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La masacre de los pilagás
Por Alberto N. Manfredi (h) - Tuesday, Oct. 13, 2015 at 1:22 PM
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Uno de los crímenes más brutales cometidos durante el régimen peronista fue el genocidio del pueblo pilagá, acaecido en el mes de octubre de 1947 en el territorio nacional de Formosa.

LA MASACRE DE LOS PILAGÁS

Uno de los crímenes más brutales cometidos durante el régimen peronista fue el genocidio del pueblo pilagá, acaecido en el mes de octubre de 1947 en el territorio nacional de Formosa.
Existen varias versiones acerca de lo que realmente ocurrió, muchas de ellas contradictorias, la mayoría arteras, que intentan justificar al régimen y su líder y desviar la atención hacia actores secundarios pero la responsabilidad de lo acaecido tiene un solo responsable: el gobierno nacional, bajo el que se hallaba sujeto toda autoridad y competencia, que no solo aprobó lo actuado por sus subordinados sino que apañó a los ejecutores, eludió someterlos a la justicia y echó sobre la masacre un manto de olvido y silencio que se prolongó por más de medio siglo.
Investigadores y periodistas inescrupulosos, cobardes, obsecuentes y hasta cómplices, han manipulado los hechos para endilgar lo ocurrido a personas ajenas a la barbarie, algo similar a lo que ocurre cuando se aborda el trágico alzamiento de la Patagonia en tiempos de Hipólito Yrigoyen y se lo pretende endilgar al gobernador Edelmiro Correa Falcón por el solo hecho de que era conservador, cuando el verdadero responsable fue el presidente de la Nación quien firmó los decretos autorizando el envío de tropas regulares y la represión de los trabajadores en huelga.

