quien entablaron matrimonio, si correspondía a la colectividad de origen, a alguna otra colectividad, o por el contrario se trató de una argentina nativa. De los profesionales europeos que viajaron a la Argentina, hubo muchos que luego de deambular por el país terminaban radicándose en alguna cabecera de provincia, o ejerciendo su profesión con mayor énfasis en un determinado pueblo de provincia, otros muchos que se volvieron a Europa, pero la mayoría renuente a gestionar la ciudadanía argentina. Del par de millares de profesionales europeos, pudimos a duras penas detectar que una cuarta parte se radicó en Buenos Aires y en la provincia del mismo nombre, y otras porciones menores en el resto de las provincias: casi un centenar y medio en las ciudades de Rosario y Santa Fé (135), más de medio centenar (60) en Córdoba, otro medio centenar en Entre Ríos (47), unos cuarenta (40) en Mendoza, una treintena en Tucumán (32), más de una veintena en Corrientes (25), una quincena en Salta, otra quincena en la República Oriental del Uruguay (17), media docena en Río Negro, y otra media docena en Chubut. En la mayoría de los casos los profesionales que arribaban a Buenos Aires lo hacían en plena juventud, siendo más escasos los que lo hacían a edad más madura. La cantidad de años de actividad desplegada por cada profesional europeo en Argentina variaba obviamente con la edad del arribo.

En cuanto a la universidad europea de la cual provenían, en el caso de los italianos, del casi medio centenar de abogados, fue detectado que procedían de la Universidad de Turín una media docena, y de las Universidades de Nápoles y Bolonia media decena cada una. Del centenar de médicos italianos, fue detectado que un cuarto provenían de la Universidad de Nápoles, y una decena de la Universidad de Turín. Los ingenieros italianos, la mayor parte eran graduados de los institutos politécnicos o superiores técnicos, como los de Florencia, Milán, Turín, y Zurich; los especializados como los ingenieros navales eran graduados de las escuelas superiores navales, como la de Génova; y los ingenieros agrónomos de los institutos agronómicos, como el de Papua. Y en cuanto a los músicos, la mayoría provenía de academias, conservatorios, institutos musicales, escuelas pianísticas, y sociedades corales y orquestales de Florencia, Milán y Turín.

En materia artística, en especial en la plástica, se dio una fuerte transdisciplinaridad, pues varios pintores que habían frecuentado los talleres europeos llegaron a América con el interés por retratar las culturas autóctonas, para lo cual cultivaron las ciencias antropológicas, tales como la etnología, la etnografía y la lingüística. También cultivaron las ciencias antropológicas algunos médicos, como fue el caso de Henri Armagnac. En ese sentido, los casos del malogrado Guido Boggiani y el de José Bouchet marcaron una época. También se dio el cruce entre las artes plásticas y la ciencia médica, como fue el caso de la entrañable amistad y colaboración entre el oftalmólogo Pedro Lagleyze y el pintor Ángel Della Valle.

Entre los maestros europeos de artistas que emigraron a la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX fueron detectados en las mismas fuentes bibliográficas (Cutolo, y Petriella y Sosa Miatello), superando al centenar, algunos de los cuales se detallan en la Tabla-XXXIIc. De ese medio centenar de artistas, la mayoría correspondían a maestros que ejercían la docencia en liceos, conservatorios de música y sociedades filarmónicas, y una minoría en talleres de pintura, escultura y arquitectura. En cuanto al origen nacional de los mismos casi la mitad fueron italianos, la décima parte (7) franceses, cinco alemanes, tres españoles, y dos belgas. En la tarea de detectar profesionales que competían con los egresados en la universidad de Buenos Aires tropezamos con jurisconsultos egresados de la Universidad de Córdoba o de las universidades de países limítrofes.

Por último, para conocer con más detalle el proceso de modernización y sus fuentes académicas, además de los vínculos de la industria química con las profesiones farmacéutica y médico-química aquí mencionados, habrá que investigar los vínculos de la industria de la construcción con la arquitectura y la ingeniería civil, de la industria ferroviaria con los ingenieros ferroviarios, y de los empresarios gráficos con los abogados, periodistas y educadores.

