Los indígenas californianos que derribarán cuatro represas

La tribu Yurok, al norte de California, libra una batalla por el agua que se ha extendido por más de un siglo. Hoy, gracias a sus esfuerzos están a punto de derribar cuatro represas sobre su río más importante.

El río Klamath, al norte de California, es el río más sagrada para la tribu Yurok, una de las pocas comunidades indígenas que no fueron relocadas en la expansión norteamericana hacia el Oeste en el siglo XIX.

25/09/2018

“Fue devastador para nosotros”. Richard Nelson, indígena yurok, mira hacia el río Klamath mientras habla. “Saber que este río fue uno de los estuarios más productivos, y ahora, no podemos ni siquiera hacer nuestra pesca tradicional… no sé, no se siente bien”.

Nelson se refiere al Festival del Salmón, un evento que la tribu Yurok, la más grande de California, realiza todos los años para celebrar el que tal vez sea el animal más sagrado para sus cerca de 6.000 integrantes: el salmón.

El pez que bajaba por el río Klamath hasta un estuario en el océano Pacífico solía estar en todas partes: en su escudo, en sus historias y en sus tradiciones. Cada niño yurok recibe una red para pescarlo a los 10 años. Cada familia yurok ha heredado por milenios un lugar de pesca sobre las orillas de rocas blancas y pequeñas del Klamath.

Cada año, los Yurok que aún viven en la reserva indígena –unos mil– esperan con ansias la temporada de pesca. Para una población históricamente marginada, con tasas de desempleo cercanas al 80%, el salmón es el alimento que comerán recién cazado en otoño, seco en invierno y que guardarán congelado hasta la primavera y el verano del año siguiente.

Sin embargo, durante los festivales del salmón de los años 2016 y 2017, los yurok tuvieron que comprar salmones traídos desde Alaska y el vecino río de Columbia. En 2016, la cantidad de pesca asignada a los yurok fue de 5,800. En 2017, fue de 800 animales. El Consejo directivo de la Tribu decidió prohibir la pesca ceremonial y comercial. Fue el peor año jamás registrado para los pescadores de este río.

“Sin nuestro salmón para pescar, ¿para qué necesito ser un tribu? puedo simplemente ser un norteamericano más”, dice Tim Hayden, el director de recursos ambientales de los Yurok.

Temporada de pesca en el estuario del Klamath, 1967

Temporada de pesca en el estuario del Klamath, 2018

Un nacimiento accidentado

Los motivos de la crisis pueden rastrearse hasta el nacimiento del Klamath, en el estado vecino de Oregon. Allí, el río nace en un lago que desde hace un siglo es una red de 1.154 km de canales, diques, compuertas y presas que guían al naciente Klamath hacia 97.124 hectáreas cultivadas con heno, alfalfa, trigo, cebada y avena.

Por supuesto, esa agua que riega fincas infinitas nunca vuelve al cauce que baja hasta las montañas de los Yurok y sus vecinos indígenas, los Hoopa. Año tras año, y durante un siglo, la gruesa trenza de agua cristalina que era el Klamath fue convirtiéndose en un pequeño hilo de agua.

Hasta que, en 2002, ocurrió la peor muerte masiva de salmones en la historia de Estados Unidos. Unos meses antes, el gobierno federal había cedido ante las presiones de los granjeros de Oregon y había dejado que regaran agua adicional sobre sus campos. Las consecuencias no tardaron en llegar al territorio Yurok.

Primero fueron unos cuantos animales muertos. Luego, orillas enteras cubiertas de peces que aún boqueaban, ahogados. Amy Cordalis era una estudiante de 22 años, cuyo trabajo era documentar la pesca del día de la tribu. Durante la emergencia, subió y bajó por el Klamath tratando de encontrar algo vivo. No pudo. “Cuando bajabas al río, parecías en una zona de guerra. Olía a muerte”, recuerda.

Según el reporte oficial del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, ese año murieron en el Klamath 34,056 salmones. Cordalis quedó tan impresionada que se convenció de que aquello no podía repetirse. Cuando se graduó como abogada de la Universidad de Oregon, se convirtió en la primera representante legal de los Yurok que, además, era indígena.

Amy Cordalis es la primera representante legal indígena de los Yurok. Como sus antepasados, lidera todas las batallas por el derecho a la pesca y al agua de su comunidad.

Las autoridades federales y los indígenas empezaron a buscar las causas del desastre, aunque era obvio que tenía que ver con la poca agua que bajó desde Oregon. Un año más tarde, las investigaciones apuntaron el dedo acusador hacia los miles de kilómetros de diques, compuertas y presas que desviaban al Klamath desde antes de nacer.