Militares y colonos tras la masacre.
Al fondo, indígenas prisioneros

Esos investigadores y periodistas ponen especial hincapié en una caminata que los indios efectuaron desde sus ancestrales tierras de Las Lomitas hasta el Ingenio San Martín de El Tabacal, en la provincia de Salta, propiedad del poderoso terrateniente Robustiano Patrón Costas, para trabajar en la recolección de caña de azúcar.
Los pilagás necesitaban imperiosamente ese empleo y por esa razón, cubrieron a pie la gran distancia que los separaba de su destino, cargando las pocas pertenencias que necesitaban para la subsistencia y llevando a sus mujeres e hijos con ellos.
Llegaron a Salta en el mes de marzo, acompañados por braceros tobas y wichís que también iban a trabajar, acordando con sus capataces $6,00 por día, sin embargo, después del primer mes de zafra, notaron con asombro que el importe era de solo $2,50, es decir, menos de la mitad de lo prometido.
Defraudados y engañados, elevaron su protesta a las autoridades del ingenio pero la única respuesta que obtuvieron fueron golpes y su despido.
No les quedó más remedio que emprender el regreso por el mismo camino, en lo que fue una marcha lenta y dolorosa a través de la selva y el monte, donde la hambruna y las fiebres se cobraron las primeras víctimas: los niños y los enfermos, seguidos después por mujeres y ancianos.
La responsabilidad de Patrón Costas en el asunto llega hasta ahí, cuando en pleno mes de abril, los indios se retiraron. Hoy en día abundan escritos en los que, a toda costa, se intenta endilgarle la carga de lo ocurrido por el simple hecho de ser un poderoso terrateniente, exponente de la clase oligárquica y el régimen conservador, que no abonó lo que se había prometido de palabra.
Lo cierto es que, como se ha dicho, los aborígenes partieron de El Tabacal a principios de abril y a finales de ese mes estaban de regreso en Las Lomitas.
Una segunda versión apunta a que en tiempos de elecciones, durante la campaña presidencial de 1945, los indígenas recibieron una serie de promesas que el nuevo gobierno “olvidó” una vez llegado al poder, entre ellas, la provisión de alimentos, ropa, y tierras para trabajar.
Varias veces reclamaron por ello y al ver que, pasado un año de la asunción de Perón, las promesas no se efectivizaban, decidieron hacer oír su voz y exigir lo acordado.
Existe una tercera versión según la cual, siguiendo instrucciones del gobierno nacional, las autoridades del territorio decidieron asentar a los indios en reducciones, iniciativa a la que aquellos se negaron rotundamente porque no estaban dispuestos a abandonar un territorio que les pertenecía desde antes de la conquista. Y eso fue lo que desencadenó la tragedia.
Lo más probable es que se haya dado una combinación de las tres cosas. Tal como era costumbre en aquellos años, los aborígenes fueron a trabajar a los ingenios de Salta, y cuando se les pagó menos de lo acordado, decidieron retirarse y una vez de regreso, hayan reclamado lo que se les había prometido en tiempos de elecciones.
De acuerdo a la primera versión, desesperados por su precaria situación pero, por sobre todo, porque la ayuda del gobierno no llegaba, los pilagás abandonaron sus tierras y encabezados por los caciques Nola Lagadick y Luciano Córdoba, se dirigieron a las poblaciones cercanas para parlamentar y buscar alimentos, levantando campamento en el descampado de Rincón Bomba1, a escasos 500 metros de la población. Desde allí solicitaron ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellanos y como no la obtuvieron, comenzaron a mendigar.
La otra versión asegura que los pilagás llegaron en número elevado y que al no ser escuchados, se alzaron en rebelión, desencadenando una serie de violencias que pusieron en estado de alerta a la región.
Dado el cuadro de situación, el gobernador de Formosa, Rolando de Hertelendy2, convocó a una reunión a la que acudieron el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz y el jefe de la Gendarmería local, el mencionado comandante Fernández. Castellanos, quienes decidieron poner al tanto de lo que ocurría al gobierno nacional.
La noticia llegó primero al Ministerio del Interior, a cargo de Ángel Borlenghi e inmediatamente después, al despacho presidencial. Se dice que se pactó una entrevista personal entre los delegados indígenas y Perón; que el primer mandatario se interesó por el asunto, que dispuso el inmediato envío de un tren cargado de alimentos, frazadas, ropa y medicinas y que impartió la orden de instrumentar programas de desarrollo social para asistir a los indios. Sin embargo, nada de eso ocurrió realmente.
No se llevó a cabo ninguna entrevista, no llegó ninguna formación con asistencia y no se instrumentó plan alguno. Lo que sí es cierto es que los indios alzaron aún más su voz y que ello atemorizó a los colonos blancos y molestó a las autoridades.
Cuando nadie se lo esperaba, a comienzos de octubre aparecieron en Las Lomitas tres misteriosos vagones cargados con alimentos, aunque sin frazadas, ni ropa, ni medicamentos. Dos de ellos estaban prácticamente vacíos y el tercero escaso en provisiones. Aún así, se repartió el cargamento y eso atemperó un poco los ánimos, trayendo cierta calma en el lugar pues, se suponía, que se trataba de una primera partida de ayuda, es decir, de la asistencia que las nuevas autoridades habían prometido durante la campaña electoral. Dos días después, se desató la tragedia al descubrirse que los alimentos estaban en mal estado y al parecer, habían sido envenenados.
Según recuerdan algunos memoriosos, los pilagás se llevaron los alimentos hacia su campamento y allí los consumieron. Pocas horas después, comenzaron a aparecer los primeros síntomas de una intoxicación masiva, con fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores, altas fiebres y finalmente, la muerte.
Los primeros en sucumbir fueron los niños y los ancianos y casi enseguida les siguieron algunas mujeres y hombres adultos.
Los aborígenes estaban convencidos de que habían sido envenenados, incluso algunas fuentes hablan de alimento en avanzado estado de descomposición -harina con gorgojos, la grasa para cocinar derretida por el calor, azúcar, yerba y galletas embolsadas verdes por el moho, olores fétidos dentro de los vagones- pero eso es algo imposible porque de haber sido así, los indios no los hubiesen ingerido.
El alzamiento cobró ribetes desproporcionados cuando los 8000 aborígenes armados (algunos con fusiles) intentaron hacer justicia. Se sentían traicionados y además, se había perpetrado contra ellos un horrendo crimen. Pero la historia recién comenzaba.
Las autoridades de Las Lomitas, con el apoyo de sus pobladores, impidieron a los aborígenes sepultar a sus muertos en el cementerio de la localidad, razón por la cual, los mismos fueron enterrados en los montes, en medio de danzas rituales que se prolongaron hasta altas horas de la noche.
Inmediatamente después reiniciaron los reclamos, solicitando las tierras ancestrales que se les habían prometido durante la campaña electoral así como los planes de salud y la asistencia en materia de alimentos e indumentaria. Y en ese sentido, parecieron encontrar cierto eco en “El Territorio”, un periódico de Resistencia, que el 19 de octubre de 1947 publicó lo siguiente:

