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Las fabulaciones del genocida Barreiro
Por Eduardo Anguita - Sunday, Dec. 14, 2014 at 3:52 PM

Domingo 14 de Diciembre de 2014 | En 1950, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció que el 10 de diciembre fuera el Día Internacional de los Derechos Humanos en coincidencia con la Declaración Universal, realizada dos años antes. Se vivía el clima de una post-guerra donde habrían muerto entre 50 y 70 millones de personas. Los cálculos difieren porque la cantidad de víctimas civiles resulta difícil de cuantificar. Al menos seis millones fueron víctimas del Holocausto pergeñada por el régimen nazi. Desde aquellos años, esta fecha, cercana al fin del año calendario, es motivo de reflexiones, revelaciones y toma de posición frente a la condición humana y el ejercicio de la violencia entre naciones y al interior de cada una de ellas.

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En Estados Unidos, el martes 9, el Senado hizo pública una mínima parte de un extenso archivo de seis mil páginas en el que se revelan las prácticas de torturas de la CIA implementadas desde la votación por unanimidad del Acta Patriótica en octubre de 2001 tras el ataque a las Torres Gemelas. Aquella ley dio poderes especiales al Estado para restringir derechos individuales por una década y a fines de 2011 el Congreso la prorrogó hasta el 31 de diciembre de 2015. Un año antes de su expiración legal, y tras las elecciones del 4 de noviembre donde hubo un avance de la derecha del Tea Party, detonó una bomba al interior de la primera potencia mundial. Mientras las principales ciudades siguen convulsionadas por dos crímenes racistas a manos de policías, la Cámara alta norteamericana certificó una parte –quizá mínima en relación con las denuncias y testimonios de estos años– de las prácticas brutales de interrogatorios de la CIA a prisioneros. La onda expansiva llegó el jueves cuando el directorio de la principal agencia de espionaje y operaciones secretas aceptó como cierta una parte del documento del Senado: los agentes de inteligencia espiaron las computadoras de los senadores que realizaban el informe. El Pentágono, para conjurar los efectos al interior de las propias fuerzas militares, decidió reforzar la custodia de las embajadas o bases en el exterior. El presidente Barack Obama se mostró como un demócrata vergonzante. Lo resumió en una frase muy infortunada: ninguna nación es perfecta, dijo el presidente de raíz afroamericana cuya primera vocación fue apropiarse del emblemático Martin Luther King a través del “Yo tengo un sueño”, pronunciado por el líder negro ante un cuarto de millón de personas de distintas razas reunidas en el Capitolio en agosto de 1963 para reclamar por los derechos civiles y laborales. Cinco años después, aquel pastor evangelista era asesinado. Obama, en pocos años, demostró incapacidad para liderar un giro democrático que pudiera asociarse al sueño de Luther King. Antes bien, la recuperación económica norteamericana verificada en estos últimos dos años se da con una distribución del ingreso más regresiva al interior de la principal economía del mundo y con una inversión en las nuevas armas letales de guerra teledirigida a través de aviones no tripulados y misiones de tropas de elite que violan todos los tratados internacionales de derechos humanos.

El curro. El diario La Nación, un día antes de la publicación del Senado norteamericano, publicó una entrevista a Mauricio Macri en la que consigna que si llega a la Casa Rosada se terminarán los curros con los derechos humanos. Más allá de la imprudencia de banalizar el tema justo días antes del 10 de diciembre, Macri apela a un sentimiento extendido en ciertos sectores de la sociedad con la aspiración de liderar un giro que no sólo ponga un punto final a la política de Memoria, Verdad y Justicia, sino que aspira a restaurar políticas que licuen la ampliación de derechos. La excusa de Macri se basa en la investigación judicial que pesa sobre supuestas irregularidades en el programa Sueños Compartidos, de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. El jefe de Gobierno parece no recordar las maniobras para cobrar reembolsos por la exportación de automóviles a Uruguay en la década del noventa y que le valieron un proceso en la Justicia que terminó diluido por la influencia política de su padre, el poderoso empresario Franco Macri. 

No es fácil saber qué piensan los empresarios más poderosos de la Argentina en materia de derechos humanos, pero es significativo que tanto Macri como Sergio Massa se manifiesten a favor de la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico. Al no hacer un diagnóstico realista del fenómeno del narcotráfico (como sí lo hace el juez Raúl Zaffaroni, ver entrevista en páginas 14-15) pretenden afianzarse en las visiones punitivas que fracasaron en otros países de la región. El caso más relevante es el de México, donde la participación de los militares derivó en la participación de jefes del Ejército en los mismos carteles de la droga. El caso más emblemático es que el gobierno encomendó al Ejército mexicano la persecución del cartel de Los zetas y en vez de combatirlos, muchos militares tomaron el control del negocio. El fracaso de involucrar las Fuerzas Armadas en la lucha frontal contra carteles de la droga en varios países de la región debe ser atendido ante la peregrina idea de inflar el fenómeno del narco en la Argentina para capturar el voto angustioso y reaccionario de una porción de la sociedad. La jugada de Macri y Massa, además de fraguar y exagerar el escenario real del narco en el país, es una coartada para desviar las políticas de Estado para juzgar los crímenes de la última dictadura.

