Julio López
está desaparecido
hace 6429 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

La crisis nuestra de cada década
Por (reenvio) Alejandro Bercovich - Wednesday, Apr. 30, 2014 at 11:16 PM

La economía argentina es un ser histérico y trastornado que con notable regularidad se sobresalta y colapsa. Detrás de esos síntomas recurrentes, prevalece una estructura productiva desequilibrada, reconcentrada e hiper-dependiente. El kirchnerismo lo supo pero no lo quiso o no lo pudo cambiar. Y en el albor de su propia crisis, lo que viene es el conflicto de fondo por la redistribución de la riqueza.

Una crisis cada diez años. Como un sino tanguero o una maldición ancestral, muchos argentinos creen que en esta orilla del Plata estamos condenados eternamente a experimentar sacudones económicos periódicos. A medida que crece, uno aprende a coleccionar como trofeos las anécdotas de las crisis que sobrevivió y empieza a contrastarlas con las que sus mayores le transmiten desde la más tierna infancia. El argentino medio siempre espera la próxima crisis y basa en ello su racionalidad económica, mucho más veloz que la de sus vecinos para adaptarse a reglas de juego cambiantes.

Sabe que un cimbronazo puede hacerlo perder todo y forzarlo a empezar de cero, que el departamento en el que vive puede quintuplicar su valor en un par de años o desmoronarse en la misma proporción, que hasta el queso de segunda o tercera marca puede convertirse en un bien de lujo, que el alquiler o las expensas pueden escapársele o que las cuotas que le faltan pagar de la casa o la heladera o el auto pueden hacerse inasequibles en un abrir y cerrar de ojos. Las crisis también ponen en entredicho el trabajo, la vocación y el futuro. Tensan lazos familiares, disparan tasas de divorcio y generan esa sensación de desamparo e incertidumbre que hermana al desocupado con el precarizado y con el sobreviviente que ve a ambos soplarle la nuca, en un sálvese quien pueda donde los que salen mejor, invariablemente, son los menos.

Pero las crisis económicas no son un accidente, ni un avatar climático, ni un evento natural. Son, según quién las piense, una ruptura del equilibrio al que tienden automáticamente los mercados cuando se los libera de sus ataduras populistas, o una fase del mismo ciclo económico que incluye el auge, por las características propias del capitalismo y su necesidad de destruir capital para valorizarlo. Y también son violentas redistribuciones de ingresos y de riqueza. Esencialmente son eso. Cambios de manos. Un poco de caos pero muchos cambios de manos. Confiscaciones de depósitos, evaporaciones de ahorros y destrucciones de empleos, pero también compensaciones y subsidios fabulosos, fugas de capitales y licuaciones de deudas. Cuando a simple vista parece que todos pierden hay en realidad algunos que ganan callados, porque pudieron prepararse previamente para hacerlo.

En Argentina, las crisis suelen estar determinadas por tres o cuatro características estructurales de la economía: un núcleo exportador agrario muy concentrado en pocas manos y extraordinariamente productivo, una industria manufacturera que exporta poco y para peor depende de las importaciones de insumos, una matriz tecnológica subordinada a las decisiones de un puñado de empresas oligopólicas, en su mayoría extranjeras, y, finalmente, una escasez de divisas que suele aparecer cíclicamente como resultado de todo lo anterior. Mientras esos rasgos estructurales no cambien, digámoslo de entrada, el ritual de la crisis "cada diez años" seguirá.

El pico de inflación y la disparada del dólar son los síntomas que suelen acompañar el estallido de cada crisis, o al menos los que se manifestaron en cada una de las que atravesó el país en la segunda mitad del siglo pasado y la que lo castigó con dureza inusitada en los albores de éste. Es ahí cuando, como ahora, la pregunta fundamental empieza a retumbar en las cabezas de todos y todas. ¿Esto se va a la mierda? ¿Qué es irse a la mierda? ¿Cuánto puede un país hundirse en la mierda de una crisis? ¿Cuán salpicada emerge una economía en recuperación post-crisis?

La coyuntura actual es complicada pero, digámoslo de una vez, el contexto es distinto al de las crisis previas instaladas en el imaginario colectivo argento y súbitamente reincorporadas al debate público a fines del año pasado: el Rodrigazo de 1975, la híper de 1989 y el estallido de 2001-2002.

