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Paro general, incertidumbre colectiva
Por Diego Genoud - Saturday, Apr. 08, 2017 at 1:39 PM

7 de abril de 2017 | El paro general no evidenció solamente las críticas de los trabajadores al gobierno de Cambiemos sino las propias fisuras y debates al interior del sindicalismo. Nuevas camadas de trabajadores, bases, e identidades en disputa.

 Paro general, incer...
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La última vez que todo el sindicalismo argentino protagonizó una huelga general fue el 13 de diciembre de 2001, en la agonía del gobierno de la Alianza. Ese día, la CGT de Hugo Moyano y la CTA de Víctor De Gennaro lograron sumar a la CGT moderada que conducía Rodolfo Daer, el hermano mayor del actual Daer.

La crisis era terminal. De la Rúa se encaminaba al precipicio abrazado al programa económico que había heredado, la sociedad lo rechazaba, y el gremialismo que crecía se había fogueado en esa confrontación que profundizaría.

Pasaron más de 15 años y el sindicalismo es otro. El país también.

Después de 12 años de kirchnerismo, un sector de la población quiere darle una nueva chance al país empresario. El trauma de la convertibilidad quedó atrás y el sindicalismo que conduce la CGT viene de un proceso ambiguo que le devolvió poder, afiliados y representatividad pero lo anestesió en la comodidad de las visitas a Olivos y a la Casa Rosada.

La llegada de un nuevo gobierno, la ausencia de Hugo Moyano –que sigue recomendando prudencia ante lo que define como un “gobierno de gorilas”-, el proceso de unificación de la CGT y algunas concesiones sectoriales, redundaron en 16 meses de aire para Cambiemos.

Llegado el día, el primer paro nacional contra Mauricio Macri fue contundente y no sólo por el transporte, que siempre es decisivo. También en los grandes centros industriales e incluso en gremios –como los de transporte aéreo- donde la mayoría de los afiliados votaron a Cambiemos.

Con más consenso, más convicción y más necesidad, cientos de miles de trabajadores se plegaron a la huelga en todo el país. La heterogénea clase obrera -en la que conviven desde los cuentapropistas hasta la aristocracia que paga Ganancias- mostró su poderío.

Sin embargo, la unidad que escenificó el paro precisa una continuidad que no aparece clara. La división es política entre los figurones y material entre laburantes que afrontan realidades a veces antagónicas.

Frente a una dirigencia dividida que ensaya distintas estrategias y genera confusión, descifrar el ánimo de las bases sindicales -esa nueva generación de trabajadores de las que se sabe poco- es clave.

Cuatro delegados y dirigentes jóvenes consultados coinciden: el paro fue masivo y no volaba una mosca, pero lo que preocupa ahora –ya- es cómo seguir.

La mayor parte de los sindicatos se plegaron a la huelga aunque estuvieron lejos de activar la medida de fuerza. Fueron pocos los que llamaron a plenario, caminaron las fábricas o salieron a discutir con los afiliados. En algunas pymes, estuvieron incluso los empleados que se manifestaron a favor de trabajar pero reclamaron que las empresas pusieran los medios de transporte, sabiendo que prefieren perder el día que pagar taxis.

En los trenes como el Sarmiento, fueron contados los que participaron a la asamblea general o a la habitual vigilia en Castelar y no hubo cortes.

En sectores como el automotor, la parálisis no trajo costo para el capital: a las multinacionales les conviene frenar la producción, como lo vienen marcando las suspensiones y los despidos. La enorme mayoría sufre la crisis, salvo Toyota que contrató a 300 personas y aumentó la producción de 92 mil a 130 mil Hilux por año.

El proceso que se inicia ahora está gobernado por los interrogantes.

El descontento que se expresó el 7 de marzo pasado en el acto de la CGT parece haber quedado atrás. “El copamiento del escenario”, según lo definió Juan Carlos Schmid, fue celebrado como una toma de la bastilla sindical por los más entusiastas. Pero no garantiza por sí sólo el desborde de bases que se llevan puestos a sus dirigentes.

El paro del 6 de abril inaugura un nuevo debate: cómo se sigue frente a un gobierno orgullosamente no peronista y en un año electoral que está a 50 días del cierre de listas y ya empieza a llamar al sindicalismo ligado al PJ.

Llegar a una conclusión común no va a ser fácil.

A nivel de la dirigencia, el triunvirato ganó aire con el paro. La conferencia de prensa sirvió para mostrar que los triunviros estaban más firmes en sus respuestas y más claros en la dirección que querían darle a la huelga. Mostraron su fortaleza y no es fácil descartar que lo hicieron para volver a negociar desde otro lugar.

