Julio López
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El capitalismo: la fábrica de la fragmentación
Por David Harvey - Tuesday, Jan. 12, 2016 at 10:08 PM

Dejo un artículo de David Harvey, geógrafo inglés estudioso del postmodernismo como la dimensión cultural del capitalismo tardío. Creo que en plena crisis reestudiar la fragmentación, la vivencia del tiempo y el espacio o la cultura mercantilista promovidas por el capitalismo puede resultar interesante.

La crisis como una ralentización del tiempo, permite observar los fenómenos en los que nos encontrábamos sumidos sin poder tener conciencia exacta de ellos. El artículo trata de la crisis de identidad precisamente por esa fragmentación del tiempo y el espacio y cierra la reflexión con una pregunta que nos interesa a todos ahora mismo: ¿Cómo sería la vida si ya no dominase la acumulación de capital? .

El impulso de acumulación de capital es el motivo central E de la narrativa de la transformación de Occidente en los últimos tiempos y parece dispuesto a tragarse a todo el mundo en el siglo XXI. Durante los últimos trescientos anos ha sido la fuerza fundamental que opera para moldear de nuevo la política, la economía y el ambiente del mundo. Este proceso de usar el dinero para hacer mas dinero no es el único que se lleva al cabo, por supuesto, pero es difícil explicar los cambios sociales de estos últimos trescientos años si no lo observamos con cuidado.

El materialismo histórico contemporáneo intenta aislar los procesos fundamentales de acumulación de capital que generan los cambios sociales, económicos y políticos para, por medio de su atento estudio, comprender mas o menos los porqué y los cómo de esos cambios. El enfoque está en los procesos, en lugar de estar en las cosas o en los acontecimientos Es como observara un alfarero trabajar en el torno: la descripción del proceso podrá ser sencilla, pero los resultados pueden variar infinitamente en forma y tamaño. Sin e bargo, decir que está en operación un proceso sencillo no es decir que todo venga a terminar por verse exactamente igual, que los acontecimientos sean predecibles con facilidad o que todo pueda explicarse sólo refiriéndonos a él. El im pulso de acumulación de capital ha ayudado a crear ciudades tan diversas como Los Angeles, Edmonton, Atlanta o Boston y ha transformado hasta volverlas casi irreconocibles (aun- que de modos muy distintos) ciudades antiguas como Atenas, Roma, París y Londres. Del mismo modo ha guiado una inquieta búsqueda de nuevas líneas de productos, nuevas tecnologías, nuevos modelos de vida, nuevas formas de despla- zamiento, nuevos lugares para la colonización: una variedad infinita de estratagemas que reflejan el ilimitado ingenio hu- mano para crear nuevas formas de obtener utilidades. En suma, el capitalismo siempre ha medrado en la producción de la diferencia.

No obstante, las reglas que rigen el juego de la acumulación de capital son relativamente sencillas y comprensibles. El capitalismo versa siempre sobre el crecimiento, no importa cuales sean las consecuencias ecológicas, sociales o geopolíticas (de hecho, definimos “crisis” como crecimiento reducido); siempre sobre cambios tecnológicos y de modelos de vida (el “progreso” es inevitable); y siempre es conflictivo (abundan las luchas de clases y de otro tipo). Sobre todo, el capitalismo genera mucha inseguridad siempre es inestable y propenso a la crisis. La historia de la formación y resolución de las crisis del capitalismo es, en mi opinión, fundamental para comprender su historia. Entender las reglas de la acumulación de capital nos ayuda a comprender por qué nuestra historia y nuestra geografía tienen esa forma. En The Conditions of Postmodenity [Las condiciones de la postmodernidad] quise poner a trabajar este modelo de razonamiento para explicar los recientes cambios de la economía y la cultura del mundo capitalista avanzado. Noté que el pensamiento postmoderno tendía a negar cualquier sistematización o generalización de la historia y a mezclar imágenes e ideas como si el criterio de coherencia no importase: enfatiza la separación, la fragmentación, lo efímero, la diferencia y lo que frecuentemente se llama la “otredad” (término extraño que se utiliza sobre todo para indicar que no tengo el derecho de hablar por otros, o quizá incluso acerca de ellos, o que cuando lo hago los “construyo” a mi propia imagen).

