En el territorio mapuche va siglo y medio de Tragedia

La Semana Trágica condensó la muestra de brutalidad estatal más indignante de la que la historia tenga memoria. Pero en el sur, esa política tiene más de 135 años: el capitalismo llegó a esta región de la mano de la esclavitud, los asesinatos en masa, y los destierros.

Peones cautivos del Ejército Argentino

13/01/2019

Hasta la prensa cómplice de las más recalcitrantes patronales se abocó a recordar la Semana Trágica, una sucesión de huelgas y salvajes represiones que dejó como saldo la muerte de 1.356 trabajadores. Según se encargó de resaltar el sociólogo y ensayista Christian Ferrer, “no existe, en la historia de esta ciudad, ningún otro acontecimiento que se haya cobrado tantas vidas en una sola semana”. El intelectual del anarquismo también hizo ver que esos episodios “aún carecen de un libro de historia actualizado”. Llamativo que los aires revisionistas que soplaran hasta 2015, no asumieran la tarea…

Monumento a Ramón Falcón en Recoleta

Fue el más drástico, pero 10 años antes se había producido un anticipo que hilvanó “la historia de la crueldad” -como diría Osvaldo Bayer- anterior y posterior. En mayo de 1909, al terminar un acto por el Día Internacional de los Trabajadores en la Plaza Lorea, de Buenos Aires, efectivos policiales a las órdenes de Ramón Falcón abrieron fuego contra la multitud que se desconcentraba. El saldo: 14 muertos y 80 heridos. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA) respondió con un llamamiento a la huelga general, medida que contó con el acuerdo de la Unión General de los Trabajadores (UGT) a pesar de las diferencias ideológicas que separaban a las dos organizaciones. El conflicto se extendió por una semana y a su término, nadie asumió consecuencias políticas ni jurídicas por el asesinato. Como sabemos, la impunidad genera más impunidad. Es más, Falcón no sólo cuenta con una calle de homenaje en Buenos Aires, también existe un monumento que saluda su vocación asesina en un rincón de Recoleta.

El por entonces coronel tenía una foja de servicios impecable: siempre había disparado al corazón de los sectores populares y se esmeró al participar de las campañas de exterminio contra el pueblo mapuche. Debutó a las órdenes de Sarmiento en 1873, cuando el sanjuanino en persona dirigía las acciones contra la insurrección entrerriana y federal que lideró Ricardo López Jordán. Al año siguiente, ya revistaba en el staff de Julio Roca. En 1875, quedó como comandante de una compañía en la guarnición de Río Cuarto, por entonces uno de los enclaves fronterizos que amenazaba tolderías rankülche y chaziche desde el sur de Córdoba. Como jefe de Cazadores -quizá no sea una metáfora- participó de todas las operaciones que tuvieron lugar en esa frontera entre 1876 y 1877. También actuó en el sur de la provincia de Buenos Aires, en particular, en el legendario Karüwe que Kalfükura había ordenado defender hasta las últimas consecuencias. Al decidir la élite que se había hecho del poder en la Argentina la usurpación de los territorios mapuche y gününa küna, participó de la expedición a las órdenes del coronel Martín Guerrico y estuvo en la puesta en escena que montó Roca el 25 de mayo de 1879 en Choele Choel. Es aquella que plasmó en una obra pictórica el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes diez años después y que todavía ornamenta los billetes de 100 pesos. Su desempeño le valió una medalla de plata y un ascenso a mayor en 1880, mientras Sayweke, Foyel, Inakayal, Ñankucheo, Wirkaleufu y Molfünkeupu, entre muchos otros longko, aún defendían empecinadamente su libertad. 29 años después, no debió sentir remordimiento alguno al ordenar que los policías bajo su mando abrieran fuego. Es más, quizás apelara a la nostalgia.

Salvaje es el capitalismo
Si se ve la historia desde Río Negro, la violencia que en Buenos Aires podía condensarse en semanas, era práctica corriente aunque de “baja intensidad”, por emular terminología contemporánea. “Durante las primeras décadas del siglo XX, la incorporación subordinada de la población indígena a la naciente sociedad territorial estuvo marcada por dos grandes procesos”, dice un texto de Enrique Mases y Lisandro Gallucci. “Por una parte, por su progresiva incorporación a una economía capitalista, primero en calidad de pequeños crianceros y más tarde como fuerza de trabajo de empresas ubicadas en distintos puntos del espacio rionegrino”. Cuando los historiadores aluden a la “sociedad territorial”, se refieren al Territorio Nacional de Río Negro, forma institucional que el Estado impuso sobre las vastas extensiones que hasta 1885 o 1888, habían permanecido fuera de su jurisdicción. Para que los mapuche sobrevivientes abandonaran su condición inicial de “pequeños crianceros” y formaran parte del proletariado rural, “los desalojos de los pobladores asentados en tierras fiscales jugaron un papel fundamental”, nos dicen los investigadores. “En el territorio de Río Negro, los abusos cometidos por agentes policiales, jueces de paz, comerciantes y hacendados contra aquellos pobladores también eran frecuentes”.