Los indios que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante la explotación de pequeñas chacras. En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos. Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares de seres humanos a la inanición...3

Atemorizada por su reducido número, la población blanca de Las Lomitas elevó su inquietud a las autoridades y casi al mismo tiempo, la prensa comenzó a hablar del “peligro indígena”. De esa manera, comenzó a tomar cuerpo la “amenaza” de posibles malones sobre los colonos y en Buenos Aires comenzaron a hablar de un “alzamiento”.
La población blanca se reunió en la sede de la Sociedad de Fomento del pueblo y junto a las autoridades decidieron enviar una nota al gobernador, haciendo referencia a un inminente ataque.
En vista de ello, se volvió a establecer contacto con el gobierno nacional y este impartió instrucciones.
La Gendarmería estableció un cordón defensivo de 100 efectivos armados entre el pueblo y el campamento aborigen e hizo saber a los indios que a ninguno de ellos se les permitía acercarse al lugar. Frente al poblado, los pilagás aguardaban impacientes mientras veían montar nidos de ametralladoras que apuntaban hacia ellos.
Y en esas condiciones llegó el 10 de octubre, cuando uno de los líderes indígenas se acercó a la línea defensiva y pidió parlamentar con los uniformados. El comandante del pelotón aceptó hacerlo a cielo abierto y de esa manera, de acuerdo a algunas versiones, los aborígenes se aproximaron encabezados por el cacique Pablito. Fue en ese preciso instante que se desató el horror.
A una orden del segundo comandante de Gendarmería, Luis Aliaga Pueyrredón (otro apellido de la oligarquía con el que los manipuladores de la historia intentan desviar la atención), las ametralladoras abrieron fuego y abatieron a los primeros indios.
Existe al respecto un testimonio del gendarme Teófilo Ramón Cruz que resulta un tanto inverosímil:

En los aborígenes (más de mil) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra4.

¿Cómo es posible que los aborígenes avanzasen contra efectivos armados y al menos dos nidos de ametralladoras pesadas llevando consigo a sus mujeres y sus niños? ¿Y si iban a parlamentar, para que hacerlo en número tan elevado?
Los hechos sucedieron de otra manera. Aliaga Pueyrredón no actuó por su cuenta porque para entonces, el gobierno había decidido llevar a cabo la represión.
Desde Buenos Aires, fueron despachados dos transportes DC-3 de la Fuerza Aérea Argentina a los que se les había quitado sus puertas traseras para montar sobre ellas una ametralladora pesada de 12.7 mm en cada uno.
La matanza comenzó ese mismo día, cuando los gendarmes provistos de ametralladoras, pistolas automáticas, carabinas y fusiles de repetición, avanzaron sobre el campamento indígena dispuestos a aniquilar a sus moradores. Lo hicieron siguiendo órdenes directas del ministro del Interior que, a su vez, había solicitado instrucciones a Perón, e iban acompañados por varios civiles de Las Lomitas que por su propia cuenta se sumaron a la partida, provistos de revólveres, rifles y escopetas particulares, ansiosos por acabar con la “amenaza”.

