Lhaka, la textil wichi que se adapta a la pandemia cosiendo miles de barbijos

La cuarentena fue un golpe, pero encontraron la forma de retomar la producción.

La demanda de barbijos crece en la textil Lhaka.

10/05/2020

“Taller textil comunidad San Ignacio de Loyola. Se puede”. El mensaje se lee en las paredes internas de un galpón rodeado de monte y silencio ubicado en Hickmann, Embarcación, cerca de la frontera con Bolivia y Paraguay. Allí, al resguardo de temperaturas que habitualmente superan los 45 grados, funciona una fábrica de indumentaria que emplea a 30 personas y se comercializa con la etiqueta Lhaka, prenda wichi. En marzo el régimen de aislamiento social obligatorio decretado por el gobierno ante la pandemia del coronavirus supuso un golpe para esta pequeña cooperativa de trabajo, un oasis en la región más postergada de la Argentina, donde el trabajo formal no existe, el acceso al agua potable es una quimera y la exclusión social de indígenas y campesinos alcanza niveles alarmantes. Pero un mes después encontraron la salida para volver a encender las máquinas, producir y ayudar.

El primer encargo que recibió Lhaka (“nuestro” en wichi) son barbijos. Tienen que hacer 1.000 por semana. Antes de empezar a coser los cortan sobre paños de algodón y viscosa con licra. Los primeros fueron para empleados Edesa y las tandas siguientes alimentarán una demanda creciente: en buena parte del país el uso ya es obligatorio para la población en general. En esta etapa también coserán 8.000 prendas diversas a pedido de una cadena de hipermercados y una tienda grande del noroeste del país.

Para conservar buena distancia entre las máquinas de coser de la pequeña planta productiva y cumplir con las pautas de higiene y desinfección que piden las autoridades sanitarias decidieron repartir el trabajo en tres turnos diarios. Fuera de la fábrica, el aislamiento se cumple en toda la comunidad de Loyola, ubicada a 14 km de Hickmann y a 80 kilómetros de la ciudad más cercana: Embarcación. El cacique Dino Salas lleva el registro diario de ingresos, egresos y posible mapa de contactos riesgosos en esta aldea de 130 familias, por el momento libre de COVID-19.

Salir del asistencialismo

Lhaka produce ropa femenina casual, urbana y también elegante, sin el color local típico de los diseños artesanales indígenas. El objetivo de la empresa no es identitario sino económico; que la cooperativa se sostenga como fuente de trabajo para las próximas generaciones, en una zona históricamente hundida en el abandono. Catalina Rojas, una trabajadora social de 37 años que coordina el trabajo, dice: “Más que un proyecto romántico, nos propusimos hacer algo real, que aportara una solución concreta. Producimos lo que pide el cliente, el mercado. Si un día nos piden cosas con más brillo porque está de moda, las hacemos. Es así como logramos ser sustentables y evitamos depender de intermediarios que nos ayuden a vender por una cuestión de caridad o asistencial”.

Antes de avanzar con este proyecto productivo Rojas estudió la cruda realidad social de la comunidad, un cuadro de malnutrición, enfermedades asociadas a la falta de higiene, problemas de atención temprana de la salud y una gran necesidad de trabajo. Para abordar esto último tuvieron varias ideas. Primero hicieron una fábrica de bloques para la construcción, pero no era sencillo para las mujeres y el agobiante clima también jugaba en contra. Después intentaron vender artesanías, pero no era sustentable: requería siempre de una organización que los financiara. Así llegaron a la textil, que tuvo una inversión inicial baja, permite integrar a mujeres y hombres, jóvenes y mayores, y resulta rentable.

El impulso inicial lo dio Aldo Navilli, un ejecutivo de la empresa Molino Cañuelas que conocía a Rojas e inicialmente financió el cien por ciento de la materia prima de Lhaka. Hoy estas prendas llegan a las góndolas en hipermercados y tiendas del país (compiten con talleres textiles de Buenos Aires) y también a locales chicos de algunas capitales. Una vez al año, el 5 de septiembre, celebran la “fiesta del trabajo y la dignidad wichi”, a la que asisten visitantes de Tartagal, Ballivián, Embarcación y otras ciudades cercanas. Comparten comida y bebida, y las costureras wichis desfilan como modelos de sus propios diseños, que luego se venden.

