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El kirchnerismo era todo
Por Diego Genoud - Monday, Jun. 20, 2016 at 5:53 PM

Domingo 19 de junio de 2016 | La corrupción fue pulverizada por el ideario kirchnerista, devaluado hasta la intrascendencia. Todo lo bueno que ustedes quieran, todo lo malo que ustedes ven.

El kirchnerismo era ...
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Felisa Miceli tuvo que renunciar por improvisada. Amado Boudou fue a parar al basurero de la historia por principiante. José López cometió la peor de las traiciones: entregarse.

A Miceli la encontraron con una bolsa con 100 mil pesos y 31 mil dólares en el ministerio de Economía. Quedó inmortalizada como la única en irse así del lugar desde el que se orquestaron estafas monumentales al pueblo argentino, desde Krieger Vasena y Martínez de Hoz hasta Domingo Cavallo, por quedarnos en el prekirchnerismo. Con palabras bastante más impiadosas, Néstor Kirchner echó a Felisa por haberse descuidado de una manera insólita, no por aparecer en los diarios pegada a la palabra “corrupción”.

Amado Boudou fue un emprendedor audaz que se ganó la confianza del matrimonio pero quiso volar demasiado alto con una capa corta. Boudou pretendió afinar una operación más en la saga del capitalismo de amigos kirchnerista y dejó todos los dedos pegoteados en el expediente Ciccone. Cristina lo defendió porque era más que un ministro y porque echarlo era flagelarse asumiendo su error político. Protegido hacia afuera, Amado se ganó hacia adentro un desprecio que lo dejó hasta sin fueros.

José López es distinto. No era un improvisado ni un loco ni una manzana podrida: era un profesional de la organización formada en Santa Cruz. No por el carnet de militante del Peronismo Revolucionario con el que llegó a la provincia en 1986, sino por haber mamado la lógica de construcción de poder que ideó Néstor Kirchner. Su caída sólo se explica por un cúmulo de razones convergentes: la muerte del líder, el sálvese quien pueda interno y la intemperie después de la pérdida de poder a partir del 10 de diciembre pasado. Con sus diferencias indudables, López y De Vido eran parte de la misma cadena. Pero alguien hizo detonar al secretario de Obras Públicas, de una manera comparable a la que en 2015 fue detonado Alberto Nisman. Dos hombres que fueron parte del kirchnerismo gobernante: Nisman adoptado con la llegada al poder central, López adolescente político criado en el Sur.

Si alguien tramó este sepelio público para el kirchnerismo, es poderoso y despiadado, además de un profesional. Si servicios de inteligencia autonomizados fueron los que hicieron explotar a López en una escena de un voltaje tan intenso como para sorprender con una historia que merece abrir la enciclopedia de la corrupción kirchnerista, Mauricio Macri también está en un problema. Más allá de que tenga unas semanas de respiro para diluir el blanqueo de capitales y opacar los efectos del ajuste y el tarifazo en los bolsillos de la gente de a pie. Si esa fuerza autónoma llega hasta las costas de la familia Kirchner, los trastornos pueden ser más para la política y también para los que estaban del otro lado del mostrador, los beneficiarios –nuevos y viejos- de la obra pública.

Creer o no creer

La primera reacción del presidente de la Nación fue admitir que no podía creer que el ex secretario hubiera aparecido como apareció, desnudo en su desesperación de nuevo rico, casi en estado de putrefacción. Macri conocía a López desde hace bastante tiempo, cuando junto con Nicolás Caputo visitaban su despacho y el de De Vido, en su doble rol de empresarios y políticos.

El quiebre en las filas del oficialismo que se fue no puede atribuirse a la sorpresa o el descubrimiento sino a la combustión pública de un funcionario in fraganti y, más aún, a la pérdida irremediable de poder. Desde el minuto cero del partido, López era titular indiscutido en el equipo kirchnerista. A diferencia de Lázaro - siempre recluido en la Patagonia y desconocido para los porteños- López era además una ventanilla por la que pasar era inevitable. El manual de instrucciones del poder político durante los últimos 12 años enseñaba en uno de sus capítulos centrales que la corrupción era un tema menor, una minucia en la que los militantes no podían detenerse. “Todos roban, el tema qué intereses defienden”, rezaba. La corrupción, el gran tema de los años noventa, fue pulverizada por el ideario kirchnerista, devaluado hasta la intrascendencia con buenas y malas razones. El kirchnerismo acumuló para financiar la política desde el instante en que aprobó la privatización de YPF y se llevó la plata afuera, de la misma forma y al mismo tiempo que lo hacían los Macri al trasluz de Panama Papers. En el camino, fue posible separar y mucho para guardar en los monasterios de la patria y también afuera. El leal secretario de Kirchner Daniel Muñoz no pudo disfrutar los 40 millones de dólares que tenía en Miami. Se murió unos meses después de que su nombre flameara hermanado en la lista de Panamá junto al del nuevo presidente.

El kirchnerismo acumuló de esa manera mientras hablaba y hacía en nombre del pueblo. Las medidas que tomó y son consideradas positivas por toda la clase política y por gran parte de la población fueron su otra cara. Las dos respondían a la misma matriz y partían de la misma terminal. Todo lo bueno que ustedes quieran, todo lo malo que ustedes ven. El kirchnerismo era todo. Siempre lo fue y se puede estar a favor o en contra, pero es difícil pensar que ahora se descubre algo. En todo caso, los enemigos del kirchnerismo lo escenifican, con la ayuda inestimable de los que –como López- fueron parte central y hoy se entregan, quebrados. Kirchner era el jefe de una banda que tocó una melodía aceptada mayoritariamente durante 12 años, gracias al regreso del Estado, el precio de la soja, el boom del consumo y los nuevos derechos. Después de su muerte, la banda siguió tocando, descontrolada, cada uno por su lado. Dicen que Cristina pidió que cesaran con ese mecanismo, pero nadie le hizo caso.

Ver a un kirchnerismo lleno de remordimiento es un oxímoron, señal de que ya es otra cosa, de regreso al progresismo testimonial del que Kirchner redimió a muchos. Proponer ahora la discusión sobre el financiamiento de la política no es más que un reconocimiento de que nada importaba mientras había poder, cinismo y fuego para la autocelebración. Ahora que la derrota pega en las buenas conciencias y también en los que creyeron honesta pero cómodamente, se retomaran discusiones valiosas de cara a un futuro sin fecha cierta. Si a Macri le va mal, la hora del balance quedará nuevamente de lado porque habrá que disputar el poder. Si le va bien, habrá tiempo para hacer un examen más profundo.

Mientras estamos distraídos viendo pasar los billetes de López, Báez y de los que vendrán, Macri gana un poco más de aire para hacer el ajuste. Estarán los militantes que se lamenten por eso y las fichas seguirán cayendo en los que creyeron, viven de su trabajo y pierden poder adquisitivo todos los días. Si la derecha crece –con corazón o sin él- o si la crisis del sistema político y el “que se vayan todos” resurge, habrá sido una vez más responsabilidad de la política que decepciona a las mayorías.

Así como hay balances, mea culpas y pedidos de explicaciones, en este momento también hay quienes desde el poder diseñan una estrategia de salida por si a Macri no se le alinean los planetas y las inversiones no le llueven: un peronismo con otro rostro y una nueva piel. Una alternativa distinta, que defienda los intereses que el kirchnerismo dijo representar, que se base en la organización popular y no en la mera adhesión, que asuma tareas que parecen inalcanzables, sigue pendiente. No va ser fácil para nadie.

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