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“No hay nada más peligroso que un mapuche con iPhone”
Por Página/12 - Tuesday, Oct. 10, 2017 at 10:11 AM

06 de octubre de 2017 | Victoria Alonso, Sebastián Pincén y Paz Berti integran un grupo que se propone pensar los cruces entre la disidencia sexual y la búsqueda de la ascendencia originaria. Conversaron con Soy acerca de qué significa reconocerse como descendientes de pueblos ancestrales hoy y sobre los estereotipos acerca de la identidad mapuche, aparentemente incompatible con cualquier otra forma de ser y de estar.

“No hay nada más pel...
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Por Dolores Curia

Paz Berti

Imagen: Luciano García

Cuando iba al colegio, hace no tanto, ya que hoy tiene 28 años, a Sebastián Pincén sus compañeros le decían “El Cacique”. En Trenque Lauquen su apellido es sinónimo de resistencia a la conquista de un desierto (lleno de gente). Es que un antepasado suyo, el Lonko Vicente Catrunao Pincén, fue un personaje importante, incluso para Billiken, donde aparece como estampilla de la barbarie derrotada en el siglo XIX. La asociación con el Cacique, dice Sebastián, “no aparecía como burla, sino como algo a resaltar en el marco de todo lo homogénea que busca ser la escuela. Los chicos pensaban que me daba fuerza, me elegían para el quemado”. Pincén era para Sebastián esa parte de la historia familiar, que si bien no había sido ocultada, en su casa no era un tema al que agradara volver. Hasta que empezó a preguntar: “Un clásico en mi escuela era el trabajo práctico sobre la fundación de Trenque Lauquen. La tátara abuela india aparecía siempre en los relatos de mi mamá. Siendo chico me cruzaba gente por la calle que preguntaba si yo era hijo de mi papá... Luego me fueron cayendo fichas. No es que no se hablara en casa de antepasados indígenas pero se evitaba porque eran recuerdos dolorosos”. Ahora en cambio esas imágenes brotan a conciencia: hace poco más de un mes que Sebastián -que desde 2008 vive en La Plata y trabaja como profesor de Historia en secundarios-, Victoria Alonso (actriz, 28) y Paz Berti (raperx, 36) impulsan las reuniones de un grupo que va tomando forma, con jóvenes que tienen por lo menos dos cosas en común: por un lado, modos fluidos de vivir la identidad de género y la orientación sexual, y por otro que todos se encontraron más o menos recientemente con su ascendencia originaria. Victoria, Sebastián y Paz nacieron en distintos puntos geográficos, estudiaron en La Plata y confluyeron este año en el Ni una menos: ese día cada uno había ido por su cuenta y lo que los conectó fue distinguir entre la masa una bandera wenufoye.

Estos encuentros surgieron con la intención de “saber que existimos y que hay algo en nosotros que tiene que ver con una historia que nos contaron, que al mismo tiempo nosotros transformamos. El Estado no espera que haya gente de clase media, con estudios, acceso a internet, saberes, posicionamiento político, que busque en su árbol lo mapuche. Es una estrategia de hackeo. No hay nada más peligroso que un mapuche con iPhone”. Si bien esa descendencia es una reivindicación, en ningún momento alcanza para definirlos. Dice Paz Berti: “Podemos ser maricas de barrio pero no cumplimos tampoco con los tips de lo que se espera de esa figura: una persona empobrecida en varios sentidos. Eso se espera también de los mapuche: un poncho y pocos recursos. Las definiciones resaltan sólo una parte de lo que somos, como el hecho de definirte como hombre o como mujer y que en eso termine todo”.

La fábula del indio trucho o quién es mapuche hoy

Hace dos semanas, el diario Clarín titulaba “La transformación de Jones Huala: de ‘flogger’ a líder mapuche”. Hablaban del pasado reciente de Fernando Jones Huala, que forma parte de la comunidad Pu Lof en Resistencia (en Chubut), desalojada por Gendarmería el 1 de agosto, la última vez que se lo vio a Santiago Maldonado. Fernando es hermano de Facundo Jones Huala, el lonko, jefe político, de esa comunidad, encarcelado desde junio. Fernando era también “Fakv Wala” en su perfil de Fotolog, la proto red social que le dio origen a una tribu urbana cuya más conocida referencia fue Cumbio (Agustina Vivero), la chica que le ponía rostro y flequillo a la adolescencia lesbiana bastante antes de que los millennials se llamaran así. La nota desacreditaba a Huala y a su familia invocando un supuesto estado puro de mapuchicidad. Como si elegir reivindicar los lazos con un pueblo originario anulara de un plumazo cualquier otra pertenencia posible.

