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Algo más sobre el papel del individuo en la historia
Por Daniel Papalardo - Tuesday, Jul. 15, 2014 at 9:59 PM

los valores que dan contenido específico a lo humano son la resultante de un proceso social y tienen por tanto un concreto contenido de clase

Las ideas que construye, desarrolla y acumula la burguesía en tanto clase dominante , son aquellas que culturalmente ganan hegemonía en el todo social que les presta adhesión por consenso o por coacción represiva a través de la violencia legitimada en el Estado.Por esa circunstancia, la ideología supone un elemento centroal en el proceso social de nuestra existencia, con significación en las formas del saber y su contenido.

Es determinante advertir en ese marco que , la burguesía se da de patadas con la formación de un conocimiento social coherente con una totalidad. Su centralidad es lo opuesto, esto es , la fragmentación. Así, la ignorancia de la totalidad resulta funcional a la reproducción capitalista en tanto oculta el dominio social ejercido por los dueños del capital y las consecuencias miserables de esa supremacía.

En un proceso liberador de la existencia, resulta significativo, advertir que todo aquello a lo que se da el nombre de “saber” es la resultante un desarrollo interactivo y simultaneo entre sujeto y objeto antes que su reflejo. Por eso el primer signo de la decadencia sde una cultura es presentar la realidad como escinda en esos dos polos, esto es , sujeto y objeto. Por el contrario, el conocimiento solo es posible en la interacción de ambos , en tanto el sujeto conoce y actúa y en ese hacer modifica el objeto, y este actua sobre el sujeto obligándolo a una nueva transformación del conocimiento y la acción. En definitiva, conocer es en todos los casos una relación social activa y como tal un proceso social que involucra a todos los sujetos en conjunto. Aún cuando la naturaleza y la meteria tiene existencia previa a la acción de la mente humana, el sujeto y el objeto en el plano de la conciencia llegan a ser simultaneos ya que no pueden existir separado sino en una unidad caótica y variable.

El defecto es suponer que nada cambia, y que el significado de una palabra es tan invariable como la palabra misma. Es preciso aprender que los conceptos que encierran las palabras, no pueden en sí adquirir y describir en su esencia aquello que indican , en tanto lo que existe es diverso y cambiante –
En ese contexto erróneo de pensar que no existe el cambio, nos inclinamos a creer que el amor es algo definido y claro, y más en particular, un particular estado de nuestra subjetividad y nuestra vida en el que se puede caer. Es decir algo dado, descripto por la palabra amor, al que se puede o no acceder, pero que es externo a nosotros mismos.

Básicamente puede decirse, para usar una suerte de común denominador que nos permita compartir códigos de comprensión del fenómeno que pretendemos abordar, que el amor es el nomre que se le da, casi por convención social, al elemento emocional que transcurre en las relaciones interindividuadles en un determinado contexto social, ubicado en un tiempo y espacio. De allí que, moviéndose la sociedad como se mueve, es ella la matriz determinante del contenido que da forma en el concepto “amor”
Desde la experiencia, advertimos que se ha dado el mismo nombre y se procura abarcar una determinada realidad cambiante para definir el vínculo afectivo que une al hombre y a la mujer sexualmente, a cualquier individuo con su semejante en el plano de la amistad vista como variante de ese género y a los padres e hijos en las relaciones familiares, de manera tal que todo se ha incluido en un mism conjunto pese a sus diferencias específicas, aunque finalmente queda claro que toda relación social esta mediada por el amor o su negación, todo lo cual deja en claro que es la relación la que genera el sentimiento y no a la inversa, aunque ambos términos se interinfluencian de modo dialéctico.

En ese mismo orden de ideas, puede decirse, que cuando nos referimos a alguna situación humana objetiva y le adicionamos la idea “amor” sea tanto para explicar sus causas o sus consecuencias, nos estamos siempre remitiendo a una idea históricamente variable que se contrapone con la pretensión de permanencia que se le otorga por penetración puramente ideológica.

La producción económica como hecho social en la que se inserta necesariamente la individualidad, en tanto parte integrante de la relación social primaria capital-trabajo, precede en tiempo histórico o cronológico, a la relación amorosa, lo que hace que aquello que definimos como “amor” deba siempre verse despojado de toda casualidad o superficialidad de la vida. La condición de ser humano, viene determinada en su existencia concreta por relaciones económicas en las que se inserta, con su conformación tecnológica específica del momento histórico en el que vive y ese elemento emocional que las atraviesa, siendo todas estas determinantes conjuntas, contemporáneas y dialécticamente interinfluenciadas.

