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Alejandro Leiva
Por Gerardo Roberto Martinez - Friday, Apr. 22, 2016 at 5:33 AM
yaguaretecoli@yahoo.com

Recordatorio homenaje a un campesino que contribuyó con su trabajo al desarrollo de Presidencia de la Plaza.

Alejandro Leiva...
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El 24 de abril de 1886 nació Alejandro Leiva, un paraguayo que como tantos otros tuvo que abandonar su lugar de origen para encontrar otro territorio donde trabajar, formar su familia y seguir construyendo esa Patria Grande que nos cobija a los latinoamericanos. Al cumplirse 130 años de su nacimiento, merece ser recordado con alguna de las palabras que pronunciara su nieta Miriam Maidana durante el acto de imposición del nombre de la Escuela de Educación Primaria Nº 765, en Colonia Brandsen Sur del departamento Presidencia de la Plaza, escuela ubicada en un terreno que don Alejandro donara con ese fin.
“… nos hallamos congregados para celebrar la imposición del nombre de esta escuelita. Es un honor para mí escribir estas palabras, porque esta tierra me vio dar mis primeros pasos, la calidez de su gente me acunó generosa. En estas paredes cursé mis primeros años de escolaridad y ya adulta viví mis primeras experiencias de docencia. Cuando recibí la noticia que escogieron el nombre de mi abuelito, Alejandro Leiva, para esta institución la emoción embargó mi Alma. Un sentimiento mezcla de gratitud, de reconocimiento afloró en mi pecho. Creo que entenderán la magnitud que tiene para mi familia y para mí en particular, este acontecimiento.
Pero también me veo en la responsabilidad de decirles quien fue Alejandro Leiva, es necesario hurgar en el pasado para entender las razones que motivaron esta gran decisión. Trataré de resumir su historia de vida.
Mi abuelo nació en Paraguay. La guerra continua en la que se vio envuelto este país lo llevó a dejar su patria, alejarse de sus padres y hermanos (a los que nunca volvió a ver), y radicarse definitivamente en la Argentina. Su vida fue toda una odisea. Al pisar suelo argentino trabajó muchos años en el ingenio azucarero de Las Palmas. Luego estuvo en Corrientes desempeñándose en distintos oficios. Posteriormente se vino al Chaco donde se desempeñó como cosechero. Se estableció en la zona rural de Machagai, allí conoció a Juana Fleita, mi abuelita. Años más tarde se casaron, formaron una gran familia y se establecieron en esta tierra aledaña a la escuela.
Tuvieron 16 hijos, ¡mis tíos y tías queridos! Ocho varones y ocho mujeres de los cuales viven aun once. La mayoría de ellos, ya de grande se radicaron aquí. Imaginarán cómo trabajó mi abuelo para criar tantos hijos e hijas. Sus manos de labriego no tenían descanso, el surco se abría generoso al paso del arado que guiaba con ahínco. Sembró la tierra, cosechó sus frutos junto a sus hijos e hijas. Montó su empresa.
Las labores cotidianas, sin embargo, no impidieron que educara a sus hijos en valores. Entre las virtudes sembradas con convicción puedo nombrar: el amor y apego al terruño, el trabajo, la valentía, el espíritu de resiliencia, el valor de la palabra empeñada, el respeto; por nombrar solo algunos.
Posteriormente un accidente hizo que le amputarán una pierna y lo obligó a usar muletas. Pero esto no frenó sus ganas de vivir, este hecho no impidió su ambición de crecer, su espíritu de lucha.
Mi abuelo fue un hombre austero, recto, sociable, astuto, enamoradizo, muy religioso; diariamente se encomendaba y pedía la protección de los suyos a Dios con la oración.
En el año 1968 vino una comisión del ministerio de Educación. Buscaban un terreno para construir una escuelita, dada la demanda de la zona y Alejandro Leiva no dudó en ceder la parcela necesaria. No podía ser de otra manera para una persona que tenía visión de futuro.
Participó de la comisión que se formó para construir el tan ansiado y esperado edificio, junto a sus hijos e hijas y demás colonos de la zona. Una escuelita humilde pero hecha a pulmón, una construcción que habla de unidad, de trabajo arduo, desinteresado y compartido. Se hicieron rifas, campeonatos de fútbol, carreras cuadreras, festivales para recaudar los fondos necesarios. Varones y mujeres trabajaron por el bien común: La oportunidad de darles a sus hijos la EDUCACIÓN que quizás a ellos les fuera negada.
Mi abuelito murió en 1975, a los 93 años”.
Recordar el esfuerzo de quienes trabajaron para que tengamos este presente es la mejor manera de mantenerlos vivos en nuestra memoria.

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