Por otra parte, algunos teóricos postmodernos han sostenido que el mundo ya no era cognoscible porque no había una forma segura de establecer la verdad y que incluso afirmar que se sabe o, peor aún, apegarse a alguna versión de “verdad universal” estaba en la base de los gulag, los holocaustos y otros desastres sociales. Lo mejor que podíamos esperar, afirmaban, era que las cosas floreciesen en sus múltiples y variadas formas, buscar alianzas donde fuera posible, pero siempre evitando difundir supuestas soluciones universales o suponer que existen verdades generales y cognoscibles. Este tipo de razonamiento fue llevado a la arquitectura, las artes, la cultura popular, los modelos de vida y la política sexual. Ahora bien, hay algo muy alentador en todo esto, en particular el énfasis en lo heterogéneo, la diversidad, los múltiples intereses superpuestos de los sexos, las clases, la ecología, etc. Pero yo no era capaz de discernir por qué el tipo de heterogeneidad que celebra el postmodernismo era de algún modo inconsistente con la idea de que el mundo es cognoscible por medio de la valoración, digamos, de los procesos de acumulación de capital, que no sólo medran sino que producen activamente la diferencia social y lo heterogéneo.

Ya que este cambio en la sensibilidad cultural fue paralelo a algunos cambios muy radicales en la organización del capitalismo luego de la crisis de 1973 – 1975, parecía incluso verosímil la afirmación de que el postmodernismo había sido un producto del proceso de acumulación de capital. Después de 1973, por ejemplo, la política obrera se fue a la defensiva a medida que aumentaron el desempleo y la inseguridad en los trabajos, el crecimiento económico se relajó, los salarios reales se estancaron y todo tipo de sustitutos de la verdadera actividad productiva se ocuparon de compensar las sucesivas oleadas de desindustrialización. La manía de las fusiones, la borrachera de créditos y todos los demás excesos de los ochenta, por los que ahora estamos pagando, eran la única actividad viva en la época del desmantelamiento gradual del estado benefactor y el surgimiento del laissez-fuire y de una política muy conservadora.

Los años de Reagan y Thatcher se caracterizaron por la fuerte seducción del individualismo, la ambición y el espíritu de empresa. Ademas, la crisis de 1973 puso en movimiento una frenética búsqueda de nuevos productos, nuevas tecnologías, nuevos modelos de vida y nuevas artimañas culturales que pudiesen ofrecer utilidades. Estos años también vieron una reorganización radical de las relaciones internacionales de poder: Europa y Japón desafiaron el poder dominante de los Estados Unidos en los mercados económicos y financieros. He llamado a este cambio general del antiguo al nuevo modelo de acumulación de capital, cambio del fordismo (la línea de ensamblado en cadena, la organiza- ción política de masas y la intervención del estado benefactor) por una acumulación flexible (la búsqueda de mercados específicos, la descentralización aparejada con la dispersión espacial de la producción, la retirada del Estado-nación de las políticas intervencionistas junto con la desregulación y la privatización).

Me pareció que podía afirmarse con bastante certeza, por lo tanto, que el capitalismo, al sufrir esta transi- ción, había producido las condiciones del surgimiento de los modelos de operación y razonamiento de la postmodernidad. Pero siempre es peligroso identificar la diferenciación como la causación, así que emprendí una búsqueda de algún tipo de liga entre las dos tendencias. La liga que creí que funcionaría mejor es la que hay entre el tiempo y el espacio. La acumulación de capital ha estado relacionada siempre con la aceleración (considérese la historia de las innovaciones tecnológicas en los procesos de producción, de mercadeo, del cambio de divisas) y con las revoluciones en el transporte y las comunicaciones (el ferrocarril y el telégrafo, la radio y el automóvil, el transporte aéreo y las telecomunicaciones), que han producido el efecto de reducir las barreras espaciales.

La experiencia del tiempo y el espacio ha sufrido periódicamente transformaciones radicales. Vemos un buen ejemplo particular de este tipo de transformación radical más o menos desde 1970: el impacto de las telecomunicaciones, el transporte aéreo, los contenedores terrestres, el transporte ferroviario y marítimo, el desarrollo de los mercados de entregas futuras, la banca electrónica y los sistemas de producción computarizados. Recientemente hemos pasado por una fuerte fase de “compresión espacio- temporal”: de pronto el mundo nos parece más pequeño y se han reducido los horizon- tes temporales que tenemos en cuenta para la acción social.

