Ni reforma ni revolución [*]

Por Héctor Cepol

Ellos lo saben: ¡vaya si lo saben! Ellos y los ultraparticipativos poderes concentrados que “deliberan y gobiernan”. Y lo saben porque son el motor: en Argentina tras las elecciones de 2015, y ya desde el shock inicial de las primarias, mostraron sus planes y los objetivos de un verdadero golpe de Estado. El primero pos-19 y 20 (algunos opositores lo redujeran a un cambio de régimen para no alentar respuestas alocadas). No solo ya lo habían admitido frente a sus pares empresarios: “Vamos a hacer con los votos el programa de las botas” (1), sino públicamente: “Nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno” [2] o, en buen romance, “Somos el más eficaz de los golpes”.

Y ahí también la increible serie de promesas incumplidas, un previo golpe electoral sobre sus propios votantes clasemedieros, la mitad de los cuales, solo la mitad, tardó cuatro atroces años en desencantarse. Pero con o sin promesas y chances, esta nueva derecha siguió y seguirá luchando por otro Nunca más, el único que les importaría instalar, el del regreso popular. Meta de los poderes concentrados, y hasta agrietamiento entre ellos mismos (porque los cuadernos de las coimas son una espada de Damocles sobre el propio macrismo o un juego a dos bandas del establishment tan interesados en liquidar al populismo como en hallar a alguien más confiable que Macri)

Ojalá nuestra resistencia civil junto con la construcción política (v. El frenteamplismo, p. 97ss) hagan su parte sobre los Fernández, algo potencialmente enorme que bien podría bastar para frenar a al derecha.

A diferencia de los 90 hoy no faltan alternativas institucionales a la colapsada democracia indirecta que nos entregara a los neoliberales. Acá están nuestros populismos sudamericanos, ciertamente en reflujo pero con las brasas vivas, que, disímiles y con aciertos y errores siguen siendo experiencias irremplazables y susceptibles de ser repuestas y mejoradas. Es más, océano de por medio, otra de esas alternativas es Podemos, el partido de los indignados españoles, también a medio camino y tampoco exento de dificultades porque la nueva cultura política acá y allá se las arregla con hombres y colectivos contingentes (y de ahí que prefiramos donde se pueda y cuando se pueda el frenteamplismo al colapsado formato partido para expresar la recurrente, la indoblegable autoconvocatoria). Pero uno de los fundadores, Juan Carlos Monedero, que tantas veces expresó su gratitud con la Sudamérica de principios de siglo, también ofrece esta mirada sobre el presente.

No debemos pensar en dictaduras como en los años 30 en Europa y 70 en América Latina, porque hoy ya no se necesita bombardear el Palacio de la Moneda: se da un golpe parlamentario a la presidenta como ocurrió con Dilma, donde el 60 por ciento de esos parlamentarios están en cursos por casos de corrupción. Hoy ya no se necesita cortarle las manos o fusilar a Víctor Jara para que no cante: basta con sacar de las grillas a los medios que cuentan cosas que no cuentan los demás, homogeneizando el discurso. El fascismo social se mueve bajo estructuras formalmente democráticas pero con un nivel de exclusión propio de regímenes autoritarios. No hay que pensar en las dictaduras como en la imagen de Pinochet con la capa y las gafas oscuras, pero el resultado de pérdida de derechos en todos los ámbitos a veces es similar.” [3])

Bien, ¿pero y entonces? Monedero, a todo esto, no es de los que insisten en perfeccionar la democracia representativa, porque sabe que desde el fin de la Segunda Guerra, es decir, desde la aparición de los modernos partidos políticos, la democracia indirecta no hizo más que alejarse de su declamada representación. Los pocos progresos, aceptados a regañadientes –presupuesto participativo, revitalización del referéndum y el plebiscito, audiencias públicas, revocatoria, etc.–, aunque en ocasiones adquirieran algún espesor, no reparan el colapso de sus vigas maestras que son el monopolio de la representación partidaria, el bipartidismo, la intermediación infiel, la gobernabilidad ajena al reclamo ciudadano.

En nuestras sociedades latinoamericanas –en vías de desarrollo y sociedades de control o más de control que disciplinarias–, habían venido perdiendo vigencia los golpes militares, sin duda un enorme paso cultural y político. Pero esto queda seriamente amenazado por el golpe militar boliviano y los encubiertos de Honduras y Brasil, sin mencionar que a la derecha le venía bastando manipular los resortes republicanos, jurídicos y mediáticos para construir el golpe blando. Y eso acá. En los países desarrollados, hasta la llegada de los chalecos amarillos sobró con la dormidera del aburguesamiento o la resignación para mantener el control. Al menos hasta que les asomen por allá los golpes blandos. O, perdón, más bien se profundicen, porque ¿qué es la UE bajo signo neoliberal sino un enorme golpe blando así como el Brexit un equivocado contragolpe de derecha?

¿Por qué las cosas toman este curso? Pues por una conjunción que por suerte se nos va develando a las mayorías: la conjunción entre la absoluta falta de límites de la codicia (que esa sí la conocemos lunga) y la impotencia cuando no la complicidad de la democracia representativa para controlar esa violencia, que precisamente es lo que vamos descubriendo. O sea, la imposibilidad que sean suficientes las instituciones representativas, al ser permeables a la corrupción y la discrecionalidad, o incluso a que las depure una violencia revolucionaria, que en todo caso nunca llega ser más democrática que el partido único.

