Julio López
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Libro Como el Urundel
Por Fundraa - Friday, Sep. 25, 2015 at 8:30 AM
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Libro que acaba de ser editado por FUNDRAA Tucumán, impreso y distribuido por Editorial Dunken.

Libro Como el Urunde...
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Capítulo 1

Tucumán TV

El 9 de Julio de 1966 sería el momento en que Tucumán iba a tener, por fin, televisión.
“Por fin”, pensó el hombre que había soñado con ese acontecimiento desde por lo menos diez años atrás. Aunque las circunstancias hubieran sucedido de un modo muy diferente a como él deseara. Tanto que su novia, Beatriz, tuvo que disuadirlo en dos o tres oportunidades de que renunciara.
“Ya estoy aquí”, pensó. “Debo estar feliz. De hecho, lo estoy. Sólo mi obstinado perfeccionismo pretende situaciones perfectas. Que en el devenir humano, muy raramente ocurren. El mundo es como es. La humanidad actúa con imperfección humana. Dudar de toda perspectiva que se aparta de nuestros diseños imaginarios, podría constituir, también, soberbia... el devenir...”
‒Doctor Albarracín ‒ escuchó que le decían‒ Nos han avisado que las autoridades ya están en camino. En diez minutos, aproximadamente, van a llegar aquí.
“Como buenos milicos, puntuales”, pensó Raúl. Y en voz alta, dijo:
‒Muy bien, Alejandro. Por mi parte estoy listo.
Esto era lo que escocía la consciencia de Raúl Alberto Albarracín: la fatalidad de tener que lanzar la primera transmisión televisiva de Tucumán bajo una dictadura militar. Un canal que había sido diseñado con mentalidad democrática, bajo un gobierno democrático, con el propósito de promover una mentalidad democrática, plural, civilizada... Desde 1958, bajo el gobierno democrático de Celestino Gelsi el proyecto estaba listo... había sido encargado a Albarracín como parte de una apertura política excepcional, que se proponía refundar el país sobre parámetros culturalmente avanzados. Haciendo sus modelos de Francia y Alemania, países que, después de la Guerra Mundial, se habían encaminado en un proceso profundo de reflexión creativa, llegando a alcanzar, hacia mediados de los cincuenta, los primeros lugares, en lo referido a excelencia conceptual.
Su amigo Isauro Martínez había sido uno de los que aconsejara a Raúl no abandonar el proyecto, cuando, luego del golpe militar de junio de 1966, le comunicaran que el gobierno de facto había decidido continuar con su concreción. “Aguantá, Raúl”, le había dicho el ex intendente de Tucumán por la U.C.R.I. “Si nos vamos del poder todos los buenos, dejamos a nuestro pueblo más humilde a merced de los malos... hay que ocupar los espacios que podamos, y vos estás en uno privilegiado: la comunicación”.
Nadie podía acusar a Isauro de antidemocrático. Era, sin embargo, un hombre al cual los azarosos avatares políticos de la última década habían templado en un pragmatismo inteligente, sin considerar jamás la claudicación de los principios. Esos principios que los llevaran a ambos, cuando su partido, la Unión Cívica Radical, diera el paso decisivo del teatro Alberdi en 1958, a migrar decididamente hacia el sector progresista, la Unión Cívica Radical Intransigente. Que ganaría abrumadoramente las elecciones de ese año, llevando a la gobernación a don Celestino Gelsi.
Había sido precisamente Isauro, también, cuando Lázaro Barbieri escamoteara a Gelsi su segunda gobernación, tras un enjuague confuso de espurios acuerdos políticos entre gallos y medianoche, había sido Isauro ‒recordó Raúl‒ quien le diera aliento para continuar con su participación en el proyecto de dotar a los tucumanos de su televisión cultural.
‒Doctor Albarracín‒ escuchó que le decían ‒Nos indican que las autoridades provinciales y nacionales están ingresando en la sala.
