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¡Ya van a ver… lesbianas en todas partes!
Por Helen Turpaud Barnes - Saturday, Mar. 07, 2015 at 3:07 PM

El director de un colegio donde trabajo me saluda siempre diferente, diferente al “resto”… Ya se sabe: para un varón en Argentina, a las mujeres se las saluda con un beso condescendiente o delicado, y a los varones se los saluda con un choque de manos, y si se suma alguna coreografía extra con los puños o una palmada firme en los hombros, se refuerza el reconocimiento entre machos. Nada de incomodarse por la ironía (o sí): de ese modo se “reconocen” y se “diferencian” los géneros, no sea cosa que caigamos en el escándalo de saludar a todo el mundo por igual pensando que todas las subjetividades merecen un reconocer que estás ahí, porque como se sabe, los varones son más fuertes que las pobres mujeres y por lo tanto un saludo con una palmada en los hombros puede llegar a desmayar la “delicada naturaleza femenina”, o –en realidad- alguna paranoica inseguridad patriarcal. Un varón que se niegue a esta diferenciación puede que corra el “riesgo” de no ser reconocido como varón. El peligro acecha en cada encuentro de sujetos.

¡Ya van a ver… lesbi...
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Pero a mí el director me saluda a veces con un beso y a la vez una palmada firme, o bien intenta esbozar alguna de esas coreografías o me tira alguna lapicera por el aire diciéndome “Vos seguro la atajás”… Quizás suponga que tengo alguna habilidad especial más cercana a las “habilidades” que él asocia con lo masculino (no sea cosa que le dé crédito a alguna “mujer común” que puede que sea mucho más hábil que yo: la lesbofobia supone que los cuerpos lesbianos son un “combo” de características en un continuum entre “varón” y “mujer”, y nunca los piensa en su singularidad poco afecta a los estereotipos). Pero siempre se queda a mitad de camino. No sabe cómo tratarme y sus intentos son doblemente torpes por cuanto no quiero entrar en su juego. Saca una serie de conclusiones a partir de mi vestimenta, mis gestos, mi chonguez. Alguna vez me ha elogiado diciendo “Estamos orgullosos de tener en la escuela a una profesora que lucha por los derechos…” y hace una pausa que no completa, sino que deja en el supuesto y el silencio, porque “lesbiana” y palabras asociadas no se pueden decir más que como gestos confusos, diferenciantes, angustiosos. Porque por más que “sepa” (o crea saber, porque el saber en materia de sexualidad siempre es de una precariedad espantosa), no puede “decirlo”. Esos actos de “reconocimiento” siguen poniendo la diferencia sobre “lo otro”, sobre esa corporalidad que “sabe” que es “diferente” a la del “resto”, que es “visible” pero aún no articulable. Porque la visibilidad no lo interpela en su propia sexualidad o la sexualidad segura y “normal” que supone del resto del personal del colegio, aunque nada le garantice que entre esos cuerpos no haya otros cuerpos lesbianos, otros cuerpos intersex, otros cuerpos bisexuales.

El mismo día que voy a una reunión en el colegio, por el camino un hombre me saluda por la calle con el clásico tono del acoso sexual. Doy vuelta en la bici y lo sigo, interpelándolo y riéndome de él. La reacción con la cual se retira porque no puede sostener la situación es la siguiente: me grita “¿Pero vos sos varón o sos mujer? ¡No, sos un marimacho! ¡Machona, machona!” y entonces le pregunto riendo que para qué me habla. No pudo haberme hecho mejor favor que darse cuenta de que no hay nada que tenga que hacer conmigo. Las chongas somos eso rechazable, eso que no se sabe qué es y eso que solo hay que agredir. Sin embargo, respondemos desde nuestra chonguez orgullosa y burlona, y un “seguí tu camino” que no se hace cargo de la violencia ajena. Soy “mujer” cuando el acosador me supone “accesible” y sumisa a su acto de acoso, pero dejo de ser “mujer” cuando me rebelo y lo persigo sin miedo. No hay manera más clara de demostrar que “ser mujer” no es un hecho/dato biológico de los cuerpos, sino una construcción social a partir de un modo de opresión y un sedimento de la heteronominación patriarcal.

Una directora que tuve en otro colegio se ponía muy nerviosa ante mi corporalidad. Cuando me hablaba sin testigos, me trataba en masculino, hacía maliciosos comentarios sobre “docentes como vos” y a la vez se presentaba públicamente como una adalid de las escuelas de “inclusión”. No es  contradicción ni hipocresía: es precisamente la violencia de creer que alguien nos va a “incluir” como si tuvieran las llaves del reino y nosotras tuviéramos que pedir permiso. Me trataba en masculino con la intención de agredirme, sin registrar que a sí misma se agredía y se trataba en masculino todo el tiempo cuando usaba el lenguaje sexista. No es casual que yo elija anécdotas de relaciones asimétricas entre una profesora y su director/a, porque si bien estas situaciones se repiten con mis colegas de trabajo, la relación de poder en el marco de una institución en la cual me identifico como trabajadora evidencia aun más la alianza del patriarcado con el capitalismo.

Y si decido no mostrarme chonga y virar en otras direcciones corporales y subjetivas, ¿cómo me tratarán?, ¿qué inferencias atormentarán sus torpes taxonomías?
La “Pepa” Gaitán también era chonga. Y era una chonga que tenía que bancársela con un par de agregados que yo como chonga de clase media, teóricamente “profesional” y empleada en blanco no tengo que lidiar todos los días: el desempleo, la pobreza, y una chonguez más fuerte y rebelde que la mía. La mataron por chonga, la lesbofobia la fusiló. Y esta violencia se esconde y crece en cada gesto eufemístico de un director algo desorientado, de un acosador sexual que no sabe cómo huir, de una directora políticamente correcta pero corporalmente desestabilizada (no es casual que el sistema escolar y el acoso sexual callejero sean dos de las instituciones disciplinadoras más fuertes del patriarcado capitalista).

Entonces: si nos VEN tan claramente, ¿qué es lo que estamos diciendo en el Día de la Visibilidad Lésbica? Si a la “Pepa” Gaitán la vieron tan evidente y desafiante que la pusieron en la mira de una escopeta, ¿qué gritamos en este día y otros tantos que nos encuentran transitando instituciones y calles con todo el cuerpo de la chonguez (o de cualquier corporalidad que “se porte” como acción política)? Decimos, como caminando en un mar de subjetividades y corporalidades atravesadas por la heteronormatividad (aunque no necesariamente sean heterosexuales en sus prácticas) que cuando nos ven, QUE SE CORRAN. Que se corran de sus lugares, que desistan de su violencia porque nosotras no nos vamos a correr para atrás, que abran paso, no solo para nosotras, sino para ellas mismas, que prueben otros puntos de apoyo para sus pies, que no les tengan miedo a las palabras ni a los cuerpos, que se cuestionen los insultos que nos dirigen pero que se les vuelven en contra. Que “se corran” porque esa expresión también significa en alguna geografía “tener orgasmos”, pero también que se desplacen, que se exilien de diferenciaciones “claras” y “tranquilizantes” entre hombres y mujeres. Que se corran y abran las alamedas. Que ya van a ver y que ya vieron. Que tengan que DAR CUENTA de lo que ven y hacerse cargo de que el cuerpo chongo, de que una “Pepa” Gaitán, de que una docente chonga, de que un tetazo lésbico, de que una visibilidad alegre y rabiosa, están presentes y visibles para MOVER y MOVERNOS.
¡¡¡”Pepa” Gaitán, presente!!!

Helen Turpaud Barnes
Trabajadora docente chonga – Bahía Blanca

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