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Buenos Aires: Entre la grúa y el globo
Por (reenvio) G. Jajamovich y L. Menazzi - Friday, Jun. 06, 2014 at 4:59 AM

Sólidas, contundentes y vistosas. Las obras públicas transforman la ciudad de Buenos Aires al tiempo que tapan con su ruido ensordecedor las cifras del déficit habitacional. En paralelo, la construcción privada de edificios y torres suntuosas no para de crecer. Mientras tanto, el progresismo no consigue argumentar acerca de las falencias de la gestión del PRO en una urbe que le da la espalda a su área metropolitana, para alegría de sus habitantes.

Lo que hace un tiempo circulaba como una información que sólo manejaban los expertos y que no dejaba de sorprender a los profanos va siendo cada vez más conocido: la ciudad de Buenos Aires no crece en población desde hace más de sesenta años. Éramos 2.982.580 en 1947 y el censo 2010 contabilizó un poco menos aún: 2.890.151. De no ser por el crecimiento de los habitantes de villas, la ciudad perdería población. Esto no parece hacer mella sobre la acelerada construcción de edificios de vivienda con pileta de natación, SUM, solárium, gimnasio, sauna, parrilla, laundry, deck y todo tipo de amenities tan vistosas como inutilizables.

A pesar de que la población de la ciudad no crece y los metros cuadrados construidos se multiplicaron exponencialmente, las necesidades habitacionales lejos están de resolverse. Gran parte de lo construido se orienta a vivienda suntuosa o lujosa obviando el creciente y persistente déficit habitacional que afecta al 16,7% de la población.

Es que el incremento de la construcción de nuevas viviendas funciona como una vía más de inversión y reserva de valor que poco tiene que ver con dar techo a los porteños. Según el último censo, en Buenos Aires hay 340.975 viviendas desocupadas: casi el 24% de las viviendas de la ciudad. En Puerto Madero el porcentaje se eleva exponencialmente: “casas sin gente, gente sin casas”, como se lee en esporádicos y efímeros stencils.

El coctel de déficit habitacional, viviendas vacías y boom de la construcción no es simplemente un daño colateral del mercado o un efecto no deseado. El Gobierno de la Ciudad considera que la valorización inmobiliaria es una meta virtuosa a lograr sin importar las consecuencias sociales y urbanas que esto pueda acarrear. Puesto a explicitar su ciudad “deseable”, el GCBA nos presenta un indicador de “equitatividad en el valor del suelo” que mide la diferencia entre las zonas norte y sur de la ciudad (¡levante la mano quien esté contra la equitatividad!). En criollo: valorizar el suelo en la zona sur contribuiría a mejorar la calidad del hábitat urbano, sin importar los procesos de expulsión de población que esto supondría. Algo así como considerar que la salud de una familia mejoraría asesinando al abuelito enfermo. Salvo que estemos malinterpretando tal indicador y una fantasmagórica ala izquierda del macrismo promueva una orientación contraria: “desvalorizar” el suelo en la zona norte como medio para acrecentar la aludida equitatividad.

El desajuste

Este modelo urbano de “políticas públicas y rentas privadas” se complementa con una andanada de obras públicas que la ciudad hace tiempo no veía: pasos bajo nivel, metrobuses, peatonalización del microcentro, bicisendas. Muchas de estas obras estaban presentes en la agenda técnica y política hace tiempo. Otras eran pedidas a gritos por los vecinos. La novedad y el mérito de la segunda gestión PRO es su acelerada capacidad de materialización. Por otra parte, las referencias que el metrobús trae a “ciudades modelo” como Bogotá y Medellín no deberían hacer que olvidemos que en éstas, las transformaciones en la movilidad fueron acompañadas con inversiones en infraestructura cultural en barrios periféricos en el marco de una mirada más global sobre la ciudad. Las preferencias por una ciudad compacta que el Gobierno sostiene, indicando el ejemplo de Barcelona, tampoco deberían hacernos olvidar cuánto más deseable sería una ciudad físicamente compacta de la mano de una ciudad menos desigual.

