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El cuerpo del revolucionario
Por Carlos del Frade - Monday, Mar. 06, 2017 at 4:46 PM

06 Marzo 2017 @ (APe).- Lo calificaron de descamisado y resentido, le anunciaron la muerte a su mujer y lo tiraron al mar. Su delito fue ser revolucionario. El 4 de marzo se cumplieron 206 años de su envenenamiento y posterior desaparición en las aguas del Atlántico frente a las costas del norte de Brasil. Mariano Moreno fue contado de muchas maneras pero su Plan de Operaciones, el último documento que firmó y redactó, está allí, vigente, cuestionando la clave del presente de la Argentina: la felicidad del pueblo se alcanzará cuando se “descontente” a los que acumulan las riquezas en pocas manos y se logre su “repartición”.

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No habló de compartir, habló de ir contra esas minorías. El cuerpo del revolucionario, si volviera a las playas del presente argentino, en estos días macristas, así como lo hicieron algunos cuerpos de Madres y otros revolucionarios de los años setenta, repetiría aquellas ideas, aquellas obsesiones, aquellos motivos que sirvieron para desaparecerlo.

Agosto de 1810

Moreno, entonces, a sugerencia de Belgrano, es el encargado de redactar el programa político y económico que le dará encarnadura al invento de 162 personas que el 25 de mayo decidieron hacer un nuevo país y separarse de España.

Moreno escribirá el “Plan de Operaciones. Que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia”.

Para la junta era vital el proyecto, el horizonte hacia donde marchar.

La situación no podía ser peor: “En el estado de las mayores calamidades y conflictos de estas preciosas provincias; vacilante el gobierno; corrompido del despotismo por la ineptitud de sus providencias, le fue preciso sucumbir, transfiriendo las riendas de él en el nuevo gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, quien haciéndose cargo de la gran máquina de este estado, cuando se halla inundado de tantos males y abusos, destruido su comercio, arruinada su agricultura, las ciencias y las artes abatidas, su navegación extenuada, sus minerales desquiciados, exhaustos sus erarios, los hombres de talento y méritos desconceptuados por la vil adulación, castigada la virtud y premiados los vicios...”, describieron los integrantes del gobierno provisional el 18 de julio de 1810.

Moreno define la revolución como un proyecto sudamericano: “El sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”.

Para el secretario es necesario modificar la estructura social: “tres millones de habitantes que la América del Sud abriga en sus entrañas han sido manejados y subyugados sin más fuerza que la del rigor y capricho de unos pocos hombres”. Moreno sabe que los privilegios deben ser suprimidos si en verdad se quiere crear “una nueva y gloriosa nación”, como dirá más tarde una de las estrofas mutiladas del Himno Nacional.

Es la misma idea de Belgrano cuando dice que “las tres quintas partes de la población y territorio del antiguo virreinato, escapan a nuestro control; la plata del Alto Perú, bloqueada por la insurrección del Mariscal Nieto, resulta vital para las finanzas; representan el 80 por ciento de las exportaciones de la capital. Además los españoles europeos siguen conspirando. Nuestro país es inmenso y despoblado; tal es su presente; sólo le queda acechar como un tigre, un futuro que sin duda será de grandeza”.

Por ello Moreno quiere insuflar de decisión política al nuevo estado para que sea herramienta de distribución de riquezas: “qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidar el estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aún cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco mil o seis mil mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios, y demás establecimientos en favor del estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos”.

Y agrega que “si bien eso descontentará a cinco mil o seis mil individuos, las ventajas habrán de recaer sobre 80 mil o 100 mil”.

Un estado que arbitre lo necesario para cumplir el objetivo de la política, según el propio Moreno, que es “hacer feliz al pueblo”. Un estado que vuelque su poder en favor de las mayorías y en contra de los intereses minoritarios.

Con un proyecto de desarrollo del mercado interno y proteccionista de su comercio y su industria: “se pondrá la máquina del estado en un orden de industrias lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos”.

El futuro del país pensado por Moreno “será producir en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus habitantes”.

Durante una década no habrá interés particular por sobre las necesidades del estado revolucionario: “se prohibe absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando al arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la nación, y esto por el término de diez años, imponiendo pena capital y confiscación de bienes con perjuicio de acreedores y de cualquier otro que infrigiese la citada determinación”.

Repite su cuestión de estado a favor de una igualdad garantizada desde el poder: “las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado”.

No era solamente una advertencia sobre aquel presente, sino una profecía para los tiempos que vendrían.

El 4 de marzo de 1811 Moreno fue envenenado frente a las costas brasileñas y junto a su cuerpo también desapareció la voluntad política de generar y sostener un estado revolucionario.

La metáfora del cuerpo del revolucionario sumergido y desaparecido en el Atlántico es un macabro prólogo de lo que sucedería en los años setenta del siglo XX con aquellos que intentaban un cambio estructural en la sociedad argentina.

Fuente: “Los caminos de Belgrano”, del autor de esta nota.

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