Rocco Fiori, un geomorfólogo que trabaja con los Yurok para restaurar los arroyos de la cuenca, resume lo que los reportes oficiales indicaron en 2003: que menos agua implica un río más caliente por el sol. Y agua caliente es caldo de cultivo para hongos y plagas que asfixian a los salmones comiéndose sus branquias.

El evento fue suficiente para que Cordalis y otras organizaciones aliadas empezaran a exigir un caudal mínimo para el río. Hoy, los Yurok y Hoopa, junto a algunos pescadores de la región, tienen una demanda contra el plan de aguas para el río Klamath del departamento del Interior de Estados Unidos, que sigue priorizando el agua para la agricultura sobre otros usos. Con la demanda, Cordalis espera que los peces sean protegidos con el mismo vigor que los campos de los agricultores.

La marihuana: el menor de los problemas

Cuando el río Klamath empieza a bajar por las montañas empinadas del territorio Yurok, se encuentra con cultivos legales e ilegales de marihuana. Allá, en las cimas más apartadas de la reserva, los cultivadores toman el agua del río con la misma intensidad que los enormes granjeros al norte.

“El problema de la marihuana es que es un cultivo que requiere muchísima agua. Si vivimos en comunidad, y estoy usando venenos en mi jardín para proteger al cultivo que luego regreso al río, entonces estoy envenenando a la comunidad. Francamente, si alguien cultiva para sí mismo, no me importa. Lo que me preocupa es el agua que envenenan”, dice Abby Abinanti, la primera abogada indígena de California y actual directora de Justicia de la tribu.

Para frenarlos, Abinanti ha tenido que sacar por la fuerza a algunos de los dueños de esas parcelas. Pero tiene apenas cuatro policías a su cargo y allá arriba, hay hombres con rifles enormes cuidando los cultivos.

Y sin bien los cultivos son un problema, no son nada comparado con los hombres blancos sedientos de oro y de madera fina que llegaron a finales del siglo XIX. La fiebre del oro, que para muchos es un eco apenas visible en libros de historia, aquí dejó heridas que siguen abiertas.

La deforestación que llegó a la región tras la Fiebre del Oro ha afectado los ecosistemas de los cuales dependen los salmones del río Klamath.

Un bosque sin madera

“Hay tres ingredientes clave en esta cuenca para que los salmones crezcan sanos: madera, sedimentos y agua”, dice Rocco Fiori, quien lleva una década estudiando el comportamiento de la cuenca del río Klamath.

En el principio, la madera eran las secuoyas rojas, que en los bosques del norte de California crecían a alturas que ningún otro árbol, en ningún otro lugar del mundo, podía hacerlo.

Así, cuando uno de ellos caía sobre los hilos de agua de las montañas, creaba una compleja red de estanques, arroyos e islas en las que los peces más pequeños se alimentaban y descansaban antes de bajar al mar. Al descomponerse, llenaba de nutrientes las aguas y sobre sus tallos crecía una nueva generación de gigantes del bosque.

La tala acabó con eso.

“Estamos en una situación en la que todo el bosque primario fue talado tras la fiebre del oro y la llegada de la industria maderera en los años sesenta”, cuenta Fiori. “Ahora, nos enfrentamos a un bosque sin madera”.

Ambos fenómenos económicos implicaron disputas por la tenencia y el uso de las 38.000 hectáreas del pueblo Yurok. Cordalis cuenta que, con una serie de “micos” en las leyes sobre resguardos indígenas, y con “algunas jugadas muy sucias”, los Yurok perdieron buena parte de sus tierras hasta 1993, cuando la tribu se convirtió en una nación indígena legalmente reconocida.

Una estrategia, por ejemplo, fue el cobro de impuestos a los indígenas que recibieron porciones del resguardo en 1888, tras la aprobación de una ley que desmembró el territorio en parcelas para los nativos y vendió el resto a empresas privadas.

“Los indígenas de ese momento no conocían la palabra impuesto, ni siquiera existía la palabra “propiedad” en nuestra lengua”, cuenta Cordalis. Muchos perdieron la tierra.

Otros, perdieron sus parcelas pagando la estadía y alimentación de sus hijos en los “Internados para Indios Americanos”, un programa del gobierno obligatorio para todos los niños nativos. En 1960 todas las escuelas cerraron, tras una serie de informes que denunciaron el programa como genocidio cultural.

Así, en 136 años, los Yurok perdieron 36.000 de sus 38.000 hectáreas de resguardo y de paso, el manejo sostenible del bosque del que dependían los salmones. Los enormes redwood dejaron de caer. De ser una red palpitante de arroyuelos, estanques fríos y canales, el Klamath se convirtió en una línea homogénea y somera.

Para recuperar su río, hace diez años los Yurok empezaron a imitar a la naturaleza con ayuda del geomorfólogo Rocco Fiori. “Estamos imitando lo que haría la madre naturaleza si este bosque tuviera suficiente madera”.

