Julio López
está desaparecido
hace 6428 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

La historia de un selknam orgulloso de sus raíces étnicas
Por La Prensa Austral - Tuesday, Sep. 12, 2017 at 10:01 PM

A comienzos de la década anterior, Rubén Darío viajó a Buenos Aires a hablar con el Presidente Fernando de la Rúa y logró la devolución de 35 mil hectáreas para los descendientes de las familias selknam.

La historia de un se...
rube_n-dari_o--700x397.jpg, image/jpeg, 700x397

Domingo 10 de Septiembre del 2017

Foto: Rubén Darío Maldonado

“Cuando se refieren a que -murió la última o el último representante de esta etnia- están errados en el concepto; deberían decir -la última o el último que murió-, porque mientras una gota de sangre selknam siga corriendo por nuestras venas, permanecerá viva esta estirpe fueguina”.

Son palabras de Rubén Darío Maldonado, cuarta generación de este linaje, quién ostenta el título de presidente de la comunidad indígena “Rafaela Ishton”, de Ushuaia, Argentina, que agrupa alrededor de seiscientos descendientes de los dueños originarios de la Tierra del Fuego.

Las etnias de Tierra del Fuego habrían llegado a ese territorio antes que se convirtiera en una isla, hace unos 10.000 años (el estrecho de Magallanes se abrió hace unos 8.000 años). Se consideraba la población de los selknam en alrededor de 4.000 individuos. A fines del siglo XIX fueron perseguidos sin piedad por los colonizadores blancos que querían sus tierras para desarrollar la ganadería y extraer oro.

Lograron casi su total extinción, pero quedaron descendientes en su Karukinka, “la última tierra de los hombres”. Uno de ellos, Rubén Darío Maldonado.

“Mi bisabuela fue Cristina Alkan, nacida en el sector del lago Kami (Fagnano) en el año 1873 y fallecida a la edad de 70 años; mi abuela fue Matilde Illioyen, nacida en el año 1904 en Bahía Thetis; murió en el año 1923, a la edad de 26 años.

Matilde, había contraído matrimonio con el chileno Manuel Antonio Vera Mayorga, natural de Osorno al que, desde la edad de 14 años, lo habían criado los curas en Río Grande y de cuya unión nacieron Alejandro, Nolberto y Herminia, mi madre, que vio la luz en el año 1922 en el Haruwen de Saipot. (Haruwen eran llamados los territorios por cuyo interior trashumaban los naturales).

“Mi mamá quedó huérfana de madre cuando tenía un año y medio de vida, siendo entregada por su padre a la familia Saipot, selknam. Cuando estuvo en condiciones de estudiar fue enviada a Punta Arenas a un colegio de monjas, donde sólo permaneció un tiempo ya que, al invadirla la nostalgia por su tierra, mi abuelo Manuel Antonio fue a buscarla y la internó en el colegio de la Misión Salesiana La Candelaria, de Río Grande, hasta los 19 años, siendo compañera (aunque mayores que ella) de Lola Kiepja y Angela Loij. Fueron ambas mujeres amigas de mi familia. La primera llegaba hasta el puesto Entre Ríos y trataba las dolencias de mi abuela Matilde, caminándole por la espalda mientras cantaba una monótona melodía –yoyoyoyo-. Por su parte, Angela también llegaba a visitarlos llevándoles de regalo los exquisitos “cremalines” y luego los acompañaba hasta el río Candelaria donde sacaba peces con sus manos”.

Siguiendo la tradición, en la década de 1930, Herminia Vera Illioyen, contrajo matrimonio con el chileno José Darío Maldonado, natural de isla Huar, del archipiélago de Calbuco, de cuya unión nacieron diez hijos, entre ellos Rubén Darío.

“Mi padre había llegado a Río Grande a armar un camión que habían adquirido los salesianos. Allí conoce a mi mamá y se casan, lo cual es comunicado por mi papá, enviando una carta a los abuelos paternos que estaban en Chile, al nacer mi primera hermana Luisa”.

“Felices por la noticia, mis abuelos le envían dinero para que lleve a su esposa e hija para que ellos las conozcan. Fue un viaje muy hermoso para ambos”.

