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Naturaleza implícita
Por Miguel Grinberg - Thursday, Jan. 21, 2016 at 1:45 PM

A comienzos del siglo XX, la mayor parte de la población mundial estaba asentada en regiones campesinas.

Ahora, en los años iniciales del siglo XXI, numerosos estudios demográficos de Naciones Unidas señalan que más de la mitad de los habitantes de nuestro planeta viven en zonas urbanizadas. Entretanto, las ciudades crecen y crecen desplegándose hacia las áreas rurales, mientras los pobladores de éstas emigran hacia las expansivas metrópolis y se afincan entre el cemento y el asfalto.

El “campo” tradicional también fue disolviéndose en el tiempo. Las antiguas parcelas agrícolas y los enclaves silvestres han dado paso a los masivos cultivos industriales altamente mecanizados. Los suburbios de las ciudades, donde antaño abundaban las “quintas” productoras de alimentos, han dado paso a los countries (barrios privados con “espacios verdes”) o a enclaves industriales.

Hace un par de décadas, una maestra suburbana (de la Capìtal Federal) pidió a sus alumnos que dibujaran un pollo. La mayoría volcó al papel la misma imagen: el asador de una rotisería. Mi hijo mayor vio por primera vez pollitos vivos siguiendo a la gallina, cuando visitamos una granja distante en Brasil.

En la misma época, conocí en Santo Pipó (Misiones) al pionero Alberto Roth, inmigrante suizo productor de yerba mate orgánica (natural). En su finca, convenientemente circundado por una alambrada, había preservado un sector de genuina selva misionera, donde ninguna mano humana alteraba los flujos de la flora originaria. Vi allí pájaros e insectos que desconocía, arbustos vigorosos, flores encantadoras. El aire tenía otra textura, los aromas eran penetrantes, los rayos del sol dibujaban sombras misteriosas. En el estanque nadaban peces de colores magnéticos.

De algún modo, intuyo que los cultores del ecoturismo tratan de descubrir algo que ya no existe en las grandes ciudades donde las plazas y los parques son perímetros de árboles y plantas domesticados, en su mayoría importados de otras latitudes (exóticos) y las hierbas (cuando existen) consisten en céspedes híbridos. Allí lo que predomina es una ficción de la Naturaleza.

Cuando llegan las vacaciones de verano (o invierno) hay habitantes urbanos que dejan sus domicilios en la ciudad para dirigirse hacia playas, montañas o lagos del país, a fin de reconectarse con algo que represente al mundo natural. Según el destino que elijan, pueden encontrarlo todavía. Pero en ciertos centros turísticos muy populares, la fiebre inmobiliaria ha reeditado los grandes edificios y los centros comerciales (que supuestamente quedaron donde esa gente vive habitualmente) junto al mar: ahí las playas se parecen más a un estacionamiento de autos que a la Naturaleza.

En lugares de alta montaña, o de sierras más accesibles, las zonas bajas se van llenando de enjambres de cabañas y cámpings, donde también rige la dinámica de la “playa de estacionamiento” donde los autos son reemplazados por carpas. Allí, el turista se topa con vecinos incómodos como los mosquitos y las hormigas, descubre que el agua es un insumo escaso, produce una buena cantidad de basura plástica, y regresa por fin a la ciudad para descansar de sus “vacaciones”. Ha tenido, eso sí, un contacto con la Naturaleza explícita: el sol, la lluvia, el viento o la nieve.

Veinte años atrás, me sumé a los pioneros que se alejaron de la gran ciudad y decidieron emprender una nueva vida en contacto con la Naturaleza implícita. Guiados por un visionario, Luis Frejtman, crearon la Fundación Elpis (que en griego significa “esperanza”), y se asentaron en un campo de 400 hectáreas ubicado en las sierras de Córdoba, a medio camino entre Capilla del Monte y Cruz del Eje, con arroyos y vertientes, bosques de quebrachos, mistoles y chañares.

El agreste entorno natural, antiguo emplazamiento de indios comechingones, había sido bautizado Aguas Claras.

