La secta de la picana

Octava audiencia del juicio por la Brigada de San Justo. Brindaron testimonio la hija de un dirigente telefónico detenido-desaparecido y un militante comunista sobreviviente del horror que produjo la represión en el oeste del conurbano bonaerense en dictadura.  Lo que Rodolfo Walsh describía sobre San Justo a fines de los ’60 como “la secta del gatillo alegre” se convirtió una década después en el plan sistemático de secuestros torturas y desapariciones.

La audiencia se inició con el testimonio de Celia Alicia “Lili” Galeano, hija del trabajador, delegado telefónico y militante del Peronismo Auténtico Héctor Galeano, secuestrado en noviembre de 1976 y desaparecido por las patotas de la policía bonaerense en la Brigada de San Justo y luego en la de Lanús (CCD “El Infierno” ubicado en Avellaneda).

La testigo, que tenía 16 años al momento del secuestro, comenzó realizando una semblanza de su padre, hijo de campesinos semi analfabetos, nacido en el pueblito San José, departamento de Aguirre, Santiago del Estero, que se mudó a Pinto en aquella provincia y luego a los 20 años se vino a Capital Federal en busca de trabajo. Héctor se casó con Dominga Vélez y en 1955 se fueron a vivir al barrio obrero de Villa Constructora en el corazón industrial de La Matanza, donde estaban las empresas MAN de motores diésel, la Yelmo de electrodomésticos, la metalúrgica Santa Rosa , la eléctrica Cegelec, la Textil Oeste, el frigorífico municipal y otras. “Ese barrio tiene 17 personas desaparecidas, en su mayoría trabajadores, mujeres y jóvenes”, dijo Galeano. Su padre comenzó a trabajar en los talleres de Ciudadela de Entel en 1957, donde también entraron a trabajar varios tíos. Conoció al referente gremial Julio Villán, comenzó su actividad sindical con los telefónicos, fue presidente de la cooperadora de la escuela Nº6 y siempre sostuvo la identidad peronista combativa. Ya para 1975 Héctor formó el llamado “Grupo del Oeste” con otros referentes sindicales como José Rizzo (dirigente metalúrgico), Jorge Congett (trabajador municipal de La Matanza), Ricardo Chidichimo (meteorólogo y militante de la JUP) y Gustavo Lafleur (fundador de la Juventud  Peronista de las Regionales), la mayoría de ellos secuestrados entre el 10 y el 17 de noviembre del ’76, llevados a la Brigada de San Justo, desaparecidos desde el CCD “El infierno” y caso en este juicio.

La actividad política de su padre provocó que la familia Galeano debiera mudarse reiteradamente o pasar períodos en casa de familiares. En el año ’75 su padre era parte del Frente de Trabajadores Eva Perón y realizó una volanteada en una fábrica junto a Gustavo Lezcano y los hermanos Jorge y Raúl Correa. Entonces un grupo ligado al sindicato de mécanicos (SMATA – liderado entonces pro el burócrata José Rodríguez) les salió al cruce y baleó al Jorge Correa, quien falleció. Su hermano Raúl fue detenido el mismo día y llevado a la Brigada de San Justo y luego al CCD “Puente 12”.  “En una reunión familiar mi padre nos reunió y nos dijo que se estaban llevando a sus compañeros telefónicos, como Julio Villar, una mujer apodada ‘Coca’ o ‘Cuca’, y otros. El Terrorismo de Estado dejó 50 telefónicos desaparecidos. Él sabía que lo estaban buscando porque fueron a la oficina en Flores donde él trabajaba, y revisaron las camionetas de Entel en la zona. Entonces pidió el traslado a los talleres de la empresa, que fue su último lugar de servicio. Él manifestó que no se iba a ir, que se iba a quedar con la familia”.