‒Muy bien, Alejandro ‒mecánicamente, contestó. ‒Voy de inmediato.
Las primeras filas estaban ocupadas por personajes destacados de la sociedad tradicional tucumana. Una bellísima rubia, como de treintaicinco años, distrajo por pocos segundos su atención: no la había visto nunca. Se preguntó quién sería. Sin duda alguien importante, tal vez la amante de algún magnate azucarero, o quizá de un flamante funcionario militar... Tal vez una funcionaria, u otra persona importante que él no conocía. ‒No debo ser prejuicioso‒ pensó: ‒no todas las rubias bonitas cuentan únicamente con ese mérito formal… ‒A su lado había asientos vacíos, comenzaba allí la hilera de espacios reservados para los jueces, autoridades universitarias y gubernamentales. En la cuarta fila cierta silla ostentaba una etiqueta con su nombre. Había renunciado a la que por derecho le correspondía, en la primera fila. Aunque no se consideraba cristiano, durante su paso por el Colegio Santo Domingo una frase del Evangelio se le había grabado con persistencia: «...no te pongas en el primer puesto, no sea que haya un convidado más poderoso que tú, y debas oír: ‘Déjale el sitio a éste’. Por el contrario, siéntate más atrás, de manera que, cuando te digan: ‘Amigo, sube más arriba’, esto sea un honor para ti, delante de todos los que estén contigo a la mesa».
Lombana se levantó de su asiento para saludarlo:
‒¡Querido Raúl! ¡Esta es tu obra! ‒le dijo.
‒Alberto, eres extremadamente generoso; exageras por cierto, pero aún así te lo agradezco ‒contestó Raúl Albarracín.
‒¡Estarás feliz, me imagino! ‒siguió el gran escenógrafo, quien por su parte lucía radiante.
‒¡Claro!...‒enfatizó Raúl, sin mayores explicaciones. Lombana se ubicó a su lado.
‒Tal vez las condiciones no sean las ideales, pero no podemos negar que, aún habiéndonos reducido tanto la infraestructura, el comienzo de las transmisiones televisivas será un gigantesco avance para nuestra provincia.
‒Por cierto‒ asintió Raúl‒. Ya no podrá gastarme más Virgilio Castiglione... ‒comentó en clave jocosa. El arquitecto Lombana inquirió con la mirada.
‒Cada vez que nos cruzábamos en los pasillos de la Universidad, Castiglione me preguntaba, con picardía: «¿Y, Raúl? ¿Cómo va tu proyecto? ¿Llegará alguna vez la televisión a Tucumán?...» Ellos la tenían funcionando en Santiago del Estero desde 1963...
‒Si nosotros hubiéramos tenido la guita de los Castiglione estaríamos transmitiendo desde 1960, al menos... Así cualquiera...‒reflexionó Lombana.
‒Es verdad. En Santiago confluyó la existencia de capitales privados con la inteligencia de sus propietarios.... Aunque también es cierto que a nosotros se nos presentaron demasiados obstáculos, con frecuencia absolutamente injustificados. “La máquina de impedir...”, tal cual la calificó alguna vez Bullaude.
Como si hubiera sido convocado ingresó el comunicólogo cordobés y se acercó a sus amigos.
‒¡Salud y felicidad para ambos!‒, exclamó‒: ¿cómo van?
Lombana bromeó:
‒Como paracaidistas novatos que van a intentar su primer salto...
José Bullaude había participado de un modo decisivo en la puesta en funcionamiento del canal universitario cordobés, que emitía desde 1962. Su presencia aquí estimulaba el optimismo de Raúl, quien lo tenía en muy alta estima.
‒¿Cómo estás Raúl? Te he extrañado... hace tiempo que no nos veíamos.