Como indican los críticos del macrismo, muchas de las obras que encara el GCBA operan con lógicas contradictorias. Las inundaciones que van rotando de barrio al compás de las obras públicas y privadas son una prueba de que lo que se hace con la derecha, se deshace con la izquierda. Siempre hay amigos que se benefician y sobreprecios. En la construcción del metrobús de la 9 de Julio se optó por el trazado que atravesaba el carril central en lugar de establecer el recorrido por las calles laterales. Mucho más costoso, pero también más visible e impactante. Los costos presupuestados para su construcción crecieron de modo astronómico respecto al metrobús de Juan B. Justo. El trazado elegido hizo necesaria la construcción de túneles en parte del recorrido, que fueron recientemente licitados por AUSA: el feliz preadjudicatario de la licitación fue el suegro del presidente de esta empresa pública de la Ciudad.

La contratara de todo esto son los cada vez más subejecutados presupuestos de vivienda, educación y salud. Como ejemplo destacado, frente al estallido del Parque Indoamericano a fines de 2010 que puso sobre la mesa la crisis habitacional, el Instituto de Vivienda de la Ciudad respondió ejecutando un magro 39% de su presupuesto en el 2011.

La letanía de críticas nos resulta conocida, ineludible e indiscutible. Sin embargo, a mayor certeza del carácter gentrificador y expulsivo de las políticas del actual gobierno del GCBA, mayor es el sostén político que éste recibe de la ciudadanía. Frente a este desajuste entre la imaginación crítica y la experiencia que los habitantes tienen del actual Gobierno de la ciudad de Buenos Aires cabe preguntarse lo siguiente: ¿Cómo se discute con la vecina que está contenta con su plaza refaccionada? ¿Corresponde luchar contra la inefable felicidad que producen los minutos ganados por la existencia de un nuevo paso bajo nivel? ¿Se puede debatir la renovación de un área frente a la alegría vecinal (aun la de aquellos que podrían verse expulsados por la dinámica mercantil que conlleva)? En definitiva, cómo desarmar el compendio de lugares comunes que indican que las “obras” son “obras”, y que éstas son capaces de solucionar cualquier problema, que son la única garantía de que la ciudad avance y esté en movimiento. Sospechamos que denunciar sobreprecios, árboles cercenados o patrimonio dañado no apunta a la cuestión de fondo sino que la vuelve más escurridiza aun. Pareciera que la letanía crítica está pasando por alto cuestiones que resultan centrales para los vecinos de la ciudad.

Desde el progresismo en sus múltiples variedades, se ha insistido respecto a la desigual suerte política, económica y cultural de la zona norte y la zona sur de Buenos Aires. La línea imaginaria que la divide, escenificada por la avenida Rivadavia, es el parteaguas de una ciudad desigual cuya fractura sería preciso remediar. Sin embargo, junto a tal preocupación se ha desarrollado una actitud crítica ante las iniciativas que pretendían intervenir sobre la zona sur, bajo el argumento de evitar su valorización inmobiliaria y la posible expulsión de población por motivos económicos. Más allá de estos peligros, gobiernos que se autoproclamaban progresistas tuvieron intentos más o menos tímidos de intervención, buscando valorizar inmobiliariamente la zona aunque, debido a contextos socio-económicos adversos y/o incapacidad política, no lograron avanzar.

Frente a la no intervención, el heterogéneo conglomerado de radicales, peronistas, democristianos, liberales y oenegeros llamado PRO ha producido un viraje y un sinfín de iniciativas. Es que, aun contando con antecedentes en gestiones previas, el ritmo de propuestas en el sur de la ciudad es elocuente y frenético: Distrito Tecnológico en Parque Patricios; Distrito del Diseño en Barracas; Distrito de las Artes en La Boca; Masterplan para la Comuna 8 y sus Distritos del Deporte y la Biotecnología, subte H. Así, busca colocar al sur como un plato apetitoso para el mercado inmobiliario, intentando desviar las inversiones de las zonas ya consolidadas hacia las zonas menos desarrolladas mediante múltiples iniciativas que incluyen exenciones impositivas, normativas más flexibles, créditos específicos, centros de atención al inversor.

Quizás, parte del desajuste entre la imaginación crítica y la experiencia que los habitantes tienen de la actual gestión se vincula con que, implícitamente, la propuesta que se deriva de las impugnaciones críticas puede terminar teniendo como consecuencia que todo siga igual. No sea cosa de despertar procesos de valorización económica de la ciudad y sus concomitantes expulsiones de sectores de menores recursos. La esperanza igualadora corre el riesgo entonces de devenir inacción. Pero, evidentemente, con eso no alcanza, ya que tal posicionamiento niega una de las experiencias propias de la vida urbana, es decir, la experiencia de la transformación material y simbólica de la ciudad, la construcción de algo nuevo y la consecuente destrucción de lo existente. En esa experiencia, las obras representan la renovación y el poder de cambio en contraste con un pasado disfuncional e inmóvil. Parecen ser indiscutibles en su existencia y contundencia en contraposición a la palabra y el argumento.

