Pesada herencia

TERRORISMO ESTATAL Y MEDIÁTICO ANTE LOS CONFLICTOS MAPUCHE / La idea del “mapuche terrorista”, reproducida al infinito en los discursos estatales y mediáticos que apuntan a su construcción como enemigo interno, no sólo atañe a la posverdad. Es, ante todo, heredera de la elaborada por quienes a fines del siglo XIX prepararon el consenso ideológico para el exterminio. De las brutales afirmaciones de Zeballos y El Mercurio a los aplausos al régimen roquista de La Nación y la Sociedad Rural cien años después, y desde las loas al Ejército “civilizador” responsable de la barbarie de ayer hasta las de los responsables de Cambiemos ante el salvaje accionar de Gendarmería y Prefectura en los operativos de hoy, reflexiones sobre la construcción de un cuerpo de excepción, racializado como otro, que, en pos del respeto y la práctica de la interculturalidad, buscan dejar una pregunta abierta: ¿es sólo con los mapuche?

Fotos: Sebastián Miquel

La profundidad de una “idea”. ¿Desde cuándo los mapuche1 nos aterrorizan? Si tomamos crónicas militares y de viajeros, así como buena parte de la producción historiográfica del siglo XIX y XX, podríamos esgrimir que el acto de aterrorizar se representa como una constante durante periodos coloniales y republicanos. La figura de entonces era “el malón”, y la imagen reinante estaba coronada por el rapto de cautivas blancas y la destrucción de pueblos fronterizos.

Las imágenes crean sentidos globales y estables. Sentidos que hemos heredado y reproducimos más allá de nuevos estudios y perspectivas. El peso de nuestra educación primaria carga las tintas en los cuerpos de esos otros, los indígenas.

Siguiendo esta línea, que naturaliza y crea una esencia mapuche en tanto bárbaro, salvaje, extranjero y/o terrorista, emergen figuras singulares, nombres concretos que son demonizados. La imagen de Facundo Jones Huala como líder de los mapuche a partir de su pertenencia a un grupo radicalizado denominado Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) ha tomado dimensiones que exceden su rol como lonko del Pu Lof en Resistencia de Cushamen.2 De igual forma, pero en otro tiempo, las imágenes de diversos lonkos mapuche han sido secuestradas y creadas como enemigos internos a los que vencer (Enriz, 2017; Lenton, 2017). La diferencia es temporal. La práctica es comparable.

Bien vale aclarar que ser lonko de una comunidad es ser autoridad dentro de la misma. De ahí que los liderazgos mapuche tengan un límite y una base comunitaria que, en ciertas circunstancias, generan solidaridad con otras comunidades, con otros pueblos originarios y con otros sectores de la sociedad. Esto sirve para analizar las comunidades originarias actuales y pretéritas.

En 1859, El Mercurio sentaba posición explicando que “Los hombres no nacieron para vivir inútilmente, como los animales selváticos […] y una asociación de bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización”.

Los medios de comunicación junto a los Estados (nacional y/o provincial) han tendido a reproducir la imagen de Jones Huala englobando a todos los mapuche que luchan por su territorio como una única organización (la RAM), caracterizada como parte del conjunto de organizaciones terroristas. Crean al salvaje, lo exponen y lo potencian.3 Esta práctica no es nueva, la posverdad4 tampoco.

Si en vez de partir del malón partimos de los tratados, convenios y pactos celebrados entre los Estados (coloniales o republicanos) con las parcialidades5 (comunidades) mapuche, podremos observar la riqueza de una relación social en diversos contextos y con diversos actores. Estos tratados son demostrativos de la autonomía relativa de las comunidades en zonas de frontera. A su vez, si prestamos atención a las formas en las que el Estado impuso soberanía sobre estos “otros internos”, podremos dar cuenta de los crímenes de lesa humanidad cometidos en diferentes momentos por militares y funcionarios estatales sobre la población indígena. En tal sentido, la historia del siglo XIX no se ocupó de reconstruir los eventos del pasado, sino de seleccionar una parte de estos y adaptarla a los fines políticos del momento: crear una identidad argentina por sobre la diversidad cultural y sociopolítica existente en aquellos tiempos. Dicho esto, vale recordar una breve descripción del diario La Nación de noviembre de 1878, en la que se denuncia el accionar violento del teniente coronel Rudecindo Roca (hermano de Julio Argentino Roca) en Villa Mercedes. El cronista describe la llegada de indios ranqueles para comerciar en el pueblo. Acto seguido, revela el modus operandi del ejército nacional al mando de Roca: “efectivamente, si se encerraron en un corral a sesenta indios, y a los sesenta se mandó a fusilar… Tal aseveración, por demás grave, es un crimen de lesa humanidad, un bofetón a la civilización…”.