Es la tragedia de la democracia indirecta que contra toda evidencia algunos ven perfectible y definen como la única alternativa, y otros aun la creen reemplazable por la democracia directa. Que a propósito, Rousseau, su principal defensor, la definía como la única que merecía ser llamada democracia, solo que por desgracia no es para este mundo, agregaba, algo que también lo volvía su mayor sepulturero [4]. Claro, más que abjurar de la democracia abjuraba de las formas químicamente puras. Pero el resto, no…, no era democracia.

Una tragedia que vuelve a recordarnos, sin embargo, que de los grandes laberintos se sale por arriba. Ya en el siglo XX se empezó a vislumbrar como alternativa los esquemas semidirectos. Formas que prtenden retener la fortaleza de las otras y descartan sus debilidades, o que aunan una variedad de mecanismos directos que refrescan la institucionalidad pero conservan la representación, el parlamentarismo y la división de poderes que aseguran organicidad y consistencia.

No existe todavía un país que lo aplique por entero. Ni siquiera Bolivia que, sin duda es el que llegó más lejos (con resultados espectaculares pese a sus no pocas contradicciones y su desdichado golpe). Pero hablamos de un impulso modelador que está forzando modificaciones en los sistemas electorales en todos lados introduciendo la representación no exclusivamente partidaria y los cupos por minorías sociales, así como espacios para las instituciones comunitarias de la población indígena, mecanismos de revocatoria (de presidente para abajo), debate sobre el financiamiento político, mayores autonomías, accountabilitys, audiencias públicas, tribunas ciudadanas o populares en las legislaturas, hasta presionando porque se exprese el voto en blanco, los anulados y el ausentismo a través de bancas vacías, o democratizando el poder judicial vinculándolo al voto popular, defensorías del pueblo electivas, mesas barriales o espacios permanentes de reunión vecino-Estado en las zonas socialmente más vulnerables de las ciudades, el rediseño de mecánicas directas hasta ahora demasiado condicionadas como el plebiscito, la petición popular y el referéndum, o la misma iniciativa legislativa popular (que hace década y media liquidó la corrida de toros en Cataluña, y en la ultracatólica Irlanda atragantó a los obispos con el matrimonio gay y la legalización del aborto); nuevos dispositivos como el presupuesto participativo –nacido en Barcelona allá por los 80–, las juntas participativas de salud, los controles ciudadanos organizados para evitar siniestros, las asambleas temáticas autoconvocadas, las comunas barriales en manos de vecinos como las que gobiernan Montevideo desde 1995 (y allí seguirán pese a la ajustada derrota del FA pero gracias a triunfar en esta ciudad), los monitoreos con participación social en actividades empresariales críticas, los debates nacionales de proyectos de leyes (que se discuten y moldean asambleariamente para luego alcanzar el Congreso), o el desarrollo de proyectos autogestivos a lo largo y ancho del país que generan participación y lazo social.

Es decir, lo que con todas sus convulsiones el sistema-mundo tiene en fase no solo de diseño sino de experimentación es ni más ni menos que una democracia participativa y “de este mundo”. Aunque el establishment le reste toda importancia. No sabemos si Rousseau se entusiasmaría pero sí que es una democracia de carne y hueso como las plurinacionales o los dispositivos parciales en varios países, todas formas en rigor flexibles y variables dada la variedad de escenarios, aunque adecuadas a sociedades interesadas en manejar su destino y darse nuevas normas. Normas no heteronómicas, las únicas aceptables en comunidades libres.

O que apuntan a ser libres, no tanto por revolución ni por evolución, sino por revulsión. O sea, no por revoluciones armadas ni lampedusismos a la carta, sino por una efervescencia, una inédita dinámica de autoconvocatoria tanto callejera como de una red creciente de organizaciones sociales y, cuando es necesario, de puebladas y megapuebladas. Algo que, en el mundo y no solo en Sudamérica, se puso en marcha y ya no paró desde el Caracazo de 1989. Y que si tiene destino deberá seguir acompasándose forzosamente con lo estatal porque es vital que conforme una suerte de pinza para rediseñar las reglas de juego, y al mismo tiempo custodiarlas con participación dada la contingencia de cualquier estructura oficial o social.

Pero sin revolución militarizante ni reformismo engañoso, con revulsión participativa, con autoconvocatoria, …o con revolución si se prefiere llamar así a la revulsión finalmente institucional, y solo finalmente porque como dice Fierro: para hacer bien el trabajo/el fuego pa calentar,/debe ir siempre desde abajo.

Notas:

1 La confesión, Horacio Verbitsky: pagina12.com.ar/diario/elpais/1-307961-2016-08-28.html

2 Nicolás Dujovne: “Nunca…: infobae.com/economia/2018/11/14/nicolas-dujovne-nunca-se-hizo-un-ajuste-de-esta-magnitud-sin-que-caiga-el-gobierno

3 “Hay fascismo social”, Juan Carlos Monedero: pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-309118-2016-09-11.html

4 Contrato social, libro III, cap. IV.

[*] Adelanto del “Mataburros Neoliberal: apéndice del siglo XXI”, de descarga libre en: http://mercadosolidariorosario.com.ar/#!/-bienvenido/

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