El 17 de noviembre de 1976 se realizaba una misa en la capilla Nuestra Señora de Luján, a 6 cuadras de la casa de los Galeano, como aniversario del fallecimiento de la abuela paterna. Héctor venía de su trabajo en Flores e iba a ir directamente a la capilla. Pero tuvo un incidente en el camino y se retrasó. Luego llegó a su casa y todos se fueron a acostar temprano. Estaban el padre, la madre, los cuatro hermanos, dos sobrinas y una tía. Entonces a las 11:30 de la noche escucharon frenadas de autos y golpes en las puertas.  Los represores entraron por el pasillo de la casa rompiendo las puertas. “Mi papá se levantó y dijo: ‘Es para mí, me vienen a buscar’”. “Lili” recuerda que con sus 16 años vio cómo golpearon a sus padres, luego apartaron a Héctor y lo sacaron arrastrando entre dos, mientras iba gritando el nombre de su madre. Fueron sus últimas palabras con su familia. Los represores robaron varias pertenencias de la familia y, por testimonios de vecinos, se supo que se movieron en tres Falcon y un Jeep verde.

Cuando pudo reaccionar, la madre de “Lili” fue a avisar a los hermanos de Héctor, que vivían en el barrio. Luego fue a denunciar el hecho a la comisaría de San Justo, a 15 cuadras de la casa, y vio a un efectivo de jerarquía al que recordaba de haberlo tratado en el Policlínico. Entonces lo llamó por su nombre: ¡”García!”. Pero el represor Ricardo Juan García, del plantel estable de la Brigada, no se dio por aludido.

Continuando la búsqueda, su madre recorrió el Regimiento de Ciudadela, donde encontraron a otros familiares de desaparecidos y las cárceles de La Plata y Sierra Chica, siempre con resultado negativo. “Mi madre tuvo que ocultar en su trabajo lo que había pasado”, dijo “Lili”, y agregó que Dominga trabajaba en el Policlínico municipal de San Justo, ubicado a la vuelta de la Brigada, y por tal motivo conoció al médico Jorge Héctor Vidal, que cumplía funciones en el hospital y que era muy temido por el personal. Dijo que en una oportunidad se lo escuchó al médico jactarse del trato humillante que aplicaba a los detenidos. Además, la testigo contó que su madre le dijo que en una oportunidad, durante la búsqueda de su padre, pudo ingresar a una cochería y funeraria llamada “Dauría” que se ubicaba en la calle Perú de San Justo (hoy en Eizaguirre y Almafuerte). Le dijo que allí pudo observar un galpón donde ubicaban decenas de cadáveres N.N. y que, presumiblemente, se manejaban en coordinación con los represores de la zona.

La testigo contó además cómo supo del paso de su padre por la Brigada de San Justo: en una actividad de Memoria realizada en diciembre de 2011 en Ramos Mejía, encontró a Nilda Eloy, ex detenida desaparecida que le contó a “Lili” y otras HIJAS de La Matanza que había estado en el CCD “Infierno” de Avellaneda y que a fines del ’76 había compartido cautiverio allí con un grupo de delegados gremiales que venían de San Justo, entre ellos a José Rizzo, Ricardo Chidichimo y otros. Les dijo con precisión que habían llegado los primeros días de diciembre del ’76 y que los vio hasta el 31 de diciembre de aquel año. A su vez “Lili” conoció al “Gallego” Fernández, compañero de militancia de su padre que le contó que habían compartido militancia en el grupo sindical del Peronismo Auténtico, el espacio político creado por sectores de izquierda del peronismo en 1975, conducido por Andrés Framini, Oscar Bidegain y Dardo Cabo, entre otros, que terminó fusionándose con Montoneros en 1977. Fernández le dijo también que iban a los barrios a realizar tarea política y que había un impulso muy grande para unir los frentes barrial y sindical. La testigo destacó la importancia de esos datos para reconstruir la historia militante de su padre y dijo: “Fue muy valioso para armar este rompecabezas del que por muchos años no supimos nada. Yo estuve en varios movimientos sociales, y nunca dije que era hija. Pero a partir de saber de la militancia de mi padre es que me acerqué a HIJOS La Matanza y juntos nos impulsamos a estar hoy dando testimonio”. En una muestra más de que quienes trabajan y aportan información a las causas son los familiares y los organismos de Derechos Humanos, “Lili” contó que su madre recibió en el Policlínico testimonios de varias mujeres internadas y ex detenidas de la Brigada que le dijeron que allí habían sido despojadas de sus hijos. Y sumó el caso del hijo de Ema Lucero, Flavio, que pasó siendo un bebé por la Brigada de San Justo en abril del ‘75, mientras allí estaba detenida su madre, militante de la zona de San Martín. “Lili” conoció a Flavio hace poco, vive hoy con su familia en Rosario, nuca dio testimonio y su caso no estaba registrado.