Esa alianza de jóvenes construyó sus viviendas con adobe, desplegó una huerta orgánica, obtenía el agua potable del arroyo por medio de un ariete hidráulico, recurrió en parte a la energía solar para iluminar el comedor comunitario, y se convirtió en un centro de investigación del vínculo de los seres humanos consigo mismos y en el marco de las fuerzas naturales. Bien avanzada la experiencia (que incluía danzas sagradas y cocina natural), la asamblea comunitaria (las decisiones se tomaban por consenso) aprobó el uso de la electricidad y una conexión telefónica para acceder a la Internet. Experimentaban la arquitectura bioclimática y las energías renovables. Numerosos arquitectos del país les donaban puertas y ventanas provenientes de trabajos de demolición.

Parte de sus ingresos provenía de actividades de “reconocimiento de la Naturaleza” ofrecidas a grupos de jóvenes que durante el verano pasaban una quincena en el lugar y, guiados por un biólogo y un baqueano, recorrían los espacios circundantes identificando aves, reptiles, insectos, animales y vegetación, sin omitir las plantas medicinales y en base a un profundo sentimiento de reverencia hacia lo natural. Aplicaban el espíritu de las tribus amazónicas: dejar la mínima huella posible en el paisaje. Simultáneamente, un equipo llamado “Juntos” realizaba trabajo social en una paupérrima villa miseria de Cruz del Eje, enseñando allí la construcción con adobe. Todo, en Aguas Claras, sucedía en el contexto de la Naturaleza implícita: los fenómenos atmosféricos, el cambio de las estaciones, las polinizaciones, la observación de las estrellas en el cielo límpido, las fases de la luna, las flores y el silencio serrano.

Un estudio sobre esta experiencia, realizado (2001) por la Lic. Silvia Baeza, profesora titular de Clínica Psicopedagógica (Facultad de Psicología y Psicopedagogía, Universidad del Salvador), identificó en Elpis estos principios rectores:

· Crear una conciencia ecológica que conduzca a una acción inmediata.
· Integrar el conocimiento con la vida, la teoría con la acción cotidiana generando una actitud de continuo aprendizaje, que dure toda la vida.
· Orientar las actitudes desde una posición de fragmentación y aislamiento hacia una conciencia global y de participación.
· Eliminar las barreras que impiden un mejor entendimiento y acción más efectiva: las de la condenación y los preconceptos, las que existen entre las distintas disciplinas, entre intelectuales y "gente común", entre los que piensan y los que hacen.
· Atraer aquel tipo de arte que exprese símbolos para ser vividos y experimentados.
· Detectar las necesidades de la zona y sus posibilidades de desarrollo ayudando a mejorar la calidad de vida.
· Evitar que los jóvenes del lugar emigren a través de la creación de fuentes de trabajo, capacitación laboral y micro-emprendimientos.
· Revalorizar el conocimiento del "hombre de campo" y el indígena.

Frejtman (ya fallecido) preconizaba el rescate de los conocimientos de los ancianos lugareños, a quienes llamaba “maestros por presencia”. Los veía como portadores de la sabiduría de la Naturaleza implícita. Decía además: “El cambio sólo es posible dentro de nosotros. La verdad y la culpa están sólo dentro de nosotros. La guerra externa no es sino un show más espectacular de nuestra propia guerra interna. La contaminación externa es producto de nuestra contaminación interna. Es ésta la guerra que debo terminar antes que nada. El Maestro está aquí, dentro de nosotros, lleno de Sabiduría y Poder.”

Los jóvenes fundadores de Aguas Claras se volvieron adultos con hijos mientras sentían el llamado de sus vocaciones personales (música, docencia, profesorado) que por un lado requerían una experiencia universitaria o una vida en un entorno “poblado”. Y a medida que crecían, la educación formal de sus niños los fue apartando del lugar: las parejas fueron así trasladándose a otros lugares. Aguas Claras se fue despoblando. Varios intentos para reanimar su espíritu pionero no prosperaron. Hoy está desierta. Como tantos otros pueblos antiguos. Entretanto, el huerto orgánico se ha entrelazado con la flora espontánea.

Otros jardines humanos han venido tomando forma al mismo tiempo, en otros lugares. La vida no pierde el tiempo.

fuente http://ecocarta.blogspot.com.ar

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