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Y si fuésemos cuerpos, y no cosas
Por Utópica Anónima - Monday, Nov. 30, 2015 at 3:36 AM

25 de agosto de 2014 / Resulta difícil escribir algo nuevo sobre el caso de la joven violada en grupo durante la feria, tanto se ha dicho y tan poco se ha escuchado. Nosotras si, escuchamos, pero el resto del mundo se muestra indiferente, despreciativo, ante la violación y posterior archivo del caso, porque ya está demasiado extendida la idea (el virus machista) de las denuncias falsas como para darle importancia al tema.

Al fin y al cabo en ciertos lugares del mundo sucede a cada rato (la violación en grupo es casi una tradición en la india, y el mundo no hace nada al respecto) y las mujeres no hacen tanta alharaca… si es que cómo somos las feministas blancas occidentales, unas exageradas histéricas etnocéntricas.

Podría escribir sobre la cultura de la violación, sobre la cultura del porno, sobre la banalización del sexo, sobre la sexualidad coitocentrada (y falocéntrica, por supuesto), sobre la mercantilización de los cuerpos, sobre la deshumanización de las relaciones, podría escribir cifras, datos, citas, podría reproducir la teoría feminista al respecto, podría aludir a los comentario sexistas de ciertos alcaldes y demás calaña política, pero para qué, para qué si no escuchan.

Así que me hablaré a mí misma y a vosotras (y a los dos o tres que por ahí quedéis con conciencia y alma) desde lo que vivo y viví, aunque solo sea porque necesito nombrar y escucharme, porque necesito sentir que al menos entre nosotras nos escuchamos.

Mi primera agresión sexual fue leve, solo un roce inapropiado a mis pechos de niña de doce años, por parte de un fontanero cuarentón. Nada de qué alarmarse, al fin y al cabo yo no tenía referentes para saber que aquello no era correcto, nadie me había hablado del derecho a no ser tocada sin mi consentimiento, una niña de doce años no recibía esa información en los años ochenta, no sé si la reciben ahora, me temo que no, a juzgar por lo que veo a diario en el colegio y en el parque.

Unas niñas del colegio de mi hijo fueron castigadas por dar dos bofetones a un niño que las besaba sin que quisieran, y después del castigo del cole recibieron el castigo de sus madres. No me costó hacerlas entender que era sano que ellas ejercieran su derecho a la autodefensa, a poner sus límites, a decidir sobre el acceso a su propio cuerpo por parte de otras personas; las mamás entendieron, pero necesité un rato de charla en el banco del parque y la manifestación por su parte de una revelación súbita (“¡tienes razón! Ellas tienen derecho! Si no lo aprenden ahora ¿qué pasará cuando sean adolescentes?”) me mostró lo alejadas que están muchas mujeres adultas de su propio derecho y del de sus hijas, y es tremendo que así sea.

Anoche mi amiga de cuarenta y tantos se lamentaba de su desconfianza y resentimiento (estas son las palabras que ella usó) porque un hombre al que recién había conocido le dio un pellizquito en el muslo delante de su pareja, y ella se apartó como con un resorte. “¿Qué te pasa, mujer? Solo es un cariño”. Y ella se culpaba por no ser más “abierta”, por ser tan “tensa” y yo le pregunté cuántas veces ella le había hecho un cariño así a un hombre, un pellizquito de nada, sin que nada lo solicitase. Allí cayó en la cuenta: no somos “tensas”, no somos “cerradas”, simplemente no hay porqué aguantar toqueteos no deseados de cualquier tipo que alargue la mano. Nosotras no lo hacemos, nosotras no lo queremos, nosotras nos apartamos en nuestro derecho a hacerlo. Simple.

Simple, pero no. Porque nos siguen toqueteando y no pasa nada, porque si nos apartamos o les mandamos a la mierda es que somos unas histéricas o estamos ovulando.

Mi segunda agresión sexual fue por parte de un compañero de piso y de trabajo, me desperté con él encima de mí, en mi cama, intentando metérmela mientras dormía. Pesaba demasiado el pedazo de mierder como para conseguirlo sin despertarme así que no logró su objetivo porque le solté dos hostias y monté un escándalo que despertó al compañero de al lado. Aun así, el cerdito machote durante semanas me acosó en el trabajo y tuve que dejarlo, el trabajo y la casa a la vez, quedándome de pronto sin techo y sin medio de vida, porque un tipo había decidido que el roce hace el cariño y que compartir horas equivalía a compartir cama, así sin más. Y si, dejé el trabajo porque cuando pedí ayuda un compañero me respondió que un hombre nunca viola a una mujer, que es imposible penetrarla sin consentimiento, que nosotras sabemos cómo “cerrar el paso”. Alucina, toma pandilla de cromañones… Y dejé el trabajo porque mi inmediata superior consideró que no había pruebas para tomar acciones contra él (yo no buscaba represalias, solo protección, me hubiera bastado con que nos cambiaran de sección) así que a la puta calle, en todos los sentidos. Y de ahí la cuesta abajo durante un tiempo, y luego la remontada, y ahora venga, las heridas se curaron pero ahí quedan las cicatrices, de recordatorio perpetuo. ¿Resentida? No: agredida y superviviente. A ver qué haces ahora con eso, rica, con tu pan te lo comas, que al resto del mundo le importa tres cojones tu herida y las de todas las demás.

Una amiga me culpó a mí de la agresión, por vivir con un hombre desconocido. Vivir con un compañero de trabajo supone una provocación sexual, según parece. Ellos viajan solos, hacen coach surfing, usan blablá car, comparten piso y nadie les acusa de ir buscando guerra y agresiones por guarros y poco precavidos. Pero no te quejes, mujer, que entonces te llaman resentida. Se amable, sonríe que la vida son dos días y aquí estamos para disfrutar, relájate mi amor.

