Es wichi, se mudó a Buenos Aires y estudia abogacía para defender los derechos de su pueblo

Omar Gutiérrez se levanta todos los días en una pensión de Flores con una obsesión: convertirse en el primer abogado de Misión Chaqueña, la comunidad wichi en la que nació hace 25 años. Los 5000 habitantes de esta aldea salteña, ubicada casi en el límite con Bolivia, lo necesitan con su título bajo el brazo, con conocimientos y herramientas, porque ellos no tienen voz.

En algún momento de la secundaria Omar, que era escolta, entendió que educarse era la manera de rebelarse contra un sistema que sentía, y siente, opresor

21 de julio de 2019

“Estoy estudiando abogacía porque veo mucha injusticia contra nosotros. El Estado no llega y somos más vulnerables”, explica Omar, que de derechos pisoteados sabe mucho. Por eso se calzó el traje de “hijo pródigo” y tuvo el coraje de abandonar todo lo conocido – el monte, la naturaleza, su familia, sus costumbres, su idioma – para irse a una Buenos Aires enloquecedora y que todos los días le recuerda que “no es de acá”.

Omar nació en un rancho de adobe, entre el olor a tierra mojada y el río. Es el tercer hijo varón de un matrimonio que siempre se las rebuscó haciendo artesanías y muebles para darle de comer a sus hijos. Cuando no había otra opción, se salía a cazar algún animal o a pescar en el río.

“Nosotros de chicos jugábamos con barro, haciendo muñequitos, porque no conocíamos los juguetes. Nuestros padres no tenían mucha economía y usábamos palos de madera como armas para jugar a la guerra”, recuerda su hermano Livio, unos años mayor, en la visita que hizo LA NACION junto con Omar para esta nota.

El suyo es un mundo muy chico en el que a las familias les falta de todo: comida, agua potable, calles de asfalto, gas, salud, educación terciaria y trabajo. Pero lo que más falta es esperanza y mejores opciones de futuro.

De wichi a “porteño”.

El sueño de Omar de conocer “el afuera” para ir a la universidad sólo fue posible gracias a un amigo impensado: Martín de Dios – un chico que apareció un día en la comunidad en un viaje solidario con su colegio, el Florida Day School – y un grupo de compañeros y personas que se fueron sumando para darle el sostén que necesitaba para poder enfrentar el desarraigo.

Esta historia de perseverancia y de resiliencia integra la tercera entrega de Redes Invisibles, un proyecto de LA NACION que apunta a mostrar cómo los prejuicios limitan las oportunidades de los jóvenes más vulnerables, y refuerzan su situación de pobreza.

Omar es un luchador nato. Su camino contradice la creencia -compartida por el 54% de los argentinos, según el estudio que Voices! realizó en exclusiva para LA NACION- de que si la gente pobre trabajara más duro, podría escapar de la pobreza.

Él aprendió a fuerza de tropiezos que no alcanzaba solo con su voluntad. Que también hacen falta recursos, contactos, una mano amiga, consejos y muchas cosas más. Y que incluso con todo eso garantizado, todavía hoy le cuesta llegar a fin de mes o entender lo que dicen los profesores.

“Solo no hubiera podido. Por suerte encontré buenas personas que nunca me abandonaron”, agrega Omar.

En algún momento de la secundaria Omar, que era abanderado, se dio cuenta de que no quería ser carpintero como su papá y de que educarse era la manera de rebelarse contra un sistema que sentía, y siente, opresor. “Omar siempre tuvo ganas de estudiar y de progresar en la vida más allá de las dificultades que se le presentaban”, afirma Víctor Hugo González, el director de su escuela secundaria que siempre lo animó a apostar por un futuro mejor.

La prioridad era comer y por eso todos los hijos Gutiérrez empezaron a trabajar de adolescentes. La familia de Omar había armado un sistema para que no tuvieran que sacrificar los libros: todos trabajaban para que uno pudiera seguir estudiando; cuando este se recibía, “la beca” pasaba al siguiente.

“Cuando estudió mi hermano mayor, los dos más chicos teníamos que trabajar. Cuando él se recibió de maestro bilingüe, empezó a estudiar el del medio mientras los demás trabajábamos. Ahora me toca a mí. La diferencia es que yo me vine a Buenos Aires y los costos son altísimos”, explica Omar, quien tuvo que pedirle permiso a sus padres para poder irse de la comunidad.

