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La utilización oligarca de los pueblos originarios
Por Alejandra Pérez y Florencia Trentini / Notas - Tuesday, Aug. 23, 2016 at 11:48 PM

Año tras año, La Nación nos tiene acostumbrados a sus ya clásicas notas donde Rolando Hanglin suele “explicarnos” por qué los mapuche no son mapuche, por qué los tehuelches están extintos, y por qué la Patagonia le corresponde a los herederos de nuestra oligarquía terrateniente y a los extranjeros -como Benetton o Lewis- que fueron llegando.

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Sin embargo, esta vez, en su editorial del domingo 21 de agosto introdujo una novedad en su ya conocido discurso anti-indígena. Entró en escena el “populismo latinoamericano” para esgrimir una argumentación que reflota la conocida dicotomía entre “civilización y barbarie”, pero redefinida en los tiempos de “la grieta”: Civilización vs. Barbarie. Kirchnerismo vs. Anti-kirchnerismo.

En este marco, la nota destaca que “mientras la ex presidenta sostiene que El Calafate es su lugar en el mundo, que YPF debía ser estatizada, que el futuro está en Vaca Muerta y que las Malvinas son argentinas, sus seguidores parecen haber olvidado que El Calafate, YPF, Vaca Muerta y las Malvinas son todos íconos de la argentinidad gracias a que el general Roca consolidó hacia el sur las fronteras de la República, evitando que toda la Patagonia fuese chilena”.

En esta oportunidad, las “víctimas” de la grieta son los pueblos originarios. Sus historias, sus derechos, sus políticas, sus demandas son las que deben cuestionarse mediante la imposición de un falso relato. Una práctica que La Nación achaca al populismo kirchnerista, pero que parece haber adoptado sin mayores complicaciones.

Así, según La Nación, ese populismo, habría “resucitado” a los pueblos originarios mediante el revisionismo histórico, para combatir la “civilización” -otrora representada por la generación del ‘80-, encarnada actualmente en las democracias occidentales, como la de Estados Unidos. La lógica argumentativa de la Editorial muestra cómo la civilización, sinónimo de “la república”, peligra ante “la barbarie”, corporizada en los proyectos “demagogos y dictadores” de Cuba, Venezuela, Irán y Rusia.

Sin embargo, frente a esto resulta interesante pensar: ¿cuál es el uso que la oligarquía hace de los pueblos originarios?

Esta editorial se enmarca en una seguidilla de notas que pretenden poner en cuestión las conquistas de nuestro pueblo en materia de Derechos Humanos, justificando mediante diversas y aberrantes argumentaciones los genocidios de estado. Asimismo, vuelve a caer en la explicación de la “extranjería” de los pueblos originarios para negar sus actuales demandas territoriales, utilizando el ya probado recurso de criminalizarlos, definiéndolos como “violentos” que “ocupan” tierras para “demandar indemnizaciones”.

La línea argumental de la civilización y la barbarie ordena, es la grieta. En ese marco, La Nación nos invita a preguntarnos “¿cómo sería el país que imaginan quienes condenan la llamada Conquista del Desierto?” y nos aclara que se trató de un “conflicto de culturas, como ha ocurrido y continuará ocurriendo en toda la historia humana”.

Lejos de un genocidio violento, para La Nación, “quienes expandieron la cultura occidental por el territorio de la patria, aun mediante conflictos, sembraron las semillas de un valor esencial que no existía en América”. Sin Julio Argentino Roca y el genocidio, “no hubiera tenido lugar: el respeto por la dignidad individual, heredado de Atenas, consolidado en el Renacimiento y, finalmente, plasmado en la concepción moderna de los derechos humanos”. Unos derechos humanos con minúscula que lejos están de ser aquellos por los que muchos luchamos.

Paralelamente, la publicación deja en claro que estos valores no son propios de los pueblos originarios y, por lo tanto, según la lógica de la nota tampoco son valores propios del kirchnerismo, Venezuela, Cuba, Rusia y el resto de “los bárbaros”. Son propios de la civilización, de occidente, de la República.

Lamentablemente, para medios de comunicación como La Nación no importa mucho lo que tengan para decir las comunidades y organizaciones indígenas, ni los académicos que desde hace años vienen trabajando con estos Pueblos. No les interesa tampoco que existan leyes nacionales y convenios internacionales ratificados por nuestro país que respaldan y legitiman el reclamo indígena por sus derechos al territorio. Invisibilizando o tergiversando todas estas cuestiones escriben notas y editoriales que no hacen más que estigmatizar a estos Pueblos y contribuir a fomentar la violencia que se vive día a día en los territorios.

Podríamos extendernos en las falacias que la nota contiene, recordar que el ejército que trajo los valores constituyó campos de concentración, aniquiló poblaciones enteras, saqueó, realizó traslados forzados, que mujeres, niños y niñas fueron virtualmente rematados como personal doméstico para la alta sociedad de la época, que encerró indígenas en un museo para estudiarlos como si fueran animales.

Podríamos discutir sobre la categoría de genocidio para definir a “la conquista del desierto”. Sin embargo, este está lejos de ser el eje de discusión de la nota editorial de La Nación. El eje vuelve a ser “la civilización vs. la barbarie”, la estigmatización de los Pueblos indígenas y del “populismo”, contra la exaltación de una elite culturalmente apta, genéticamente pura y económicamente dominante que simboliza el progreso lineal e indefinido; que simboliza: la república.

La editorial de La Nación viene a revalidar “la grieta” sobre la que se construyó el Estado argentino, a recrearla en la coyuntura actual y a justificar con ella el no derecho, las carencias y la invisibilización. Viene a negar las históricas luchas de los pueblos indígenas y a reducirlos a una creación del populismo. En definitiva, viene por lo conquistado, y lo que nos toca, ahora, es defenderlo.

Alejandra Pérez y Florencia Trentini – @flortrentini

*Antropólogas UBA

Foto: Agencia Walsh

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