La empresa cumple un rol social clave en una comunidad que vive al margen de toda producción. Los wichis suelen sobrevivir de la pesca, la caza y la recolección; los criollos que habitan la misma zona producen ganadería a pequeña escala, y todos dependen de ayudas estatales. Una rutina fabril es toda una novedad en una zona donde jóvenes y mayores padecen la falta de educación, de empleo y de oportunidades para valerse por sí mismos. “Todo el tiempo otros caciques nos llaman y nos dicen: ‘Nosotros también sabemos trabajar. Nosotros también podemos trabajar’. Quieren tener una moto para venir a trabajar acá o incluso mudarse”, dice Rojas. “Nos gustaría que esto fuera replicable en otras comunidades. Si consiguiéramos algunas exenciones impositivas, por ejemplo, sería más fácil, tendríamos más margen. Pero con esta prueba piloto nosotros hemos demostrado que se puede. Hay muchas formas de trabajar y esta es una”.

Una salida para una comunidad que arrastra las consecuencias de la desigualdad en la educación

La enseñanza intercultural bilingüe sigue siendo un derecho pendiente.

La textil surgió como oportunidad para los habitantes de la zona.

Afuera del galpón de la textil Lhaka solo se oye algún pájaro y alguna gallina. También la voz muy baja de Sebastián y Marcos, de ocho años, que juegan mientras esperan que sus madres y abuelas salgan de trabajar en la cooperativa. Bajo un cielo de resolana, el calor es intenso y las gotas de sudor les bajan de la cabeza a las mejillas y el cuello mientras se agachan a levantar algo del suelo y tirarlo cada vez más lejos, se levantan y dan patadas al aire.

¿Qué están apedreando?, les pregunta Dora Fernández, una maestra bilingüe wichi de Embarcación, que también espera afuera de la cooperativa.

Estamos apedreando esta fruta.

Bueno, pero esto también se come. Es una fruta del monte. Es el maracuyá les enseña Dora. Todo el diálogo se da en wichi, la lengua materna de los tres.

Fernández es especialista en wichi y también en jugar con chicos, enseñarles canciones, danzas, leyendas y dramatizaciones teatrales. Es maestra. Su objetivo es mantener vivo el aprendizaje y el valor de esta cultura del noreste salteño, y contribuir a preservar la lengua materna. “Nosotros la hablamos, pero no la escribimos. Porque no la enseña en las escuelas. Esa es mi lucha”, dice.

Hasta que irrumpió la pandemia, cada sábado Dora reunía de manera informal a unos 180 chicos de entre dos y 17 años de Embarcación, en un predio al aire libre, para enseñarles wichi. “Lo hago hace cuatro años y a pulmón. También preparo comida, para que los niños no anden con la panza vacía”, dice. No cuenta con un lugar techado para su actividad ni con ayuda para adquirir material didáctico.

Salta es la provincia argentina con mayor diversidad cultural y su extremo nordeste, la región chaqueña, lo es más. La ley nacional de educación de 2006 incorporó la modalidad de Educación Intercultural Bilingüe (EIB). Pero su implementación aún resulta “incompleta, poco clara y desigual entre jurisdicciones y así este derecho continúa sin estar garantizado debidamente y conforme a los estándares jurídicos de Derechos Humanos”. Así surge del informe especial “A medias tintas. Otro derecho constitucional en espera”, publicado hace un año por el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (Endepa). El documento subraya que la desigualdad en el acceso a la educación de niños, niñas y adolescentes indígenas respecto del resto de la población argentina es “alarmante”.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2020-5-10-0-16-0-lhaka-la-textil-wichi-que-se-adapta-a-la-pandemia-cosiendo-miles-de-barbijos

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