Julio López
está desaparecido
hace 6401 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

Protegerse entre hermanos frente al vacío de un femicidio
Por Patricia Cravero, Cosecha Roja - Tuesday, Feb. 21, 2017 at 6:23 PM

17 de febrero de 2017 | Natalia Padilla era mamá de siete niños. Luego del crimen por el que está preso su concubino, la vida familiar cambió por completo. El hijo mayor pide la guarda de su hermana más chica. Otros hermanos cambiaron de provincia. En Córdoba, 38 chicos perdieron a sus mamás durante 2016.

Protegerse entre her...
hermanos-.jpg, image/jpeg, 648x463

Foto Javier Cortez

La niña pone las fibras y una pila de hojas sobre la mesa del comedor. Acomoda una muñeca y empieza a dibujar una casa de tejas fucsia. Tres meses atrás, cuando el padre mató a su madre, quedó a cargo de su abuela y de Alejandro, el hermano mayor.

Ahora él la mira con atención. Es la primera vez desde el femicidio que los siete hermanos se juntan. Aprovecharon el verano y se reunieron en casa de la abuela materna. Alejandro es el más grande: tiene 25 años y quiere cuidarlos. M., la niña que dibuja, tiene seis y es la más chica. También la que más pérdidas sufrió: el acusado por el femicidio es su padre biológico.

El resto de las hermanas circula por el comedor. Una de ellas pasa frente a Alejandro. Él le da una beso en la cabeza y la abraza. Se quedan un rato así, ella con la cara apoyada en el pecho de su hermano mayor, él rodeándola con los brazos. “Lo que más me interesa es que nos podamos acomodar para encarar el futuro”, dice Alejandro.

Natalia Padilla era ama de casa y mamá de siete hijos. Pasaba mucho tiempo con los más chicos, especialmente con M., la única hija en común que tuvo con su pareja Walter Eduardo Sánchez, acusado por el femicidio. La niña ahora está a cargo de su abuela materna y de Alejandro.

“Con todo el amor del mundo yo estoy dispuesto a tomar las responsabilidades para que mi hermana pueda superar esto de la mejor forma”, dice él. Después del femicidio algunos de los chicos se mudaron de ciudad, otros de casa. Los más grandes asumieron la tarea de proteger a los más pequeños.

El año pasado, M. pudo terminar el jardín de infantes. Alejandro dice que fue crucial el apoyo de todo el colegio: “Ella estaba muy cerrada en un principio. Y la gente, mis hermanos, la ayudaron muchísimo”. El cuidado de la niña es un trabajo en equipo con su abuela y sus hermanas más grandes.

Ahora están buscando escuela para que empiece la primaria. Para ese trámite, como para muchos otros, quiere que la Justicia les otorgue la tutoría de la niña a él y a su abuela.

Niños, no números

El año pasado, 38 chicos perdieron a su mamá por la violencia de género extrema en la provincia. Para muchos de ellos, los crímenes significaron una doble orfandad: de madre, y también de padre preso por el femicidio. Para todos, un cambio profundo de la vida ­familiar.

Después del 12 de octubre, cuando Natalia fue asesinada, dos hijas tuvieron que mudarse a Catamarca, donde viven su papá y otro hermanito. “Los chicos vivían acá, tenían un estilo de vida, sus amistades y de repente se les cambió todo, tuvieron que dividirse”, dice Alejandro. El joven está buscando un departamento más grande para mudarse. Lo hace pensando en M., para que esté cómoda y pueda hacer de esa casa un hogar.

Cambios para todos

Natalia había cumplido 42 años tres días antes del femicidio. Lo festejó con una reunión sencilla. Se juntaron a la tarde, comieron empanadas y los familiares pasaron a saludar. Fue la última vez que estuvo reunida con casi todos sus hijos.

Unas semanas antes Natalia le había contado a su hijo mayor que estaba pensando en separarse. “Era muy parecida a mí: cuando tomaba una decisión, ya no había marcha atrás”, dice Alejandro, y no puede evitar volver sobre lo sucedido. “Los riesgos son muchísimos más que los que uno cree”, dice.

El 12 de octubre apareció muerta afuera del predio de Ersa, a donde había ido a buscar a su pareja, chofer de la empresa. Sánchez dijo que la encontró herida, pero la declaración de un vigilador, el hallazgo de un cuchillo y algunas inconsistencias de su testimonio lo convirtieron en sospechoso.

La Policía lo detuvo en el sepelio, mientras los hijos despedían a su mamá. La investigación todavía sigue abierta. “Espero que cumpla por el daño que hizo ­incluso a su propia hija”, dice Alejandro.

Alejandro estudia gestión ambiental, trabaja en una tienda de ropa y hasta el femicidio todos los años viajaba como coordinador de una agencia de viajes. “Para mí cambió todo”, dice con plena conciencia del punto de quiebre que significó la muerte de su mamá, pero también con la voluntad inalterable de cuidar a M. “Yo busco cuidar a mi familia, por lo menos lo que me queda. Busco defender lo que defendía mi vieja, que era a mis hermanos, sobre todo a mi hermana más chica”, dice.

Alejandro se apoya en recordar las cosas simples que lo unían a ella: los días que lo buscaba en la facultad, la ayuda para que estudiara, la música de Soda Stereo. Hubiera querido que ella viviera alguna de las cosas que él pudo. Una vez pensó en regalarle un viaje. Natalia no conocía el mar.

*Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja y publicada en el diario La Voz del Interior.

agrega un comentario