Barricada en la Semana Trágica

En 1909 gobernaba en la Argentina José Figueroa Alcorta. Diez años después, Hipólito Yrigoyen. La virulenta represión contra el pueblo trabajador no fue la única política de Estado que compartieron conservadores y radicales. “La llegada del radicalismo al gobierno nacional en 1916 no implicó una transformación significativa de las políticas elaboradas en relación con las sociedades indígenas existentes en el territorio argentino”, añaden Mases y Gallucci. En términos de políticas agrarias, “pese a que en importantes sectores del radicalismo existía la convicción de que el latifundio era uno de los males que habían impedido un mejor y más diversificado desarrollo agropecuario, entendiéndose por ello necesario promover una mejor distribución de las tierras, las políticas desarrolladas en tal sentido no lograron detener ni modificar aquellos procesos de concentración de la tierra”.

En resumidas cuentas, “la población indígena en el territorio rionegrino no se vio favorecida”, según los historiadores, porque “los indígenas no eran vistos como sujetos capaces de incorporarse a la economía nacional como productores independientes. Por el contrario, el único destino que se entendía posible para esa población indígena estaba en su transformación en mano de obra que cubriera la demanda de brazos de las unidades productivas”. Quiere decir que aquellos que 30 años atrás habían practicado una economía ganadera y mercantil, complementada con la agricultura, la caza y la producción de artesanías, debían contentarse con trabajar para patrones recién llegados y someterse a las reglas de la plusvalía.

Colonialismo y persecución

Desde el vamos, “las instituciones estatales estuvieron orientadas al establecimiento de un orden social y político diferente al que hasta entonces habían conocido los pobladores originarios del espacio norpatagónico”. Mases y Gallucci no se expresan en estos términos, pero aluden a uno de los rasgos del colonialismo, es decir, la importación y predominio de instituciones políticas y sociales, en principio ajenas a los pueblos que después de la operación colonialista -la Campaña al Desierto- quedaron en condiciones de subordinación en relación a la potencia colonial: la Argentina.

La imagen de Roca y su estado mayor que luego inspiró el cuadro

Nada del libre juego entre la oferta y la demanda: “fue particularmente a las instituciones judicial y policial que les cupo un papel fundamental en la imposición de ese nuevo orden, dada su calidad de ultima ratio (itálicas en el original) del poder estatal. Dentro de los contornos que desde el Estado comenzaban a definirse como principios organizadores de la naciente sociedad rionegrina, la afirmación de la propiedad privada como criterio de distribución de los recursos estuvo íntimamente ligada al objetivo de empujar a la población subalterna del territorio –mayoritariamente compuesta de indígenas- a participar como fuerza de trabajo en las nuevas reglas de económicas. Entre aquellos sectores sociales, la población indígena del territorio fue identificada como uno de los principales blancos de toda una serie de medidas destinadas a lograr su proletarización”.

Más allá de los matices, otro tanto ocurrió en Neuquén, en Chubut, en Santa Cruz e inclusive del otro lado de la cordillera. En 2009, el centenario de la Semana Roja -aquella de los fusilamientos de Falcón- pasó un tanto desapercibido. En 2019, la Semana Trágica mereció mayor consideración. En 2021, se cumplirá un siglo de los acontecimientos que Bayer inmortalizó como La Patagonia Rebelde. ¿Quiénes fueron los que cayeron en las estancias más sureñas ante los fusiles del Ejército Argentino? “Los dirigentes de la Sociedad Obrera eran españoles que a la Patagonia llegaron huyendo del hambre. El resto eran chilotes que valían menos que una oveja”, comenta Luis Mancilla Pérez, autor del libro “Los chilotes de la Patagonia rebelde”.

“Esos chilotes murieron en silencio, recordando paisajes lejanos donde dejaron casa y familia. No había que gastar muchas balas en esos indios que valían menos que un perro ovejero, se les hacía cavar su propia tumba y si después del primer disparo no morían, y quedaban boqueando como corderos agonizantes; un oficial les volaba los sesos y borraba la casa, los bueyes, la siembra, la cosecha. Total venían de tan lejos que nadie nunca sabría de su muerte”. Chilotes, apelativo todavía despectivo que enmascara la identidad de los mapuche williche, no sólo de Chiloé. Colonizados primero, proletarizados después, fusilados por último. En Wallmapu, la tragedia acumula miles de semanas: lleva más de 135 años.

Bibliografía
Mases, Enrique y Gallucci, Lisandro (2007). “La travesía de los sometidos. Los indígenas en el territorio de Río Negro, 1884-1955”. En “Horizontes en perspectiva. Contribuciones a la historia de Río Negro. 1884-1955”. Ruffini, Marta y Masera, Fredy (coordinadores). Fundación Ameghino – Legislatura de Río Negro. Viedma.

Fuente: https://www.enestosdias.com.ar/3369-en-el-territorio-mapuche-va-siglo-y-medio-de-tragedia

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