El sentimiento de quiénes somos, a dónde pertenecemos y qué abarcan nuestras obligaciones -en suma, nuestra identidad- se ha visto profundamente afectado por nuestro sentido de ubicación en el tiempo y el espacio. En otras palabras, en general ubicamos nuestra identidad en términos de espacio (pertenezco aquí) y tiempo (esta es mi biografía, mi historia). Las crisis de identidad (¿Dónde está mi lugar en el mundo? ¿Qué futuro es el mío?) surgen de estas intensas fases de compresión espacio- temporal. Por otra parte, creo que puede argüirse verosímilmente que la fase más reciente ha sacudido de tal modo nuestro sentimiento de quiénes somos y dónde estamos, que ha tenido que haber una especie de crisis de la representación en general, crisis manifiesta en el mundo contemporáneo, en primer lugar, por las formas postmodernas de razonamiento.

Abrazar lo efímero es una cualidad valora& en la producción cultural, por ejemplo, ya que encaja con los veloces cambios de la moda y los diseños de producción y las técnicas que evolucionaron como parte de la repuesta a la crisis de la acumulación que se desarrolló después de 1973.

Es interesante, cuando nos remontamos a otras fases de rápida compresión espacio- temporal -por ejemplo, en el periodo posterior a 1948 en Europa, en el periodo inmediatamente anterior y durante la primera guerra mundial-, descubrir fases similares de cambios rápidos en las artes y en las actividades culturales. De esto concluyo que es posible formular lar una interpretación general del surgimiento del postmodernismo y su relación con la nueva experiencia del tiempo y el espacio que han producido las nuevas formas de acumu- lación de capital.

Pero, de nuevo, quiero hacer una advertencia: esto no significa que todo sea simplemente determinista. Repito, el capitalismo medra y produce la heterogeneidad y la diferencia, aunque sólo dentro de ciertos límites.

En el postmodernismo en general no hay nada que inhiba el desarrollo posterior de la acumulación de capital. En efecto, el viraje postmoderno ha comprobado ser un vehí- culo perfecto para el desarrollo de nuevos campos y formas de generación de utilidades.

Lo fragmentario y lo efímero, por ejemplo, abren abundantes oportunidades para explorar los rápidos cambios en los mercados específicos de los nuevos productos. Pero esto no significa que haya habido una inversión radical de la visión histórica y materialista de la realidad, una inversión en la que la cultura, no la economía, se ha convertido en la fuerza que dirige la historia. Creo que ese punto de vista, más que mal interpretar, desfigura lo que sucede.

Marx sostenía que cualquier tipo de producción requería el ejercicio previo de la imaginación humana; se relaciona siempre con la movilización de los deseos, propósitos e intensiones humanas con un fin determinado. El problema bajo el capitalismo industrial es que se le niega el acceso a este proceso a la mayoría de la gente: unos cuantos elegidos imaginan y diseñan, toman todas las decisiones y disponen las tecnologías que regulan la vida del obrero, por lo que se le niega a la masa de la población el despliegue de la creatividad humana.

Es una situación profundamente enajenante, y gran parte de la historia registra las intentos de responder a esta alienación. Los ricos y privilegiados, al no estar cautivados por el industrialismo, contrarrestaron la enajenación con el desarrollo de un espacio característico de cultura -piénsese en el romanticismo y en el culto de los valores y placeres estéticos- como una especie de zona protegida para las actividades creativas fuera del craso materialismo del capitalismo industrial.

Del mismo modo, los obreros desarrollaron sus propios placeres creativos cuando pudieron hacerlo: la cacería, la jardinería, la hojalatería de automóviles. Estas actividades, bajo el nombre general de “cultura”, alta o baja, fueron menos una superestructura que una compensación por lo que el capitalismo industrial le había negado al grueso de la gente en su lugar de trabajo.

Con el tiempo, estos placeres compensatorios han sido gradualmente absorbidos en los procesos de acumulación de capital y se han convertido en nuevas esferas para generar utilidades. A medida que el capitalismo industrial se volvía cada vez menos rentable -al menos en los Estados Unidos y en Gran Bretaña- estas nuevas esferas de generación de utilidades se volvieron mucho más importantes, en particu- lar después de 1945 y más aún luego de la crisis de 1973 – 1975.

Así, en cierto sentido, la cultura ya no sigue otras formas de la actividad económica sino que se ha desplazado a la vanguardia -no como una zona protegida de actividad no económica, sin embargo, sino como un terreno de fiera competencia para la obtención de utilidades. La acumulación de mercados específicos, de preferencias diversas, y la promoción de nuevos modelos de vida heterogéneos, ocurren dentro de la órbita de la acumulación de capital.

