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Basterra, el mito sobreviviente, y su enojo con el nuevo museo en la ESMA
Por La Retaguardia -
Monday, Jun. 01, 2015 at 9:28 AM
Domingo, 31 de mayo de 2015 | (Por Fernando Tebele* para La Retaguardia) La semana pasada, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, inauguró un nuevo museo en el Casino de Oficiales de la ESMA, el lugar emblemático de la tortura en ese ex Centro de Detención Tortura y Exterminio (ex CCDTyE). Como ya explicamos aquí, no es que ahora haya un museo donde antes no lo había. En realidad sí lo había, solo que no estaba a cargo de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, sino del Instituto Espacio para la Memoria (IEM), un ente autárquico y autónomo que funcionaba con presupuesto del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y que fue disuelto el año pasado tras una negociación entre el kirchnerismo y el macrismo.
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Conviene hacer un poco de historia antes de meternos en la
visita. Hasta que fue disuelto el IEM, el museo anterior que funcionaba en el
Casino de Oficiales de la ESMA era modesto. Los lugares estaban señalizados. Los
sobrevivientes resaltaban que todo permanecía tal cual lo entregó la Armada: "así
lo entregaron, incluso dejamos las modificaciones que ellos hicieron, por ejemplo,
durante la visita de la Comisión Interamericana de derechos humanos de la OEA
en 1979", para ocultar que ese era un sitio de detención ilegal, tortura y exterminio,
tras
haber trasladado a los secuestrados a la Isla El Silencio.
Las políticas del IEM eran definidas por un grupo de organismos de derechos humanos:
Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Liga Argentina por los derechos del Hombre
(LADH), el SERPAJ (Servicio de Paz y Justicia), el MEDH (Movimiento Ecuménico
por los Derechos Humanos), la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos),
entre otros, más personalidades como la periodista Stella Calloni, el jurista
Beinusz Szmukler (entre otros kirchneristas, lo que demuestra que no era un espacio
opositor... qué pena da tener que explicar si era o no el IEM opositor al gobierno
nacional) y Víctor Basterra.
Durante 2013, los sobrevivientes de la ESMA tuvieron algunas reuniones con la
realizadora de la nueva puesta, Alejandra Naftal, también sobreviviente de El
Vesubio. Algunos hasta se reunieron con el entonces secretario general de la presidencia,
Oscar Parrilli, principal espada política del proyecto. En ellas, la mayor parte
de los sobrevivientes objetaron las intervenciones en el Casino de Oficiales.
De hecho, se quitaron del proyecto algunas partes, como la que proponía que hubiera
una especie de fuente con agua en el subsuelo, donde funcionó "la huevera", la
sala de tortura física de la ESMA.
Sin el apoyo del IEM y de los sobrevivientes, no quedó otro camino para poder
seguir con el proyecto que disolver el IEM; les convenía a ambos actores: el macrismo
se sacaba de encima el presupuesto del Instituto, que siempre le supuso un gasto
más que una inversión, y el kirchnerismo plantaba ambos pies donde había podido
poner solo uno. Una vez sepultado el IEM, avanzaron con el nuevo museo y lo inauguraron
la semana pasada. Detrás quedó esta primera experiencia de articulación entre
el Estado y varios organismos de derechos humanos sobre la que en algún momento
habrá que hacer un balance.
El hombre de la 5ª foto
Una de las imágenes proyectadas en las paredes: Basterra en juicio ESMA. |
Entrar o no entrar
Basterra nos había citado a las 16. Un rato antes se encontraría con "un viejo compañero". Cuando llegamos, unos minutos más allá de esa hora, ya estaba dando las primeras indicaciones de su guía. Petiso como es, nos fuimos acercando al grupo que lo rodeaba en círculo sin poder verlo, pero adivinándolo. Una veintena de jóvenes habían llegado especialmente para volver a hacer el recorrido con él. Se trataba de estudiantes de la Universidad de Rosario que ya visitaron el lugar con su compañía y, en este contexto, querían volver a hacerlo.-¿Ya entraste al Casino? -le dijimos tras los saludos y las presentaciones.
-No, ni pienso entrar -respondió seguro, sorprendiéndonos.
Comenzamos a andar por los caminos entre los edificios. Esos caminos son inextricables, hubiera escrito Jorge Luis Borges si hubiera ido alguna vez al lugar que describió Basterra el día que el escritor lo escuchó testimoniar en el Juicio a las Juntas, ese día que tanto impacto le causó. Cuando nos acercamos al Casino de Oficiales, los jóvenes enfilaron hacia allí. "Ey, ¿adónde van?", les dijo Basterra. "Creemos que quieren entrar", le dijimos nosotros. Los pibes y pibas asintieron. "Bueno, vamos", afirmó mientras enderezó su rumbo hacia la entrada. Víctor quería pero no quería. Como lo dejó expresado a cada paso: "esta visita no es un aval a lo que hicieron", pero evidentemente quería ver lo que hicieron.
Antes de entrar, se nos acercó una joven que con su remera daba cuenta de trabajar en el lugar.
-Hola, ¿cómo están? ¿van a entrar al museo? -preguntó, gentil, mirando a Víctor, solo por adivinar su liderazgo.
-Sí, vamos a entrar -le respondió Basterra no menos gentil.
-Bueno, vamos pasando -dijo la chica y comenzó a caminar hacia el ingreso.
-Yo soy Basterra, Víctor Basterra -soltó, casi al estilo Bond.
La chica lo tomó del brazo y le dijo, sonrojada: "Víctor. Perdón. ¡Tantas veces me hablaron de usted!, perdón de nuevo", se excusó mientras apoyaba sus dos manos en el pecho para poner su corazón en la disculpa.
