Megacausa Campo de Mayo: “Le pusieron una pistola en la cabeza a mi bebé”

Lo contó Roberto Antonio Iturrieta, testigo en el tramo de la megacausa Campo de Mayo que se celebra los miércoles. Iturrieta fue secuestrado el 17 de agosto de 1976 y posteriormente liberado. En la audiencia también declararon Gabriel Reig, Silvia Di Segni e Hilda Calvo. También testificaron la hermana y la compañera de José Varela, un soldado desaparecido el 20 de julio de 1976.

Redacción y crónica de las audiencias: Diego Adur. Edición: Pedro Ramírez Otero. Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes).

A Roberto Iturrieta lo secuestraron hace exactamente 44 años, el 17 de agosto de 1976, en el departamento donde vivía con su esposa, ubicado en la intersección de las calles Sucre y Moldes, del barrio porteño de Belgrano.

El testigo realizó su relato de manera cronológica. Contó a qué se dedicaba cuándo lo secuestraron. Los interrogatorios y torturas a las que fue sometido y su posterior liberación.

Antes del operativo, a Roberto lo echaron del colegio donde trabajaba como preceptor, la Escuela Técnica N° 12 DE 1 Libertador Gral. José de San Martín: “Fue por cuestiones políticas. Yo controlaba que las tomas del colegio sean pacíficas, que los chicos no fumaran, no se emborracharan ni quemaran nada. El director del ENET me pidió la lista de los delegados de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). No quise dársela y me despidieron”, relató.

Cuando se produjo el secuestro, recordó, le robaron la plata de la indemnización, además de unos dólares que tenía en la casa. También amenazaron con matar a su hijo: “le pusieron una pistola en la cabeza al bebé”. A partir de ese hecho, Iturrieta reconoció: “Me porté muy sumisamente”.

Lo subieron a una camioneta, esposado, y lo llevaron a Campo de Mayo. Durante el interrogatorio lo golpearon y torturaron con picana eléctrica. Él trabajaba en un edificio que la Armada Argentina tenía en Av. Del Libertador y Laprida, en Vicente López. “Me preguntaban por Jorge Rubino, compañero de trabajo en la Armada y también por Carlos Gudano”. Jorge Rubino era oficial montonero de zona norte. “Carlos Alberto Gudano era el contacto con el ERP”, explicó. Fue secuestrado el mismo día que Roberto y permanece desaparecido. “Vos estás defendiendo gente que ya no existe”, le dijeron los torturadores dándole a entender que hablara porque otros ya habían hablado de él. Iturrieta no sabía nada.

Sobre el lugar donde estuvo secuestrado durante dos o tres días, según sus recuerdos, —después supo que fue un día— dijo estar seguro que era un sitio “al campo abierto. Había aroma a pasto y el viento soplaba libremente” y tuvo muchísimo frío todo el tiempo: “Me habían avisado que íbamos a un lugar muy frío. Me llevé un abrigo que tenía y al subir a la camioneta me lo sacaron. Quedé en camisa. Temblaba de frío, como si tuviera hipotermia”, describió.

También declaró haber escuchado ladridos de perros, aviones y camionetas. Cuando logró correrse la venda de los ojos pudo ver que el edificio que había en el lugar tenía techo de loza.

Cuando la fiscal Gabriela Sosti le preguntó si había escuchado algún apodo, el testigo recordó una situación en la que, después de ser torturado, comenzó a rezar, orando en voz baja. Los secuestradores le gritaron “puteá más fuerte pelado, ahora vas a cantar”, a lo que el testigo respondió: “No estoy puteando muchachos, estoy rezando”. “Cómo le vas a decir muchacho, este es el Mayor”, le retrucaron los militares. Cuando lo picanearon después de eso, Iturrieta aseguró que no sintió nada: “Los torturadores estaban sorprendidos y pensaron que el aparato no andaba. Es más, uno se lo probó al otro y discutieron. Para mí fue un milagro”, expresó.

