Shotaina’, el grito de cinco jóvenes qom en Santa Fe

Son de barrio Santo Domingo. Resisten en la miseria y la postergación. Aprendieron a leer, escribieron un libro bilingüe y con la plata de la venta construyen sus casas sustentables.

Ariel. Uno de los cinco jóvenes Qom que levantan su casa con técnicas de bioconstrucción. Crédito: Pablo Aguirre

Es la siesta más calurosa de la segunda mitad del año este septiembre primaveral, seco y pandémico. El remís parte del centro de la ciudad, atraviesa Blas Parera por detrás del Hipódromo y amenaza destartalarse en su avance lento por calles de tierra llenas de pozos que impiden pisar el acelerador. El polvaderal entra por la ventanilla baja que impone la medida sanitaria y se impregna al tapabocas. El Corsa verde fluor se pierde en un laberinto de callejones que no figuran en el mapa de Google. Es el postergado cordón noroeste de la ciudad de Santa Fe, atrás del hipódromo de las Flores, contra el reservorio pluvial, la circunvalación oeste y la defensa costera del río Salado. Lo que no abunda son flores. Ni sombra.

Ariel Benítez, Cristian Gonzáles, Iván Lorenzo, Juan Yorqui y Agustín Gómez. Son apenas cinco de los nombres que nunca aparecen en los índices de pobreza, marginación y exclusión social. Tampoco sus rostros de tez como la tierra. No tienen agua potable, cloacas, gas, veredas, zanjas, iluminación, ni ningún otro servicio. Ni siquiera tienen calle. Viven en ranchos de chapas oxidadas montados sobre un campito sin nombre rodeados de basura y cavas ladrilleras en barrio Santo Domingo. Son cinco de los jóvenes de la comunidad aborigen Qom, a los que el hombre blanco designó tobas. Y en su lengua madre dicen shotaina’: estoy aquí. Hasta ellos llegó el remís.

La casita de Pepe

Shotaina’ decidieron nombrar al libro bilingüe que escribieron juntos cuando aprendieron a leer y escribir en “La casita de Pepe”, donde funciona el Centro de Alfabetización de Adultos de la provincia (CAEBA). Sin saberlo estaban perpetuándose en el tiempo. “Fue el libro que nos cambió la vida”, asegura su maestro, Andrés Cettour. Fueron dos años de trabajo en los que les enseñó a plasmar sus historias y sueños en relatos escritos en su lengua madre y en castellano. “El árbol es el guardián del perfume”, escribieron entonces una cálida tarde de noviembre de 2018. “Soñamos ser un árbol antiguo lleno de hojas y de historias. Un árbol grande con hojas verdes y flores celestes y lilas. Flores tan bellas y perfumadas de ésas capaces de sostener olores muy fuertes y firmes enlazados a la memoria de nuestras raíces por cientos de años”.

Artesana. Las mujeres Qom trabajan las hojas y los hombres, la greda. Foto: Pablo Aguirre

“Este es un territorio muy humilde pero a la vez muy potente”, dice Andrés, “porque cuando uno entra ve los ranchitos, la escuela y también ve las mujeres tobas tejiendo los canastos con hojas de palma y los hombres con sus artesanías de cerámica. Todo auténtico y genuino, que emana de las raíces de nuestra historia olvidada”. Para el maestro, “es la historia de quienes sufrieron al Estado blanco, civilizado y positivista”. Y ahora “pese a que sigue existiendo el colonialismo, ellos desde un lugar de resistencia”, tienen “la oportunidad de perpetuarse en el primer libro que cuenta sus historias escrito en su lengua madre”.

Por todo eso para el maestro este proyecto “significa lo que el libro: shotaina’, estar aquí, presente en la comunidad y en armonía con los seres que la habitan y los materiales disponibles”, dice Andrés, en esa Qom, esa unión o reunión grande.

Legüera

Legüera Cartonera es una editorial autogestiva sustentable que confecciona libros con cartones de desecho. “Somos un proyecto similar a Eloisa Cartonera con apenas un año y medio de vida”, cuenta Mica Piccini, una de las ocho integrantes. Con esa modalidad llevan publicados nueve títulos de autores con trayectoria, como Cecilia Moscovich y Analía Giordanino, entre otras, y también voces nuevas, como las de las mujeres de la Unidad Penitenciaria y las mujeres afrodescendientes.

“Nos interesa la democratización del acceso al libro y las voces que tienen mucho para contarnos acerca de este mundo que habitamos”, explica Mica. Shotaina’ estaba escrito y les propusieron publicarlo. Los autores jamás habían soñado esa instancia. Pero allí fueron. Hoy, cada uno de los alrededor de 300 libros bilingües (en qom y castellano) editados desde 2019 es único: tienen ilustraciones de tapa originales pintadas de forma artesanal por los autores.

