La otra cara de la pandemia: represión y muerte en la cárcel

En la silenciosa siesta de cuarentena ese martes 21 de abril 2020 en la cárcel (Unidad N°1) de Corrientes se escucharon ráfagas largas de disparos y gritos de auxilio. Unos minutos de la tranquilidad forzada, la avenida 3 de abril vallada por la policía y las sirenas de veloces camionetas de las fuerzas especiales. Afuera familiares de los hombres privados de su libertad, queriendo saber qué pasaba. A uno de los ellos, llamado José María Candia, de 22 años, lo sacaron muerto tendido sobre una plancha de acero y tapado con un escudo rojo. No lo mató el coronavirus sino un penitenciario de tres balazos de plomo.

Estaba en recreo el pabellón 10, haciendo un picadito de fútbol. La pelota esquiva se sale del patio y -bajo la mirada de celadores que rondaban por ahí- un preso se trepa a una reja interna (no da a la calle) para rescatarla. El penitenciario garitero dispara con su escopeta. Gritos, reclamos, protestas.

Una pausa en la represión, luego todo es confusión. No se sabe cómo de repente surge este “conflicto” entre los pabellones 9 y 10, razón por la que irrumpen violentamente todos los grupos especiales prestos a reprimir primero en ese sector avanzando luego a los otros pabellones (algunos de ellos, distantes del lugar donde se jugaba al fútbol). Ingreso arrollador, a las patadas, a los gritos, a los golpes, con escopetas, con tonfas, con cuchillos. Y en esas incursiones, matan a Jose Candia en el pabellón 6. Lo mató la cárcel a José…la cárcel, el sistema penal, los operadores de la (in)justicia, el servicio penitenciario y la sociedad correntina que con la idea de que “por algo están presos” justifica los asesinatos y la represión.

La represión dio como resultado 1 muerto, 6 heridos que fueron y volvieron del hospital y otros 36 atendidos en (in)sanidad del penal. Las fuerzas penitenciarias asesinaron a José María. “Mi hijo estaba pagando por lo que hizo, en la cárcel iba a la escuela y trabajaba”, dijo ayer Erika, su mamá.

El lunes se presentó un planteo formal del Comité contra la Tortura en el Superior Tribunal de Justicia de Corrientes para que convoque a la titular del juzgado de ejecución de condena con el objetivo de abocarse al análisis de los pedidos que aguardaban desde el 20 de marzo respuesta urgente. El martes a la mañana funcionarios del ministerio de seguridad comunicaron a los delegados de los pabellón, pero por falta de cooperación del subsecretario de Gobierno, Luis Bravo, la reunión se frustró y la población determinó continuar con la huelga de hambre como medida de fuerza. Esa misma siesta, comenzó la represión en el penal. Bravo fue también el martes a la noche aseguró por radio que José María Candía fue asesinado por otros presos en una emboscada. ¡Mentira!

Más de 400 presos se hallaban en huelga de hambre pacífica en reclamo de respuestas a pedidos de libertades anticipadas y arrestos domiciliarios, medidas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para desacelerar la posibilidad de un foco de alta transmisibilidad de coronavirus en lugares de encierro. Los reclamos se apuraron con la detección de un caso positivo de covid-19 en un agente penitenciario que trabaja en la Unidad y que puso de manifiesto la situación de vulnerabilidad crítica de las personas privadas de su libertad. Aislados desde antes de la cuarentena, ahora viven con incertidumbre entre muros, entre el hacinamiento y la mugre. Ni siquiera les han hecho los test a toda la población (menos del 10% de los presos fueron sometidos a los hisopados). Además, recordemos que esta unidad tiene una sobrepoblación del 40% con 670 presos viviendo hacinados y en pésimas condiciones higiénico-sanitarias.

¿Nos damos cuenta de que en definitiva se trata de la desconfianza en el otro? ¿Que con el argumento de la “salud pública” se encubre un discurso que avala la violencia contra el desobediente?