Lo lógico hubiera sido que le dijeran que no. Ahí se sienten seguros, se ayudan entre ellos, comparten los mismos valores y creencias. Pero decidieron apostar por él.

“Lo dejé ir porque Omar tiene un desarrollo en la cabeza que puede llegar a ser útil para nosotros. No tenemos buenos asesores que sean de la comunidad, que luchen por nosotros y nuestro derechos”, afirma Martín Gutiérrez, su papá. Su mamá, Tercilia Palacios, agrega: “Aquí no hay progreso. Nosotros queremos que al menos un hijo pueda estudiar porque estamos cansados, no tenemos estudios. Acá hay mucha gente que sufre y siempre nos pasan por encima”.

En la tradición wichi la familia y la tradición son lo más importante 

Contra todos los pronósticos (sólo el 0,6% de los jóvenes del estrato trabajador marginal termina sus estudios universitarios según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA), Omar hizo varios intentos de empezar la universidad en Embarcación, en Salta capital, en Córdoba y en La Plata. Pero no tenía red, no conseguía becas ni trabajo y no sabía a quién más recurrir.

Solo cuando Martín y sus compañeros de colegio armaron la ONG Lewet Wichi para ayudar a chicos como él, esas dificultades que parecían inabordables, se fueron destrabando. “A mí el sueño de Omar me impactó muchísimo. Porque para mí poder estudiar fue muy sencillo. Solo tuve que hacer un curso de orientación vocacional y elegir la carrera. Y para él no era solo la vocación sino que tenía que resolver lo económico, la vivienda y las barreras de discriminación. Y se me metió en la cabeza que quería darle a Omar las mismas oportunidades que había tenido yo”, recuerda Martín De Dios, todavía sorprendido por la determinación de Omar.

Martín activó toda su red de contactos para poder darle a Omar la oportunidad que se merecía. Su mamá trabaja en la Universidad de Flores, y le consiguió una beca dentro del programa que tiene la universidad en el marco de su responsabilidad social. Victoria Pol, una ex compañera del colegio, le dio trabajo durante los primeros meses en su empresa y eligieron una pensión cercana a la facultad.

Omar nació en un rancho de adobe, entre la tierra y el río Omar nació en un rancho de adobe, entre la tierra y el río

Buenos Aires, una selva

Lo básico (casa, comida y trabajo) para que se pudiera ir a estudiar a Buenos Aires estaba resuelto. Omar se tomó el primer avión en su vida, rumbo a Aeroparque, en septiembre de 2016. El impacto fue brutal. La brecha cultural era tan grande que a él todo le costó – y le cuesta- el triple.

Omar es una mezcla de su identidad wichi – tiene un tiempo natural propio, es tímido, se ríe tapándose la boca, tiene una enorme capacidad de escucha – y lo que está incorporando del mundo “criollo”. “Son dos mundos distintos. Nosotros hablamos bajito y todo lo hacemos en cámara lenta. Llegar a Buenos Aires fue como entrar a un selva. Todo pasa en cámara rápida. La gente habla, come y camina rápido. Fue un cambio brusco. Pero aguanté todo y sigo acá”, cuenta.

Lo más difícil es estar lejos de los suyos. En la cultura wichi la familia y la tradición son lo más importante. Omar los extraña todos los días y solo puede volver a visitarlos una vez al año.

“Es muy difícil estar lejos de la familia. Es un sacrificio que se hace. Cada vez que vuelvo es como que recargo las pilas para poder seguir luchando y estudiar”, dice Omar después de abrazar durante cinco minutos a su mamá en la despedida hacia la ciudad porteña. Cuando se fue, ella es la que lo llamaba todos los días para ayudarlo a despertarse para ir a trabajar. “Me quedaba hasta la 1 de la mañana estudiando y me levantaba a las 5:10 para llegar a tomar el colectivo”, explica Omar para poner en palabras su sacrificio.

Mientras está con ellos lo exprimen al máximo y todos lo escuchan: Omar les cuenta sobre cómo es su nueva vida, sus dificultades, que está contento porque aprobó los últimos parciales. También es un imán para todos sus sobrinos que se pelean por estar a upa de él y jugar.

“Mi mamá me enseñó que hay que seguir los sueños, que no hay que abandonar. Si me fui ahora no puedo volver con las manos vacías. Mis papás en unos años más no van a poder trabajar más y ellos tienen fe en mí. Yo espero poder tener un trabajo para poder mantenerlos”, dice Omar.