El ser humano asume conductas que le son determinadas en gran medida por su experiencia concreta. El amor en ese sentido, si bien es dador de individualidad, también lo es de muerte, que no es otra cosa que la antítesis de la personalidad. Es por este factor específico, al que llamamos amor, que en el sujeto aparecen íntimamente unidos los instintos de vida como de muerte. Eros y Tanatos-

El amor entendido de esta manera ofrece al individuo la expansión o aniquilación de sus posibilidades en tanto esas emociones tengan contenido de vida o muerte. En ese sentido la mortalidad y la personalidad dejan ver una dialéctica que se ve mediatizada por la existencia en tanto la misma sea generadora y receptora de esas emociones que parten del individuo con un contenido concreto , determinadas por su experiencia sensible-

En la sociedad la lucha constante que dejan traducir las relaciones sociales concretas que asumen los hombres entre si , en la reproducción social de su existencia dejan ver un contenido específico de esa dialéctica de amor y muerte y ese proceso tanto en el plano consciente como inconsciente el que permite una mejor construcción del hombre. La velocidad de los cambios tecnológicos ha impuesto una relación de tensión primeramente en las relaciones de producción , con el abandono de los sistemas de trabajo y su sustitución por otros, y luego en la experiencia de vida cotidiana, todo lo cual introduce una fuente de tensión en la construcción de sentimientos favorables a la reproducción de la existencia y por ende contrarios a la muerte.

En ese espacio es donde nos encontramos. La contradicción entre los paradigmas fundantes de la revolución burguesa: igualdad, libertad y fraternidad, ceden ante las realidades del capital y su estructura social de clase que coloca al sujeto ante un abismo prefigurado por la angustia que se abre en el seno mismo de la vida social cotidiana.

Nos cuesta adaptar nuestra experiencia a los cambios externos y a los instrumentos relacionales que debemos manejar para permanecer incluidos en el todo social, de forma tal que ese presupuesto objetivo nos da la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades materiales con incidencia y gravitación en nuestros hábitos. Sentimos en el plano de la conciencia, como si fuerzas exteriores estuvieran frustrando inicialmente y matualndo ulteriormente, nuestras vidas emocionales de forma tal de traducirse en una existencia cruel y sin encanto.

La relación entre amor y sociedad es dialéctica. Una existencia determinada , con determinadas conformaciones en el plano de los vínculos que nos permite reproducir nuestra existencia biológica y material hara que el amor sea de determinada manera y no de otra. La reproducción social de la vida humana es producción económica interinfluenciada con emoción. La necesidad, el deseo, la búsqueda de reproducirnos etán inscriptos en la naturaleza humana de forma tal que entre la sexualidad amorosa , el deseo de reproducción y lo puramente animal o institivo hay un salto de cantidad en calidad.

Las relaciones sociales son constitutivas para los seres humanos por su debilidad innata de valerse por sí mismo en forma individual y escindida, de forma tal que el aislamiento en todos sus grados, vuelve al hombre más frágil e indefenso. Las emociones y sentimientos que somos capaces de construir en lo cotidiano en las relaciones sociales que nos involucran en el plano de la producción nos dan el dato exacto de cuanto nos acercamos a la muerte o por el contrario, cuanto hacemos prevalecer la vida, conscientes sin embargo, de su finitud.

Los padres descubrimos la inminencia de la muerte con la adultez de los hijos, sin embargo, esa idea sólo vale si la pensamos como individuos atomizados, por cuanto si la observamos desde la perspectiva de la continuidad de la existencia humana, esa noción de emocional de vida prevalece sobre el sentimiento individual de muerte concreta. Los hombres no buscamos la inmortalidad ni nos refugiamos en ese tipo de planteo metafísico para orientar nuestra existencia. Lo que pretendemos sí, es que nuestra vida y la de los que nos suceden sea lo mejor posible.

En definitiva, en el plano consciente y en todas sus posibles manifestaciones, el amor no es otra cosa que una esperanza que se apoya en un cambio histórico, a través del cual los hombres puedan crear y producir nuevas formas sociales y por consiguiente le otorguen al amor un nuevo contenido de contenido antropológicamente justo.