El poeta chileno David Aniñir empezó a usar a principios de los noventa la palabra “mapurbe” para hablar de los mapunkies: jóvenes punks de los márgenes de ciudades como Santiago y Bariloche, que a principios de este siglo empezaron a producir fanzines anarquistas, radios, bandas para levantar la bandera de los reclamos por los territorios ancestrales. El punk, movimiento que surge entre los obreros ingleses en los 70, resucitado a partir de los 90 por jóvenes de la Patagonia para reafirmar su identidad indígena. El argentino puede ser muchas cosas, pero el mapuche tiene que ser un resabio en extinción con prácticas detenidas en el tiempo, como si no hubiera formado parte de la historia argentina de 1880 para acá. “¿Todo ese tiempo que pasó dónde estuvo esta gente? La generación de jóvenes mapuche que fueron apareciendo a partir del 2000 llegó para explicar la experiencia histórica de este pueblo y que buena parte de la población de la periferia urbana de ciudades como Bariloche es mapuche. Crecieron escuchando que los mapuche se habían extinguido, sin embargo, iban a la casa y las palabras de cariño eran en mapudungun”, dice Laura Kropff, antropóloga especialista en el cruce entre juventud y aboriginalidad en las comunidades rurales y urbanas de Río Negro.

Una prueba aparentemente infalible del ser o no ser es si se habla la lengua del pueblo al que se dice pertenecer. El problema es que la lengua también fue blanco del genocidio: cuando en 2009 Sebastián Pincén se empezó a acercar a una de las comunidades mapuche de Trenque Lauque, de lo que más se hablaba era de recuperar la lengua. “Sin embargo cuando empezamos a preguntar ¡nadie sabía! ¿Ninguna papai (abuela)? No. Los siglo XX y el XIX fueron topadoras; disciplinamiento del cuerpo y la palabra.”

La idea de que la identidad está definida por una única cultura y la cultura definida mediante ciertos rasgos también únicos desconoce procesos de colonización muy fuertes, primero de la conquista y después de la conformación del Estado. Es difícil que después de todo eso alguien tenga deseos de gritar “soy indígena”. Ahora bien, ¿qué pasa con los relatos de jóvenes cuya crianza tuvo poco que ver con lo mapuche y que igualmente se pliegan a la causa? ¿No se corre el riesgo de cierta liviandad a la hora de asumir la identidad indígena? Contesta Laura Kropff: “No se trata de cuántas generaciones pasaron. Es una matriz asimilacionista y negacionista. Todos los argentinos vivimos sobre la base de un genocidio exitoso, que logró cubrir sus huellas. El mayor éxito de un genocidio es vivir con sus efectos como si fueran naturales”. El otro efecto, para Laura, es pensar que se trata sólo de un problema de minorías: “La lucha por la tierra acá en Río Negro en enero movilizó a diez mil personas”, incluida la comisión organizadora de la marcha del orgullo, columna con la que marchó Laura. “Veías pasar paisanos, bibliotecas populares, sindicatos, cooperativas. La operación hoy es convertirlo en un problema de minorías, demonizar a esa minoría para disciplinar a las mayorías. No se trata de hacer un movimiento sólo en defensa de los pueblos originarios, se trata de defender la tierra, que es de todos nosotros. Los distintos movimientos, incluido el lgbti, que ponen el foco en distintos problemas, tienen que enriquecerse mutuamente. Si no, jugamos el juego de la atomización”.

Si los argentinos venimos de los barcos, ¿quiénes son esos otros folclóricos, asociados a un pasado de puro taparrabo y pobreza, separado del nosotros nacional? Si la norma es no reconocerse en nada de lo indígena, cuando un sector quiebra esa lógica surge la imputación de truchos. Un dedo acusador al que Sebastián, Victoria y Paz responden así: “Si cualquiera de nosotros se presenta diciendo que es descendiente de italiano, nadie va a dudar. La norma dice que tenemos raíz europea. ¿Cuánta gente tramita su doble nacionalidad (europea)? ¿Qué trámite tendríamos que hacer para que figure la identidad mapuche?”.

¿Sexo originario?