El vértigo

El Banco Central perdió más de 21.000 millones de dólares de sus reservas (un 40% de lo que atesoraba) en los dos años y medio desde que empezó a aplicarse el control de cambios. Esa sangría se aceleró en 2013, pese a que el Gobierno intentó un blanqueo de capitales que terminó en fracaso, después de recomendar a la población pesificar todo y haberse rendido a los pocos meses. La economía en 2013 apenas esquivó la recesión: creció 5% según el INDEC y entre 2 y 3% según las mediciones privadas. La devaluación de enero -una suba del dólar del 23%, que trepa al 30% si se computan los dos primeros meses del actual ministro de Economía y al 60% en el último año- se sumó a los aumentos reprimidos durante 2013 por los congelamientos "de palabra" de Guillermo Moreno y disparó la inflación al 3,7% en el primer mes de 2014, un nivel insoportablemente elevado que se mantuvo o creció durante febrero.

La inflación empezó a acelerarse en 2007 como un efecto de la puja distributiva entre empresarios y trabajadores. La concentración de los mercados y la estructura oligopólica de la economía inclinan la cancha a favor de los primeros pero no alcanzan para explicar la suba de precios. La inercia, la emisión para financiar el déficit fiscal, el aumento del dólar y la suba mundial de los alimentos son otros tantos factores que también potenciaron la inflación. El incremento generalizado de los precios hizo que la Argentina empezara a aparecer "cara" en dólares y que tanto los importados como la divisa misma empezaran a lucir baratos, como en los noventa. La fuga de capitales no tardó en dispararse y drenó las reservas del Banco Central.

Desde la imposición del control de cambios, la escasez de dólares castigó especialmente al mercado inmobiliario. Las compraventas de casas y departamentos usados se desplomaron un 70% por la falta de liquidez en billetes verdes, combinada con la inédita brecha entre los ingresos promedio y el valor de las propiedades, alimentada a su vez por el ahorro "en ladrillos" del estrato más rico. La actividad de la construcción no se derrumbó a la par de la cantidad de escrituras debido a que el Gobierno inyectó más de 4.000 millones de pesos en créditos para viviendas nuevas a través del plan ProCreAr, destinado a parejas jóvenes y a las clases media y media baja. Pero hacia diciembre, el propio INDEC dio cuenta de una caída del 13% en la superficie construida en los municipios más populosos del país y de un derrape similar en la cantidad de obreros que emplea el sector.

Tras una veloz recuperación durante los años dorados del kirchnerismo (2003-2008) y un pequeño repunte adicional en 2010-2011, el salario real promedio de la economía se estancó en 2012 en valores apenas un 20% por encima de los 2001, con una heterogeneidad inédita al interior de la clase trabajadora, determinada por una tercera parte que permanece "en negro". Detengámonos en esto: si bien el salario real de 2001 fue un mojón a recuperar durante el gobierno de Néstor Kirchner, su nivel era el piso de toda la década del ’90, durante la cual se recortaron derechos adquiridos y se flexibilizaron muchas normas de contratación. En otras palabras, lo que se "recuperó" en términos de poder adquisitivo del salario fue apenas lo perdido en los últimos años de la convertibilidad y el pico de inflación de 2002.

Por el contrario, y aquí un dato clave del inicio de esta crisis, el desempleo se mantiene en los niveles más bajos de la década y se estacionó incluso por debajo del piso que había fijado la fase neoliberal. A diferencia de las cifras de inflación y crecimiento, su medición oficial no aparece cuestionada por los especialistas y arroja una desocupación del 6,8%. Si bien el desempleo joven (hasta 29 años) prácticamente duplica esa tasa promedio y uno de cada tres empleos es precario (y por ende volátil) según el propio INDEC, la ausencia de un "ejército industrial de reserva" de la magnitud del existente durante el crac de 2001 sirve como escudo contra la instrumentación de una salida regresiva tradicional o de un paquete de medidas ortodoxas que intente frenar la inflación mediante un "ancla salarial".

En ese contexto, el último año y medio del kirchnerismo en el poder promete un aumento sostenido en la conflictividad social. A las luchas sindicales tradicionales se sumarán otras nuevas, cuyos métodos maduraron durante la resistencia antineoliberal de los noventa y el estallido popular de diciembre de 2001. Ahí se inscriben los paros y cortes de ruta de los gremios combativos y las seccionales opositoras de los sindicatos burocratizados, pero también los piquetes de los cooperativistas del plan Argentina Trabaja.

