Mujeres de palabra florida

La politóloga Verónica Azpiroz Cleñan detalla situaciones cotidianas en donde los derechos de las mujeres mapuche son vulnerados y asegura que, pese a algunos logros, la sociedad argentina sigue “atravesada estructuralmente por el racismo”. Los desafíos para que un feminismo descolonial entre al debate político.


Foto: Daniela Liska

Una de los temas de agenda pública en la última década ha sido ‘género y diversidad sexual, violencia de género’ como problema público – no doméstico- y en torno a ese eje se están debatiendo principios como la igualdad, equidad, la libertad de elección de una preferencia sexual, etc.

La sociedad argentina, si bien tiene apertura a estos nuevos debates que ha instalado el movimiento global de mujeres, tiene una particularidad: está atravesada estructuralmente por el racismo. El feminismo decolonial aún no logra entrarle al debate político dentro de las estructuras partidarias y tampoco dentro de los movimientos sociales. La intersección ‘clase, género, etnia, lengua’ no es apropiada aún por la ciudadanía argentina.

El planteo que hacemos las mujeres mapuche, y de otros pueblos originarios, está basado en una tríada conformada por tres enfoques: derechos colectivos, derechos de las mujeres y derechos humanos. La plurinacionalidad hace base en esta tríada.

Las mujeres que pertenecemos a pueblos originarios tenemos derechos colectivos específicos: elegir la forma de casamiento según nuestras tradiciones: poligamia femenina o masculina o monogamia heterosexual, bisexual; poseer territorio comunitario; hablar nuestra lengua materna; acceder a la justicia ancestral para dirimir nuestros conflictos de género o intracomunitarios; celebrar nuestro ciclo vital según la tradición (katan kawin); ser atendida por machi (médicxs ancestrales) y utilizar los recursos terapéuticos que existen en el territorio; planificar nuestra vida sexual y reproductiva según nuestra propia concepción del ciclo vital y del ciclo lunar; registrar nuestros productos artísticos como autoría colectiva y ancestral; administrar nuestras semillas nativas y criollas; ejercer la práctica del buen morir y ritos mortuorios; realizar un parto, nacimiento y entierro de las placentas en territorios sagrado, entre otros.

Existen muchísimas situaciones cotidianas en donde esos derechos son vulnerados por el Estado colonial y por una sociedad racista que niega otras formas de vínculos entre lo femenino y lo masculino, otra concepción del tiempo y espacio, otros principios para relacionarnos entre hombres y mujeres, y todas las variaciones que hay entre estas dos sexualidades.

Las banderas del feminismo en Argentina han sido las mismas que en Europa: la igualdad, el antipatriarcado y la lucha contra el machismo. En este territorio, las mujeres originarias están atravesadas por otros principios que no vienen de la filosofía judeo-cristiana, sino que son made in AbyaYala. Vienen de una moreneidad profunda, con arrugas de abuelas, frente al fogón, desgranado maíz o pelando piñones.

Esos principios milenarios son: la complementariedad, la reciprocidad y la dualidad. La complementariedad entre lo femenino y masculino – es hasta fisiologicamente explicada. La reciprocidad temporal o atemporal y la dualidad de fuerzas distintas en una misma persona (intersexualidad- manflor) y en dos personas como un todo único.

Una de las reinvindicaciones de las mapuche, por ejemplo, es la poligamia femenina como forma de mantener y sostener el control territorial. Ese derecho a la poligamia no está legalizado en Argentina. Otra de las reinvindicaciones es acceder a la justicia ancestral para dirimir situaciones de violencia de género que llevan aparejado cuestiones relacionadas al acceso a la tierra. Ese mecanismo no es reconocido legalmente como una instancia de autonomía del pueblo mapuche para resolver sus problemas según su propia filosofía. Son judicializados por un mecanismo basado en el castigo y no en la reparación. Generan la profundización del problema.

Las mujeres chané, qom, pilagá como también nosotras, las mapuche, festejamos y celebramos la menarca de nuestras hijas. Hacemos fiesta a la fertilidad. Sin embargo en varios territorios indígenas estas celebraciones han sido penalizadas por denuncias realizadas por maestras ‘con buena intención’ que han querido intervenir en una práctica cultural. Han satanizado la práctica al entender que eso era violatorio del derecho a la educación, porque las niñas/mujeres faltan cuatro días o una semana a la escuela para celebrar su fertilidad. Esa disputa de sentido es una disputa de valores culturales que no pueden saldarse en la esfera judicial, sino en la esfera política y política de las mujeres todas.

La formación de las alteridades históricas dentro de la “nación argentina” se necesita poner en debate. Nuestra forma de entendimiento de los ciclos vitales queremos intercambiar con el feminismo argentino, y nuestra forma de abordar todas las violencias. La estructural, también.

Por eso nos abrimos paso con nuestro sentipensar. Hacemos nuestro el horizonte que marcó la querida Rita Segato: “Antes que feministas, plurales”. De no salir del autoritarismo interno feminista para entrar en una fase plural feminista, seguiremos reproduciendo que el único locus enunciador de la lucha de las mujeres es blanco. Lo ha teñido y determinado blanco la colonia.

A la nación mapuche, nación kechua, nación aymara, nación pilagá, nación chorote, nación wichí, nación chané, nación qom, nación lule-vilela, nación tapiete, nación mocoví y nación diagüita, la habita la palabra florida dicha por mujeres. El sentipensar se hace en ellas lengua antigua, sabia, poderosa. Nosotras te sembramos y te deseamos: plurinacionalidad.

Politóloga -Comunidad Mapuche Epu Lafken

Fuente: http://revistacitrica.com/-mujeres-de-palabra-florida.html

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