Estamos recibiendo audios a toda hora, desde distintos puntos de Bolivia: Cochabamba, El Alto, Senkata, La Paz… Traen gritos desesperados de mujeres, de comunidades que resisten con dignidad, bajo las balas asesinas de militares, policías, y de grupos fascistas armados por las oligarquías con el apoyo de los Trump, los Macris y Bolsonaros. Traen también voces que denuncian, voces que analizan, voces que organizan, voces que están en la resistencia. Se escuchan llantos que se rehacen en consignas. ¡Los pueblos unidos jamás serán vencidos!
El golpe de estado racista, fascista, patriarcal, colonial, capitalista, busca terminar con todas esas voces, acallarlas, borrarlas, hacerlas no audibles. El cerco comunicacional pretende aplastar y aislar la palabra del pueblo. La restauración conservadora, capitalista, va por el litio, va por la selva, va por los malos ejemplos.
Las voces siguen llegando. Se generan nuevos espacios de comunicación. Funcionan a mil las redes sociales y familiares, las radios comunitarias, los videos caseros hechos desde los celulares. Es desesperante escuchar las balas. Ver su recorrido atravesando la piel, invadiendo los cuerpos que se levantan de todas las humillaciones. Genera rabia, impotencia, indignación, bronca.
No se entiende entonces, que en medio de ese mar de voces rebeldes que le sacan la máscara al racismo asesino, que no se rinden, que no se entregan, que no se venden, empiece a sonar un murmullo ensordecedor, hecho de palabras escritas desde algunos espacios feministas, ambientalistas, unas que aseveran que no es un golpe, otras que dicen que tal vez si lo es, pero que en ese caso se trata de una acción de la derecha que pretende capitalizar un levantamiento popular, aprovechando el desastre provocado por Evo y su gobierno. Se dirigen y enfatizan las críticas, más que a los usurpadores violentos del gobierno, hacia el presidente derrocado. Se iguala a Evo con Camacho y Mesa, y se banaliza el golpe como si se tratara de una riña de gallos.
De golpe, sí, de golpe, toda la atención se distrae de los grupos fascistas que acicatearon las movilizaciones convocadas “en defensa de la democracia”, donde participaron entusiastas varias figuras que hoy escriben estas sinrazones. (Participaron de las marchas contra la reelección de Evo –en defensa de la democracia, dijeron-, pero no están ahora en las barricadas contra el fascismo). La atención se distrae de las acciones realizadas por el gobierno de EEUU, por la OEA, por el fascismo de los grupos parapoliciales de la juventud cruceñista, por la acción desestabilizadora promovida por la oligarquía boliviana comandada por Mesa y Camacho. La atención se distrae de las balas que matan al pueblo. La atención se distrae de las mujeres de polleras apaleadas, humilladas. La atención se distrae de la impunidad a los militares garantizada por la impostora que actúa como presidenta. El problema, dicen, es Evo, y el pueblo que cree en el caudillo.
No es el sentido de estas notas de urgencia discutir el machismo de Evo y de tantos líderes políticos de Nuestra América. Pero sí necesitamos decir que el feminismo popular, sabe distinguir entre las dificultades históricas de la cultura patriarcal de nuestros pueblos, y las políticas imperialistas y oligárquicas que nos golpean. Sabemos distinguir entre Salvador Allende y Pinochet, entre Hugo Chávez y Guaidós, entre Mel Zelaya y Micheletti, entre Lula y Bolsonaro. No hacerlo es ser indiferentes a los sentires y a las luchas de las mujeres y de los pueblos. Desde los feminismos populares, no legitimamos los gestos machistas que siembran la historia de las revoluciones ganadas y perdidas, pero esos gestos los discutimos en el medio de los procesos de cambio, y no con quienes nos están matando.
Mientras escuchamos la desesperación de quienes ponen el cuerpo en las calles, en las laptop se escriben sentencias políticas para el gobierno que –a pesar de todos los errores y debilidades que se puedan analizar- ha generado una experiencia plurinacional, de reconocimiento de los pueblos originarios y de su dignidad. Frente al golpe de estado, con participación militar y policial en su definición, responsabilizar al gobierno de Evo Morales del crimen, y dejar planteado incluso un enfoque que cuestione el carácter fascista, racista, patriarcal y colonial de quienes se hicieron del gobierno y del poder, es muy funcional a los intereses golpistas.
Cuando las mujeres de pollera dejen de sentirse y de estar amenazadas por las calles, cuando los y las jóvenes dejen de ser criminalizados y asesinadas, cuando los movimientos populares dejen de ser perseguidos, cuando se juzgue a los responsables de estas masacres y el pueblo recree desde abajo y colectivamente el poder popular, podremos analizar los límites de las experiencias que los pueblos vienen protagonizando en el Abya Yala.
Hoy nuestros cuerpos, nuestros sentimientos, nuestras fuerzas, están puestos en romper el bloqueo informativo, en tender puentes con la Resistencia indígena, campesina, feminista y popular, en acuerpar a cada compañera y a cada compañero herido/a, preso/a, amenazado/a, perseguido/a, lastimado/a. A quienes una y otra vez recibieron gases y balas, golpes y humillaciones.
Estamos con los perseguidos y perseguidas. Con las humilladas. Con la dignidad rebelde que sigue ocupando calles y cortando rutas. Y de ahí, no nos movemos. El fascismo no pasará.