Y revisando el pasado, ante las insistentes preguntas de uno de los abogados de la defensa de los genocidas, el Dr. “San Cementerio”, “Lili” trajo a la luz no sólo el pasado militante de su padre sino el pasado represivo remoto de la Brigada de San Justo. “Hoy hace 53 años, un 17 de octubre de 1965, asesinaron a los militantes Mussi, Retamar y Méndez. Eso lo escribe Rodolfo Walsh en el Nº 27 del semanario de la CGT de los Argentinos. Ahí ya denunciaba en el año ’68 el accionar de la Brigada de San Justo en las movilizaciones obreras en La Matanza”. Allí Walsh define al comisario Miguel Etchecolatz como “un hombre sensato, buen observador” porque cuando asumió en los ’60 la titularidad de la Comisaría 1ra de Avellaneda realizó un curso de alfabetización. A favor de Walsh, que fue desaparecido por la última dictadura, se puede decir que en 1968 todavía no asomaba el Miguel Etchecolatz que una década más tarde y como titular de la Dirección General de Investigaciones regentearía los 30 CCD del Circuito Camps, incluida la Brigada de San Justo. Distinto carácter otorga el periodista al entonces comisario de la primera de San Justo, Antonio Recaré, a quien señala como responsable del asesinato de varios obreros en manifestaciones y por hacer habitual en su personal “A) el uso de la metralleta en todos los procedimientos. B) la orden de fuego contra cualquier sospechoso o desconocido que huye. C) la simple ejecución de pistoleros capturados”. Como señaló “Lili”, Walsh rememora los asesinatos de los obreros José Gabriel Mussi, Ángel Norberto Retamar y Néstor Méndez trabajadores Metalúrgicos peronista los primeros, y bancario y militante comunista el último, cometidos por el famoso “Escuadrón Güemes”, pero también apunta los “suicidios” inducidos en los calabozos, y las torturas aplicadas a detenidos que hacen que, según Walsh, “San Justo, en ese sentido, es un lugar inconveniente cuya frondosa historia puede

remontarse a 1957, con el picaneo de los gremialistas Mitjans, Ramos, Rodríguez y Amoroso” (1). Con meticulosa agregación de casos y maestría en el relato Walsh nos muestra con claridad que quien practica tales procedimientos no es un policía sino toda la institución, y va derivando a “la secta del gatillo alegre” en “la secta de la mano en la lata” y “de la picana”. Es todo un desafío animarse a decir que no siguen vigentes.

Para finalizar “Lili” Galeano, cuyo padre no forma parte de las víctimas contempladas en este juicio por defecciones inexplicables de la justicia, se dirigió al tribunal diciendo: “No veo hoy a los responsables de todo esto presentes acá, ni por televisión, aunque están imputados por delitos de lesa humanidad. En La Matanza hay 500 desaparecidos. Del ‘grupo del Oeste’ sólo se han restituido los restos de unos 20 compañeros, entre ellos José Rizzo. Quiero que se haga justicia con cárcel común, no con los genocidas paseando sus perros en las plazas, ni violando las domiciliarias”.

El segundo y último testimonio de la jornada fue el de Aníbal Rubén Ces, militante de la Federación Juvenil Comunista de Lanús que estuvo desaparecido 20 días en la Brigada de San Justo a fines de 1977 junto a su esposa y otros compañeros de militancia.