En otras palabras, esta investigación ha posibilitado vislumbrar que las contribuciones al desarrollo e innovación desplegadas por los profesionales de las colectividades extranjeras en la segunda mitad del siglo XIX fueron una plataforma donde lo exógeno se mezcló con el aporte nacional alimentando una extraordinaria fragua multicultural. La apertura al mundo de Argentina capitalizó a la sociedad y la colocó a la cabeza del continente latinoamericano por las virtudes intrínsecas de un modelo virtuoso, a pesar de la existencia de un mercado de profesionales que en ciertas áreas se encontraba oligopolizado y en manos de un mandarinato aristocratizante.




Tabla-XXXIIa.- Cantidades de profesionales europeos incorporados al espacio argentino clasificados por nacionalidades y regiones de origen (1852-1914)

Nacionalidad Región Cantidades Porcentajes

Alemanes, 91
Alsaciano,
Bávaro, 2
Berlinés, 7
Hanover 3
Prusiano, 5
Renano, 4
Sajón 11
SRI (Sin Región Id.) 68

Austriacos 12

Belgas 10


Bruselas 2


Flandes


Lieja 3


Gante 2

Dinamarqueses 8
Coppenhagen 2
Kiel 2
SRI 4

Españoles 185
Andaluces 5
Aragoneses 2
Asturianos 6
Burgueños 2
Cántabros 2
Castellanos 5
Catalánes 28
Gallegos 25


El Ferrol 8


La Coruña 5


Lugo 2


Orense 2


Pontevedr 4


SRI 11
Gaditanos 4
Madrileños 12
Malagueños 2
Mallorquinos 2
Riojenses 3
Santanderinos 1
Valencianos 2
Valladolid 3
Vascos 25
SRI 56

Franceses 105
Alsaciano 5
Corso 1
Bajos Pirineos 7
Bretón 3
Estrasburgo 3
Marsellés 3
Lorenés 3
Occitano 4
Provenzal
Rosellés
Parisino 9
Saboya 3
Toulouse 3
Vasco
Vandeano
SRI 102

Ingleses 78
Escoceses 14
Galeses 3
Gibraltar 4
Irlandeses 16
Londinenses 7
Liverpool 2
Manchester 2
SRI 64

Holandeses 5

Italianos 820
Alto Adagio 4

Abruzo 14


Aquila 4


Chiti 10


SRI 2

Apuliano 22


Bari 7


Foggia 8


Trento 3


SRI 2

Basilicata 27


Matera 3


Potenza 20


Lacania 4

Calabrés 25


Catanzaro 9


Cosenza 16

Campania 99


Benavente 2


Caserta 3


Nápoles 79


Salerno 15


SRI

Cerdeña 2



Emilia-Romagna 53


Bolonia 13
Ferrara 5


Forli 6


Modena 12


Plasencia 4


Parma 20


Reggia Emilia 2


Ravena 11


SRI

Friulano 20


Grozeto 2


Prdn 3


Trieste 14


Udine 9


SRI

Ligur 141
Genovés 111
Imperia 5
La Spezia 4
Lavagna 5
Savona 15
Urbina 2
SRI 17

Lacio 35
Romano 35

Laconia 4

Lombardo 140


Bergamo 7


Brescia 7


Como 67


Milan 60


Mantua 9


Pavia 21


Sondria 6


Varese 24


SRI 11

Marcas 27


Ancona 10


Ascoli 9


Macerata 6


Pesaro 3
SRI 1

Molise 16


Campobasso 15

Piamontes 106


Alba 2
Alessandro 14


Asti 5


Cuneo 13


Novara 22
Turín 65


Vercelle 6


SRI 28

Siciliano 25


Catania 4


Mesina 5


Palermo 6


SRI 10

Toscano o florentino 38


Arezzo 2


Carrara 5


Florencia 16


Grosetto 3


Liorna 5


Lucca 16


Pisa 6


Pistoia 3


Siena 2
SRI 5

Umbría 4

Véneto 31


Belluno 1


Fiume 1


Padua 9


Rovigo 2


Treviso 6


Venecia 12


Verona 6


Vicenza 8


SRI 4

SRI 271

Polacos 6

Suecos 8

Suizos 23

USA 28


New York


New Orleáns


Massachussetts






Fuente: Apéndices I, II, y III




Tabla-XXXIIb.- Cantidades de profesionales europeos incorporados al espacio argentino clasificados por profesión (1852-1914)

Profesión Especialidad Cantidades Porcentajes
Abogados 31
Administrativistas
Civilistas
Comercialistas
Penalistas
Procesalistas

Actores 16
Titiriteros 3

Agrimensores 19

Arquitectos 80
Proyectistas,
Urbanistas.

