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Poder gremial y hegemonía política
Por Ulises Bosia - Notas.org.ar - Thursday, Sep. 04, 2014 at 3:54 PM

Por Ulises Bosia. El debate sobre el paro nacional y las limitaciones de una dirigencia sindical cada vez más diferente de la clase trabajadora y sin vocación de hegemonía política.

Poder gremial y hege...
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Aunque desde las miradas liberales que abundan en nuestra escena nacional aparezca como una acusación o un problema, el paro nacional es y debe ser un paro político. A diferencia de una medida de fuerza local en un lugar de trabajo o de una acción sectorial como puede ser la huelga en una rama de la economía, un paro nacional aspira a generar un hecho político en la conciencia nacional, afectar los intereses del conjunto de la clase dominante paralizando todas las actividades económicas y cuestionar determinados elementos o la totalidad de la política económica del gobierno nacional de turno. Sobre esta base aparecen distintos aspectos para debatir sobre la cultura política sindical de nuestro tiempo.

Un primer elemento a tener en cuenta es que en los hechos las estructuras sindicales tradicionales solamente representan a una poderosa minoría de la clase trabajadora, el sector sindicalizado de los trabajadores y trabajadoras formales. Lejos de ser un problema local, esta realidad es un denominador común para cualquier país occidental del mundo, es una tendencia que el capitalismo globalizado profundizó con mucha fuerza tras la ofensiva que inició en los años setenta a nivel global.

El punto de debate es, asumiendo este hecho, que la dirigencia sindical muestra una escasa vocación por integrar las demandas del enorme y heterogéneo grupo de la clase trabajadora que queda al margen. La centralidad dentro del pliego de reivindicaciones del reclamo por el mínimo no imponible y las escalas de la cuarta categoría del impuesto a las ganancias es elocuente en este sentido, más allá de la justicia del planteo.

Por otro lado, viendo históricamente la cuestión, las transformaciones que ocurrieron en el mundo del trabajo en los últimos veinte años difícilmente se pueden percibir en la fisonomía de la dirigencia gremial, que permanece prácticamente igual a sí misma, con algunos casos patológicos. Evidentemente, las estructuras sindicales son una de las instituciones más conservadoras de nuestra sociedad, junto con otras como el Poder Judicial o la Iglesia Católica.

La experiencia de la CTA en los años noventa, con criterios directos de afiliación y elección de autoridades e integrando a los movimientos sociales a su interior, fue el mejor intento a contratendencia, pero no logró soportar las tensiones de la década kirchnerista y hoy es sólo una sombra de la referencia que supo ser para el conjunto del campo popular.

Hasta físicamente las estructuras sindicales se parecen poco a la clase trabajadora. No solamente las condiciones de vida de muchísimos dirigentes están más cerca de las de los patrones que de las de sus compañeros y compañeras. Sino que el proceso de feminización de la fuerza laboral en Argentina es particularmente invisible en una dirigencia gremial prepotentemente masculina. Y finalmente, tampoco es visible en las estructuras sindicales la presencia de trabajadores inmigrantes, a pesar de la gran cantidad de personas de nacionalidad boliviana, peruana y paraguaya, entre otras muchas, que engrosan las filas de nuestra clase trabajadora.

La propia Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que es un esfuerzo organizativo por dotar de una estructura gremial a algunas de las actividades con mayor informalidad, tiene muchísimas dificultades para ser aceptada por las distintas centrales sindicales, que la ven en primer lugar como una amenaza, ninguneando los reclamos de los millones de trabajadoras y trabajadores cuyas actividades nuclea.

Es decir que la actual dirigencia sindical no se propone representar al conjunto de la clase trabajadora. Pero además esto agrava sus fuertes rasgos corporativos, que le impiden no ya solamente ser la voz del conjunto de quienes trabajan sino proponerse construir un discurso con el que el pueblo argentino pueda sentirse identificado. Es decir que, a contramano de las mejores páginas de la historia del movimiento obrero argentino, actualmente no tiene una vocación política hegemónica. Sus principales dirigentes se refugian en el plano sectorial y desde ahí planifican sus movimientos para poder acomodarse en las distintas coyunturas políticas. Todo es táctica y negociación, nada es estrategia.

Por esa razón, en la convocatoria al paro no se pueden encontrar por ningún lado los lineamientos de un proyecto de país, que para ser verdaderamente obrero y popular necesariamente debe cuestionar los privilegios del empresariado nacional y transnacional, sino que el eje exclusivo de los reclamos es el gobierno nacional. Con más razón en un momento en que el poder económico está a la ofensiva, intentando condicionar el recambio presidencial del año que viene.

A diferencia de las cámaras empresarias, que en el Foro de Convergencia Empresarial formularon un programa para que aplique cualquier candidato ganador en el 2015, el movimiento obrero sólo puede ofrecer un rosario de reclamos sectoriales y cuestiones genéricas como el rechazo de la inflación o la inseguridad, sin proponer ninguna medida concreta al respecto. Y, lógicamente, promesas de paz social a cambio de beneficios concretos para cada sector.

Así se le terminan facilitando los argumentos a los funcionarios y aliados sindicales del gobierno nacional, que rechazan el paro por las definiciones políticas de sus principales convocantes, pero no ofrecen al conjunto de la clase trabajadora ninguna herramienta para enfrentar el embate del poder económico más que la confianza en que Cristina tome alguna medida. Solo los que creen que la historia la hacen los “grandes hombres” pueden adscribir a ese tipo de planteos. A los demás nos queda trabajar para que desde los movimientos reales del pueblo trabajador se pueda ir construyendo un proyecto de liberación.



@ulibosia

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