Si en 2013 las empresas contratistas de obra pública fueron las primeras en echar gente al caer el ritmo de los encargos estatales ante la necesidad de contener el déficit fiscal, el inicio de 2014 muestra algunas firmas de mediano y gran porte que empiezan a despedir "por goteo". Hacen punta los pequeños establecimientos fabriles y comerciales que mantienen a una parte de sus planteles en negro y los utilizan como variable de ajuste frente a los primeros síntomas de caída de la demanda. Se registran suspensiones y "rescisiones de contratos" en automotrices y autopartistas y también en las fábricas intensivas en insumos importados y en subsidios, como la armaduría de electrodomésticos de Tierra del Fuego. La industria manufacturera, de hecho, cerró 2013 con una baja del 4% en su producción y arrancó 2014 con la misma tendencia.

¿Alguna buena noticia? Sí. Gracias a los dos canjes de deuda de 2005 y 2010 y a los pagos netos efectuados con reservas y parte del superávit comercial de estos años, el peso de la deuda externa cayó abruptamente, del 166% del PBI en 2001 al 42% en 2012. El crédito externo está cerrado desde que empezó el maquillaje de las estadísticas públicas, pero los vencimientos de intereses y capital tampoco obligan a acudir a él. La crisis que se abre paso entre nosotros, entonces, no será una "crisis de deuda" como las de los años ’81, ’89, ’95 (Tequila) y 2001.

Después de la devaluación de enero, el Central siguió perdiendo reservas durante dos semanas hasta que obligó a los bancos a vender parte de sus dólares atesorados, lo cual le inyectó el aire necesario para esperar a que los exportadores de soja empiecen a liquidarse la cosecha. Consciente de que la presión cambiaria se reanudará cuando haya pasado ese período de abundancia estacional de divisas, el nuevo equipo económico apuró el paso para volver a pedir prestada plata en el exterior. En esa hoja de ruta se inscriben el acuerdo con las empresas que hicieron juicios al Estado en el CIADI, la nueva oferta al Club de París, la reapertura de las negociaciones con los fondos buitre, la indemnización a Repsol por YPF y la normalización del INDEC. Kicillof dio por muerta y enterrada la política del desendeudamiento y convenció a Cristina Kirchner de que una inyección de dólares frescos puede evitar un ajuste aún mayor.

Estructuras

Vamos al eje de la cuestión. Lo que determina la persistencia de las crisis "cada diez años" es una estructura productiva desequilibrada, concentrada y dependiente. Esas características no desaparecieron con el boom de las commodities de la última década, que para muchos observadores había enterrado para siempre el recurrente stop and go que caracterizó la segunda mitad del siglo XX. Lo que consiguió ese boom, combinado con la expansión inédita de la frontera sojera y la renegociación con quita de la deuda, fue apenas demorar la llegada de ésta, la siguiente crisis. Pero la "revolución verde", a su vez, agudizó esos rasgos y agregó tensiones inflacionarias (por el desplazamiento de cultivos para consumo interno), sociodemográficas (por la expulsión de personas y el encarecimiento de las tierras) y cambiarias (por el perfeccionamiento de las tecnologías que permiten acaparar granos y demorar la liquidación de exportaciones). Además, el consenso de las commodities que convirtió a América latina en la región más "caliente" del inicio del siglo XXI empieza a verse jaqueado por una incipiente reversión del ciclo alcista de las materias primas, derivado de la desaceleración china y la revaluación del dólar por el fin de los incentivos monetarios de la Reserva Federal estadounidense.

¿Cuánto cambiaron esos tres rasgos determinantes de la economía durante la década del kirchnerismo en el poder? Veamos:

-Desequilibrada

En Argentina, como lo demostró Marcelo Diamand en 1972, el campo es desproporcionadamente más productivo que la industria. El "modelo", tal como lo definió Kicillof en una nota en Página/12 del 19 de diciembre de 2010, poco tiempo antes de su ingreso al Gobierno, "es en lo fundamental, un cóctel de tipo de cambio alto y retenciones". Así visto, decía el ministro en aquel momento, "se trata de un esquema de protección de la industria basado en la transferencia de parte del excedente del agro". Es lo que garantizó las "tasas chinas" hasta la batalla por las retenciones móviles de 2008, que el Gobierno perdió.