A Roberto lo liberaron en José León Suarez. Casi sin ver, logró tomarse el 314 hacia su casa. “Cuando volví al trabajo, el capitán Aníbal Garbini, nuestro jefe, dijo que sabía lo que nos había pasado a mí y a otro compañero chupado. Me dieron licencia psiquiátrica. Yo pedí volver a trabajar. Garbini le había dicho a mis compañeros que no hablaran conmigo. Estaba aislado”, contó.

Gabriel Reig declaró por el secuestro de su madre, Flora Celia Pasatir, y el esposo de ella, Gastón Robles. El secuestro sucedió el 5 de abril de 1976 en City Bell, La Plata. Flora —quien al momento del secuestro estaba embarazada de 6 meses— y Gastón estuvieron en Campo de Mayo.

Gabriel Reig, hijo de Flora Celia Pasatir.

Reig estuvo exiliado en Venezuela. “Siempre signado por la ausencia inexplicable de mis seres más queridos. Mataron a mis padres y mataron un pedazo de nosotros”, dijo.

Volvió a vivir a la Argentina después de 30 años para reconstruir la relación con su hermana Raquel y su hermano Mariano Robles, quienes estuvieron presentes durante el operativo de secuestro de sus padres. “Con la muerte de mi madre murió algo muy importante dentro mío”, aseguró.

También declararon Silvia Di Segni e Hilda Calvo.

Hilda Beatriz Calvo, esposa de Roberto Iturrieta.

En la audiencia siguiente, del miércoles 12 de agosto, declararon la hermana y la compañera de José Varela, ‘Manolo’, apodo que usaba su familia o ‘Chicho’, como le decían sus compañeros de militancia. Varela fue soldado conscripto en la Agrupación N° 2 del Batallón de Comunicaciones de Campo de Mayo y su desaparición se produjo el 20 de julio de 1976.

En primer turno, declaró la hermana de José, Cristina Isabel Varela que compartió en la sala virtual la admiración que sentía por su hermano: “Era un alumno muy destacado, sobresaliente. Le encantaban las matemáticas, leía todo lo que caía en su mano, amaba escribir y jugaba muy bien al ajedrez”, comentó.

Cristina Isabel Varela, hermana de José Varela,

José comenzó la conscripción militar el 28 de febrero de 1976. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), además de en el centro de estudiantes de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), donde estudiaba Ingeniería Electrónica.

El 10 julio de 1976 le dieron 10 días de licencia para estar en su casa. El 20 de julio se reintegró a su unidad militar. Un día después, un tal sargento Espinoza se presentó en la casa de los Varela casa para informar que José faltaba en el cuartel: “Cuando mis padres fueron a preguntar por él a Campo de Mayo, nos dijeron que fue designado a un taller mecánico próximo a la Puerta 4 dentro del batallón y que no había vuelto. A los 5 días que nos lo informaron, lo declararon desertor. Lo extraño es que mi hermano no sabía manejar”, declaró.

La testigo describió el “camino interminable de la búsqueda” que atravesó su familia, con viajes incontables a Campo de Mayo para “rogar un dato de dónde pudiera estar”. Preguntaron a distintos curas de la Iglesia Católica, hicieron denuncias en la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, el CELS y la CONADEP, pero nunca supieron nada más de la “salida en comisión”, la historia que los militares les contaron. Con el tiempo, la familia Varela se enteró que “más de un centenar de soldados conscriptos fueron desaparecidos” y que de todos ellos inventaron historias similares.

Durante la búsqueda, José Varela padre, se entrevistó con el sargento Espinoza que había ido a buscarlo el día de su desaparición. “Dijo que si hubiera sabido que mi hermano era zurdo no lo hubiera dejado entrar en su casa”, señaló Cristina.

Dos años después, un joven llamó a la casa de los Varela y le dijo a la mamá de José que había estado detenido con su hijo. “Nos dijo que iba a volver a llamar con más información y nunca más lo hizo. Llamaba desde Villa Insuperable (La Matanza)”, relató.