¿Cómo? con unas enormes estructuras de madera que Fiori conoce y explica al detalle. En verano, cuando el río está bajo, él su equipo las construyen en caminos polvorientos que en invierno y primavera se convertirán en arroyos.

En diez años, han instalado el entramado de palos y piedras en siete arroyos de la cuenca. Una sola estructura necesita restos de 25 árboles de segunda generación. Cada una imita los efectos que tendría la caída de una secuoya roja originaria.

Rocco Fiori, quien lidera el programa de restauración de arroyos del territorio Yurok. A la derecha, las estructuras que llevan una década instalando.

“Este bosque fue destruido durante un largo periodo de tiempo, y será cuestión de 30 o 50 años que vuelva a ser él mismo”, agrega Fiori.

Sin embargo, el hombre es consciente de que sus esfuerzos son en vano si allá abajo, donde el río se angosta y corre rápido hacia el Pacífico, no se eliminan a los cuatro gigantes que hoy representan el peor enemigo de los salmones. Son cuatro represas, algunas con más de un siglo de antigüedad, que cortan el flujo del agua y, con ello, de los peces migrantes.

Los cuatro gigantes que caerán

Michael Belchick, un biólogo que trabaja con los yurok, explica que el futuro del salmón depende de la presencia de agua fría en el río. “Cuando revisas la geología más profunda de la tierra en esta zona, hay ríos que van por debajo de la tierra repletos de agua fría y pura”.

El problema es que con la construcción de las cuatro represas, esta agua dejó de estar disponible. Y, por si fuera poco, cuando el sol veraniego pega sobre los enormes espejos de agua, la temperatura del río sube, lo que aumenta el riesgo de que parásitos letales para los peces –como el de 2002– crezcan en las branquias y escamas de los salmones.

En 2006, las licencias ambientales de esos colosos sobre el Klamath se vencieron. Fue entonces cuando, con los registros de los pocos salmones en una mano, y la creciente evidencia de que remover presas ayuda a los ecosistemas acuáticos en la otra, los Yurok empezaron una pelea legal para que cayeran los cuatro muros.

Una risotada estruendosa fue lo que recibieron cuando le plantearon su idea por primera vez a los hombres de corbata de PacifiCorp, la empresa que maneja las hidroeléctricas. Sin embargo, unos años más tarde la Comisión Reguladora de la Energía Federal (Ferc) le dijo a la empresa que sí o sí debían construir canales sobre los muros para que pasaran los salmones.

Entonces, con calculadora en mano, la empresa comprendió que la descabellada idea de los yurok de tirar abajo las represas parecía la mejor opción. En 2009, la compañía accedió a dar $200 de los $290 millones de dólares necesarios para tumbar las presas.

Tras una serie de batallas legales, los yurok, PacifiCorp, los estados de California y Oregon crearon el Klamath River Renewal Corporation, la “empresa” que se encargará de tirar abajo las represas en enero de 2021. Escogieron la fecha pues es en esa época cuando el río baja más caudaloso y potente desde las montañas, listo para empujar los sedimentos hasta el mar.

El triunfo es excepcional. La remoción de estas cuatro represas es un asunto sin precedentes en Estados Unidos. Si bien ya han caído pequeños muros de otros ríos, nunca antes se había llevado a cabo una obra de esta magnitud.

Todos esperan que evento traiga consigo la abundancia de peces que durante años les han negado. Aún así, los Yurok son conscientes de que no es suficiente: saben que el cambio climático es el próximo reto a superar.

“Si bien no sabemos hacia qué lado se inclinará la balanza –sequía o inundaciones–, tenemos una certeza: los eventos de climaserán y han sido cada vez más extremos”, dice Fiori.

Para ello, los Yurok están echando mano de todas las estrategias posibles: desde la reforestación de sus bosques y la venta de bonos de carbono, pasando por la restauración de arroyos que lidera Fiori, así como la alianza con universidades y expertos que han encontrado que sus prácticas tradicionales ayudan a conservar el hábitat de los salmones.

***

Este año, el festival del salmón de los Yurok convocó a niños y adultos en la calle frente a la cual se estira el Consejo de la Tribu, la biblioteca comunitaria, la tienda de souvenir, el hotel y el casino de la tribu. Hubo marchas, pancartas contra las represas, bailes y cantos tradicionales. Hubo, además, salmón pescado en el río Klamath.

Si el salmón vive -dice Tim Hayden- también lo harán los Yurok.

Un indígena yurok cocina salmones pescados en el río Klamath. El salmón es la base de la alimentación de esta tribu.

María Paula reporteó esta historia invitada por la organización Guardians of the Forest.

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Fuente: http://blogs.elespectador.com/actualidad/el-rio/los-indigenas-californianos-derribaran-cuatro-represas

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