Esa transferencia entre sectores hizo que el PBI de la industria se incrementara 149% respecto del piso de la crisis y ayudó a que ese sector creara más de 400 mil empleos formales con un salario promedio que pasó de $1.087 en 2002 a $6.452 en 2011. Las exportaciones de manufacturas de origen industrial (MOI) crecieron 284% desde 2002 hasta 2011, mientras que las de origen agropecuario (MOA) treparon 244%. De América latina, Argentina fue el único país que no acentuó su primarización. Pero tampoco la revirtió.

¿Qué faltó para revertir el desequilibrio? Más inversiones productivas. Los empresarios no las llevaron a cabo porque optaron por colocar sus excedentes extraordinarios en campos, inmuebles o lisa y llanamente en el exterior. Pero el Estado tampoco las hizo. En palabras del economista y docente Claudio Katz, el Gobierno "renunció a industrializar el país incrementando la apropiación estatal de la renta sojera". Según observadores más indulgentes, faltó apoyo político para avanzar en ese sentido. Lo concreto es que la industria genera un déficit comercial cercano a los 25.000 millones de dólares anuales. A la cabeza se ubican dos de los sectores donde el kirchnerismo apoyó su estrategia "industrializadora": el complejo automotor, que en 2013 consumió 9.000 millones si se cuenta a los autopartistas, y la armaduría de electrodomésticos de Tierra del Fuego, que importa por otros 7.000 millones.

-Concentrada

La escasa transformación de la estructura productiva durante la década kirchnerista también se manifiesta en el hecho de que sólo 20 empresas concentran casi la mitad de las exportaciones argentinas y las primeras 200, un 64% (INDEC, Encuesta Nacional de Grandes Empresas). Si se toman sólo los productos agrícolas, las primeras 10 firmas centralizan el 80% de las ventas al exterior. La producción de granos está menos concentrada que la comercialización, pero aún así permanece en pocas manos: según la Federación Agraria, el 80% de las oleaginosas se cosecha en un 8% de los establecimientos de mayor tamaño. Y la facturación de las 500 empresas más grandes del país representa un 26,5% del valor agregado bruto nacional, menos que en el pico de concentración del kirchnerismo (2006) pero más que durante toda la vigencia de convertibilidad.

Durante los siete años en los que Guillermo Moreno fungió como ministro de Economía sin cargo, la política oficial apuntó a negociar condiciones de gobernabilidad económica con los grupos más concentrados. Lejos de haber intentado revertir la concentración, se la favoreció con acuerdos que colocaron a las grandes firmas en una posición más fuerte que las demás y que obligaron a cerrar a las más pequeñas. El proceso fue generalizado pero se expresó con mayor brutalidad en la molinería, los frigoríficos, los tambos, la medicina privada y la industria farmacéutica.

La devaluación de enero, si no es compensada por otras medidas, no hará más que acentuar esa concentración. Suponiendo que las exportaciones de este año sean idénticas a las de 2013, implicará una transferencia de la sociedad en su conjunto a las compañías exportadoras de unos 100.000 millones de pesos, cifra casi equivalente a todos los subsidios a la energía y el transporte que pagará el Estado en el año.

-Dependiente

La cíclica escasez de divisas que afecta a la economía argentina por una industria que no logró superar nunca su adicción al dólar y a los insumos importados también se agrava por el rol preponderante del capital extranjero. Desde 2003 y hasta la aplicación del control de cambios, las utilidades y dividendos que giraron las multinacionales a sus casas matrices crecieron sin cesar, de 633 millones de dólares en 2003 a 7.331 millones en 2011. En la primera década del siglo XXI, a contramano del discurso oficial, esas remesas se duplicaron respecto de la década menemista, de un promedio equivalente al 1% del PBI a casi el 2% del PBI.

En medio de la peor crisis del capitalismo mundial desde 1930, las multinacionales con sede en Europa y Estados Unidos se pusieron a la defensiva. El ajuste llegó primero a sus filiales en el extranjero, que se convirtieron en los salvavidas de sus balances. Así se explica el salto brusco en los giros de utilidades entre 2008 y 2010. Cuando se aplicó el control de cambios, las multis intentaron mantener la sangría mediante trucos como el pago de "autopréstamos" a sus casas matrices, la compra de patentes, partes, marcas e insumos en sus países de origen o la lisa y llana subfacturación de exportaciones.

