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El abrazo de Luciano con los pibes de Rosario
Por Martín Stoianovich - enREDando.org.ar - Wednesday, Feb. 03, 2016 at 4:41 PM

Se cumplieron siete años de la desaparición forzada de Luciano Arruga a manos de la policía bonaerense. Para recordarlo y continuar exigiendo justicia, se realizó una actividad en la plaza de Lomas del Mirador que lleva su nombre, de la cual participaron familiares de víctimas de la violencia policial en Rosario.

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Por Martín Stoianovich

“Quiero pedir un fuerte aplauso para estas tres familias que hace muy poco están pasando por ese dolor tan grande y tuvieron, estas mujeres y este padre, los ovarios y los huevos para estar acá de pie contando lo que les pasó a sus hijos”. Está emocionada Mónica Alegre, la mamá de Luciano Arruga. Pide aplausos para los familiares que llegaron desde Rosario, sin mucho aviso, y se dispusieron a hablar ante los presentes en la jornada cultural que se realizó el 30 de enero para conmemorar a Luciano, a siete años de su desaparición forzada y asesinato a manos de la policía bonaerense. La plaza de Lomas del Mirador lleva el nombre de ese pibe que hoy mira sonriente desde remeras, banderas, pintadas, y portadas de libros y revistas.

Los aplausos se extienden durante varios segundos. Es la muestra de apoyo a los familiares de Franco Casco, Gerardo Escobar y Alejandro Ponce, jóvenes víctimas de desaparición forzada en la ciudad de Rosario. No alcanzaron los 25 años. Ninguno de ellos. Desaparecieron por algunos días y fueron encontrados flotando en el río Paraná. Los tres. Sus familias apuntaron a la responsabilidad policial. Fiscales y medios de comunicación intentaron contradecirlos. Manotazos en vano hacia la impunidad.

Acá hay familias construyendo justicia. En otro rincón de la plaza, la familia de Jonatan Herrera, acribillado a balazos por la Policía de Acción Táctica, también en Rosario, participa de un taller junto a otros familiares de víctimas del gatillo fácil.

Mirta Ponce, mamá de Alejandro, habla unos pocos segundos y la angustia la invade. Todavía le cuesta contar lo que también cuesta escribir. A Alejandro la policía de Rosario lo obligó, junto a su hermano Luis, a tirarse al río acusándolos de haber querido robar en el paseo costanero de la ciudad. Después les tiraron piedras y humillaron a los pibes cuando pedían ayuda para volver a tierra. Luis pudo salir y fue llevado a una comisaría, mientras veía cómo su hermano seguía pidiendo ayuda. A Alejandro lo insultaron, le negaron auxilio y luego murió. Apareció en las aguas tres días después. Sus familiares acusan a la policía por dejarlo morir ahogado. El fiscal Miguel Moreno no repara en este reclamo y por el contrario insiste en destacar que los pibes robaban. La muerte parece ser algo secundario. Una consecuencia merecida, le falta animarse a decir. Mirta, que todavía le cuesta mucho relatar estos hechos, rompe en llanto. Por eso una señora, mamá de otro pibe asesinado por la policía, se para, la abraza y le susurra algo despacito.

Luciana Escobar, hermana de Gerardo, vuelve a contar la historia de su hermano. Una noche de agosto de 2015 a Pichón lo golpearon patovicas del boliche La Tienda, que trabajaban en conjunto con policías de la Comisaría 3ra de Rosario. Su cadáver apareció siete días después en el río Paraná. La investigación de los hechos conduce a una hipótesis: a Pichón lo golpearon, luego lo llevaron a la Comisaría, lo torturaron, lo mataron y lo arrojaron al río. Por eso hay tres patovicas y dos policías imputados. En la causa se está llegando al primer objetivo: declarar el hecho como desaparición forzada de persona porque la policía no fue sólo cómplice, sino responsable directa.

Luciana muestra actitud cuando habla. “Por su memoria donde sea voy a estar presente para contar lo que pasó y explicarle a mis tres hijos por qué la madre está en la calle, peleando contra todos”. Dice más de una vez que no tiene miedo.  Hoy ve en Vanesa Orieta, hermana de Luciano, un reflejo de su lucha. Por eso cuando se acerca a ella le dice que la quiere conocer y la abraza y le cuenta que hace cinco meses está en la calle exigiendo justicia. Escucha consejos. Vanesa le dice que cada día hay que construir algo. Hablan de los pequeños peldaños hacia la justicia. Quedan en volverse a ver. Saben que es inevitable porque el camino ya las encontró.

Ramón Casco, papá de Franco, habla despacito y poco. “Mi hijo fue a visitar desde Florencio Varela a una hermana mía en Rosario. Estuvo una semana, y cuando quiso regresar  lo agarró la policía cerca de la terminal. A los veinte días más o menos lo encontramos en el río flotando”, resume. La parte del encubrimiento mediático, político y judicial ya abunda en las crónicas que relatan lo sucedido por aquellos días de octubre de 2014. La causa judicial, que se investiga como desaparición forzada de persona en el fuero Federal, espera las indagatorias a los policías de la Comisaría 7ma de Rosario. “Se está haciendo justicia, luchando para que todo salga a la luz. Espero que estos casos se puedan solucionar y tenemos que seguir ahora más unidos que nunca”, dice Ramón.