‒José, he necesitado con frecuencia tus conocimientos y tus experimentados consejos... Pero no me es fácil viajar... sabes que estos últimos años han sido para nosotros muy ajetreados... De cualquier manera tu libro, Enseñanza audiovisual y comunicación, es para mí de consulta cotidiana... Me ayudó mucho en este periodo, es casi como escucharte hablar...
‒Bah, no es para tanto‒, protestó con modestia el comunicólogo‒: vos sabes más que yo en muchos aspectos de estos temas, Raúl...
Raúl se sintió íntimamente gratificado. Respetaba profundamente a José Bullaude, cuya experiencia en los Estados Unidos consideraba complementaria con la propia, efectuada principalmente en Francia.
El improvisado salón había sido transformado de tal manera que semejaba un palacio, pese a que sólo estaban en el interior de un mediano galpón de chapas. Apelando a cortinados opulentos, que cubrían las paredes hasta el techo, y este sencillamente recubierto con lienzo blanco, se había logrado una impresión ambiental de suntuosidad. La correcta iluminación, proyectada por reflectores ubicados con inteligencia, determinaba, asimismo, el realce de los detalles más interesantes: el escenario, los cuadros, las primeras filas de la distinguida concurrencia.
El galpón se había colmado completamente en cuestión de minutos. Apenas quedaba espacio para el ingreso de las autoridades en el pasillo de la izquierda, que policías de civil se encargaban afanosamente de mantener despejado.
‒Parece que vienen...‒dijo Lombana.
Efectivamente. La Primavera de Vivaldi fue interrumpida abruptamente por la voz metálica del vocero gubernamental, quien anunció:
‒Hace su ingreso a la sala el excelentísimo señor gobernador de la provincia de Tucumán, coronel Delfor Elías Otero, acompañado por su gabinete de ministros...
Con meticulosidad el vocero gubernamental fue proclamando los nombres de los jueces, los ministros, los directivos de la Universidad Nacional. Sin haberlo concertado, la concurrencia se había puesto de pie; luego de que los gobernantes ocuparan sus sitios en las primeras filas, comenzó a sonar desde los parlantes el Himno Nacional.
“El surrealismo no es lo que fantaseamos, sino lo que ponen a funcionar cotidianamente los hombres”, pensó Raúl Alberto Albarracín.
Saltó a su imaginación el momento en que comenzaron a gestar la televisión tucumana, a fines de la década de los cincuenta. En aquella oportunidad, parecían ya tocar con los dedos el canal universitario anhelado. Gobernaba Celestino Gelsi, un demócrata que había sido capaz de captar los mejores conceptos del justicialismo proscripto, desbrozándolos de sus componentes fascistoides; el Ingeniero Eugenio Virla, elegido por un impecable proceso democrático y legal, ejercía el rectorado de la Universidad Nacional de Tucumán.
“La televisión será un instrumento de Educación y Cultura que pondrá en movimiento las consciencias de la población en su conjunto”, habían repetido en las primeras reuniones, donde Raúl, debido a su experiencia en los medios de comunicación europeos, se constituía en el factor ideológico clave. “Un pueblo motivado por altos objetivos éticos y culturales, será el verdadero motor de un desarrollo económico y social sostenible, sobre el que podrá emerger un futuro próspero para nuestra provincia”.
‒Doctor Albarracín ‒oyó que le decían. ‒El acto ya debería comenzar... Por favor, no olvide que usted tiene que conducirlo…
Raúl aventó sus recuerdos. Sintió el apretón de Bullaude sobre su brazo derecho, antes de levantarse. Con paso seguro se dirigió al escenario. Ya frente al atril con el micrófono, paseó su mirada tranquila sobre la elegante multitud que colmaba el salón. Con su muy conocida y nítida voz atenorada, clara, comenzó un discurso de palabras precisas. A partir de ese momento, las transmisiones televisivas se iban a convertir en la realidad cotidiana, para toda la provincia de San Miguel de Tucumán. Sin interrupción hasta hoy

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