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Melina, Candela, las putas de Mar del Plata y María Soledad
Por Alejandro Guerrero - Revista El Otro - Sunday, Sep. 21, 2014 at 12:35 PM

Melina, Candela, las...
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Cuál si rompías horarios,
si las viejas que baldeaban masticaban envidia;
volviendo con el sol en la nuca
y la luna en tu ser.

Adriana Rabey

Thinking in Melina

Por Alejandro Guerrero (@guerrerodelpo)

“Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, tituló Clarín una nota color para describir a la piba que desapareció en los suburbios de San Martín. Los seres de la noche, sobre todo si son mujeres y para colmo adolescentes, asumen el riesgo de morir a golpes en la suciedad nocturna de drogas y sexo. No se justifica el crimen, claro que no ¡por favor aclarémoslo! pero por lo menos se explica. En algún punto, muchacha, tendrás que joderte. Te la buscaste.

Del otro lado, un coro moralino dice que no, que de ninguna manera, que a la pobre niña la mataron por decir que no. Casi, casi, como si hubieran estado ahí. Si se da vuelta el razonamiento queda equiparado con el de Clarín: si hubiera dicho que sí, y bueno, a joderse…

Había ocurrido con María Soledad, en Catamarca, esa estancia feudal de los Saadi (hasta hoy, aunque ahora haya otro apellido). Ahí funcionaba una red extendida de corrupción de menores, de niñas de colegios de monjas prostituidas por las luces del poder político. Cayó el gobierno por la enorme movilización popular, pero solo terminaron presos dos criminales de menor monta porque la moral clericanalla de “demócratas”, e incluso de “izquierdistas”, impidió avanzar y alfombró la impunidad. No se podía ni hablar de corrupción de menores porque eso significaba decir que la víctima había sido corrompida, que había aceptado integrar un plantel de adolescentes que asistían voluntariamente a fiestas de sexo y drogas. No podía decirse, porque si se decía ¿cómo decir al mismo tiempo que el crimen había sido un crimen? Para la moral corriente, matar a quien se prostituye no es delito, o lo es mucho menos…

Las compañeras de las prostitutas asesinadas a fines de los años 90 en Mar del Plata por un supuesto “loco de la ruta” lo supieron bien. Por cierto, no había ningún “loco de la ruta” sino un entramado ominoso de políticos, funcionarios judiciales y policías detrás de un femicidio que intentaba ocultar redes de trata y de narcotráfico; en fin, un armado mafioso entre delito y poder político.

Aquellas mujeres comenzaron a organizarse para protegerse; por ejemplo, anotaban la patente de cualquier auto en el que se fuera una compañera. En esos días, una de ellas le dijo al autor de esta nota: “Tenemos que cuidarnos entre nosotras, porque nosotras no somos María Soledad: nadie se moviliza por unas putas”. Ella tampoco sabía, porque curas, derechistas e “izquierdistas” se lo habían ocultado, hasta qué punto estaba hermanada con la niña catamarqueña. Hasta en la muerte…

La moralina clerical y sus desperdicios “de izquierda” no pudieron, en cambio, beatificar a la más inocente de todas: Candela Sol Rodríguez, asesinada a sus 11 años de edad. Era imposible, se ve, por su familia de punteros peronistas, piratas del asfalto, gente ducha en mejicaneadas, metida hasta el tuétano con los narcopolicías de Villa Corea. Nada podía ser santo ahí, ni siquiera una niña de 11 años. Un grupo de pobres diablos fue detenido por la policía de Hugo Matzkin (el gran recaudador de las cajas negras de la Bonaerense) y Daniel Scioli, con el exclusivo propósito de encubrir a los criminales, lo cual lograron ampliamente: no hay por ese asesinato, tres años después, ni un solo detenido. Solo Prensa Obrera, es obligatorio decirlo, siguió ese caso en toda su profundidad. Deberá seguirlo, porque permanece impune.

El caso de Melina tiene en común con los otros la negligencia criminal de la policía, si se le hace a la Bonaerense el favor enorme de considerarla solo incompetente y no cómplice activa de los asesinos.

“La actuación policial es de terror”, señaló uno de los abogados involucrados en el caso. Es poco decir. Por ejemplo, hicieron entrar a Melody, la adolescente que hace de “testigo clave”, por una puerta trasera del lugar donde iba a hacerse la ronda de reconocimiento. Por esa misma puerta y en el mismo momento entró el patrullero con los detenidos a quienes, supuestamente, la testigo debía reconocer, de modo que la chica les vio las caras. En otras palabras: esa ronda de reconocimiento no sirve para nada, es nula de toda nulidad y cualquier abogado la hará caer en el juicio oral (si es que se llega a eso, cosa difícil). Ahora bien ¿puede ser tan inútil la Bonaerense? Benévolo, el abogado Jorge Novarese, defensor del acusado “Toto”, dijo: “Es un error de quienes realizaron ese movimiento, el personal policial no cumplió las órdenes que tenía”. Si es un error, ese personal policial roza lo fronterizo. No es creíble: lo hicieron adrede, algo quieren ocultar. Y no es solo la policía: por ese mismo hecho ha sido apartado de la investigación el fiscal del fuero penal juvenil de San Martín, Fabián Hualde, a quien además se le ha abierto un sumario administrativo.

En cuanto al supuestamente confeso Joel Fernández, su confesión también es del todo inútil. Después de tres relatos contradictorios, “confesó” en medio de una cagadera a palos que le deformó la cara. Ya hay una denuncia por apremios. Ese testimonio también es nulo por completo. Todo huele mal en este caso, no solo el arroyo Morón donde supuestamente tiraron un cadáver que, insólitamente, se niega a aparecer.

En definitiva, no se sabe si a Melina la mataron porque dijo que no o porque dijo que sí. Ni siquiera se sabe si la mataron. Solo se puede tener la certeza de que todos tenemos la libertad y la vida bajo condena en suspenso. Que terminar con este régimen oprobioso y su policía criminal y corrompida es ya una cuestión urgente de salud pública.

Aunque Melina rompiera horarios para que las viejas baldeadoras masticaran envidia, aunque volviera con el sol en la nuca y la luna en su ser.

Sí, maldita clericanalla, sobre todo la “izquierdista”.

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