Anoche salí un rato con un tipo, le conocí charlando en el paseo marítimo, nos dimos los teléfonos y ayer me llamó para una cervecita. Todo bien. Caminando me toma la mano, la retiro, insiste, la retiro, insiste. ¿Qué coño pasa? No es no. Ya está. Así que le dejo y me voy con mis amigas y llevo recibidos cuatro sms y dos llamadas en las últimas doce horas, solicitándome. ¿Qué siento? Acojone. Siento que haga lo que haga la cagaré, que si me muestro honesta y tranquila tomará mi calma como docilidad y seguirá dando la brasa, que si me pongo borde se envalentonará y tendré las de perder, que si le ignoro se frustrará y redoblará su insistencia. Impotencia. Solo me tomó la mano, y ya me agobio. Porque ya me ha sucedido antes, es solo un roce en las tetitas, es solo un pellizquito, es solo una polla intentando abrirse paso entre tus piernas mientras duermes. Miedo.

Volver de cañas con las amigas y encontrarte a un menda meneándosela en la calle entre dos coches mientras te mira, y ni un alma en la calle. Elegir la ruta más transitada aunque tengas que caminar el triple. Gastarte un pastón en taxis para que te dejen en la puerta de casa aunque te apetezca caminar a la fresca, que la noche está bonita. Decirle a un tío que no te gusta el sexo anal y que te llame inhibida, follar tan campante y que te llamen puta. Pedirle a tu amigo que pare porque no te gusta y que el tipo te llame calientapollas, y pretenda seguir. Y volver a pedírselo y que siga, y su mirada dice “estoy en mi derecho porque te lo has buscado” y sus palabras dicen “no me jodas ahora, tia, acabaré lo que empezamos así que no te pongas tontita” y duele y estás sola y tienes dos opciones, resistirte, y que duela más (porque el tío te saca una cabeza y dos anchos y pesa el doble que tú) o cerrar los ojos y contar estrellas y volver a casa sin llorar siquiera porque te dices a ti misma que no ha pasado. Y no le cuentas a nadie y lo olvidas, y diez años después por algún resorte de la mente lo recuerdas, y le cuentas a tu pareja y por fin lo nombras: violación. Pero la ley no lo considera así, incluso con un video y desgarros vaginales y anales los dejaron marchar y los jalearon y aplaudieron y ella cómo estará, qué sentirá, cómo volverá a mirar a los ojos de un hombre si la sociedad en pleno convierte a los machos de mierda en lobos feroces porque nos dejan indefensas y humilladas, y solas.

Leo en internet: “Se os va la olla, una violación es con violencia, no acabar una relación iniciada por ambas partes y entre adultos” y alucino. Creen que tienen derecho a acabar lo que se empieza, tienen carta blanca, no importa lo que nosotras queramos. Y hasta los más buenos se ausentan del debate: muros de mujeres llenos de indignación y dolor, posteos a cientos en Facebook, todos de mujeres, ¿Dónde están los hombres apelando a otros hombres, dándose como referentes, clamando “no, no somos así, no aceptamos esto, renuncio a mis privilegios y me incluyo entre el género agresor y me desmarco de él y os digo a la cara lo cerdos que sois y a vosotras os decimos que estamos a vuestro lado”. No dicen nada. Hablad, compañeros (si es que lo sois) porque a nosotras no nos escuchan, ¿por qué no habláis vosotros? ¿Por qué no?

Y mientras tanto, mujeres son vendidas en mercados, niñas raptadas por barbudos alucinados, mujeres y niñas prostituidas contra su voluntad, cuarenta y dos mujeres asesinadas en lo que va de año, solo en España, si no me fallan las cuentas, cuántas más en todo el mundo, cuántas violadas y repudiadas, cuantas cometiendo suicidio después de haber sido abusadas, cuantas niñas que cuando se defienden de una agresión son castigadas, cuantas golpeadas que no se marchan porque no tienen donde ir ni quien las ampare, juzgadas por tontas por una sociedad que las arrincona junto al agresor.
Nos hemos vuelto locos, es una sociedad demente, enferma de machismo, enajenada.

La religión volvió sucio el cuerpo y el goce, los sesenta nos devolvieron la libertad sexual (¡a follar, a follar, que el mundo se va a acabar! Hoy te la como y mañana, si te he visto, no me acuerdo, qué modernos somos) y hoy, siglo XXI, no hay coches que vuelan ni viajes al espacio, la postmodernidad nos trajo internet y badoo y la píldora y el quiqui casual y el mercado de los cuerpos, y la violencia machista ensucia de nuevo el sexo en un espejismo de libertad y folleteo, cómo mola.

Sueño con otra realidad más limpia, menos enferma. Y si la justicia actuase… Y si los hombres hablaran… Y si las mujeres dejasen de castigar a otras mujeres por su aspecto, su conducta, sus palabras… Y si supiésemos como actuar sin sentir miedo ni culpa… Y si las almas volvieran a su lugar, dentro del cuerpo, y las corduras a su sitio, en las cabezas, en las legislaciones, en el sentido común, en la cultura… Y si…

… Y si las mujeres fuésemos por fin cuerpos (con todo su derecho pleno) y no cosas. Cosas violables.

La humanidad de las mujeres, secuestrada. Solo nos queda seguir tomándonos de la mano, abrazarnos unas a otras, cerrar los ojos, respirar, y seguir transformando.

Adelante, hermanas, adelante, no nos queda otra. Adelante.

fuente http://pensamientopeligroso.blogspot.com.es/2014/08/y-si-fuesemos-cuerpos-y-no-cosas.html

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