El diario La Nación no fue menos. Olvidó sus críticas de 1878 y engalanó sus páginas con aplausos y loas al régimen roquista (“de Organización Nacional”), siempre acompañado por la Sociedad Rural Argentina, que también celebró la gesta que ella misma había financiado un siglo atrás. No es casual: los “otros” debían ser eliminados, los “otros” estaban siendo eliminados.

Este tipo de datos suele ser soslayado por la historiografía oficial, que construye la imagen del Ejército civilizador por sobre la real práctica genocida y disciplinadora llevada a cabo sobre los cuerpos de los y las indígenas.

Estas prácticas explican el presente. No es el terrorismo mapuche: es el terrorismo de Estado y la construcción del mapuche como un cuerpo de excepción, un cuerpo racializado como otro, un cuerpo empobrecido cultural y políticamente, invisibilizado, arrojado tras las fronteras identitarias de la nación Argentina, que se pensó (y piensa) heredera de las mejores virtudes europeas. ¿Esto es sólo con los mapuche? Pregunta válida y necesaria que, prometo, retomaremos al final del texto.

Mapu(chi)leno

Estanislao Zeballos esgrimía en 1878 el discurso de la “araucanización de las pampas” en su libro La conquista de quince mil leguas. Creaba el desierto como campo fértil para la muerte. Preparaba el consenso ideológico del genocidio. Describía a los araucanos (hoy mapuche) como “indios chilenos que roban el ganado en las estancias de Buenos Aires y lo venden en Chile”. Este discurso es nuestra pesada herencia. Está presente en Zeballos, pero también en Domingo F. Sarmiento, en Francisco P. Moreno, en Adolfo Alsina, en Julio A. Roca y en tantos más. No es sólo una generación de intelectuales, políticos y militares: son muchas las generaciones que repiten lo mismo.

Investigadores de renombre, como Rodolfo Casamiquela, han sostenido la teoría del mapuche chileno, siendo esa la mirada dominante durante todo el siglo XX. De igual forma, pero con menor vuelo intelectual y mayor llegada mediática, muchos periodistas desconocen la preexistencia étnica mapuche utilizando recursos burdos de fácil digestión. “Son chilenos”, “brutos”, “infiltrados”, “flogger”, “truchos”, “violentos”, “vagos”, “son de la ciudad”, “usan zapatillas”, “usan celular”, “son terroristas”.

Volvamos al siglo XIX. En mayo de 1859, en Santiago de Chile, el diario El Mercurio sentaba posición sobre el tema explicando que “Los hombres no nacieron para vivir inútilmente, como los animales selváticos […] y una asociación de bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización”. Esta afirmación, a diferencia de las formas edulcoradas del siglo XXI, es más brutal y más sincera.

Como sea, la prescripción para los mapuche (de uno u otro lado de la cordillera) es su eliminación, no individual sino social. Lo era entonces, lo es hoy.

Lejos de agotar esta temática, pero con cierto temor de agotar al lector, me gustaría cerrar este apartado pensando en 1979, centenario de la Conquista del Desierto y momento fuerte de la dictadura. Durante ese año y el siguiente se produjeron una serie de congresos, actos públicos, reediciones literarias, dosieres especiales en revistas y demás actos de conmemoración a la “gesta civilizadora” a la cual denomino genocida. El diario La Nación no fue menos. Olvidó sus críticas de 1878 y engalanó sus páginas con aplausos y loas al régimen roquista (“de Organización Nacional”), siempre acompañado por la Sociedad Rural Argentina, que también celebró la gesta que ella misma había financiado un siglo atrás. No es casual: los “otros” debían ser eliminados, los “otros” estaban siendo eliminados.

Otras historias: marcos interpretativos actuales

Desde hace más de una década, un grupo importante de investigadores e investigadoras venimos trabajando sobre la Conquista como genocidio. La gran cantidad de documentación probatoria de las prácticas de eliminación física y simbólica de la población originaria en Argentina nos permite aplicar dicha categoría que, lejos de banalizarse, toma cuerpo a medida que interrelacionamos archivos y documentos estatales con memorias sociales del pueblo mapuche. Por suerte existe gran cantidad de material editado, al que se puede acceder desde diversos sitios de Internet.6

La interculturalidad, bien entendida, implica desaprender y reaprender. Implica una capacidad reflexiva sobre nuestras propias contradicciones, y el estudio de sociedades y procesos donde los pueblos originarios fueron asesinados, encerrados, desplazados, invisibilizados y marcados como “pobres e incapaces” es una forma de repensarnos en tanto no-indígenas en una sociedad intercultural y pluriétnica. Reconocer la diferencia no alcanza, pero es el punto de partida, dado que al reconocimiento hay que darle igualdad de autonomía a la hora de pensarnos en un Estado intercultural.