El sindicalismo, que fue marginado por la política durante los últimos años del kirchnerismo, ahora es llamado a encabezar la resistencia contra el macrismo. Son pocos los que están dispuestos.

HACIA DÓNDE IR Y CON QUIÉN

Los sectores más combativos coinciden en profundizar un plan de lucha contra el gobierno pero hasta ahora no pudieron o no quisieron vertebrar una corriente sindical que exceda lo partidario o lo sectorial. La izquierda, los gremios de transporte, los bancarios, los aceiteros, el sindicato de neumático, los sectores de la CTA y el exiguo kirchnerismo sindical no estatal confluyen únicamente en la calle. Tradiciones distintas, comportamientos antagónicos en los últimos 12 años, desconfianza y generalizada subestimación de la estrategia ajena; todo eso impide la proclamada unidad. Sólo un moyanismo que despegue del triunvirato con base en la CATT podría ordenar hoy ese vector. Pero mientras Pablo Moyano arenga hacia afuera, su padre persiste en la prudencia hacia adentro.

Aunque mira para otro lado, el gobierno nacional también juega. No sólo cuenta con un sindicalismo filomacrista que reúne a Gerardo Martínez –reunido con Dietrich al día siguiente del paro-, Ricardo Pignanelli o Armando Cavalieri. Además posterga la entidad del triunvirato pero apunta a un objetivo fundamental: contener los reclamos de los 28 gremios del transporte que se nuclean en la estratégica CATT. Presidida por Schmid, la integra la única artillería que es capaz de paralizar el país por cielo, tierra y mar: Camioneros, La Fraternidad, la UTA, Aeronavegantes y Dragado y Balizamiento.

Triaca ya logró agendar para el miércoles que viene un almuerzo en La Fraternidad con ese sector. Es mucho.

La ronda de paritarias que está empezando puede cambiar la tendencia hacia el aletargamiento sindical y las bases jugarán sus cartas. Sin embargo, el éxito nunca está garantizado, como lo atestigua el caso de los docentes de la provincia de Buenos Aires.

Con el paro nacional consumado, el gobierno tiene la posibilidad de retomar la negociación y ceder en una agenda que contemple los reclamos sindicales: lo que pretende el triunvirato cegetista. Bastante más difícil parece que la alianza Cambiemos modifique su modelo económico, menos todavía después de la movilización del 1 de abril en apoyo al gobierno.

Macri no tiene plan B y está convencido de que va por el buen camino. La euforia oficialista ya no disimula el desprecio por lo popular. Los choripanes, los colectivos, los bombos, la calle, los paros, los piquetes. Una batalla cultural que incluye hacer pública y política la humillación que las patronales descargan sobre un laburante en la vida cotidiana de mayorías precarias que no saben lo que es un sindicato.

El Presidente, que venía cediendo frente al peronismo social e institucional, decidió arrancar 2017 con el freno de mano. Quizás lo obligaron, quizás se dio cuenta de que su único capital político es representar a esos sectores que hasta la llegada del PRO y de Cambiemos estaban ausentes de la discusión política. Un país guionado por la cultura empresaria, ese discurso que respira a través de medios de comunicación y periodistas que tienen la gorra puesta.

Macri conduce hoy a sectores con una tradición política más rica y antigua, como el radicalismo y la legión de socialdemócratas que arribó a posiciones de derecha inéditas con un único hilo conductor: la desconfianza, el recelo o el hartazgo frente al peronismo.

El movimiento sindical tiene un rol protagónico en la Argentina de Macri pero enfrenta desafíos mayúsculos. Las divisiones políticas, la desigualdad salarial, el ciclo regional, la gran apuesta que está en marcha y recuerda el programa de gobierno que hace mil años Bernardo Neustadt escuchó de Adelina Dalesio De Viola: “Quiero un país de propietarios, no de proletarios”.

Si esa quimera es viable, no depende sólo de la dirigencia sindical que se ofrece como dique de contención sin advertir que su propio rol está en crisis. Tampoco únicamente de la nueva generación de trabajadores que todavía puede dejar en off side a ese ejército del orden que conforman partidos políticos, empresarios y medios de comunicación. Ni siquiera de una conducción clara que entienda el momento histórico y ofrezca una perspectiva para salir adelante. Tal vez dependa sobre todo del bolsillo de las mayorías que cultivan la paciencia y nunca quieren cambios bruscos: las que por momentos dudan hasta que un día –que nunca acertamos a anticipar- dicen basta.

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