Estos tres testimonios refieren a los últimos casos de desaparición forzada en Rosario. Todos en término de trece meses. Por eso hablan de una represalia sistemática sobre la juventud de los barrios pobres. Problemática nacional: al lado de estos familiares hay otros sentados. Están en una mesa larga, en la que abundan las banderas de los pueblos originarios. La mapuche y la wiphala, por los pibes de las comunidades que mató la policía. En Neuquén, en Río Negro, en Córdoba, en Buenos Aires. Hay nombres y edades para víctimas y victimarios. Hay relatos de los hechos que reúnen características similares en todo el país. Salieron a bailar y no volvieron, fueron detenidos arbitrariamente.  Hubo torturas. Hubo muerte. Hay amenazas, encubrimiento. Impunidad otra vez. Desapariciones en democracia, desde 1983, sin distinción de gobiernos. Es lo que cuesta escuchar y decir. Los desaparecidos en esta parte de la historia configuran la fragilidad de la democracia.

El gatillo fácil también. Por eso la presencia firme de Celeste Lepratti, hermana de Pocho, militante social víctima de las represiones policiales en el estallido social de diciembre de 2001. Por eso el llanto de María Elena Herrera, cuando relata que a su hijo Jonatan lo mató la policía santafesina cuando lavaba un auto en la puerta de su casa aquel 4 de enero de 2015. A más de un año la familia se tuvo que ir del barrio por las amenazas de un grupo de personas vinculadas al narcotráfico en la zona, que tiene vinculación con la policía del barrio que le dice a la familia Herrera que busque refugio en los medios de comunicación y que a su hijo lo mataron cuatro perejiles de la Policía de Acción Táctica. Que el resto de las fuerzas no tienen nada que ver. “No es un policía, es toda la institución”, es la consigna que crece en la plaza y fundamentan los cientos de casos similares. Luego, hay miles de relatos más: superan los  cuatro mil desde el lento despertar de la democracia.

Sin perder la ternura

Dos arbolitos, tres chicos hamacándose y un arco de fútbol. “Volvé Luciano”, dice la consigna con letra imprenta mayúscula escrita a lápiz. Es un dibujo de Jeremías, de quinto grado de una escuela primaria de Buenos Aires. En un texto de cuatro renglones dice que no conoció a Luciano pero que le parece mal que se lo hayan llevado. El dibujo forma parte de la muestra que decora toda la plaza en la que se realiza la actividad, pero fue realizado entre 2009 y 2014, en los cinco años que estuvo desaparecido el cuerpo de Luciano hasta que fue encontrado, enterrado como NN, en el cementerio de La Chacarita. “Nunka soltemos las manos… ke apareska Luciano”, reza otra carta, al lado de una foto de Mónica Alegre sosteniendo una foto de Luciano. La clásica imagen en la que se lo ve sonriendo, como nunca lo pudieron ver estos alumnos y como sí pueden recordarlo sus familiares y amigos.

En sus dieciséis años, Luciano había vivido intensamente. Desde el abandono de su padre a los seis, el trabajo prematuro, el abandono de la escuela y el plan interrumpido de volver. La picardía de su primer amor. Su fanatismo por River y su sueño de un domingo en la cancha. El cartoneo por las calles del barrio junto a sus amigos. La guitarra que le regaló Vanesa, las letras de los Redondos y el amor despilfarrado en las cumbias que le gustaba escuchar. La visera puesta y su sonrisa. Identidad de un pibe de barrio. “Quiero que recuerden a mi hermano como un negro, villero, argentino que se negó a robar para la policía”, dijo Vanesa en una entrevista, empapando a Luciano de dignidad.

Los pibes de los sectores populares de las ciudades de los grandes contrastes son como Luciano. Como era Franco Casco, y como lo recuerda su padre, volviendo de la escuela, improvisando una cañita para pescar ranas en la zanja del barrio. Como era Pichón, en el recuerdo de Luciana, y en los ojos de la ciudad que todavía hoy disfruta de su legado como trabajador en el área de Parques y Paseos de la municipalidad. Jardines decorados con plantas y flores acomodadas a su gusto. “Ni cortarán las flores, ni pararán las primaveras”, se lee en un mural pintado por la organización Arte por Libertad en la sede donde trabajaba Pichón, junto a su rostro y más flores. Ternuras que el terror no puede desaparecer.

Hay historias en cada chico asesinado por la policía. La actividad organizada para recordar a Luciano Arruga comprendió también el recuerdo de muchos de estos chicos. Las historias encuentran puntos en común que no reflejan coincidencias, sino el desmenuzamiento de un entramado que se replica en distintas partes del país. El rol de las empresas mediáticas que a través de sus medios difunden el discurso estigmatizador del poder y encubren las diversas formas de represión de las instituciones del Estado. El rol de los fiscales y jueces, encubridores también en el terreno judicial, amoldando el accionar policial al marco legal que permite establecer la impunidad. El papel de aquellos abogados que se acercan a las familias de víctimas de violencia policial y al paso del tiempo muestran la hilacha de un tejido de intereses económicos e incluso políticos: cómplices disfrazados de compañeros. También está la sociedad de la indiferencia y las gríngolas que obligan a no mirar más allá de la propia nariz.

Para contrarrestar este panorama es que tantas familias deciden romper la cápsula del silencio y el dolor para salir a la calle a hacer justicia. Lo dijeron todos los familiares en esta jornada. No sólo por los chicos de cada familia, sino por cada uno de los que faltan. Por eso la actividad contó con diferentes propuestas. Hubo medios alternativos para difundir de cualquier manera, que se conozcan las historias, que superen los límites de la plaza rompiendo fronteras. Para acallar la versión del hecho aislado y para combatir el estigma.  También hubo abogados militantes, que desde la profesión acompañan construyendo una herramienta contra la impunidad desde sus propias estructuras. Hubo puestos de libros, revistas y videos. Murgas, teatro, música y talleres. Para que el grito entre por todos los sentidos. Porque la alegría también transforma.

Ahí estuvo Rosario, consolidando el abrazo de sus pibes con Luciano.

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