Constructores 80
Arquitectos 2
Civiles 64
Hidráulicos 5
Industriales 2
Navales 6
Ferroviarios 8
Vialidad 3

Economistas 5

Dibujantes 2

Dramaturgos 4

Ebanistas 3

Educadores 96
Alfabetizadores (maestros primarios) 16
Normalistas 10
Profesores secundarios 13
Docentes universitarios 6
SEI (Sin Especialidad Id.) 51

Empresarios 96
Agropecuarios 49
Ganaderos 41
Vitivinicult 8
Banqueros 10
Colonizadores 53
Exportadores 5
Ferroviarios 6
Financieros 2
Gastronómicos 5
Hoteleros 4
Importadores 9
Inmobiliarios 9
Madereros 4
Mineros 4
Navieros 13
Teatrales 15
Telegráficos 1
Transportistas 9
SEI 5

Enólogos 5

Escenógrafos 4

Escultores 34

Estadígrafos 3

Farmacéuticos 36

Fotógrafos 8

Geólogos 8
Grabadores 9

Industriales 307
Agrarios 36
Almidon 3
Azucareros 14
Bodegueros 10
Lavaderos 5
Molineros 15
Tabacaleros 5
Vitivinicultura 12
Fideeros 1
Panificación 7

Ganaderos 37
Carne 2
Chacinado 4
Curtiembre 11
Láctea 5
Saladero 6
Sebo 4
Jabones 5

Alimentación 32
Aguas Gaseosas 3
Café 2
Confiteros 9
Chocolatero 1
Destilería 11
Bebidas 1
Cerveceros 1
Licoreros 15
SEI

Construcción 16
Aserraderos 3
Cal 4
Carpintería 7
Cerrajeros 4
Ebanistería 1
Herreros 7
Madereros 4
Marmoleros 1
Mosaicos 1
PersianMet 1
Vidrieros 1
Sanitarios 3
SEI 8

Cristalería 4

Destilería 16

Electricistas 5

Fosforeros 9

Frigoríficos 4

Gráfica 31
Imprenteros 8
Papeleros 14
Tipógrafos 6
No Identific. 8

Hielo 2

Indumentaria
Sastres
Sombrereros
Zapateros-clzd 8

Mecánica 11

Maquin. Agrícola 5

Metalurgia 29

Muebleros 10

Navales 5

Químicos 11

Talabarteros 4

Textil 30


Camisas 2


Seda 1


Sombreros 2


Sastre 2

Tintoreria 2

SEI

Ingenieros 166
Agrónomos 20
Arquitectos 2
Aviación 2
Cartografos 3
Civiles 26
Electrecistas 5
Ferroviarios 33
Geógrafos 4
Geólogos 3
Hidráulicos 22
Mecánicos 5
Mineros 7
Navales 10
Pintores 3
Químicos 3
Sistemas 2
Topógrafos 13
Vialidad 3

Médicos 243
Bacteriólogos 7
Cirujanos 57
Clínicos 7
Dermatólogos 1
Farmacéuticos 14
Higienistas 3
Infectólogos
Neumonólogos 2
Neurólogos 1
Obstétricos 5
Odontólogos 8
Oftalmólogos 7
Ortopedistas 2
Patólogos 2
Pediatras 2
Psicólogos 1
Psiquiatras 1
Químicos 2
Traumatólogos 1
SEI 120

Músicos 239
Arpistas 4
Cantores 24
Clarenitistas 1
Clavecinistas 1
Compositores 47
Concertistas 10
Contrabajistas 1
Directores de Banda 6
Directores de Orquesta 11
Docentes 8
Fagot 1
Flautistas 4
Guitarristas 2
Organistas 2
Pianistas 43
Violinistas 44
Violoncelistas 14
SEI

Periodistas 106
Editores 6
Gráficos
Imprenteros 4
Parlamentarios (taquígrafos)
Periodistas políticos 9
Periodistas étnicos 2
Periodistas intelectuales 7
Periodistas teatrales 6
Periodistas viajeros 2
Redactores 2
Tipógrafos 1
SEI 67

Pintores 43
Acuarelistas 3
Costumbristas
Decoradores 14
Dibujantes 2
Pintores-Docentes 17
Miniaturistas 2
Paisajistas 3
Retratistas 2
SEI 56

Químicos 13



Fuente: Apéndices I, II, y III.


BIBLIOGRAFIA

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