La sociedad que engendro el capital, produjo en sus orígenes modalidades de amor que permitieron expresa en la historia, la individualidad del hombre, reafirmando su existencia por vía del amor apasionado por la libertad individual , permitió pensar en una sensibilidad especial en el sujeto. Hoy, en el ocaso de esa cultura de la modernidad y la transición asumida por su simple negación y no su superación, tornan necesario defender esa idea de pasión y cariño por la libertad, en tanto son dos niveles de enriquecimiento cualitativo del hombre que este no puede perder en manos de una sociedad completamente controlada y vigilada que cosifica su existencia en grado nunca imaginado.

La decadencia del modelo de amor que dio origen a la sociedad de la burguesía, expresado en su banalización bajo la posmodernidad, es precisamente la mejor prueba de la decadencia de este tipo civilizatorio. El empobrecimiento de las relaciones , la perdida de los afectos por vía de convertirá los otros en mero objetos, es hoy una expresión aguda de la crisis de la cultura dominante. Mientras el capitalismo se profudiza y avanza arrastrando cada vez más vidas humanas, la vida social se hace sumamente carente , desplazando al sentido vital del amor a un segundo plano.

La libertad reconoce determinaciones en la realidad,por eso donde reina la desigualdad económica no puede existir la igualdad social, donde triunfa el individualismo no puede emerger la cooperación y la solidaridad factores constitutivos de la fraternidad.

Las formas de nuestra existencia social cotidiana nos quitan tiempo libre y nos imponen sacrificios. Por vía de la atomización, nos convertimos conscientes o inconscientemente en meros reproductores o defensores de los primarios intereses individuales con prevalencia de la desconfianza . En las diversas relaciones sociales que se forman en la sociedad de clases que engendró el capitalismo en su faz globalizadora es característico que la ternura falte por completo, porque el afecto sólo puede existir entre hombres y en el capitalismo todas las relaciones aparecen entre hombre y mercancía.

En las relaciones burguesa la única relación social admitida se desenvuelve en el mercado y es el contrato , siendo su contenido en último término el dinero . El hombre es libre a excepción de todo lo que le signifique afrontar un pago en dinero.

La contradicción existente en las relaciones sociales burguesas, según la cual el beneficio privado debe ser asegurado y respetado como un bien público y que la libertad se construye individual y antisocialmente, revela necesariamente la crisis de este modelo cultural. El hombre considera hoy en los vínculos sociales una relación de apropiación y de ventaja sobre el otro, de forma tal que el beneficio del vinculo se infiere de cuanto se obtiene del otro, más allá de los lógicos desplazamientos en el plano del amor sexual hacia sentimientos posesivos y egoístas que reflejan en la creciente violencia en la pareja.

Con el agotamiento de las relaciones sociales burguesas expresadas culturalmente por la posmodernidad, el amor con contenido específico de pasión se desvanece ante la incertidumbre material y la prevalencia de la racionalidad económica. Así el matrimonio se transforma en algo cada vez mas caro y por eso cede a otras formas de unión, que tiene materialidad en una forma primitiva de copula sexual fugitiva.

Los hijos resultan cada vez más costosos en términos de dinero y tiempo empleado y las cariñosas relaciones sociales asociadas con ellos, forman parte de situaciones excepcionales. La miseria del mundo es generada por la estructuras económicas y los modelos de producción impuestos por una clase social con mediatización del Estado creado por esa clase, aunque ello no significa que esa pobreza pueda medirse únicamente por carencia de dinero constante. La miseria involucra también a los sentimientos más valiosos del hombre como lo pueden ser el amor de pareja, los hijos y la amistad, sin hablar de la fraternidad que fuera elevada como bandera de la revolución burguesa triunfante. Como reacción individual nuestra existencia se vuelve marcada por sentimientos de odio, ira, o puro sentimentalismo vacío de todo contenido concreto, que añora afectos que habitan en su imaginación y no en el plano de la realidad.. Las relaciones sociales que la cultura burguesa instaura, transforma las relaciones de los hombre en relaciones mercantiles, con lo cual introducen una contradicción insalvable para la construcción de un sujeto pleno.

La objetividad de nuestra existencia revela una puja entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones jurídicas de propiedad privada que las contienen, pero esa puja también se plantea en el plano subjetivo en lo que implica la construcción ideológica de la conciencia, en forma tal de vencer el modelo cultural que disocia el amor de las relaciones económicas ubicando cada una en un extremo, para proyectar su unidad. El hombre debe sentir que todo esto no va más, que la realidad le impone mudar de piel, para concretar los valores esenciales de la humanidad en nuevas relaciones sociales de producción y diversos sistemas políticos organizativos. En definitiva, odio a lo presente, amor por lo nuevo, incluido un nuevo amor.

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