Un pequeño Hausmann en las pampas

Sabemos que el sentido de una gestión no se reduce a la profesión del Jefe de Gobierno. Sin embargo, la aludida contraposición (y desbalance) entre el peso y la materialidad de las obras frente a la palabra también tiene su equivalente en las profesiones de los últimos dos Jefes de Gobierno de la ciudad (sacando el interregno pop del “no licenciado” Telerman). Es elocuente contrastar la profesión del ingeniero y empresario Mauricio Macri frente al abogado Aníbal Ibarra.

Macri desea incorporarse a la saga de intendentes fáusticos. Aquellos que transformaron la ciudad a fuerza de pico y pala. Como Alvear y Cacciatore, lo hace utilizando la imagen de un ingeniero liderando obras, en las que tantas veces ha posado con casco de obrero de la construcción y camisa arremangada. Explotando al máximo su condición de empresario outsider de la política (aunque lleva ya más de una década inserto en la misma), su épica de la gestión se basa en un agasajo al sentido común. El ingeniero-empresario con casco amarillo: capital, trabajo y técnica, transformación material y simbólica de la ciudad, se dan la mano. Ha comprendido que las obras resultan tan vistosas e ineludibles como una propaganda gráfica, aunque mucho más ruidosas, apabullantes y pregnantes que un spot.

Más que en el anuncio y en la inauguración, la clave se encuentra en todo el proceso bullicioso: el traqueteo de la excavadora y la niveladora, la presencia de los obreros, y la sensación pringosa del asfalto recién colocado. Esto, multiplicado centenares de veces en la obra privada, cuyo inicio se limita a un humilde cartel de obra aunque su construcción no deja de ser cautivadora. Si bien por momentos irritan y despiertan las quejas de los vecinos, las obras son perceptibles desde todos los sentidos, son un espectáculo gratuito y a cielo abierto: un museo de la metamorfosis urbana. Haber leído o interpretado sus referencias a Cacciatore como una mera falta de compromiso democrático es, por decir lo menos, una lectura parcial.

En la corta historia de la ciudad de Buenos Aires desde su autonomización, el PRO se ha mostrado como el proyecto político más exitoso en lo que a triunfos electorales y permanencia en la gestión refiere. Salvo imponderables (abundantes en la vida política local y nacional), es probable que acceda a una tercera gestión al frente del GCBA, aunque ya no bajo la carismática figura del hombre de casco amarillo.

Retomando el aludido desajuste entre la imaginación crítica y la experiencia de los ciudadanos, cabe indicar que parte del éxito electoral del PRO se debió a que recortó la ciudad de Buenos Aires de su contexto metropolitano. Se dedicó a realizar numerosas intervenciones fragmentarias y de gran visibilidad evitando en un solo y mismo acto coordinar acciones con otros gobiernos que intervienen en el área metropolitana y encarar los problemas más estructurales, aunque menos evidentes, de la ciudad. Esto, sin mencionar la manifiesta hostilidad que ha demostrado a los habitantes del área metropolitana que ingresan cotidianamente a la ciudad duplicando su población durante el día, al pretender negarles el uso de diversos servicios públicos.

La persistente construcción de torres de lujo y amenities de toda clase y color agravará las dificultades más acuciantes de la ciudad, como el déficit habitacional, los residuos urbanos y el transporte. Mirar para otro lado no hará desaparecer estas cuestiones. Mientras el boom inmobiliario y las obras públicas son festejadas como signo de crecimiento, la ciudad insiste en desacoplarse de su área metropolitana y de su población menos afortunada. Los problemas estructurales, entonces, quedarán como pesada hipoteca a futuro para la ciudad y los ciudadanos. Una vez más, el destino de Buenos Aires se dirime en su profunda dualidad entre la crisis y el autofestejo de los globos y las grúas.

fuente: revista crisis nº16 http://www.revistacrisis.com.ar/entre-la-grua-y-el-globo.html

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