Lo anterior, además, ha causado el derrumbe de las distinciones entre alta cultura y cultura popular -que comercializa la estética-, a la par que ha medrado, como siempre, en la producción de la diversidad, la heterogeneidad y la diferencia. Lo que por lo general concebimos como “cultura” se ha convertido en el principal terreno de la actividad empresarial y capitalista.

Es probable que la imagen que hasta ahora he descrito parezca muy pesimista: la acumulación de capital, el materialismo del mercado y la codicia empresarial convertidos ahora en los gallos del corral. Permítanme entonces repasar las oportunidades y los peligros que se ligan con esta condición postmoderna.

Noto, en primer lugar, que el capitalismo aún no ha resuelto sus tendencias a la crisis y que en el futuro previsible la acumulación de capital, el crecimiento económico y el desarrollo sostenido se encuentran, si acaso, más lejos ahora que hace veinte años. Cuando la irracionalidad fundamental del capitalismo resulte más evidente para todos -como en la depresión actual en los dos lados del Atlántico- las condiciones estarán dispuestas para tomar una nueva dirección (aunque no fuese más que la expulsión del partido en el poder).
En segundo lugar, la frenética promoción de la hetero- geneidad y las diferencias culturales durante los veinte años pasados ha abierto todo tipo de espacios para explorar nuevos modelos de vida, distintas preferencias y un debate más ge- neralizado acerca de las potencialidades humanas y los orígenes de su frustración. Este es un aspecto positivo de lo que en gran medida apoya el postmodernismo: produce una fractura que permite la crítica a los valores dominantes, incluidos aquellos que se ligan directamente con las reglas de acumulación de capital, y por lo tanto genera toda clase de oportunidades para la política radical. El corolario es que la política radical contemporánea tiene tanto que ver con la cultura como con los problemas tradicionales de la lucha de clases en la producción.

Pero aquí nos enfrentamos con tantos peligros como oportunidades. La crisis de identidad provocada por la compresión espacio- temporal puede conducir a la aceptación de doctrinas religiosas excluyentes (la promesa de eternidad en un mundo de cambios vertiginosos) o prácticas territoriales excluyentes (mantener la seguridad y la posición del hogar, la localidad y la nación en contra de las presiones externas e internacionales). El surgimiento de los sentimientos fascistas y exclusivistas en toda Europa y el fugaz avance de la campaña de Buchanan en los Estados Unidos son buenos ejemplos. La negativa a aceptar la operación de ciertos procesos básicos y la posibilidad de establecer verdades cognoscibles puede con facilidad conducir a la política del avestruz (“Perseguire mis intereses políticos particulares y al diablo con todo lo demás”).

El fetichismo de la imagen a costa de cualquier preocupación por la realidad social de la vida diaria puede distraer
nuestra atención, nuestra política, nuestra sensibilidad, del mundo material de la experiencia hacia las aparentemente infinitas e intrincadas redes de la representación. Y mientras es cierto que “lo personal es lo político”, no tenemos sino que ver la presente campaña presidencial en los Estados Unidos para ver cómo se puede abusar de ese principio. Y sobre todo, la promoción de actividades culturales como terreno principal de la acumulación de capital promueve una forma acomodaticia y empaquetada de la estética a costa de las preocupaciones éticas, de justicia social, de equidad y de los pro- blemas de la explotación local e internacional de la naturaleza y de fa naturaleza humana.

Así pues, el postmodernismo abre una puerta a la política radical pero la mayor parte se ha negado a pasar por ella. Para pasar por una crítica radical del capitalismo contemporáneo, que simplemente languidece no sólo económica sino cultural y espiritualmente, se requiere que luchemos en contra de los procesos centrales de acumulación de capital cuya implicación en nuestras vidas es tan contundente. El capitalismo ha transformado la faz de la tierra a un ritmo acelerado los últimos doscientos años. No puede verosímilmente continuar así durante otros doscientos. Alguien, en algún sitio, debe pensar qué clase de sistema social debe reemplazarlo. No parece haber alternativa más que construir una especie de política socialista cuyo motivo central sea la pregunta: ¿Cómo sería la vida si ya no dominase la acumulación de capital? Esa pregunta merece la mayor atención de todos.

1992

Traducción de Aurelio Major

fuente http://www.letraslibres.com/pdfmex/98925

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