Ces describió inicialmente el contexto de persecución y secuestros que se vivían en la zona en dictadura. Dijo que antes que él habían sido secuestrados varios camaradas. “No se preocupen porque nosotros no somos organizaciones armadas, pero prepárense” fue la respuesta de los dirigentes del Partido Comunista por entonces. Ces era amigo de Jorge Farsa, también militante comunista de la zona que vivía a 100 metros de su casa, pero para 1977 se había alejado de la militancia y con 24 años encima se había dedicado a terminar sus estudios secundarios. Precisamente la tarde del 9 de diciembre del ’77 venía del secundario para adultos que realizaba en Avellaneda. Quiso pasar por lo de Farsa, pero decidió seguir hasta su casa. Al llegar encuentra un operativo con móviles y hombres de civil y de fajina armados, que estaban dentro de la vivienda, al final del pasillo de acceso. Uno, al que luego reconoció como “Víbora” (Rubén Boan), bajó la escalera de su casa apuntándolo con un itaka, y otro, al que luego reconoció como “Tiburón” (José Antonio Raffo), lo agarró de los pelos por detrás y lo metió adentro. Entonces pudo ver que en la casa estaban sus padres y su mujer, Ana María Expóstio, que tenía 19 años. Luego de revolver todo el domicilio, robarse cosas de valor, cargar los libros que entendían “comprometedores” y ponerle la ametralladora en la cabeza pidiéndole nombres de militantes, fue subido tabicado a una camioneta con cúpula junto a su esposa. En el traslado pudo saber que también estaban allí los militantes Mabel Haideé Rodríguez, desaparecida, y un hombre de apellido Sánchez y apodado “Negro Black” (nadie recuerda el nombre “quizás Oscar”, dijo ces), ambos caso en este juicio. El testigo dijo que con el tiempo pudo reconstruir que ese día habían ido primero a su casa, luego a lo de su suegra, donde secuestraron a su mujer y luego volvieron a su domicilio, donde finalmente lo encontraron. Lo llevaron a la Brigada de Investigaciones de San Justo, pero antes pasaron por la Comisaría 1ra de Lanús. Dijo que al entrar a San Justo sintió el salto del vehículo y el pedregullo que crujía al paso del móvil, y que fue descripto por otros sobrevivientes. Ya en San Justo Ces fue llevado a una oficina del primer piso y fue sometido a un interrogatorio político, donde le preguntaban por nombres de militantes mientras el quemaban los pies con cigarrillos. Tras esto fue llevado a un calabozo donde fue visitado por un médico vestido de ambo profesional y donde uno de los guardias le dijo: “Mejor que hablés. Y olvidáte de los Habeas Corpus, porque acá no existen”.

Después fue llevado a una sala de torturas donde le dijeron: “Primero te vamos a enseñar a callarte, después a hablar”. Entonces lo torturaron con picana eléctrica y le preguntaban por sus compañeros. “Yo me había retirado de la militancia hacía un año. Había sido responsable del movimiento de masas, y bajaba los informes de la Federación Juvenil Comunista a estudiantes dela UTN y a trabajadores del frigorífico. Pero ya no estaba en nada. ‘Tiburón te sacaba el tabique para torturarte. Para ganar tiempo les dije que era secretario de política. Y ahí pararon”. Entonces trajeron Sánchez (“Negro Black”) y los torturaron juntos. Un represor les dijo que era agente de inteligencia infiltrado en el PC. Entonces les dan la dirección de Sigfried Watzlawik, militante del PC, a quien secuestran y llevan en seguida a la Brigada. El testigo dijo que supo que estaba en la Brigada de San Justo porque se lo dijo “Black”, a quien habían detenido en la plaza central de esa localidad, y porque sobrevolaba una avioneta que emitía publicidad del club Huracán de San Justo. Finalmente entre el 28 y 29 de diciembre del ’77 les dicen que los van a liberar y efectivamente son cargados en un móvil tabicados y llevados hasta La Tablada. Cuando salió fue a ver a los abogados del PC y allí se enteró que habían sido secuestrados Jorge Garra y su esposa Nora Feliz, Jorge Farsa y su esposa Ana Ehgatner, y Eduardo “Jimi” Nieves y su esposa, Norma Martínez. De hecho el sobreviviente dijo que la noche que secuestraron juntos a Farsa, Nieves y sus esposas de la casa del primero, había pasado por allí cuando iba a buscar ropa a su casa desde lo de sus suegros, y los vio horas antes de que se los llevaran.

Además de “Víbora y “Tiburón”, recordó los apodos de otros represores como “El Jefe” que era un segundo de Raffo, “El Panza” que se hacía el bonachón y “Eléctrico”, que los hacía lavar la celda. El testigo realizó en la audiencia el reconocimiento fotográfico de 2 de los represores imputados en el debate: Boan y Héctor Carrera.

Con los testimonios de Galeano y Ces, así como con todos los otros familiares y sobrevivientes que han aportado hasta este momento del juicio, comprobamos que la “secta de la picana” que refería Walsh en 1968 estaba desatada y en pleno auge en 1977.

(1)   Rodolfo Walsh, “El violento Oficio de Escribir (obra periodística ‘53-‘77)”, Ed. Planeta.

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