Shotaina´. Iván es uno de los autores del libro y desde este sábado tiene su hogar.Foto: Pablo Aguirre

El libro Shotainá fue una gran puerta a esa ciudad que los mantiene en el margen. Lo presentaron en eventos, en bares, salones, en distintas zonas del centro. Allí donde acostumbran transitar bajo la tensa mirada de algunos vecinos que los prejuzgan por su humildad y sus rasgos aborígenes. Esta vez, en cambio, recibieron aplausos, sonrisas y agradecimiento. Y la gente se marchó con sus historias bajo el brazo.

Además del orgullo y la seguridad interior que les provocó el libro ahora además tenían el dinero recaudado en cada venta, a 250 pesos cada ejemplar o dos por 400 pesos. Impulsados por su maestro, fueron por algo que jamás habían soñado: una casa de material adonde ver dormir seguros a sus niñas y niños, donde resguardarse de las tempestades, sin el temblor de las chapas contra el viento. Un hogar.

Kiva

Primero aprendieron a fabricar ladrillos en la cava y empezaron a levantar paredes. Este oficio además les serviría a futuro como una alternativa para subsistir. A través de esas redes altruistas invisibles que suelen tejerse de boca en boca en la sociedad apareció entonces otra organización en su camino. Las mujeres de Kiva Comunidad, un proyecto de bioconstrucción colectiva. Ellas les enseñaron a levantar sus viviendas sustentables con paja, barro, botellas rellenas de plásticos, palets y otros materiales de descarte y a la mano; y les dirigen la obra.

Greda. Las paredes son levantadas con palets, botellas rellenas de plásticos, paja y arcilla.Foto: Pablo Aguirre

“Venimos formando a las compañeras, en trabajos territoriales en torno a la bio construcción en esos barrios”, cuenta Agustina Ferreyra, de Kiva. Antes les enseñaron el oficio a otras mujeres que levantaron un merendero. “Siempre con el respeto a la tierra y el aprovechamiento de los materiales”, advierte. “Nos gusta formar cuadrillas en los barrios populares, acompañar las autoconstrucciones”.

Las cinco casas de material que levantan los jóvenes qom son apenas de un ambiente. Pero son mucho más que los ranchos de chapa que hoy habitan. Ya están casi listas cuatro y la quinta avanza con el esfuerzo y el trabajo de los cinco compañeros.

Muchas de las construcciones en Santo Domingo son ranchos de chapa. A través de los años el trabajo comunitario del Movimiento Los Sin Techo (MLST) junto al Estado fue reemplazando esas precarias construcciones por viviendas de material en los barrios de todo el cordón oeste. Hace un mes atrás el gobernador Omar Perotti se comprometió a erradicar los más de 1.700 ranchos que tiene hoy la ciudad. Según el MLST, con cada atardecer hay uno nuevo. El anuncio fue durante la inauguración de viviendas sociales en barrio Jesuitas, cerca de donde habita la comunidad Qom.

Mientras se espera la erradicación de ranchos, pronto los cinco jóvenes abandonarán sus precarias casas de chapas oxidadas para ocupar las nobles casas levantadas con sus manos. Dos de ellos ya lo hicieron y este sábado fue la mudanza del tercero. “Yo nací en Santa Fe pero mi sangre es chaqueña, la de mis padres”, se planta Iván Lorenzo. Sus padres, al igual que el resto de la comunidad Qom, llegaron a Santa Fe desde Castelli y Sáenz Peña a mediados de la segunda mitad del siglo pasado en dos oleadas migratorias. Viajaron en el vagón de un tren que ya no pasa, sin nada más que lo puesto.

Proceso. Primero se rellenan las paredes y luego se revocan con el barro. Foto: Pablo Aguirre

“Esto no es para mí, es para mis dos hijos y mi pareja”, dice Iván, parado a la sombra de su futuro hogar con las manos llenas de barro y orgullo. Ese barro que se funde con su tez originaria de rasgos inconfundibles. Ya tiene el techo y está revocando. Pronto mudará desde el rancho sus pocas pilchas y camas, junto a Yanina Roldán y sus dos hijos: Sam Ignacio Lorenzo -como su abuelo al que no conoció- y Amanda -de tres semanas-. El nombre de la niña es un homenaje a Amanda Martínez. La mujer se cruzó en su camino hace unos meses atrás e intercedió para que obtengan los 20 mil pesos para comprar las chapas y poder techar. Fue una gestión de la Defensoría Zonal de barrio Yapeyú ante el Instituto Provincial de Aborígenes Santafesinos (Ipas), donde trabaja Martínez.