Durante el primer año de la facultad, le costó mucho poder seguir las clases. Estaba abrumado. El castellano es su segundo idioma y tenía que traducir en su cabeza cada frase que le decían. Grababa las clases y las volvía a escuchar después más tranquilo en su casa. “Es un gran esfuerzo para mí manejarme en español. Termino agotado. Recién en el segundo me animé a empezar a levantar la mano y preguntar. Acá tenés que gritar porque sino no te escucha nadie. Si sos introvertido, sos un fantasma”, dice un Omar más empoderado y que a su ritmo fue aprobando algunas materias.

Omar trabaja por la mañana y por la tarde va a la universidad. No tiene una familia que pueda “bancarlo” mientras estudia. Todo su sueldo lo destina a pagar el hotel familiar en el que vive.

Familia sustituta

Hace dos años y medio que Omar vive en Flores, lejos de los suyos. Todavía se está adaptando al ruido constante, los semáforos, el idioma y el ritmo de la ciudad. Acá, encontró otra familia sustituta que lo acompaña y lo guía en cada paso que da.

“Apenas me enteré de que Omar estaba buscando trabajo, le pregunté a mi papá que tiene una fábrica si podíamos emplearlo nosotros. Sabía que así iba a estar en buenas condiciones y que lo iban a tratar bien”, dice esta joven que también había viajado a Misión Chaqueña y le habían impactado las necesidades del lugar. Hoy es una amiga que llevó a Omar por primera vez al teatro y lo acerca al mundo de la cultura.

A la red de apoyo se sumó también Juan Carlos Carretero, el director de la carrera de Abogacía en la Universidad de Flores y quien le dio un nuevo trabajo en su estudio jurídico y contable. “Estamos en contacto todos los días más allá del vínculo laboral. La idea es contenerlo, estar presente, que no se sienta solo y sepa que hay alguien para cualquier cosa que necesite”, explica su jefe, que de a poco le fue dando más responsabilidad.

Omar aprovechó cada oportunidad que se le presentó Omar aprovechó cada oportunidad que se le presentó

Omar no tiene un segundo libre: trabaja por la mañana, estudia a la tarde y por la noche va a la universidad. Todo su sueldo lo destina a pagar el hotel familiar en el que vive. El resto de sus gastos lo cubren algunos “padrinos” que fue sumando, como María Laura Tinelli, una argentina que vive en Londres que conoció su historia gracias a una amiga.

“Omar me inspiró porque él quería estudiar para después poder cambiar la trayectoria de su comunidad. Por eso invertir en él es la mejor opción que se puede hacer para que a lo largo de su vida pueda modificar la realidad de su pueblo. Por eso hay que apoyar a los agentes catalizadores como Omar”, dice María Laura, que a la distancia se dedica a buscar más tutores y padrinos para que apoyen esta causa.

Omar y Martín tienen la misma edad. Vienen de mundos diferentes pero eso no les impidió convertirse en grandes amigos y tener un vínculo de hermanos. “Su mamá es como una segunda madre para mí. Siempre me invita a jugar a la pelota o a comer en asado con sus amigos. Martín también me ayudó mucho al principio en la carrera porque es abogado, me presta los libros y tengo un grupo de compañeros suyos que me dan clases particulares. Me están conteniendo porque si uno está solo, no puede”, dice Omar conmovido.

Omar todavía no se termina de adaptar a la ciudad Omar todavía no se termina de adaptar a la ciudad

Su historia de vida es un ejemplo para otros chicos de la comunidad que quieren seguir sus pasos: ya hay dos jóvenes de la comunidad que gracias a Lewet Wichi se instalaron en Buenos Aires para estudiar y trabajar.

“Es como que tengo dos vidas. Tengo que vivir la vida de Buenos Aires mientras me olvido de la de la misión y cuando estoy allá, me olvido de la de acá. Yo se que no hay que aflojar. Ya estoy a la mitad de camino y tengo que seguir. Esto no lo hago por mí sino por mi comunidad”, concluye Omar convencido.

SUMATE A REDES INVISIBLES

Omar necesita muchos apoyos. Podés ayudarlo sumándote como padrino para cubrir sus gastos diarios, como tutor en temas académicos, consiguiéndole un lugar para vivir o siendo un referente en Buenos Aires. Si estás interesado ponete en contacto con Martín de Dios, fundador de la ONG Lewet Wichi, al 54911-6045-3266 o visitá su página en Instagram: @lewet.wichi

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/vivir-dos-mundos-es-wichi-se-mudo-nid2268542

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