“Yo, estuve hasta el año 1954 en Río Grande. En ese tiempo había en la ciudad un matrimonio de una chilena y un correntino, a quienes el gobierno argentino les había entregado tierras en la localidad de Tolhuin. Ellos eran Ana y Pedro, que tenían dos hijos: Nemesio y Pedro que estudiaban internos en la Misión de la Candelaria. Como la señora Ana se quedaba sola, su esposo solicitó a mi padre prestarle uno de sus retoños para que la acompañara, siendo yo el designado, por cuanto no estudiaba”.

“En el año 1958, doña Ana se enferma y la llevan en un camión a Río Grande y luego la derivan a Punta Arenas, porque en la ciudad argentina no había médico. Falleció en el camino, situación que a la postre motivó que me dejaran con otra familia: los Rupatini. Yo contaba con tan sólo ocho años. Pero Rupatini me llevó donde mi tía abuela Isabel Ojeda, que era mujer del cacique Julio Leguizamón, la cual me inscribió en la escuela, donde yo peleaba a raíz de burlas que me hacían los demás alumnos, más grandes que yo, y por ello los profesores me castigaban enviándome a mi casa”.

“Todo esto hizo que mi padre nuevamente me entregara en adopción a un señor que tenía una chacra en la cual, todos los días, debía ordeñar veinte vacas y luego acompañar al lechero, como su ayudante, a repartir el producto por el pueblo en un carro tirado por un caballo. Mi pago era dos litros de leche que yo llevaba para que mi madre alimentara a mis cinco hermanos menores”.

“Tuve otro desempeño: en la estancia La Porteña, de los Lombardi. Allí, comencé a aprender con los peones que me enseñaban a escribir y las revistas que leía a duras penas. En ese lugar sólo había chilenos, el único argentino era el dueño del predio”.

Campeón de motociclismo

En su relato, Rubén Darío Maldonado, demuestra cómo una persona que tiene una pasión, logra conseguir sus metas.

“Cuando trabajaba en esa estancia había una plaga de conejos en toda la isla de Tierra del Fuego. El dueño de la estancia se iba a Europa y me notificó que yo podía quedarme, pero que no me pagaría sueldo, sólo me daría cama y comida”.

“Yo, estaba entusiasmado de reunir dinero para comprarme una moto y no me quedó alternativa que dedicarme a cazar conejos y zorros. En las noches salíamos con los peones y agarrábamos treinta y hasta cuarenta conejos cada uno. En dos años reuní la piel de dos mil conejos. Tenía en ese entonces catorce años cumplidos”.

“Voy a vender los cueros a la Comercial Fueguina, ubicada en la Avenida San Martín, de Río Grande. Lo primero que veo al ingresar al local, fue una moto que tenía un pequeño golpe que le había propinado su propietario, un chileno de estancia, que la había comprado a crédito y al usarla “medio tomado” se pasó a caer y se quebró, determinando devolver el vehículo”.

Le digo al dueño de la tienda: -Traje mil cueros de conejos. ¿Cuánto vale la moto?

-Mil cueros- me respondió.

Adquirí la moto que no tenía combustible, llevándola rodando hasta mi casa, donde un vecino me invitó nafta.

“Comencé a aprender a conducirla transitando sólo en primera. Me interesaron los fierros y me inicié como aprendiz en un taller mecánico al mismo tiempo que concurría a una escuela nocturna. Terminé en tres años la escuela primaria”.

“Me casé y tuve tres hijos de un primer matrimonio, los cuales estudiaron su escuela secundaria de día, mientras yo lo hacía de noche hasta terminar mi educación”.

“En cuanto a la motocicleta, en 1974, yo tenía 14 años y ya la dominaba bien. Se anunció la realización de una carrera de motos organizada por los curas. El circuito era en la ciudad, mitad de tierra y mitad asfaltada, en pleno centro de Río Grande. Me anoté y participé llegando en cuarto lugar. Me entusiasmó ese deporte y fui a correr a Río Gallegos, Punta Arenas, Porvenir en su Centenario, etc”.

“En el año 1984, se organizó la prueba Primera Vuelta a Tierra del Fuego, Río Grande-Ushuaia, ida y regreso. Yo fui el triunfador. Hoy día es una de las carreras más importantes a nivel país”.