Un profesor alguna vez me dijo que la interculturalidad es intrínsecamente incómoda, molesta. Esa incomodidad es necesaria si queremos comprender la lucha mapuche por su territorio como parte de un proceso generado por un genocidio en el cual unos pocos (los sectores más ricos de la población) se vieron favorecidos al acceder a grandes cantidades de tierra que pasaron a ser propiedad privada.

¿Es sólo con los mapuche?

Los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel podrían ser indicios de un particular encono con los mapuche y con aquellos que los apoyen. Sumemos a estos dos hechos especialmente violentos que, durante 2017, se produjeron infinidad de allanamientos en diversas comunidades mapuche en Neuquén, Río Negro y Chubut.

Sin embargo, si abrimos el plano de nuestro análisis podemos observar el tratamiento que tuvo el asesinato de Juan Pablo Kukoc a manos del policía Chocobar, ocurrido en febrero de este año en la ciudad de Buenos Aires. Esta muerte es un episodio más en el aumento de la violencia policial de los últimos años. La particularidad del caso está en la respuesta del Poder Ejecutivo, encabezado por el presidente Mauricio Macri, que recibió y felicitó al imputado. Bien vale generar simetrías con la defensa irrestricta (irreflexiva) de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich o de la vicepresidenta Gabriela Michetti en torno al rol de Gendarmería y Prefectura en los operativos represivos que dieron fin a las vidas de Santiago y Rafael. Entonces, ¿es sólo con los mapuche?

Por Alexis Papazian
Profesor de Historia y doctor en Antropología. Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Miembro de la Red de Investigadorxs sobre Genocidio y Política Indígena. Sus trabajos se orientan a temáticas vinculadas con la relación del Estado con los pueblos originarios en perspectiva histórica y contemporánea.

Notas

1 Usamos el vocablo “mapuche” y no “mapuches” porque dicho gentilicio es, por sí mismo, plural.
2 En la zona de Cushamen hay muchas comunidades mapuche y mapuche-tehuelche, cada una con trayectorias particulares y diversos procesos de reconocimiento y conflicto. Esto es ampliable a todas las comunidades mapuche y originarias. Sin embargo, para los medios de comunicación hegemónicos, el discurso del lonko Facundo Jones Huala ha sido ideal para presentar al mapuche radicalizado, violento y terrorista, al falso mapuche exblogger y/o al mapuche anti Estado argentino y traidor, etcétera. En tal sentido, la diversidad política de la cultura mapuche fue borrada por las cámaras que vieron en Huala a la RAM, en la RAM a los mapuche y en los mapuche células terroristas y secesionistas que, paradójicamente, nadie vio en la realidad.
3 Sobre Jones Huala, recomiendo la nota del diario Clarín de enero de 2017, disponible en: https://www.clarin.com/suplementos/zona/facundo-jones-huala-mapuche-violento-declar-guerra-argentina-chile_0_BJneugWvl.html.
4 El uso de este neologismo ha tenido su primavera durante 2016/2017. Entendemos por dicho término la construcción discursiva que, independientemente de la veracidad empírica de lo que explica o describe, apunta a convencer, sugestionar o generar falsos debates dentro de la sociedad apelando a los sentimientos y las emociones del “consumidor” informativo.
5 Véase Briones, Claudia y Carrasco, Morita (2000). Pacta Sunt Servanda. Capitulaciones, convenios y tratados con indígenas en Pampa y Patagonia (Argentina, 1742-1880). Buenos Aires: VinciGuerra Testimonios/IWGIA.
6 Recomiendo el sitio http://eib.educ.ar. Tiene el repositorio de la producción realizada por la Modalidad de Educación Intercultural Bilingüe que dependía del Ministerio de Educación de la Nación hasta 2015. En él hay trabajos sobre comunidades originarias contemporáneas y también clases confeccionadas para docentes en torno a la historia de los pueblos originarios y su relación con el Estado en diversos momentos. También son muy recomendables las revistas TEFROS (http://www.hum.unrc.edu.ar/ojs/index.php/tefros/index); CORPUS. Archivos virtuales de la alteridad americana (http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/corpus) y MEMORIA AMERICANA. Cuadernos de etnohistoria (http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/memoria-americana), entre otras.

Fuente: https://www.revistamaiz.com.ar/2019/01/pesada-herencia.html?m=1

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