“Hacer una casa es muy importante”, destaca el joven qom de 23 años que cada noche espera el sueño para conectarse con sus ancestros aborígenes y recibir las enseñanzas. Para hacerse del pan de cada día hace lo que haga falta. Pero su pasión es la alfarería. “Es una tradición ancestral y no la quiero perder”, dice Iván. Con la arcilla crea lechuzas de cerámica para venderlas. Esa plata también la puso en la casa. “Cada lechuza tiene su historia”, cuenta Iván, quien hace poco no hablaba con casi nadie y desde que escribió el libro pudo soltar su voz. Luego contará que la que más le gusta es un macetero al que le pintó un remolino de hojas que representa el otoño. “Las artesanías que hago son historias que sueño”, se anima a contar ahora. “Cuando sueño recibo el conocimiento de un aborigen de mucho tiempo atrás”, dice. “Él me lleva hacia otros lugares donde me enseña a hacer estas artesanías. Y yo tengo que enseñarle las conexiones a mi hijo para que él también reciba las enseñanzas”. Por ello es que se apena las noches en las que “no consigue” soñar.

Comunidad. Todos construyen la casa de uno de los miembros, luego siguen con la del compañero.Foto: Pablo Aguirre

“Todo eso es groso, y recién ahora van pudiendo contarlo”, apunta Lucila Bianchi, que se sumó al proyecto y los asesora para que conozcan sus derechos y los hagan valer. Más tarde contará que hace un rato Iván se le largó a llorar, junto a una pileta de barro desde donde obtienen el material para levantar las paredes. “‘Esto es lo mejor que me pasó en la vida’, me dijo Iván, ‘nunca me imaginé tener un lápiz en la mano, escribir un cuento y gracias a eso poder levantar mi casa de material junto a mis compañeros’. Yo lo adoro a Iván”, se emociona la abogada del Poder Judicial que brinda asesoramiento legal gratuito a personas en situación de vulnerabilidad desde la Defensoría Zonal de barrio Yapeyú, un poco más al norte. Ella también metió sus manos en el barro.

¿Conocerá Iván la historia del ex futbolista Drogba?, nombre que lleva escrito en el dorso de la camiseta azul del Chelsea que luce esta tarde subido al andamio. Y que está toda salpicada por el barro de la obra. ¿Sabrá Iván que antes de ser famoso, millonario y alcanzar a ser tapa de la revista Times como embajador de la paz, tuvo que escapar Drogba de la pobreza y el desempleo de sus padres en Costa de Marfil para tener una oportunidad de vida en Francia? Un espejo a la distancia de la historia de su comunidad. Esos universales que pintan a toda la humanidad.

Jazmín. La pequeña queda inmortalizada en el retrato del reportero gráfico, mientras acompaña cada escena. Foto: Pablo Aguirre

Ya es media tarde y de lejos llega la dulce voz de Jazmín, una de las pequeñas de la comunidad -con cachetones de luna llena- que se pasea por la obra y le saca charla y sonrisas a todo el mundo, pese a que todavía no sabe hablar. Está atenta a la presencia de los extraños que sacan fotos, manotea curiosa la cámara, y pregunta por cada detalle. En un rato el remís partirá nuevamente hacia el centro. Y los cinco jóvenes Qom continuarán la obra hasta la caída del sol.

Entonces aparece Ariel con un balde en la mano. Pese al intenso calor lleva bajo el sol una gorra coya de lana tejida en la cabeza. La usa casi siempre. Él también está levantando su casa. Este joven qom nacido hace 33 años en Miraflores, en el Impenetrable chaqueño, es uno de los que gracias a la escuela para adultos pudo además conocer el mar. Viajó a Mar del Plata a participar de un taller junto al profe Andrés y se trajo el mar. Dos botellas llenas de arena ocupan un rincón de su rancho. Es una arena desconocida. Distinta a la del río Salado que pasa cerca de su rancho. Una arena de ostras trituradas por la fuerza de las olas.

Ariel dice que no cumplió su sueño, sino que vive en él. “Yo quería ser locutor de radio”, cuenta. Y ahora conduce un espacio en Radio en la Mira, la emisora del Hospital Mira y López, a unas cuadras de allí. Al igual que sus pares, es alfarero artesanal. Y espera algún día poder regresar a su pago.

Ahora es sábado y es la mudanza de Iván, su compañera, su hijo y su recién nacida. En poco tiempo también será la mudanza de Ariel. La programaron para el 12 de Octubre. Una fecha muy simbólica para la comunidad. Niñas, niños, mujeres y hombres ocuparán esas nuevas casas de adobe. Será la primera noche de sus vidas habitando nobles construcciones. Iván ya mudó sus sueños. Ariel llevará sus frascos con mar. Será un amanecer algo más digno.

Fuente: https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/260682-shotaina-el-grito-de-cinco-jovenes-qom-estoy-aqui-area-metropolitana.html

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