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La revolución pasiva del Papa Francisco
Por Guillermo Almeyra - Monday, Jul. 20, 2015 at 11:41 AM

19 de julio de 2015 | El Papa Francisco, consciente de que el capitalismo es, como él mismo dijo, intolerable para la gente pero además insoportable e insostenible desde el punto de vista económico y ambientalista, quiere proponer una alternativa que evite la autogestión socialista. No se le ocurrió ninguna mejor que ofrecer cono modelo las misiones jesuíticas que constituyeron un verdadero imperio en Paraguay, el nordeste argentino, el sur de Brasil y el Norte de Uruguay. Por Guillermo Almeyra.

La revolución pasiva...
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El Papa, cuando era simplemente el cura Bergoglio, fue miembro de la Guardia de Hierro, una organización de la derecha peronista por supuesto antisocialista y procapitalista. Fue superior provincial en Argentina de la Compañía de Jesús; ésta, como es sabido, es una Orden militar, una Compañía que tiene un general. Esa Orden militante se caracteriza por una disciplina que exige a sus miembros “obedecer como cadáveres”. En su calidad de Provincial, Bergoglio entregó a la dictadura a algunos jesuitas, según denunciaron ex jesuitas sobrevivientes de las torturas y desapariciones.

Así como el polaco Karol Wojtila había sido elegido Papa por su experiencia con la burocracia comunista de su país y para colaborar en la destrucción de la ex Unión Soviética y de su entorno de países gobernados por partidos comunistas, Bergoglio lo fue por su carácter de latinoamericano ya que el catolicismo tiene en América Latina el 40 por ciento de sus fieles y allí enfrenta desde posiciones todavía mayoritarias el crecimiento del evangelismo estimulado por Estados Unidos y de la pérdida de fe, resultante de la victoria de los valores hedonistas y egoístas del capitalismo. Francisco es el Papa de la conservación, de la batalla de retaguardia, no el del aggiornamento ni de la modernización de la Iglesia.

Bergoglio-Francisco, monarca absoluto de un Estado que desde hace milenios, desde Constantino, es la expresión material de la ideología católica-romana, acaba de declarar en América Latina, refiriéndose al anticapitalismo socialista, que “las ideologías conducen a dictaduras”. Su ideología particular, en efecto, condujo a las sangrientas cruzadas contra el Islam que causaron centenares de miles de muertes de cristianos ortodoxos, judíos, musulmanes en España, en Grecia, en Medio Oriente, del genocidio provocado por la Conquista en América y por la trata de negros en África, con sus millones de muertos, de la cruzada contra los protestantes en Francia y contra los eslavos en Europa oriental, de las guerras de religión europeas, de los torturados y quemados por la Inquisición, así como de la lucha feroz contra todos los que lucharon por el avance de la ciencia (Galileo, Giordano Bruno, Miguel Servent, entre otros condenados).

El Papa, consciente de que el capitalismo es, como él mismo dijo, intolerable para la gente pero además insoportable e insostenible desde el punto de vista económico y ambientalista, quiere proponer una alternativa que evite la autogestión socialista. No se le ocurrió ninguna mejor que ofrecer cono modelo las misiones jesuíticas que constituyeron un verdadero imperio en Paraguay, el nordeste argentino, el sur de Brasil y el Norte de Uruguay hasta que fueron destruidas por los reinos de España y de Portugal que las veían como competidoras.

Esas reducciones de indígenas, o misiones, fueron empresas agrícolas sumamente lucrativas y tecnificadas, que comerciaban sus productos en el mercado mundial. Los jesuitas dirigían económica, cultural, militar y políticamente comunidades en las que habían agregado a la propiedad colectiva tradicional de los guaraníes la propiedad privada de la familia mononuclear. Las comunidades agrícolo-militares eran dirigidas por el comunismo teocrático de la Compañía de Jesús y funcionaban como verdaderos “criaderos de siervos”, lo que llevaba a una continua fuga y a la disminución de la natalidad en las reducciones. Para evitar este último fenómeno, los jesuitas llegaron a tocar la campa por la noche para que los indígenas varones se uniesen con sus mujeres para procrear.

La desculturización de los indígenas, su integración en la cultura del colonialismo europeo, el paternalismo de los jesuitas y el trabajo obligatorio en los “campos de Dios” (de la Compañía de Jesús): éste es el modelo del Papa Francisco para el futuro, una experiencia de los siglos XVII y XVIII anterior a la Revolución francesa y a los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

El Papa también habló ante los movimientos sociales con un lenguaje grato a éstos: los llamó a desarrollar las nuevas formas cooperativas y autogestionarias, a organizarse, defender el ambiente por sobre el lucro y la productividad capitalista, cambiar las estructuras sociales, derrotar al capitalismo en esta tercera guerra mundial que está librando contra los pueblos del mundo y los trabajadores. Con ese discurso canalizó hacia la jerarquía eclesiástica (aunque la parte más conservadora de la misma esté escandalizada) un proceso que, con la Teología de la Liberación, lleva fuera del control de la Iglesia y a la autoorganización socialista. Desbordar por la izquierda a los teólogos de la Liberación es equivalente a disminuir su peso.

Sin embargo, sus palabras se abren camino, en la interpretación popular, con una dinámica propia, anticapitalista, y reforzarán las luchas, que son también anti-institucionales. El resultado indirecto de una tentativa de control y dirección de los movimientos sociales en nuevas condiciones de lucha más favorables podría ser un estímulo al anticapitalismo en los sectores influenciados por la Iglesia católica. De ahí el temor de la parte más rancia de la jerarquía católica.

Al mismo tiempo, con sus exigencias de abandono del asistencialismo y del neodesarrollismo a costa de la sociedad y del ambiente, da un golpe a los gobiernos de Rafael Correa, Lula-Dilma-PT, Cristina Fernández, que no han cambiado en nada las estructuras del capitalismo en sus respectivos países y aceptan cualquier tipo de inversiones para cualquier tipo de desarrollo, mientras practican el asistencialismo más como base para la obtención de votos que como herramienta para sostener el mercado interno. Con esos discursos el Papa quiere dar un papel político protagónico a la Iglesia católica en cada uno de esos países, y reconquistar la influencia perdida por la institución debido a la corrupción y a los escándalos sexuales así como a su apoyo a las dictaduras y el capital financiero.

Las posiciones sociales del Papa expresan deformadamente el nivel de conciencia de los movimientos sociales, sobre el cual se monta para contenerlos. Su advertencia de que el capitalismo es insostenible y que estamos ante la tercera guerra mundial y el desastre ambiental responde también a un nivel de conciencia de un sector de la intelectualidad y de los trabajadores que rechazan la política neodesarrollista de los “progresistas” y no ven en la izquierda una visión mundial, universal, antisistémica. Francisco, peronista ultraconservador, quiere encabezar una revolución pasiva según el modelo de Perón (“ni yanquis, ni marxistas: peronistas”).

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