Restos de aborígenes masacrados
Gendarmes y colonos abrieron fuego desatando una estampida estrepitosa. Los gritos se escuchaban a varios metros de distancia entremezclados con el ruido de las armas que se disparaban a mansalva sobre hombres, mujeres, niños, sin siquiera reparar en ancianos, heridos o enfermos, la mayoría imposibilitados de correr.
Algunos indios jóvenes lograron escapar hacia el Pozo de Molina y allí se escondieron mientras por los alrededores, el sonido de los disparos y los aullidos de terror transformaban la región en un verdadero infierno.
La carnicería duró todo el día y al llegar la noche, se lanzaron bengalas para iluminar los campos y ubicar nuevas presas.
Desesperados por escapar, los indios corrieron hacia los montes, intentando ponerse a cubierto y así, varios de ellos, lograron salvarse.
Las primeras luces del día mostraron un escenario dantesco, con más de trescientos cadáveres sobre los campos mientras gendarmes y colonos se dedicaban a rematar a los sobrevivientes, incluyendo a los más pequeños.
Pero la luz del sol no solo trajo aquel terrible espectáculo sino también, algo mucho peor.
Por el horizonte aparecieron volando los dos DC-3 provenientes de la pista de aterrizaje que Rolando de Hertelendy había construido en Clorinda, y a vuelo rasante, ametrallaron a los indígenas fugitivos, algunos de los cuales, provistos de unas pocas armas de fuego, intentaron repeler la agresión.
Según el gendarme Cruz: “... pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que obviamente conocían palmo a palmo...”5.
Perseguido por gendarmes y colonos, el grueso de los pilagás enfiló por la selva hacia Pozo del Tigre y Campo del Cielo, aquella increíble región que en la prehistoria vio caer una lluvia de meteoritos (de ahí el nombre) y de ese modo lograron escapar a la carnicería, pero en los días siguientes fueron rodeados y masacrados sin piedad, ametrallados por los aviones y perseguidos por hombres armados, provistos de perros feroces y linternas, a lo largo de una ruta de sangre y horror.
Este verdadero genocidio del que nadie habla se prolongó hasta el 18 de octubre de ese mismo año, elevando la cifra de muertos a 750 individuos.
Hombres, mujeres y niños fueron fusilados masivamente, sus cadáveres apilados y luego quemados (algunos de ellos todavía vivos) y finalmente arrojados a fosas colectivas para que no quedasen rastros de ellos.
Los pocos que se salvaron, fueron encerrados en reducciones, junto a tobas y wichís y allí permanecen hasta el día de hoy.

Arqueólogos desentierran restos
óseos en 2006
Pero además de los muertos, hubo 200 desaparecidos de los que no quedaron rastros. Sin embargo, unos pocos pilagás lograron sobrevivir, casi todos hombres y mujeres jóvenes quienes se mantuvieron ocultos para guardar un silencio de sesenta años que recién se rompió en 2005, cuando investigadores particulares sacaron a la luz los hechos6.
No hubo ningún muerto entre las fuerzas nacionales como tampoco entre los colonos blancos que tomaron parte en aquella verdadera cacería humana.
Nadie hizo averiguaciones, nadie cuestionó absolutamente nada. No hubo historiadores, antropólogos o medios de comunicación que hablasen del tema y solo permaneció intacta la memoria de los sobrevivientes, aguardando el momento oportuno para ser escuchados.
Sesenta años después la verdad comenzó a salir a flote y los investigadores (serios) empezaron a hacer preguntas.
No cabe ninguna duda de que el principal responsable de semejante crimen fue el gobierno nacional. El Ministerio del Interior era el organismo que tenía a su cargo no solo los asuntos inherentes a las provincias y los territorios nacionales sino también el régimen de colonias. La policía dependía de los gobernadores quienes, a su vez, respondían al ministro del Interior, sujeto a la autoridad del presidente de la Nación, que además, era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, entre las que se encuentran la Gendarmería y la Fuerza Aérea. Y como hemos visto en capítulos anteriores, nada escapaba al control del primer mandatario argentino. Nadie fue juzgado, nadie detenido ni cuestionado aunque a la hora de buscar responsables se encontró a uno, un funcionario menor, empleado del Ministerio del Interior, que terminó señalado como culpable de lo ocurrido y separado de su puesto.

