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Perú: ¡Cómo olvidarte Jesús si te llevo en mi corazón!
Por Zully Pinchi Ramírez - Monday, Aug. 25, 2014 at 9:06 AM
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Jesús era un niño muy amigable y carismático, no llevaba amargura ni resentimientos ni con Dios ni con la vida, tenía una personalidad bien definida, con solo un brazo no se hacía problemas para nada, se cambiaba solo, manejaba muy bien la computadora, practicaba deportes y ayudaba a su mamá con las cosas de la casa y eso fue para mí una gran clase aleccionadora de vivir, plenamente y con mucha alegría, me contaba que quería ser médico para poder hacer lo que muchos doctores nunca pudieron hacer: devolverle la salud.

Perú: ¡Cómo olvidart...
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25-8-2014

Eran los cálidos días del otoño del 2006 y tuve la oportunidad única de conocer a un niño de 14 años que llegaba a Lima con la esperanza tierna de todo adolescente.

Su sueño era muy acogedor, se había criado en los soleados cielos de un pequeño pueblito al norte de Piura, una de las ciudades costeñas más bonitas de Perú, pero para Jesús ir a la capital era como ir a "otro mundo".

Imagino que día a día sus sueños dulces como algodón de azúcar se iban convirtiendo en amargas pesadillas al darse cuenta de la cruda realidad.

Llevaba años arrastrando un terrible y extraño mal, llamado: "anemia aplásica severa", enfermedad cruel que le había robado uno de sus antebrazos, y que seguía avanzando por todo su cuerpo amenazando con llegar a mutilarle en otras partes de su cuerpo.

Cuando nos conocimos, hubo una simpatía mutua al instante, con mucho cuidado nunca hablé con él sobre su salud, y ¿para qué? Si todo niño debe crecer libre y tranquilo de todas esas tristes cargas, las conversaciones serias se realizaron con su madre que lo curioso es que también se llamaba, "María".

Jesús era un niño muy amigable y carismático, no llevaba amargura ni resentimientos ni con Dios ni con la vida, tenía una personalidad bien definida, con solo un brazo no se hacía problemas para nada, se cambiaba solo, manejaba muy bien la computadora, practicaba deportes y ayudaba a su mamá con las cosas de la casa y eso fue para mí una gran clase aleccionadora de vivir, plenamente y con mucha alegría, me contaba que quería ser médico para poder hacer lo que muchos doctores nunca pudieron hacer: devolverle la salud.

Mi reflexión sobre el porqué los niños que deben sufrir tanto a consecuencia de una enfermedad me genera tal impotencia, que siento como si toda esa inocencia que los hace estar como vestidos de azúcar se desvanezca al llenarse de hormigas negras. Es que la vida es tan corta cuando es vida y la muerte tan larga cuando es muerte.

Rosita, fue una pieza muy clave en mi vida, es una amiga a la que quiero como a una hermana, ella era como una escudera que siempre estaba conmigo cuando las cosas que se referían a nuestro trabajo de ayuda y solidaridad no salían bien porque, valgan crudas verdades, vimos incontables veces que "casi" todas las personas nunca se inmutaban al dolor y frustración de niños como Jesús pero ella fiel amiga traía siempre un jardín de rosas portátil que me lo regalaba cada vez que me veía desanimada.

"No llores", -me decía Rosita-, para esos momentos habíamos organizado una rifa donde donábamos todos los artefactos de entretenimiento de mi casa, para poder comprarle un brazo ortopédico, una computadora y mucho más que Jesús, como pensando que yo era la mujer maravilla, me había pedido con toda la seguridad de que yo sí se lo podía conseguir, y ¿cómo podía entonces romperle sus anhelados sueños?

Los días pasaban y pasaban y no conseguíamos lo que se requería para provocar una sonrisa a Jesús. Hubo momentos de mucha tensión y hasta de desánimo al ver la negativa de las personas que aún viendo a Jesús y sus necesidades, mostraban desdén y frialdad. Después de tanto esfuerzo y trabajo llegó el fin de la espera y solo había un día de esperanza.

Esa noche Rosita y yo oramos como nunca, dicen que si uno tiene fe aún como el tamaño de la semilla de mostaza (que es la más pequeña de todas las semillas) y le dice a un árbol: "muévete, éste se moverá" y aunque no lo crean eso ocurrió, a la mañana siguiente salió el sol, llego la bendición para Jesús quien tuvo todo lo que pidió y aún mas.

Me quedé tan feliz con los resultados, feliz con haber conocido a un niño llamado Jesús, quien me dio lecciones que necesitaba aprender, no he sabido más de él, aunque ahora, casi nueve años después, es todo un hombre que debe estar en sus veintes. Estoy cierta que me recuerda tanto como yo lo recuerdo a él.

¡Cómo olvidarte Jesús si te llevo en mi corazón!

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