El Nabo. Ernesto Barreiro, alias el Nabo, nacido en Bahía Blanca, llegó a Córdoba en 1975 siendo muy joven con el grado de teniente para hacerse cargo del Destacamento de Inteligencia 141. Barreiro reportaba directamente al general Luciano Benjamín Menéndez y cuando crearon el campo de concentración La Perla fue designado jefe del grupo de torturadores. La megacausa que juzga el TOF1, presidido por Jaime Díaz Gavier, tiene medio centenar de imputados; tuvo notoriedad esta semana porque Barreiro afirmó que sabía cuál era el destino de 25 desaparecidos. Es más, el propio Díaz Gavier se prestó a varias entrevistas radiales en las que deslizó que las revelaciones y aportes de información podrían servir para bajar la pena. Con el correr de las horas, y más allá de la buena voluntad de Díaz Gavier, la burbuja perdió toda credibilidad. Barreiro, desde hace cuatro meses manda mensajes a través de sus abogados y emisarios al tribunal en los cuales desliza que va a romper el pacto de silencio. Tras dar los nombres de los supuestos enterrados en algunas localidades cercanas a La Perla, pudo confirmarse que se trataba de los mismos nombres que ya había dado otro genocida acostumbrado a las intrigas perversas: Héctor Vergez, autor de Yo fui Vargas. La mayoría de los 25 nombres fueron militantes secuestrados en enero de 1976, dos meses antes del golpe cívico militar. Según su declaración al tribunal, 20 de esas personas desaparecidas habrían sido enterradas en un horno de La Ochoa, una zona destinada a los militares en aquel entonces y donde ahora se hacen circuitos turísticos para ciclistas. Siempre según el relato de Barreiro, otros cuatro cuerpos habrían sido enterrados en Villa Ciudad América, un pequeño pueblito serrano distante 60 kilómetros de la capital cordobesa. 

No bien Barreiro dio los nombres, el tribunal, la fiscalía y los abogados, con presencia de los antropólogos forenses fueron a verificar la autenticidad de las supuestas revelaciones del genocida. No pudieron encontrar nada. Ya varios periódicos habían publicado que se rompía el pacto de silencio y no pocos especulaban con la posibilidad de que Barreiro se hubiera quebrado y empezara a colaborar. Hasta el momento, lo único que puede corroborarse es que se trata de una maniobra más de alguien entrenado en la guerra psicológica. Barreiro, que dio el puntapié inicial de la Semana Santa de 1987 desde el regimiento de tropas aerotransportadas de Córdoba y vinculado a referentes de la derecha peronista, pidió al tribunal que entrevistara al periodista Ceferino Reato, el hombre al que Jorge Fontevecchia le confía Fortuna, su revista de negocios. Reato, autor de algunos textos a favor del golpe de 1976 y columnista del programa Intratables, dio su testimonio por videoconferencia para relativizar la cantidad de desaparecidos durante los años de dictadura y para afirmar que las personas en cuestión eran peligrosos subversivos.

El perdón. Hasta el momento, y salvo que haya algún elemento nuevo, Barreiro no contribuyó más que a la otra variante del pacto de silencio: el regodeo del dolor de las víctimas. No parece haber rasgos de arrepentimiento ni de colaboración con la Justicia. Simon Wiesenthal, el arquitecto austrohúngaro que sobrevivió al campo de concentración de Mauthausen y fue liberado por las tropas norteamericanas, dedicó su vida a la caza de nazis como un alto oficial de la Mossad. Wiesenthal contó que un día, dentro del campo de exterminio, fue llevado a ver a un oficial nazi que estaba por morir y quería recibir el perdón de un judío. Muchos años después, siendo ya una figura pública, Wiesenthal reunió a 25 personas de distintos credos religiosos y visiones ideológicas para problematizar esa situación. Así fue que publicó Los límites del perdón, donde se expresaron distintas posiciones sobre ese dilema. En la Argentina de 2014, con cantidad de juicios por delitos de lesa humanidad en marcha, una maniobra como la de Barreiro no parece ser hasta ahora un globo de ensayo encaminado al chantaje que subyace en las primeras versiones periodísticas sobre sus supuestas revelaciones. Sin embargo, al aproximarse un año electoral y con algunas figuras que hablan del curro de los derechos humanos o de círculos de civiles y militares que se reivindican como caballeros sin memoria, es prudente mantener el alerta. Es demasiado preocupante que una serie de oficiales jóvenes que por esos años reportaban al área de Inteligencia, tantos años después, estén abocados a hacer maniobras perversas. La democracia argentina ya mostró el camino elegido: Memoria, Verdad y Justicia. Ni más ni menos.

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