A esa altura, adentro del museo, ya algunos sabían que Víctor estaba allí y lo esperaban. Conocen exactamente qué piensa de las modificaciones en el lugar. Entramos, y los curadores nos esperaban. Alejandra Naftal y Hernán Bisman pensaron y llevaron adelante el nuevo espacio para la memoria. Si hubiera que buscar alguna definición para el clima que se vivió durante toda la tarde a partir de allí, quizá estaría bien hablar de amable tensión; es decir: sin perder el buen trato entre las partes, el clima jamás dejó de ser tenso.
-A mí me encantaría poder acompañarte y acompañarlos en el recorrido. Si me lo permitís lo hacemos juntos. Y si están todos los compañeros de acuerdo -propuso Naftal.
-Yo les estoy haciendo la visita, ellos me pidieron que viniera -respondió Basterra-. Dale, yo voy a hablar a mi manera.
-Y yo a la mía -redobló Naftal.
Los chicos, aunque con dudas, en principio no se opusieron, y Naftal comenzó a leer el texto de bienvenida al museo, escrito sobre un panel de vidrio "para que el lugar no deje de verse", explicó Bisman. Víctor comenzó a sentirse incómodo. Para todos los que alguna vez tuvimos el privilegio de acompañar a sobrevivientes en la visita, la sensación es que dejan todo en cada guía. Todo es todo: su verdad, sus ideas, el mandato con los que ya no están. Nos consta que, más de una vez, Basterra necesitó al menos dos días para volver a su rutina tras una visita a la ESMA. Volver allí nunca les resulta gratis. Pero aquí el peso fue doble, porque a la angustia de cada vez, también se sumó la de las modificaciones y la polémica.
A ambos costados, el sonido invade. Es el momento donde más intensamente se presentan Néstor y Cristina. Basterra mira con asombro: "para mí todo esto es novedoso, no estaba. Y, bueno… son estas formas… no sé cómo calificarlas, no lo reconozco a esto yo… ¿Cómo se entra acá?", preguntó con desesperación.
Es difícil tratar de pensar qué les sucede a los sobrevivientes con los centros clandestinos donde pasaron los peores días de su vida. Pero si de algo no nos cabe duda, es de que el rechazo al nuevo museo no es un capricho. Memorizaron cada lugar, cada paso. Han contado los escalones que conducen a "Capucha" y "Capuchita". Sienten esos ámbitos como propios, no en un sentido apropiador, sino pensándose como recuperadores. Ellos recobraron esos espacios. Más allá de cualquier político, de ningún juez. Ellos reconocieron, contaron, reconstruyeron. Ellos, más que nadie. Aunque el lugar sea, como bien dijo la presidenta, de los 40 millones de argentinos y argentinas. Mientras estén vivos, debería ser más de ellos que de cualquier otro. Sin sus testimonios valientes y dolorosos, no habría museo posible, porque no podríamos precisar, tan solo suponer. Es increíble que todavía no hayamos aprendido eso.
Con él, con él, con él
Las fotos, no
Así está representada la cucheta sobre la que estaban los secuestrados. |
En Capucha la cosa no estuvo mejor. Ingresamos tras subir los dos pisos por
la escalera. Un piso flotante de madera oficia de pasarela. De paso tapa los
cables de la instalación eléctrica. "¡Qué horrendo que es esto, por favor!",
gruñó Basterra. Los visitantes lo rodean: "esto es Capucha, lamentablemente
totalmente alterado… no entiendo qué han tratado de hacer con esto… no lo
entiendo, no entiendo, pero, bueno…", siguió su lamento. Comenzó a contar
qué fue Capucha pero se interrumpió a sí mismo: "¿Te puedo pedir una cosa?
Sacale el flash, porque lesiona... si hay inscripciones en las paredes, la
luz intensa las borra", dijo cuidando el lugar como quien protege algo propio.
"Esto era Capucha, a partir de esos caños que están ahí comenzaba Capucha
propiamente dicha… mi primer lugar fue allá en el fondo, después estuve más
para este lado. No entiendo qué han tratado de hacer con este piso. Me parece
una burrada…". Fuimos llegando al final. Quedó lugar para una crítica más:
-Allá adelante hay como una simulación de la cucha… como un cajoncito… -le
indicamos con cuidado.
-Ah, sí, ya lo vi, es una pelotudez, es absurdo eso.
-Fukman decía que parecía un
ataúd al que le falta solo la tapa.
-Y... sí…, hubieran puesto dos tabiques de 1X2 metros, una colchoneta, y listo.
Pasamos también por Pecera. Víctor reconocía a los testigos en el juicio proyectados
en las paredes, y los nombraba, casi saludándolos, como si estuvieran allí.
Todos están allí. Quizá hasta no sea alocado pensar que quien estuvo en un
sitio de tortura y exterminio no consigue salir jamás. Algo, mucho de ellos,
permanece acompañando a los que ya no están.
Salimos a los jardines. Nuevamente nos atraparon los caminos inextricables.
El grupo de estudiantes le pidió unas fotos. El mito sobreviviente accedió.
Naftal se acercó a charlar. La tensión parecía haber quedado a un lado. Sin
embargo faltaba el saludo final y una invitación a irnos.
-No los quiero echar, pero tenemos que cerrar... -dijo Naftal sin dejar de
lado el tono amable.
-Sí, sí, nos vamos, nos vamos -generalizó Basterra, entre abrazos y promesas
de comidas a compartir.
-No no, vos te vas... yo me quedo -respondió Naftal.
De ningún modo pareció un comentario tendiente a romper la amabilidad. Pero
Freud hubiera esbozado una sonrisa.
* Con la colaboración de Cecilia Litvin en textuales
www.laretaguardia.com.ar/2015/05/basterra-el-mito-sobrerviviente-y-su.html