La ilusión de la familia por dar con José rebrotó cuando un vecino, que tenía un conocido militar, le dijo al papá de la testigo que Varela estaba detenido en la cárcel de Batán. “No saben la ilusión con la que mi papá se dirigió hacia allí. Fue la última vez que hubo una luz de esperanza en mi familia. Fue la primera y última vez que lo vi llorar a mi papá. Es la imagen más fuerte que tengo en mi vida. Mi papá falleció a los 5 años de la desaparición de mi hermano. Mi mamá, rota, siguió buscando las explicaciones que la sociedad le debe. Hoy mi mamá tiene 93 años y, como todos nosotros, sigue esperando una respuesta”, expresó Cristina.

Años atrás, en un acto de reparación para familiares de las víctimas, el Estado argentino reconoció que José Varela fue secuestrado y desaparecido, y que no es un desertor del Ejército.

Durante su exhaustiva búsqueda, el padre y la madre de la testigo se entrevistaron varias veces con Carlos Alberto Sosa Ibarra, 2° Jefe de Comunicaciones, quien había firmado la nota por la deserción de José en el año 1977.

José Varela forma parte de los 14 desaparecidos que estudiaban en la UTN. Entre ellos hay también 2 íntimos amigos de Varela: Marcos Beovic, quien había cursado la secundaria con José; y José ‘El Negro’ Mendoza. A Beovic lo secuestraron desde su casa el 3 de diciembre de 1976. A Mendoza, el 17 de septiembre del mismo año.

En su cierre, Cristina expresó el dolor que atravesó en su vida por la desaparición de su hermano y que hoy continúa vigente: “Mi familia fue destruida por un grupo de genocidas alienados. No pretendo que entiendan el calvario que se sufre por esperar una noticia, por las ausencias en los aniversarios y en la mesa todos los días. La desaparición es una herida abierta, no cierra nunca. Está en carne viva. Hoy estoy acá para reclamar lo mismo que reclamaron mis padres hace 43 años, qué pasó con mi hermano. Le pido al Tribunal que nos ayude en la búsqueda de la verdad. Pido justicia para él y castigo para los autores, los encubridores e instigadores, todo aquel que fue partícipe en su desaparición”, concluyó su declaración la testigo.

Luego fue el turno de María Inés Monzani, la novia de José Varela. La pareja se conoció en un bar, cuando la testigo estaba iniciando su militancia política. “Tenía una inteligencia impresionante y una sensibilidad enorme. Lo conocí como Chicho. Militaba en el PRT y en la UTN. Amaba profundamente la vida”, narró María Inés.

María Inés Monzani, novia de José Varela.

Monzani contó que José estuvo con ella el 16 de julio, durante la licencia de 10 días que le habían otorgado. Ese día era el cumpleaños de la testigo: “El último tiempo él estaba muy preocupado porque había desaparecido un compañero, ‘el Gordo’, a fines de junio. Se sentía asustado porque había un clima de inquietud en Campo de Mayo”, recordó.

Surgen muchas cosas impactantes en las declaraciones testimoniales de familiares de las víctimas de crímenes de lesa humanidad. Para muchos y muchas de ellas es una manera de calmar ese dolor infinito que acompaña siempre a lo largo de sus vidas. María Inés había guardado durante 44 años las cartas que José le envió desde Campo de Mayo. Nunca pudo leerlas y hace unos días, en ocasión de brindar su declaración para buscar justicia por su compañero, las leyó. Eso también es parte de la reparación que se produce en los y las testigos al momento de brindar su declaración, para mantener viva la memoria de las personas desaparecidas, buscar la verdad de lo que les pasó y exigir justicia.

Antes de terminar su testimonio, Monzoni habló de la pasión y el amor que había en su pareja: “Era como si nos hubiésemos esperado toda la vida. Encajamos perfecto. Compartíamos todo y pasábamos muchísimo tiempo juntos. Nunca más volví a amar a nadie como a José. Parte de mí se fue con él. Nunca más pude volver a querer a alguien sin miedo a perderlo. Estoy acá por todo eso que le hicieron a él y por esa promesa mía de esperarlo”, cerró.


Fuente: http://www.laretaguardia.com.ar/2020/08/le-pusieron-una-pistola-en-la-cabeza-mi.html

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