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El drama de Mefro Wheels detrás de un cierre evitable
Por Mariano D'Arrigo - Monday, Feb. 20, 2017 at 3:02 PM

Domingo 19 de Febrero de 2017 | Los operarios de la empresa metalúrgica relataron a La Capital la angustia y el dolor por haber perdido sus puestos de trabajo.

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Drama. Un operario se muestra impotente ante el destino de la fábrica.

Después de un mes y medio de conflicto los obreros de Mefro Wheels conjugan dolor, angustia y ansiedad. Se sienten presas de un buitre que vuela demasiado alto, protegido incluso por quienes deberían cuidarlos a ellos. Todavía no digieren cómo un fondo inversor liquidó a 11 mil kilómetros de distancia una empresa rentable, y ahora sólo esperan que les paguen las indemnizaciones prometidas para salir a buscar otro trabajo. De todas maneras, el mercado laboral les muestra su cara más hostil: la industria no repunta y muchos trabajadores superan los cuarenta años, por lo que les costará insertarse en el empleo formal.

En la calle el clima está pesado, pero en la zona sur de Rosario el termómetro marca algunos grados más. A pesar del calor del mediodía unos 70 trabajadores se reúnen en asamblea en la entrada del predio de una hectárea que abarca las calles Ovidio Lagos, Acevedo, Francia y Dr. Sabattiini.

Allí dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) informan a los operarios sobre una nueva audiencia en el Ministerio de Trabajo de la provincia. Todos están preocupados: aún no saben cuándo cobrarán la indemnización que ofreció el fondo inversor alemán para cerrar de una vez la única fábrica del país que produce llantas para terminales automotrices. Hasta que se efectivice el pago, resaltan, la empresa no bajará las persianas —aunque no producirá— y los trabajadores mantendrán guardias rotativas para custodiar la maquinaria.

En el centro de la ronda se ubica Miguel Valentino, uno de los delegados del gremio metalúrgico. Tiene 61 años y hace 19 que trabaja en la empresa, en el sector de inspección final. Su apodo es "El Barba".

"Dolor, angustia, y ansiedad". Así resume Valentino a La Capital los 45 días de lucha en defensa de las fuentes laborales. Y se lamenta: "Después de tanto tiempo de compartir juntos duele mucho que tengamos que terminar de esta forma, por culpa de unos delincuentes alemanes y sin una respuesta del presidente de la República ni del ministro de Trabajo de la Nación, Jorge Triaca".

Ese malestar, confiesa Valentino, contamina las relaciones de los trabajadores con sus seres queridos: "Discutís en tu casa con tu familia porque la plata no te alcanza, te sentís mal porque tu hijo te pide algo y no se lo podés dar. Es mucho dolor".

Gustavo Reya, tornero de 37 años y con cinco años de antigüedad, coincide con el delegado: intentan "lucharla día a día", asegura, pero se impone "la tristeza, por la familia".

En tanto, Juan José Candia, pintor de 32 años y desde hace cuatro años en la firma, apunta contra la empresa: "Entiendo que cierre pero es injusto que nos estén ofreciendo el 60 por ciento, nos corresponde el 100 por ciento de nuestra indemnización".

Confianza derrumbada

Valentino reconoce que confiaban en el capital alemán que compró la ex Cimetal en 2006, aunque con el tiempo empezó a fallar la administración —tanto la europea como la argentina— y no podían cumplir con los pedidos: "Notamos que la empresa quería vaciarnos".

En dos años, detalla, la producción se derrumbó. En 2014 fabricaron 1.200.000 llantas; en 2015, 850 mil; en 2016, 400 mil. En el medio, cambiaron las reglas de juego. Las importaciones los fueron "comiendo", destacan. Reya admite que votó por Macri en 2015 y añade: "A veces me arrepiento". No es el único. Explica Valentino: "Muchos compañeros votaron un cambio creyendo que iba a ser para bien. Lamentablemente nos están dando la espalda".

En este sentido, los obreros de Mefro trazan un paralelismo con la debacle de la convertibilidad. En esos años Candia era estudiante y Reya trabajaba en una fábrica de caños de hormigón. Valentino ya era empleado de la fábrica de llantas, que cargaba abultadas deudas de aportes y fiscales. Sin embargo, sobrevivieron a la quiebra: en aquel momento, considera, "la importación no era tan grande".

Ante el inminente desenlace de Mefro, los obreros piensan en su futuro. Reya y Candia coinciden en que "hay que buscar trabajo y salir para adelante". Reya tiene un hijo de 10 años y Candia dos, de 7 y 11 años. La situación de Valentino es diferente: "Con 61 años es difícil que alguien me dé trabajo, lo tengo asumido". Acumula 42 años de aportes, todos de empleos en la industria metalúrgica. Tiene una hija de 26 años y uno de 31, hasta hace poco desocupado. "Ahora va a ayudar a papá", dice entre risas.

"El Barba" recorre la planta, un laberinto de máquinas e insumos. Lo acompaña Alfredo Lo Coco, un obrero de 47 años al que conoce desde hace casi dos décadas. Lo Coco entró a la empresa hace 25 años, y hace uno tuvo una hija.

Valentino y Lo Coco describen juntos cada equipo, cada proceso. El silencio aturde: sólo está prendida la máquina de pintura por cataforesis, un método de pintado por inmersión basado en el uso de electricidad.

Silencios que duelen

Con la planta en funcionamiento el ruido era infernal. "Aún con protectores auditivos hablando a medio metro no te escuchabas", recuerdan.

Producían unas 350 llantas por una hora: unas dos mil por turno de las que usan los autos más grandes y unas tres mil de las que emplean los vehículos más pequeños.

Antes los galpones les quedaban chicos: las llantas listas para entregar se apilaban también afuera; hoy el depósito de unos 40 metros por 30 está casi vacío.

No sólo peligran los 170 empleos de Mefro: la implosión de la fábrica, alertan, perjudicará también a pequeñas empresas proveedoras de insumos como chapa, guantes y pintura.

Parada final. Valentino revisa su teléfono: tiene varias llamadas perdidas. La asamblea terminó hace rato y los trabajadores volvieron a sus casas. En la entrada quedan apostados cuatro obreros, custodios del gigante atado.

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