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Por qué tenemos que marchar contra la criminalización de la protesta y la libertad de Sala
Por María del Carmen Verdú - Thursday, Jan. 28, 2016 at 1:44 PM

26 Enero 2016 | Frente a la detención de la dirigente de la Agrupación Tupac Amaru Milagro Sala, acusada por los delitos de instigación pública a cometer delitos y sedición, debemos movilizarnos para reclamar su libertad, a pesar del abismo de diferencias políticas y metodológicas que nos separan de ella. Va en ello nuestra propia defensa contra el encarnizado avance represivo que amenaza recrudecer.

Por qué tenemos que ...
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Según la orden de detención firmada por el juez Raúl E. Gutiérrez, a Sala se le imputan dos hechos:

"Primer hecho: Dar indicaciones que se manifestaron con arengas, señalamientos, ademanes y gestos […con el] objeto de que personas indeterminadas a la fecha […] acampen indiscriminadamente en sitios públicos […] obstaculizando la libre circulación".

"Segundo hecho: Alzarse públicamente junto con los acampantes […] contra el Plan de Regularización y Transparencia de Cooperativas y Beneficios Sociales dispuesto por la provincia, para impedir su ejecución".

El primer hecho fue calificado como constitutivo de la figura del art. 209 del código penal, instigación pública a cometer delitos, del capítulo de delitos "contra el orden público". El delito "instigado" es nuestro viejo conocido, el art. 194: obstrucción del tránsito terrestre.

En el segundo, la conducta fue tipificada como sedición, un delito "contra los poderes públicos y el orden constitucional", que el código define como el que cometen quienes "se alzaren públicamente para impedir la ejecución de las leyes nacionales o provinciales o de las resoluciones de los funcionarios públicos nacionales o provinciales".

La gravedad de estas calificaciones no deriva de las penas en expectativa (2 a 10 años de posible prisión por el concurso real de delitos), sino en el hecho de que el aparato judicial, con una clara dirección del gobierno, eche mano, frente a un acampe, de dos figuras que, junto a la coacción agravada, la intimidación pública, la incitación pública a la violencia colectiva y la prepotencia ideológica, son las típicas para encarcelar opositores políticos y luchadores, especialmente cuando se profundizan los conflictos y los gobiernos precisan disciplinar a fondo.

La última vez que nos tocó argumentar contra el delito de sedición, corría el año 2001. Era el mes de agosto, y luchábamos por liberar a José Barraza, Carlos Gil y César Rainieri, piqueteros salteños apresados por el juez federal Cornejo. Casi simultáneamente, peleábamos por la libertad de 57 compañeros del Movimiento Teresa Rodríguez, acusados por coacción agravada contra el entonces ministro de Trabajo bonaerense, Aníbal Fernández.

En diciembre de 2005, el referente de Fogoneros, Ricardo Berrozpe, afrontó una pena de hasta 18 años de prisión. Uno de los delitos imputados era la incitación pública a la violencia colectiva, porque en una nota televisiva durante la marcha contra la presencia del presidente yanqui George W. Bush en Mar del Plata, dijo: "A luchar y resistir, compañeros".

No hemos debido enfrentar, todavía, imputaciones por los delitos creados por las leyes antiterroristas, como el financiamiento del terrorismo (art. 306 CP), ni la agravante genérica del art. 41 quinquies, que duplica cualquier pena cuando el hecho "hubiere sido cometido con la finalidad de aterrorizar a la población u obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros o agentes de una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo".

Pero cuando el juez Gutiérrez utiliza expresiones como "alterar el orden público y la paz social" o "conductas que conllevan la alarma colectiva de la población", claramente se ve que estamos en ese camino.

Si nos quedamos inmóviles y permitimos que prospere esta acusación contra Milagro Sala, amparándonos en el abismo de diferencias políticas y metodológicas que nos separan, estaremos abriendo las puertas de los calabozos que, más temprano que tarde, nos alojarán a todos. Será tarde, entonces, para arrepentimientos.

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