Hasta la expropiación de la mayoría accionaria de YPF, tanto la "argentinización" como el avance del Estado en la economía eran pura retórica. Y aún después de ella, la extranjerización del resto de las ramas productivas luce intacta. Las empresas con participación extranjera dentro del panel de las 500 más grandes pasaron de 219 en 1993 a 340 en 2003 y apenas retrocedieron a 322 en 2011 (INDEC, ENGE). Así, tan solo una de cada tres compañías líderes permanecen en manos de la fantasmal "burguesía nacional", a la que apostó fallidamente el kirchnerismo.

#ElModelo

Después de la devaluación de enero, la competitividad de las exportaciones argentinas equivale a la de 2010, cuando las arcas públicas y el comercio exterior todavía exhibían superávits "gemelos". En otras palabras, ya no quedan razones reales para profundizar la devaluación del peso. Pero sí hay potentes presiones financieras, que volverán a manifestarse cuando se agote la liquidación de los dólares de la cosecha récord de soja que se espera para este año. Los argentinos ricos que fugaron capitales al exterior y sus socios transnacionales aspiran a que vuelvan a abaratarse los activos locales en moneda dura para terminar de realizar sus ganancias extraordinarias. Los exportadores del núcleo concentrado también aspiran a acrecentar su tajada de la renta nacional. Para peor, los vencimientos de deuda del Estado en 2015 son sensiblemente mayores que los de este año y agregarán antes de las elecciones presidenciales otra restricción a un balance de pagos ya maltrecho.

En su nota de 2010, Kicillof ya sostenía que ante la creciente inflación y tras el revés político del voto "no positivo", el margen para sostener el modelo de "tipo de cambio alto + retenciones" se agotaba. Y que no se podía apostar a desembolsos extranjeros en plena crisis mundial. Por ende, se hacía necesario que el Estado tomara las riendas de la inversión, para cambiar la estructura productiva desequilibrada, concentrada y dependiente. Algo que comenzó a implementar él mismo desde el año siguiente, gracias a las participaciones accionarias en 42 de las mayores compañías del país que heredó el Gobierno tras la estatización de las AFJP. Pero quizás llegó tarde y no alcanzó.

En el mismo texto de referencia, Kicillof descartaba tanto la apreciación como la devaluación del peso. "La apreciación es un gran negocio financiero y tal vez tenga un efecto neutro para los sectores exportadores con un fuerte componente de insumos importados, pero lo cierto es que esta salida es recesiva, tal como lo fue en los noventa. Lo malo es que el camino de la devaluación probablemente tampoco sea efectivo para extender la protección cambiaria ya que, a diferencia de 2002, no tardará en trasladarse a precios y de ahí, mientras se mantenga el empleo elevado, a salarios y costos. He aquí el dilema: la apreciación es recesiva y la devaluación –sin retenciones variables–, inflacionaria".

El diagnóstico no falló. Sí lo hizo la política. En lugar de la sintonía fina que prometió en 2011, Cristina Kirchner optó por la apreciación durante 2012 y 2013 y gatilló la recesión que ahora empieza a manifestarse, potenciada por los desequilibrios derivados de un control de cambios tosco, sin reglas claras y sucesivamente emparchado. En el arranque de 2014, la corrida contra el peso la forzó a ir hacia la devaluación, que -sin retenciones variables y con la misma estructura desequilibrada e importadora- resultará ineludiblemente inflacionaria.

La oposición de derecha no ofrece otra salida que completar el ajuste ortodoxo que empezó a poner en práctica el Gobierno. Exige una mayor suba de las tasas de interés y un violento recorte del gasto público que descargaría el peso de la crisis en los trabajadores estatales, los únicos que todavía ganan menos en términos reales que durante el menemismo. También pide "moderación" en las paritarias, justo cuando a los sueldos les toca recortar por la escalera la ventaja que los precios les sacaron en ascensor en los últimos meses. Los partidos de izquierda, curiosamente, dedican más energía a lanzar pronósticos apocalípticos de un Rodrigazo inminente que a impulsar alternativas que ayuden a evitarlo.

La crisis ya empezó. Lo que está en juego -y se decide en estos meses, especialmente en las paritarias- es cuán profunda será. Y quién la paga.

fuente: revista crisis nº16 http://www.revistacrisis.com.ar/la-crisis-nuestra-de-cada-decada.html

agrega un comentario