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El día en que Villegas e Inakayal se vieron las caras
Por Adrián Moyano / El Cordillerano - Saturday, Aug. 08, 2015 at 11:13 AM

Fue en el valle del Ñirihuau, el arroyo que hoy divide las jurisdicciones municipales de Bariloche y Dina Huapi. El argentino conminó la “presentación” pero los mapuche-tehuelches prefirieron continuar en libertad.

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En el otoño de 1881, las tropas argentinas llegaron por primera vez al área del Nahuel Huapi. Fue en el marco de una ofensiva que comandó Conrado Villegas, quien integró personalmente la columna de la 3era Brigada. La formación batió el actual interior rionegrino, zona que hasta entonces era absolutamente desconocida para los expedicionarios y además, ajena a la soberanía de Buenos Aires.

Al arribar al área que actualmente es de influencia de Bariloche y Dina Huapi, el general no consideró necesario avanzar sobre la ruka de Inakayal, que por entonces permanecía en la margen sur del gran lago. Pensaba que los integrantes de aquellas tolderías eran “pacíficos y agricultores” en concordancia con el testimonio de Francisco Moreno de un año atrás: aquí se producía trigo blanco y colorado, cebada, maíz, quinua, porotos, arvejas, zapallos, papas y batatas, entre otros alimentos. Para el viajero de Buenos Aires, aquella riqueza era obra de los “indios valdivianos” que con tal propósito, había traído Inakayal. Para el soldado de Roca, el resultado del trabajo de aquellos “ignorantes pobladores”.

Pero si bien en 1881 las lanzas de los williche no se cruzaron mayoritariamente con los sables de los milicos, Villegas e Inakayal se vieron las caras, muy cerca del actual emplazamiento de San Carlos de Bariloche. Tomó parte de los acontecimientos el coronel José Daza, quien revivió el encuentro con su pluma: “un buen día nuestra guardia avanzada da aviso que se acercaba un grupo de jinetes que venían en dirección del oriente enarbolando bandera blanca, señal de paz y concordia. Mandóse reconocer, como es de práctica, resultando ser gente amiga que venía de lejanas tierras con el deseo de hablar con el jefe de las fuerzas”.

No acelerar la muerte

El cacique Incayal.Según el recuerdo del oficial, los recién llegados “en breves palabras significaron el objeto de la visita, declarando que eran caciques Tehuelches, Foyel, Inacayal, Gallo y otros, que venían a cumplimentar al presidente de la Argentina en nombre de sus tribus y que se alegraban de vernos allí, pues decían ‘ser ellos también indios argentinos’... Después de hacerles algunas preguntas, el Gral. Villegas díjoles que se presentaran al gobierno y dejaran de hacer esa vida miserable de salvajes, que la nación les daría alimentación y tierra para cultivar, además les educaría sus hijos, poniéndolos en los senderos de la civilización... Quedaron un momento pensativos y contestaron. Que, en verdad eran indios errantes, pero que a nadie habían robado, cautivado ni muerto; siempre habían sabido vivir de su trabajo y esto lo podían atestiguar con las poblaciones de Chubut y Patagones. Agregaron que la desgracia los ha hecho pobres, que en esta pobreza habían nacido y crecido en sus propios campos, legados por sus mayores y les sería penoso dejar ese pedazo de suelo donde habían vivido hasta llegar a la avanzada edad de la vejez, que algunos de sus hijos residían en la cristiandad, siguiendo espontáneamente las costumbres de la civilización, a lo cual ellos nunca se habían opuesto”.

Los últimos párrafos de Daza pueden incluso emocionar. Inakayal, Foyel y los suyos, señalaron para finalizar: “Sí, señor general, exigirnos someternos a otras sociedades de distinta religión, en desconocidos lugares, a nosotros nacidos en las soledades de los bosques, acostumbrados a vivir en el silencio de los campos, sería condenarnos mucho a sufrir, lo que aceleraría nuestra muerte de ‘las pocas lunas que nos quedan de vida’. Preguntóseles el número de familias que tenían, con cuántas lanzas podían presentar las tribus tehuelches en caso de invasión extranjera. A lo cual contestaron que había cerca de 3.000 familias, muy desparramadas en varios puntos de la Patagonia. Podían poner sobre las armas mil hombres aguerridos y diestros para los combates y para el manejo de la lanza: pero que también la mayor parte andaba en los campos con las boleadoras”.

Inicialmente, las tropas de la 3era Brigada acamparon en el valle del Ñirihuau, al que denominaron “2 de abril” por concretarse ese día su arribo, en 1881. El encuentro que describió Daza no pudo tener lugar muy lejos de allí. No podemos saber qué tanta literatura aportó la escritura del militar, pero algunas de las sensaciones que fijó en el papel resultan verosímiles. Además, su testimonio también vale por los acontecimientos que sus ojos no vieron, es decir, es destacable que al encontrarse con el contingente de los winka, Inakayal, Foyel y Chagallo ya no pusieran en práctica el antiguo protocolo mapuche gününa küna, aquel que incluía cargas imaginarias contra los weza newen (el gualichu de los observadores superficiales). Tampoco tuvo lugar el prolongado pentukuwün (ceremonia de saludo) que años atrás, ofuscara por su duración a Musters o Moreno. Al menos de este recorte, no se desprende que Inakayal y los suyos avisaran de su aproximación con las humaredas de rigor, omisión que puede interpretarse de al menos dos maneras: por un lado, el lonko estaba en su espacio territorial así que no tenía por qué prevenir sobre su llegada. Por el otro, a la luz de los acontecimientos recientes (el ataque a Sayweke), no parecía pertinente mantener una relación franca con los invasores...

Con la definición de “indios argentinos”, difícilmente los mapuche williche y gününa küna buscaran diferenciarse de los hipotéticos “indios chilenos” que a esta altura de los acontecimientos, los de Buenos Aires convertían en demonios de segundo orden, ya que también batían a los puelche sin miramientos. Más bien, querrían significar que sus orígenes estaban al oriente de la cordillera y que por esa proveniencia, tenían derecho a sus espacios territoriales de siempre. A pesar del desprecio con que Villegas se refirió a sus interlocutores, Daza pareció dejarse conmover por las cavilaciones de los lonko y sus dignísimas respuestas, después de los miserables ofrecimientos del general. Indirecta reivindicación de una forma de vida que intuían, tocaba a su fin: la libertad que Occidente confundió con nomadismo, la cultura de las cacerías y el comercio pacífico, el desdén ante las pretendidas riquezas de los winka, el amor al tuwün (origen)y el respeto hacia los mayores, la tolerancia, la espiritualidad propia, la relación intensa con la naturaleza... La existencia de los mapuche y gününa küna iría a agotarse si el sometimiento implicaba renunciar a esos valores, argumentaron Inakayal, Foyel y Chagallo. En cierto sentido, no se equivocaban.

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