Sí, [hubo] “un” culpable. ¡Fue echado de su puesto un empleado ministerial de segunda, señalado como el “iniciador del conflicto”! ¿Investigación? Hasta donde sabemos, ninguna. Y si la hubo, peor: sólo sirvió para ocultarlo todo por casi 60 años. De uno y otro lado (víctimas y victimarios) hay testigos que aún viven7.

La prensa de la época reflejó los hechos de diferentes maneras. El Diario “Norte” de Formosa publicó el 11 de octubre de 1947 en su primera plana (columna 5):

Extraoficialmente, informamos a nuestros lectores que en la zona de Las Lomitas se habría producido un levantamiento de indios. Los revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas noticias que tenemos, vienen bien previstos de armas...ya se habrían producido algunos encuentros, no se sabe si con los pobladores de la zona o tropas de la gendarmería nacional8.

“El Intransigente” de Salta hizo lo propio el 12 de octubre, diciendo (página 6 columnas 1 a 3):

El viernes último, en horas de la tarde, en la localidad de Las Lomitas, Territorio de Formosa, se ha producido un levantamiento de indios pilagás, como consecuencia de un asalto que habrían realizado estos últimos contra vecinos de ese pueblo, lo que habría obligado a intervenir a las fuerzas de la Gendarmería Nación allí destacadas9.

Diez días después, el mismo periódico amplió la información agregando (página 4, columnas 1 a 3):

No resultan tan ciertas las versiones de que los indios hubiesen asesinado. Se los persiguió y se los sigue persiguiendo. En cuanto a los muertos, nada se sabe en forma oficial porque después de la masacre fueron quemados los cadáveres. También es inexacto que los indígenas tuvieran algunos armamentos, como lo prueba el hecho de que solo atinaron a huir cuando los gendarmes descargaron sobre ellos y además en sus huestes no se registraron bajas ni heridos. El miércoles 15 llegó otro tren con pasajeros trayendo nuevos refuerzos de gendarmes y por la noche se esperaba otro tren con soldados y el jueves dos bombarderos, para lo cual se estaba arreglando la pista de aterrizaje10.

Dos días antes, el 20 de octubre de 1947, “El Territorio” de Resistencia volvió a referirse al asunto bajo el título “El levantamiento de Indios en Las Lomitas y la Situación General de los Pobladores Autóctonos”:

Días atrás se produjo en Las Lomitas, localidad del vecino territorio de Formosa, un levantamiento de 1.500 indios de las tribus pilagás existentes en esa zona. Fuerzas de Gendarmería Nacional debieron actual con energía para impedir que esa actitud acusara desgraciadas consecuencias, y el gobernador formoseño se vio precisado a concurrir al lugar de los sucesos para calmar a los indígenas sublevados".
"La solución dada a este estado de ánimo propenso a las más graves derivaciones, no ha consultado de manera integral el problema que desde hace muchos lustros afecta a los pobladores autóctonos de todo el país, abandonados a su triste suerte por la abulia oficial que nunca se interesó en favor de los mismos. Los indios que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante la explotación de pequeñas chacras. En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos. Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares de seres humanos a la inanición...11.