EL VIRUS Y LXS OTRXS

La opresión de clase atraviesa todas las categorías posibles. El virus puede infectar a un pobre, a un rico, a vos. El asunto es la escala de valores en la que se coloca a cada uno en relación al lugar que ocupa en la sociedad.  Recordemos el bloqueo al barrio San Marcos el viernes 10 de abril tras diagnosticarse covid-19 positivo a una de sus vecinas, enfermera que trabajaba en una clínica de Chaco. Las calles fueron cerradas con terraplenes de tierra, como dos semanas Capitanich lo había hecho en el sur de Resistencia. Incluso el presidente –en su última conferencia- habló de una “cuarenta comunitaria” para referirse a barrios, villas y asentamientos del conurbano bonaerense ceñidos como anillos por gendarmería y prefectura.

El domingo de pascua, al tercer día del bloqueo en el San Marcos, un grupo de vecinxs se constituyeron en asamblea y decidieron luchar para que se levanten los terraplenes en las calles que impedían el acceso y salida de vehículos a la avenida Maipú. Otrxs, que fueron encerrados por retenes policiales pero no recibieron asistencia de “módulos alimentarios”, cortaron la esquina de Patagonia y La Paz, en el otro extremo del triángulo isósceles que sin consultar a sus habitante el gobierno decidió guetificar. Lxs vecinos del San Marcos vencieron, no sólo a la violencia del Estado sino a la discriminación social, este nuevo diferenciador que separa infectados y “gente sana”, reafirmando viejas divisiones: a los infectados de los edificios del Cambá Cuá ni vallas les pusieron. ¿Hace falta recordar que el virus llegó en avión desde Europa y Estados Unidos?

La cara tapada aterraba: solía ser un símbolo de rebeldía, de rechazo al individualismo, de negación al imperativo estatal de una identidad definida y estable. La pandemia de coronavirus y la salida gubernamental han invertido esto: el que no anda cubierto -con barbijos, pañuelos o tapabocas- es el anormal, el ilegal, el delincuente, el infectado. No es la única reversión: la masa, la multitud, los cuerpos reunidos y marchando en las calles, una forma de contrapoder que hoy representa el peligro, atemoriza aún cuando sólo sea un amontonamiento para intentar cobrar un mísero plan social. Y no es que después del aislamiento (si es que lo hay) todo volverá a ser como antes. No funciona así, el trauma social que cargará esta experiencia inaudita en la historia nos impone preguntas, desafíos: ¿Habrá que buscar otra estrategia, ensayar formas de lucha, reinventar la resistencia?

Si algo caracteriza al Estado es el imperativo de concentración de poder (su cualidad centrípeta). Basta recordar que hace 100, 150 años -dependiendo del lugar- la “seguridad social” no era un aspecto de incumbencia estatal, había toda una serie de instituciones no gubernamentales dedicadas al cuidado de las personas vulnerables. ¿Por qué desaparecieron o fueron deglutidas por el Estado? Una pregunta aplicable a las organizaciones sociales piqueteras que tras unos 20 años de ensayar la autonomía terminaron institucionalizadas, burocratizadas y en alianza con la iglesia católica. Coincidencia: a ambas el Estado les fue sacando su rol de intermediarias.

Parece un sinsentido el miedo al virus cuando lo que te mata es el Estado represor. El eslogan dice que el virus no distingue raza, género o clase. Y no, es el Estado el que se encarga de marcar esta diferencia: no es lo mismo ser el dueño de una red de farmacias -el caso nº 3 de Corrientes- que una enfermera que vive en un barrio popular, o peor aún, un preso de la Unidad Penal N°1. Y eso es porque no somos iguales, lo sabés y el Estado también, por eso bloquea y militariza barrios y opta por montar un hospital de campaña en la cárcel antes de liberar a una persona cuya vida corre riesgo. La pandemia y la cuarentena han cambiado muchas cosas, y es inevitable que nuestra mirada del mundo se vea afectada una vez que termine, pero cuando podamos volver a la normalidad, los viejos problemas estarán ahí: el otrx seguirá ahí, nos mirará y tal vez no tenga la cara tapada.


Fuente: http://caratapada.com/la-otra-cara-de-la-pandemia-represion-y-muerte-en-la-carcel/

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