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Bacterias resistentes: menos tratamientos y más riesgos
Por Alfredo González - La Izquierda Diario - Sunday, Jun. 12, 2016 at 5:04 PM

11 de Junio de 2016 | El anuncio de la detección de una bacteria resistente a todos los antibióticos plantea el riesgo de que ya no existan tratamientos efectivos, y obliga a abrir el debate sobre la relación entre salud, enfermedad y negocios.

Bacterias resistente...
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Hace pocos días se difundió el descubrimiento, en Estados Unidos, de una bacteria resistente a antibióticos considerados “de reserva” (es decir, que se usan cuándo ya no hay más opciones). La particularidad de este hallazgo se debe a que este tipo de resistencia puede transmitirse a otras bacterias, abriendo las puertas a la aparición generalizada de infecciones para las que no exista ningún tratamiento.

Curiosamente, o no tanto, esta noticia no llevó a ningún medio (del que este cronista tenga constancia) a cuestionar el por qué de la aparición de estas bacterias o a preguntar cuál es la responsabilidad del negocio de la salud en lo que es un problema para el conjunto de la humanidad, ya que se calcula que para el año 2050, morirá una persona cada 3 segundos debido a bacterias multirresistentes.

Para entender la importancia de los antibióticos, tenemos que remontarnos a los orígenes de la medicina. Desde su aparición como una disciplina independiente, la medicina se dedicó, casi exclusivamente, a describir enfermedades. Durante siglos los tratamientos médicos no fueron, en la mayoría de los casos, más que supersticiones. La teoría de los humores hipocráticos, la astrología de Paracelso o las sangrías de la Europa medieval no podían ofrecer tratamientos efectivos e incluso podían ser aún peores que las enfermedades que buscaban tratar.

El descubrimiento de los primeros antibióticos, a principios del siglo XX, significó un cambio gigantesco. Estos descubrimientos permitieron, por primera vez en la historia de la humanidad, contar con un tratamiento efectivo y seguro para las infecciones. Enfermedades como la sífilis o la tuberculosis, que habían hecho estragos desde antes de que existiera la palabra escrita, tenían al fin una cura. Gracias a los antibióticos millones de personas pudieron salvar sus vidas y evitar terribles complicaciones.

Con el paso de los años, aparicieron gérmenes resistentes a los tratamientos usuales. Así, hubo que desarrollar generaciones subsiguientes de antibióticos que buscaron sortear las resistencias de los microorganismos y, además, normas para el control de la diseminación de infecciones en los servicios de salud.

Pero al llegar al siglo XXI, en esta carrera contra la aparición de las resistencias el mayor enemigo no son las bacterias, sino la medicina mercantilizada y la codicia de los laboratorios. Por un lado, el negocio de los laboratorios es transformar al antibiótico en un producto más. Una mercancía que debe venderse todo lo posible para dar ganancias, fomentando el uso excesivo, lo que lleva a la aparición de resistencias. Y por otro lado, las instituciones de salud buscan “reducir costos” al no invertir en controlar la diseminación de estas resistencias.

En nuestro país, la falta de inversión en el control y prevención de la diseminación de infecciones intranosocomiales (es decir, en hospitales y sanatorios) se cobra cada vez más víctimas. La Argentina tiene el triste orgullo de tener tasas de infección intrahospitalarias entre 4 y 8 veces mayores que el promedio internacional. Para aquellos que trabajamos en el sector salud, esto traduce una realidad evidente: recursos insuficientes para evitar la colonización por bacterias resistentes, ausencia de habitaciones individuales en hospitales y sanatorios, falta de entrenamiento del personal en medidas de bioseguridad y una constante presión para “ahorrar” y evitar medidas costosas para la institución.

No se trata de un problema exclusivo del sector privado. En el sector público, tanto durante el kirchnerismo como en el macrismo, el sistema de salud está ridículamente lejos de tener los recursos que necesita. La plata que se ahorra en salud es la que se paga a los fondos buitres, la que se usa para subsidiar a las grandes empresas y hacer negocios con los “amigos” Nicolás Caputto y Lázaro Baéz. Mientras tanto, los pacientes y trabajadores (y a largo plazo, todas las personas) se exponen a enfermedades cada vez más graves y con menor posibilidad de tratamiento.

Existe también una tercera pata de este problema: la producción de nuevos antibióticos. La mercantilización de la medicina y el afán de lucro llevan a que el dinero se destine a lo que dé más ganancias, sin importar en lo más mínimo qué es lo que más hace falta. Así, en un momento en el cual las bacterias multirresistentes empiezan a asomar cabeza en las salas de internación de todo el mundo, las grandes empresas farmacéuticas abandonan la investigación en antibióticos por considerarla poco rentable. Y estamos hablando de infecciones para las que no hay ningún tratamiento efectivo y, actualmente, no existe ningún tratamiento en desarrollo.

Lentamente, el negocio de la salud nos lleva, paso a paso, al siglo XIX, al mundo antes de la penicilina.

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