Los diarios de la Capital Federal también se hicieron eco de lo sucedido. “La Prensa”, por ejemplo, publicó lo siguiente en su edición del domingo 12 de octubre de 1947:

En las Lomitas se Produjo un Levantamiento de las Tribus de Indios Pilagás...Informaciones procedentes de estación Las Lomitas hacen saber que en aquella zona se produjo un levantamiento de las tribus de indios pilagás. Las mismas noticias aseguran que tropas de la Gendarmería Nacional intervinieron inmediatamente para restablecer el orden. Se tiene conocimiento que están listos para partir hasta Las Lomitas, en caso necesario, efectivos del ejército destacados en la guarnición local12.

Vayan como corolario las palabras del entonces gendarme Teófilo Ramón Cruz, citado anteriormente:

Mención aparte de este levantamiento, el indio jamás cometió atropellos ni desmanes. Recuerdo que en el Casino teníamos dos de ellos, menores, que hacían las veces de “secretarios” como decimos en el Norte. No se los persiguió ni maltrató, dándoseles contrariamente trabajos en casas de familia y adquiriéndoseles sus artesanías13.

Aunque la posteridad y los gobiernos democráticos se hayan empeñado en negarlo; por más que se intente endilgar este tipo de crímenes a los regímenes militares y los gobiernos conservadores y que se quiera mantener impoluta la imagen del líder justicialista, el peronismo asesinó y e hizo desaparecer a más personas que la Revolución Libertadora, algo que nadie quiere admitir pero que, en honor a la verdad y por respeto a la historia, se debe hacer conocer. Y nada de esto debería extrañarnos por tratarse de acontecimiento que tuvo lugar durante un régimen que no dudó en alinearse con las naciones del Eje (Alemania nazi, Italia fascista, España falangista, Croacia ustacha), que dio cobijo, seguridad, trabajo y documentación a los peores criminales de guerra de la historia y persiguió implacablemente a la oposición, ello, a pesar de sus logros y conquistas sociales14.

Indios pilagás prisioneros junto a un gendarme y un colono blanco












Notas
1 T. R. Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120, 3-1991.
2 Hijo del fundador de Clorinda, Manfredo de Hertelendy, pionero colonizador de la región nacido en San Fernando, provincia de Buenos Aires, el 15 de mayo de 1856.
3 Alberto A. Arias, “Genocidio de los pilagá durante el gobierno de Perón en 1947 (El mayor muro de silencio de la historia argentina reciente)”, diciembre de 2006, en Derechos, Reivindicaciones desde el 22 de marzo de 2007.
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Existe un trabajo inédito que aborda la actuación de la Fuerza Aérea Argentina durante el conflicto titulado Vuelo sobre el malón, del que es autor el comodoro (R) Carlos Smachetti, piloto de uno de los DC-3 que intervinieron en las acciones.
7 Alberto A. Arias, op. Cit.
8 Carlos A. Díaz Cousse, “La Matanza de Rincón Bomba”, legalmanía.com, Actualidad General, 26 de abril de 2005 (http://www.legalmania.com.ar/actualidad_general/la_matanza_de_rincon_bomba.htm).
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Ídem.
12 Ídem.
13 Ídem.
14 La Italia fascista y su principal discípula, la Alemania nazi, alcanzaron los mismos logros y conquistas a nivel social y popular que el régimen justicialista y como él, llegaron al poder por medio del voto y elecciones incuestionablemente democráticas. En el año 2006 la masacre de La Bomba dio lugar a una demanda contra el Estado Nacional de características inéditas en el derecho argentino, fundada en los principios jurídicos de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad. El juez federal Mario Bruno Quinteros ordenó que un forense trabajase en la búsqueda de restos humanos y un documental “Octubre Pilagá”, rodado en por Valeria Mapelman, revive esos hechos.









Publicado 29th May 2013 por Alberto N. Manfredi (h)

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