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Los ojos de la barbarie
Por El Litoral - Wednesday, Dec. 16, 2015 at 10:59 AM

SOBRE “EL PAÍS DEL DIABLO”, DE PERLA SUEZ

Por María Luisa Miretti

En la Patagonia del siglo XIX, una adolescente mestiza juega en el río con su madre mapuche, a quien el padre le corta la cabeza sin reparos, mientras la soldadesca avanza. Ella intenta colocársela pero se le resbala y entre lágrimas ve cómo se le escapa, confundiéndose río abajo.

Con esa impronta realista y sin eufemismos Perla Suez (Córdoba, 1947) se interna en la Conquista del Desierto, para ofrecernos un espectáculo siniestro por el grado de salvajismo ofrecido, en el que se observa -por efecto de contrastes- la civilización y la barbarie padecidas en la Patagonia argentina.

Esta obra acaba de recibir el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, en Guadalajara (México), cuyo jurado se lo otorgó por unanimidad, en reconocimiento a la “recuperación de la memoria”.

El título de la novela no es más que la expresión de deseo del general Roca, que durante la Conquista del Desierto mandaba exterminar a los indios araucanos o mapuches, para terminar con el país del diablo. De ese modo, sin ser un tratado de historia -la autora lo aclara en los comienzos- se asisten a rituales y costumbres de la comunidad aborigen que luego son aniquiladas salvajemente por el blanco “conquistador”.

Hay párrafos y expresiones enteras -con sus traducciones- de mapuche que permiten presuponer arduas consultas previas, como así también cierto peritaje sobre sus mitos, como el caso de la machi al son del cultrúm, que logran un impacto poético potente en el receptor, tanto por las expresiones significativas como por la connotación semántica a la que aluden, por ej. cuando la adolescente tiene su menarca y toda la comunidad participa en una emotiva ceremonia porque se renueva en el nacimiento de un nuevo sujeto (que aún sucede en muchas etnias y pueblos originarios, más allá de la ficción).

Los contrastes entre el salvajismo de la “civilización” del blanco y la “barbarie” aborigen no requieren calificativos, pues se observan con total claridad. El simple desplazamiento de los personajes (del blanco) en escenarios ajenos traducen de inmediato la omnipotencia y la soberbia, frente a la humilde condición del indio a quien se le arrebató todo.

Las descripciones del ambiente resumen una poética del espacio poco común, ya que evidencia una exquisita sensibilidad estética. De igual modo, hay un perfil psicológico cercano a lo onírico, con visualizaciones muy claras, en las que resulta posible observar los cuadros de violencia y despojamiento como si fueran imágenes cinematográficas.

Son épocas bravas (Jota eme erre o Juan Manuel de Rosas para mejor traducción) (...) “hombres a caballo se agigantan, llevan en el cuello un pañuelo colorado, vienen cantando, ‘...el que con salvajes tenga relación, la verga y degüello por esta traición, que el santo sistema de Federación les da a los salvajes violín y violón'”.

Y así, entre los fortines que se van levantando “se ven unos puntos luminosos”, pero no son luciérnagas sino los ojos del desierto, los ojos de la barbarie que siguen controlando y mientras se derrumban los más débiles se levantan los invasores, los poderosos que han tomado las tierras por la fuerza.

Premio Sor Juana, con un Jurado conformado por los mexicanos Martha Cerda, Eduardo Parra y Antonio Ortuño, las imágenes delatan estos duros enfrentamientos sin resquicios, porque -tal como sostiene la autora fanática del cine de Tarantino y los hermanos Coen- pretendió poner en claro estas verdades, a través de lo que calificó como un “western patagónico”.

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