Dirigente indigenista

En el alma de Rubén Darío Maldonado, existía una gran inquietud por tratar de corregir el despojo de sus tierras que se había realizado a sus hermanos de raza.

“El tema indígena lo tuve presente toda mi niñez porque supe que mi bisabuela, mi abuela y mi madre habían sido selknam. Siempre estuvo latente en mí el orgullo de mi descendencia. Cuando me correspondió hacer mi Servicio Militar y se hizo una rueda de reconocimiento, los conscriptos expresaban su procedencia: mi abuelo vino de Alemania, yo soy descendiente de inglés; etc. yo, no tuve ninguna vergüenza de decir que era indígena de Tierra del fuego y por ese hecho, en forma de castigo un sargento y un cabo me sancionaron con una serie de flexiones”.

“Nunca pensaron ellos que más adelante vendrían hacia mi persona reconocimientos no tan sólo nacionales, sino también internacionales”.

“Soy, además, veterano de las Malvinas. Estuve tres veces en el sector como empleado de la Armada, reparando camiones. Nos llevaban al hangar donde estaban los aviones y cada dos minutos se escuchaba un cañonazo. Cuando pasaba el peligro continuábamos nuestra labor”.

“En el año 1992, luego que le entregan el Premio Nobel de la Paz a la líder indígena guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, el asunto indigenista se pone de moda en América. Yo me puse en comunicación con un abogado indígena de Buenos Aires, al cual le pedí libros de legislación. De un primer ejemplar que me envió saqué la información del derecho a la tierra. Me informé que el gobierno argentino, en el año 1909, había formado una reserva en Tierra del Fuego de cuatro lotes de nueve mil hectáreas cada uno, que se le había entregado a tíos de mi madre: Garibaldi, Leguisamón, Rupatini, los cuales tenían casa en ellos”.

“Viajamos con los decretos respectivos a Buenos Aires a hablar con el Presidente (Fernando) De la Rúa y logramos la devolución de treinta y cinco mil hectáreas para los descendientes de las familias selknam”.

“En el año 1994, participé en el Encuentro Regional de Cultura Patagonia 94, representando a la provincia de Tierra del Fuego, dictando cursos de capacitación en varios lugares del país sobre los temas de derecho indígena y trabajos de cestería y obtuve el premio del Día del Artesano a nivel nacional, la distinción del Museo José Hernández y por último el premio del Fondo Nacional de las Artes y de la Secretaría de Cultura de la Nación”.

“Aparte me asignan un viaje a Estados Unidos y cinco mil dólares, con lo cual viajé a Colorado y Yucatán, pudiendo visitar tanto Norteamérica como México”.

“Quiero manifestar, finalmente, que aquellas personas que se refieren a los grupos originarios, no se equivoquen diciendo “murió la última representante de una raza”, eso está dicho al revés, no es que murió la última, es “la última que murió”, porque quienes llevamos la sangre de los dueños originarios de esta tierra, sabemos que aún, a pesar de la mezcla de razas, sigue por nuestras venas corriendo el orgullo de nuestro linaje y abolengo”.

“De ello, son testigos mis ocho hijos, mis trece nietos y mis tres bisnietos”.

agrega un comentario


2
Por La Prensa Austral - Tuesday, Sep. 12, 2017 at 10:01 PM

2...
02rube_n-dari_o-700x397.jpg, image/jpeg, 700x397

Rubén Darío, en la escuela de Río Grande.

agrega un comentario


3
Por La Prensa Austral - Tuesday, Sep. 12, 2017 at 10:01 PM

3...
sus-padres-700x397.jpg, image/jpeg, 700x397

Sus padres, con su hermanita mayor, conociendo a familiares en Puerto Montt.

agrega un comentario


4
Por La Prensa Austral - Tuesday, Sep. 12, 2017 at 10:01 PM

4...
herminia-su-madre-700x397.jpg, image/jpeg, 700x397

Herminia, madre de Rubén Darío Maldonado.

agrega un comentario


5
Por La Prensa Austral - Tuesday, Sep. 12, 2017 at 10:01 PM

5...
cristina-alkan-su-bisabuela-700x397.jpg, image/jpeg, 700x397

Cristina Alkan, bisabuela de Rubén.

agrega un comentario