El pueblo mapuche está atravesado por las construcciones hegemónicas de masculinidad y feminidad, cruzadas a su vez por cuestiones de clase, etnicidad y edad. Qué lugares de dignidad tienen las chicas jóvenes mapuche de barrios periféricos es una de las preguntas que se hace Laura Kropff. “La salida de mayor respeto es ser madre. Si no sos madre, sos presa potencial. ¿Y para los pibes jóvenes mapuche qué opciones hay? La exposición del cuerpo como fuerza de trabajo (que no hay) o frente a la violencia policial para demostrar resistencia”. ¿Se puede ganar con piedras contra las armas de fuego? “Lo que se gana es simbólico, tiene que ver con valores. Es muy angustiante: a algunos de los chicos de la represión de enero yo los conocía desde adolescentes. A Emilio Jones lo conocí haciendo chistes de Bob Esponja y escuchando heavy metal, y de pronto este verano lo vi en una foto con un balazo en la cara. En la represión de Cushamen los hombres corrían y las mujeres decían que se iban a incendiar con los niños. Eso viene de imágenes sobre la maternidad como sacrificio. Tanto Ni una menos como el movimiento lgbti ofrecen otros lugares de dignidad, de deseo, de placer, de felicidad, que permiten ir abriendo esos modelos rígidos”.

Ser y parecer

“Mari, mari”, saluda Victoria Alonso cuando llega. Una palabra en mapudungun, que sería en español un “buen día” y también un “me presento”. “Soy hija adoptada -dice-. Crecí en un hogar donde siempre estuvo en claro mi origen, sin embargo a mi historia me la habían contado fragmentada”. Hace menos de un año Victoria empezó a visitar a la familia que la dio en adopción. “El contacto llegó por una de mis hermanas biológicas, que también había sido dada en adopción pero a otras personas. Me rastreó a través de redes sociales”. Por medio de ella Victoria conoció a la “mujer en cuyo útero estuve nueve meses”. Esa mujer es descendiente de mapuche. “Uno de los apellidos de esta nueva familia es Araujo, que viene de Araucanía. En este vínculo que voy tejiendo muy de a poco con ellos voy explicándome cosas. Siempre me gustó cantar, medio a escondidas. Hoy descubro que puede ser que venga de los tayel, que son los cantos sagrados, a los cuales el que sería mi abuelo mapuche se dedicaba todo el día”. “Si me ves -dice-, no encajo con el estereotipo físico que se espera de una descendiente mapuche. Ahí, es curioso, pero veo un punto común con la bisexualidad. Muchas veces me dicen ‘¡No sabía que vos eras (completar con la identidad que quieras)!’. ¿Y por qué tenés que saber lo que soy? ¿Hay que andar con un cartel?”.

“Raperx, marica, amerindia y patagónica”. Así se presenta Paz Berti. Paz divide sus días entre Florianópolis, donde vive casi todo el año, La Plata y su ciudad natal Allén (en Alto Valle de Río Negro). Tiene ascendencia mapuche por parte de su mamá y tehuelche de su papá. El descubrimiento llegó porque con sus primos se propusieron reconstruir un árbol genealógico: “Cuando mis abuelos bajaron de la Cordillera a la ciudad silenciaron como consecuencia del racismo esa parte de la historia, que transmitieron sólo a cuentagotas a mi mamá y mis tíos. Una idea con la que creció nuestra generación con respecto los pueblos originarios es que se las ve como conservadoras. Pueden serlo. Lo respeto, lo admiro. Pero yo no soy eso, ni preciso serlo. Preciso saber que eso es parte de mi historia, y que es historia viva”.

¿Qué ocurre con las identidades sexuales por fuera de la norma en el mundo mapuche? Están quienes ven a las personas lgbti como algo impuesto por la winka, algo propio del mundo occidental y contemporáneo, a veces casi como una moda. Otros separan prácticas de identidad: “Es decir -explica Victoria- que si una mujer tiene sexo con mujeres tiene que ver más con su preferencias, con lo que hace, pero no con un ser lesbiana. En mi caso me guardo lo referente a mi bisexualidad para mí, en ninguna rama de mi familia he encontrado espacios para hablar de eso. El pensamiento mapuche creo, por lo menos lo que conozco hasta ahora, que no tiene como prioridad la cuestión de género”. Más interesante que ir en busca de “la verdad” sobre qué se pensaba antes de la colonización sobre estos temas es, en palabras de Laura Kropff, “cómo estos chicos en el presente articulan memorias con el fin de disputar relaciones de género y sexualidades. Se sabe por registros de documentos coloniales que el rol de machi era un rol con mucha fluidez genérica y sexual. Pero más allá de eso ellos ahora estén configurando memorias en función de distintos argumentos que quieren sostener. Y es necesario. La Colonia y el Estado argentino se instalaron con todo: con sus ideas de Nación y territorialidad, con el sistema capitalista que divide entre explotadores y explotados y por supuesto que también con el Patriarcado.”

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Victoria Alonso
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Sebastián Pincén
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